Cada
febrero, la ciudad de Puno se viste de gala por un acontecimiento único en el
país: la festividad de la Virgen de la Candelaria. Inscrita en la lista
representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO,
esta no solo es una expresión de fe a la Virgen María, sino un desborde
cultural que ha crecido hasta contagiar a, prácticamente, todo el país. Esto
significa que la fe no se ha quedado dentro de los templos, en la altiplanicie,
sino que la creencia en las divinidades inunda calles con música y bailes
diversos. Bien dicen que se trata de una fe en movimiento, una expresión que
acompaña a todo un pueblo en torno a la imagen de la Mamita Candelaria para
agradecer por la vida o para rogar para que se acaben los tormentos.
En
Puno, la adoración tiene como lenguaje a la música y danza. Sin temor a
equivocarnos, la celebración debe mover al menos 100,000 danzarines y otro
tanto de músicos. Eso trasciende a la religiosidad o folclor para alcanzar
asuntos sociales, económicos y hasta políticos, razón por la que la UNESCO la
considera dentro de los certámenes de valoración mundial.
La
fiesta también es un sincretismo entre lo occidental y andino, pues es aquí
donde se puede apreciar las tradiciones más profundas de la nación mezcladas
con lo aprendido del evangelio europeo. Por eso se dice que la Virgen de la
Candelaria es el rostro moderno de la Pachamama, la Madre Tierra, tan acentuada
en el hombre de los Andes. Con todo esto, Puno acoge al Perú y el Perú se
resume en Puno cada año. Por ello, si hay una ocasión que merezca oficializarse
como una fiesta nacional, esa es la de la Mamita Candelaria
CORREO
Prensmart p.9
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