LOS ORÍGENES DE LA DIABLADA
Omar Aramayo
Tomado de facebook
Los
bolivianos se arrogan haber creado la Diablada. Nada más falso. Ningún
historiador boliviano, antropólogo, o folklorólogo, podría precisar a ciencia
cierta, cuándo, en qué momento preciso, entre qué años, se produjo esta
creación artística, supuestamente en Oruro. Ningún científico social, pero sí,
seguramente un político o un grupo de comerciantes, con ansias de dividendos.
Pero
vayamos por partes y cucharadas y veamos a la Diablada como traje, música, y
danza, tres partes articuladas por una idea matriz, la concepción de lo
infernal. Lo tormentoso diabólico, lo aterrador y horripilante, convertido en
danza. La Diablada, como liturgia popular, pagana y catártica. Y esto tiene dos
partes: lo demoniaco que viene de España, del catolicismo, el terror utilizado
por la evangelización, que no es invención boliviana. Nadie puede decir que los
bolivianos inventaron el terror del infierno, lo grotesco, ni siquiera
Alighieri con su portentosa imaginación podría reclamarlo, todo viene de la
Biblia y de mitologías anteriores, de los demonios de Babilonia, del macho
cabrío, del dios Pan, que aterrorizaba los bosques. La idea principal de la
Diablada es Europea.
Ese
instrumento de la evangelización se divulgó a través de la verba, por cierto,
pero también a través de la tumultuosa pintura colonial, de los murales de sus
templos, como el de San Pedro de Anahuaylillas, Cusco, conocido como la Capilla
Sixtina de América, donde aparece el mural de Riano, pintado en 1626. Y que ha sobrevivido
al tiempo. En términos generales la imaginería de la Diablada es cristiana, los
diablos mayores y menores, los ángeles, el bestiario del infierno. Los ibéricos
reclaman los siete capitales como suyos, tan presentes en la versión boliviana
de la Diablada y tan omitidos en la diablada puneña. España nos trajo a Cristo
pero también las nociones de culpa, pecado, y sumisión del espíritu ante ellos.
Lo
que es americano, andino, aymara, indio y mestizo, es el nuevo sentido que
adquiere esa imaginería tradicional católica, que surge como expresión de
rebelión, como espíritu revolucionario del pueblo andino ante el sometimiento
hispano, ante su ideología represiva y opresiva. El terror se convierte en
alegría, en euforia; los diablos marchan de contento, de plenitud, no dan miedo
sino satisfacción, la satisfacción que produce el arte. La Diablada es una
expresión del humor. Y esa es la Diablada puneña, altiplánica, y que comparte
con la versión boliviana. Danzar ante la virgen de la Candelaria, en el templo
de San Juan, en el kacharpari, es revolucionario, allí se rompe el paradigma
cristiano y se crea otro, el paradigma andino, los diablos no son los ángeles
arrojados al infierno, son los espíritus que se reconcilian con la Fé, aunque
el obispo del Opus Dei no lo entienda de esa manera.
¿En
qué momento histórico se produce esa rebelión del espíritu, y contra España?
Esa es la pregunta que anima este texto, para señalar a través de esa respuesta
algunos derroteros que nos permitan acercarnos al espíritu y a los orígenes de
la danza, (y a su propiedad, como patrimonio nacional).
La
Diablada y la Morenada tienen su origen en la desacralización de los trajes
religiosos, la ropa de culto de los curas y la ropa de los santos, en el siglo
18, en el contexto de la gran rebelión encabezada por José Gabriel Túpac Amaru
y continuada en el Altiplano por Diego Cristóbal Túpac Amaru, Andrés Túpac
Amaru, Julián Túpac Katary y más de cien mil quechuas y aymaras.
En
aquellos días una manera de huir de los pueblos, para los españoles, era
vestido de cura y mejor en traje de culto, hasta que los aymaras y quechuas se
percataron que también ellos podían profanar, usar esos trajes para sus fines
cuando lo quisieran, y que lo sagrado hispano no lo era tanto, por eso los
templos de Chucuito, Juli o Pomata, producto del degollamiento de la población
blanca, se convirtieron en verdaderas piscinas de sangre. En Puacartambo un
quechua alzado, de la noche a la mañana se tonsuró y se hizo obispo; en el alto
Perú uno de ellos tomó un cáliz, renegó de Cristo y sirvió coca y chica entre
los suyos. Nunca antes, ni siquiera en el Taqui Onkoy se había puesto el mundo
de cabeza. Los quechuas y aymaras tomaron las armas pero también los trajes de
la iglesia.
