LA GRAN DIABLADA DE
SICURIS DEL BARRIO MAÑAZO.
Omar Aramayo
Si usted quiere ver algo
realmente original, auténtico, genuino, imposible de repetirse, tiene que ver y
escuchar, vivir la sensación y emoción del Conjunto de Sicuris del Bario
Mañazo, de Puno. Como el Centenario Conjunto de Sikuris Del Barrio Mañazo, no
hay, no hay caso.
Es un Conjunto viejo,
expresión de uno de los barrios más antiguos de la ciudad, ubicado en la parte
alta, un balcón sobre la herradura de la bahía interior de Puno, desde donde se
puede avistar el gran Lago a todas las horas y en todas sus conductas. Entonces
es imposible no ser un artista, un tocador, un danzante, un poeta, si se
amanece con el Lago en el pecho y aun en la noche fragante se puede atisbar ese
fondo oscuro donde murmura la gran masa de agua, o quedar hipnotizado cuando el
plenilunio llega con todo su resplandor sobre el agua.
Para la fiesta de la
Virgen, en febrero; la Chakana Cruz de Bellavista, en mayo; la fiesta de San
Juan, en junio; la ascención al Cancharani en agosto; los concursos de sikuris
de octubre; o la celebración de la ciudad en noviembre, los bombos empiezan a
llamar cada noche con dos o tres días de anticipación, con un aliento de fogata
espirituosa. El llamado es como la convocatoria que hacen las campanas para la
misa. Si se trata del Alba, el bombo anida o atraviesa el sueño de los puneños,
y en la oscuridad cálida del sueño los sicuris desgranan sus dulces melodías.
Eso, entre otras cosas, significa ser puneño de Puno, despertar con el bombo
llamador o acariciarse con las notas de los sicuris que el viento lleva.
El Conjunto fue fundado
en 1892. Es la raíz conocida del folklore citadino de Puno. Digo conocida
porque mucho se ha perdido en la oscuridad del tiempo, y eso hay que explicarlo
en otro momento. Si alguien quiere elaborar el árbol genealógico de los
conjuntos de danzas, tiene que arrancar de aquí nomás, de aquí mana el agua que
beben los puneños, que se sepa no hay otro más antiguo, de aquí se desprendió
la Morenada de Orkapata, y de ella todas las morenadas de Puno y las diabladas
y cuantos conjuntos hay.
Del Mañazo emigraron sus
tocadores de siku para fundar otros conjuntos, algunos de ellos magníficos,
como el Lacustre, o el Altiplano; o la Juventud Obrera, que también tiene una
gran mochila de años; sin embargo, pocos de ellos conservan el estilo de su
música. También se forman conjuntos por oposición, con propuestas diferentes,
que han enriquecido el cosmos sicuriano de Puno. De tal modo que el Mañazo es el
emblema del folklore de la ciudad de Puno.
En los años 20, a
iniciativa de los militantes y simpatizantes del PC, se fundó el Obrero y
después Panaderos, con parecidas características, sobre todo en el toque de los
platillos y de el redoblante, y hasta en el paso de sus danzarines, con los
años algunos decayeron, se levantaron, desparecieron, y por ahí andan entre las
cañas y el viento. Juventud Obrera, en los útimos años ha creado una propuesya
renovada muy interesante. El Mañazo es exultación permanente.
El 15 de agosto, que de
acuerdo al calendario agrícola debe nevar como anuncio para las primeras
siembras, en el cerro Cancharani, donde ahora se ha establecido un concurso de
sicuris, desde antaño Obreros y Mañazos, como en un pacto misterioso se sueldan
y tocan en la tarde nevada, en un paisaje realmente ultraórbico, asombroso.
Angel Macedo, alma de los mañazos y danzarines |
El repertorio del Mañazo,
sobre todo en la memoria de los mayores, es un verdadero cofre de joyas
musicales. Por lo general cada año se crean una o dos melodías, para ser
estrenadas el día 2 de febrero, día de la Virgen y aniversario del Conjunto.
