LECTURAS
INTERESANTES Nº 900
LIMA PERU
21 JUNIO 2019
CUELLOS BLANCOS
DE LA CULTURA
César Hildebrandt
Tomado
de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 450, 21JUN19
U
|
n escritor plagia
decenas de artículos periodísticos y los envía a diferentes medios. Son
buenas crónicas, comentarios audaces, prosas imaginativas, temas variados,
intereses de actualidad. El escritor se llama Alfredo Bryce Echenique y es
peruano.
Enfrentado a la
evidencia indiscutible, el escritor lo niega todo y dice que todo se ha debido
a un error de su secretaria, que ha confundido los archivos y ha enviado por
correo los que no debió enviar.
Cuando alguien le
recuerda que ni siquiera ha tenido secretaria en los tiempos del plagio
sistemático, el escritor dice que se trata de una conspiración política, que
los fujimoristas han creado una calumnia porque él siempre los ha retado.
Alfredo Brice Echenique |
Cuando alguien busca en
los archivos los artículos que Bryce debió escribir en contra de Fujimori y su
pandilla, los pronunciamientos altivos que el escritor lanzó en contra de la
dictadura que todo lo pudrió, no encuentra nada. ¿Dónde los publicó? ¿En qué
fechas? ¿Quiénes los leyeron? La respuesta es el silencio. La verdad es que el
escritor jamás se distinguió por haber combatido a Fujimori.
Descubierto una vez más
en sus mentiras, el escritor guardó un hermético silencio. Eso no fue suficiente.
Lo cierto es que las publicaciones que recibían con placer y expectativa sus
colaboraciones -ahora contaminadas de sospecha- dejaron de hacerlo.
La única salida para
Bryce era admitir la verdad. Hubiera sido fácil perdonar a un escritor tan
carismático que confesara, por ejemplo, que se apropió de textos ajenos porque
jamás creyó en eso de la propiedad individual de la escritura, que la cultura
universal es una masa donde las jurisdicciones son borrosas, las autorías son
discutibles y los cotos personales son gestos de egoísmo pequeño burgués. El
crítico Julio Ortega salió a defender al escritor con una tesis radical que
era una especie de manifiesto comunista en torno a la propiedad intelectual.
Hubiera sido fácil
perdonar a un escritor de obras importantes y entrañables que nos dijera que
lo que pasó fue una expresión de crisis y debilidad y que ante el ultimátum
de las fechas de entrega y los compromisos tomó como suyos -aunque eso fuese a
la larga imperdonable- textos que él mismo habría podido escribir, textos que resumían
su pensar y su sentir, textos que habían anticipado lo que él habría escrito
alguna vez. Digamos que la explicación habría sido mágica, pero el perdón
habría sido inevitable. El perdón, la conmiseración y el reconstruido respeto.
El humanísimo pecado, una vez admitido, pasa a los fueros de un olvido
generoso.
Pero la historia fue
otra. Ensimismado en su cinismo de falaz estirpe aristocrática, el escritor
jamás pidió perdón, jamás dio explicaciones y atribuyó a la envidia de un sicariato
fantasmal el expediente de sus plagios que, para entonces, había llegado a 36
casos absolutamente comprobados.
Entonces vino lo de la
Feria del Libro de Guadalajara y el escándalo estalló. Los ciento cincuenta mil
dólares del premio que sus amigos le habían concedido tuvieron que ser
entregados en Lima, entre gallos y medianoche, después de la protesta moral de
un grupo de escritores mexicanos.
Ahora resulta que el
escritor pide permiso para retirarse. Y lo hace con un libro dictado, esta vez
sí a la secretaria de un aventurero, que no lo honra, que nada tiene que ver
con el brillo de sus novelas y la frescura de sus cuentos. Es una despedida
patética que Bryce no merecía. Es el negocio colateral de alguien que vio en
este adiós forzado una gran oportunidad de hacerse con un botín crepuscular.
El escritor,
visiblemente cansado de ser expuesto como mercancía, da entrevistas en las que
la única pregunta que está previamente vedada es aquella que habría sido
inexorable en una sociedad que trata de infundir valores. El escritor confunde
tiempos, inventa, como en el libro oral que acaba de ser lanzado, y vuelve a
decir que fue un perseguido de la política, una víctima de algún complot.
Carlin en LA REPUBLICA 20JUN19 |
¿Qué lección les damos a
los jóvenes que intentan acercarse al mundo de la cultura en esta Lima que se
cae a pedazos? Una muy sencilla, veterana, tan vieja como la república de
pacotilla que intentamos fundar hace 200 años: en nuestro medio la impunidad es
un privilegio de algunas castas, la amnistía social es una salida práctica a
los problemas de
nuestros “iguales”, la sinvergüencería es un modo de ser
nacional. ¿Cuál es la diferencia entre la política, tan venida a menos, y las
mafias culturales que deciden quiénes son intocables y quiénes réprobos? ¿De
qué modo aquello de hablar a media voz y callar de modo estridente se ha hecho
parte de nuestra identidad? En resumen, si el plagio literario te conduce al
paraíso artificial de “El Comercio” y sus parásitos, ¿por qué resultan condenables
los que, sin los pergaminos y la cultura de Bryce, esgrimen títulos
inexistentes, diplomas imaginarios, certificados salidos de la fantasía? Si
nuestros grandes hombres están más allá de la ley, ¿por qué los otros resultan
examinados tan severamente? A ver si nos atrevemos a responder estas preguntas. ▒▒
Heduardo en LA REPUBLICA 20JUN19 |
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