Algunas veces son reelaboraciones pero por lo general son melodías singulares,
todas del mismo estilo, del mismo sabor, de gran dulzura y al mismo tiempo
marciales, aunque en absoluto llegan a ser marchas; solamente son dulces y
solemnes, extraña mezcla, aleación única; son wayños definidos y definitivos,
con la característica que cada cuatro frases musicales ofrecem una síncopa, un
silencio, una nota musical que no se ejecuta y que al bailarín le ofrece una
paradita.
Es una expresión de
elegancia, de inteligencia musical, deja sobreentendido un sentimiento, una
sensación. Es el impulso contenido, sugerente. Lo que no se dice pero que se
entiende.
Alguna vez me fui de
serenata con Los del Alba, con los wayños del Mañazo, dedicada a una joven
ingeniero que había diseñado la carretera Tacna Desaguadero, bella e
inteligentísima, yo y los músicos sin saber que era sordomuda. Solo estábamos a
la expectativa de conocer su impresión luego de la interpretación de Los del
Alba, entonces su padre se comunicó con ella en el lenguaje de los sordomudos,
y la bella muchacha dijo lo que acabo de decir líneas arriba, dulce y marcial.
Milagros de la sensibilidad de algunos humanos, verdaderamente humanos.
Este wayño dulce,
sincopado, que se inicia con una entrada como el paseo de un torero, de aliento
telúrico, que dibuja el alba de cada día, seguido de un wayño sincopado, que
luego de cuatro vueltas de la melodía, o las necesarias, se acelera hasta
hacerse in crecendo. Esa es la estructura del género musical llamado Sicuri,
con la síncopa, cuya finalidad musical es quebrar la simetría, con elegancia.
Digo que no es simétrico (por la síncopa)
En esa música se refleja
la danza del diablo puneño, en esas aguas de Lago azul pirísimo, que la brisa
teje y agita suavemente. El paso ad libitum, como en el jazz o en la Danza del
Fuego, de Turquía, marcado y homogenizado (para todos los bailarines) por la
síncopa. Es su característica más destacada. Una especie de desplante, como en
el cante honde, como el desafío del torero ante la muerte. Qué lejanas
reminiscencias recoge, no se sabe de dónde vienen, así la hizo el tiempo, el
alma colectiva, así sus músicos, hermosa y compleja elaboración.
El número de tocadores es
variable, en sus mejores momentos, en febrero, llegan a juntarse de ochenta a
cien; su núcleo mínimo bordea la veintena, dentro de los cuales hay que
distinguir a los tocadores antiguos, a los que traen la viejas melodías, los
que reclaman e imponen la tradición, y que reciben el respeto y la audiencia de
los jóvenes; así puede continuar el conjunto. Sin los viejos nada
Recibiendo la distinción como Patrimonio Cultural de la Nación. Lima 2000 |
Hay melodías que han sido
creadas por el Mañazo, que recorren por el mundo como anónimas, o como
bolivianas, Dios mío. En 1963, el Centro Musical y de Danza Teodoro Valcárcel
grabó un LP, que ha viajado por los caminos de la música universal y sobre todo
latinoamericana, en su repertorio estaba el Sicuri n 1, lo reprodujeron desde
los Karkas hasta los Quilapayún, entre otras melodías mañaceñas y puneñas. Hay
otros sicuris bellísimos y memorables como Santa Rosa de Juli, captado por don
Julián Palacios, o los que vienen de Juli o Yunguyo, y que en los labios de los
tocadores mañaceños son verdadera ambrosía, manjar de dioses. Hay sicuris
clásicos, propios, como el Jukucha Karitamanta, o Lucho, de autoría de Lucho
Yucra, el famoso sicuri del Cacharpari, todo un himno, y otros tantos, captados
por americanos y europeos, chilenos y bolivianos, y que se pierden en la noche
del anonimato o inauguran el record de algún nuevo compositor, a quien hemos
tenido el gusto de servir.
La figura principal de su
danza es el caporal o diablo mayor. El caporal luce con esplendor el paso
sincopado, alambicado, barroco, un arabesco donde el espectador puede demorarse
buen momento para descifrarlo, sin lograr reproducirlo al menos mentalmente. Es
el personaje principal, si falta el caporal falta algo que es su esencia.
Garbo, elegancia y donosura, evocación subyacente del señor feudal, el caporal
es un señor, un señor colonial. El diablo es colonial, su imagen es colonial, y
eso no entra en discusión. Es más, este diablo es español, imaginado por el
alma aymara. Un delicado filing, una sutil percepción nos hace ver que el rey
de los infiernos es la encarnación de algo más de lo que parece, detrás de él
hay personaje social, la huella de una época, la feudalidad, que en Puno fue
muy fuertey cruel. Lo común es ver cinco o seis parejas de caporales, aunque
hay años que llegan hasta veinte. Y luego vienen los diablos menores, ligeros
por la ausencia de capa, ligeros en el paso y a veces ligeros como el viento.
Hay bailarines que jamás
serán borrados de la memoria, como el Viejito José de la Riva, el caporal
Héctor Garnica, las chinas diablas Julio Arenas Pineda o Juan Meneses,
posteriormente el popular y trágico Volvo Montesinos, Tomasito, la reinita
Evelin Peñaranda, todos dueños de un paso propio, singular, tendríamos que
hacer un listado largo de caporales. Recuerdo de manera muy especial a un
danzarín que vivía en la parte alta del Barrio, tenía tres disfraces y pasos
diferentes, cada año alternaba con uno: murciélago, toro, chancho. Efraín
Quiroga, que bailaba en el Centro Musical y de danzas Teodoro Valcárcel, tenía
un disfraz y paso soberbio de León, muy gracioso. Los negritos arrieros, es una
figura que se ha extinguido, eran testimonio de una época.
Hay que pensar que la
danza es una escritura social, entraña contenidos y contextos, identidades y
semejanzas, carencias y excelsitudes. El conjunto no puede prescindir de sus
pieles rojas, ágiles y caricaturales, tan caros a los natos del Barrio, es
imposible no citarlos ¿Qué es lo que quieren decir? Ahí va el cuento, se
requiere de una lectura que recorre de Young a la antropología social. Y las
chinitas, niñas y adolescentes mañaceñas que han figurado un paso colectivo,
homogéneo, obligatorio como la necesidad de ser mañaceña por siempre. Las
figuras que acompañan al conjunto son variadas, aparecen y desaparecen con los
años, algunas dejan una huella imborrable.
¿De dónde vienen los
danzarines del Mañazo? Del pasado remoto. La leyenda dice que los primeros danzarines
se llamaban Canllas, eran los elegidos a quienes les había caído el rayo, y era
con esa autorización que bailaban, como los danzantes de tijeras, o los wakones
del valle del Mantaro, danza sagrada que guarda un hilo conductor con la
naturaleza. La danza es un vehículo para encontrar un significado; una danza de
emotividad tan compleja no puede ser un fruto repentino, es maduración,
proceso, como Mariátegui reclamaba; la variedad de sus figuras, la fanfarria
espectacular, el color, viene del siglo XX, y eso es lo menos importante; lo
sustancial, lo misterioso, es la base de la música y de la danza que nos
estremece.
Albazo en Candelaria |
Entre enero y marzo de
1781 las tropas de Diego Cristóbal Túpac Amaru, por el norte, y las de Julián
Túpac Katary, por el sur, asediaron a la ciudad de Puno en el afán de tomarla y
extinguir a sus habitantes, españoles criollos y mestizos. Los encuentros
fueron terribles, murió mucha gente de uno y otro lado. Se han tejido muchas
leyendas alrededor de los insurgentes y la Virgen, algunas con base de verdad
otras de fantasía, lo cierto, sí, es que el Barrio Mañaso fue uno de los
epicentros de los combates, el cacique de esta etnia mandó a fundir para
defensa del barrio un cañón, que se instaló en lo que ahora es la esquina de
Puno y Circunvalación. Como se sabe, solamente la etnia de los Mañazos y la de
los Ichus fueron pro hispánicas. Se diga lo que se diga, en abril de 1781,
Diego Cristóbal tomó y asoló Puno; tendrá que pasar al menor un año para
repoblar la ciudad, con el regreso de los españoles, y la reconciliación que
con los años vino, se modeló el mestizaje que ha producido algunas expresiones
geniales como el Conjunto de Sicuris del Barrio Mañazo.
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