¿De dónde vienen los trajes recamados de piedras semipreciosas, bordados con hilos de plata, y en términos generales bordados con hilos de metal? De la ropa sagrada de las iglesias y más tarde de la ropa de los toreros. Trajes de luces. De dónde más habría de venir ¿de Venus, de Marte? Claro que en la actualidad ya no hay trajes recamados de piedras semipreciosas ni bordados en hilos de metal, todo es plastiquería que imita a los trajes tradicionales, telas y piedras falsas importadas de Brasil. Los bolivianos las compran por mayor en el Brasil y los puneños van a importarlas de Bolivia. ¿Ese es el patrimonio que reclaman?
¿De dónde vienen los trajes recamados de piedras semipreciosas, bordados con hilos de plata, y en términos generales bordados con hilos de metal? De la ropa sagrada de las iglesias y más tarde de la ropa de los toreros. Trajes de luces. De dónde más habría de venir ¿de Venus, de Marte? Claro que en la actualidad ya no hay trajes recamados de piedras semipreciosas ni bordados en hilos de metal, todo es plastiquería que imita a los trajes tradicionales, telas y piedras falsas importadas de Brasil. Los bolivianos las compran por mayor en el Brasil y los puneños van a importarlas de Bolivia. ¿Ese es el patrimonio que reclaman?
La
máscara y el traje son y traen parte de la historia. Algunos seguramente
piensan que la Diablada nació con la máscara actual, como se ve en la
televisión, no es verdad, en doscientos años ha cambiado hasta casi olvidar sus
primeras formas, su estructura, sus facciones, sus dimensiones, y hasta la
forma de sus cuernos. Su transformación no ha podido ser más dinámica, desde
aquellas con las que se bailaba en los años 20 del siglo pasado y que fueron
registradas por los pintores indigenistas como Zegarra Villar, y que eran muy
simples. En los cincuenta y sesenta, la máscara se enriquece a más no decir y
marca su mejor momento, son máscaras de yeso, muy pesadas pero muy hermosas; a
la manera de las cabezas trofeo Pucará lucen pequeñas cabezas unas sobre otra
hasta veinticinco o más. Aun se pueden ver algunas como objetos de ornato.
Luego
entran las de lata, avasalladoramente, en mi infancia vi algunas pequeñas
fábricas en Puno, la más importante la del señor Velásquez, más conocido como
Karrkarr, que vivía en la avenida El Sol. Muchas veces atisbé en esas pequeñas
fábricas el ejercicio de la tijera, la destreza del artesano, la soldadura y
luego la pintura, era fascinante para mí. Las de lata desplazaron totalmente a
las de yeso, que eran artesanales, en cambio las de ahora son industriales, y
sin gracia particular, a no ser la repetición del gesto diabólico. Este
impromptus estético se dio entre otros motivos por la explosión demográfica de
nuestros pueblos, lo singular dio paso al consumo masivo, a las grandes
comparsas. No es lo mismo hace veinte máscaras que cientos de ellas.
La máscara primitiva del Diablo es muy interesante, bella y simple, de lata; la actual no, por lo menos no es original, en Venezuela hay muy parecidas, casi idénticas. Los colmillos, las orejas, los cuernos, la nariz recortada, como si los hubieran copiado en un taller de Puno o de Bolivia, son de origen afro, y a nadie se le ocurre que habría que ir a Venezuela a reclamarlas como patrimonio peruano boliviano.
La máscara primitiva del Diablo es muy interesante, bella y simple, de lata; la actual no, por lo menos no es original, en Venezuela hay muy parecidas, casi idénticas. Los colmillos, las orejas, los cuernos, la nariz recortada, como si los hubieran copiado en un taller de Puno o de Bolivia, son de origen afro, y a nadie se le ocurre que habría que ir a Venezuela a reclamarlas como patrimonio peruano boliviano.
La
máscara de Diablo puneño (y boliviano) tiene gran influencia oriental, en ella
se ve toda la dragonería mitológica de la vieja China, su iridiscencia plena,
polarmente diferente a la gracia y austeridad andina, (a no ser los aguayos y
todo el arte textil aymara) y eso viene de los años cincuenta, cuando la
Diablada se hace fastuosa y multitudinaria. Espectacular.
¿Dónde
nació la idea de una máscara como la original, de de los orígenes, con sus dos
pequeños cuernos orientados hacia su espacio interior? Máscara que no es de
gran complejidad, quién sabe, quién sabe del sueño de un artista, o tal vez de
las máscaras de diablos que Pancho Fierro pintaba en el siglo XIX, el Son de
los Diablos, aunque antes ya estaba en otra danza negra que el obispo Baltasar
Martínez Compañón registra en los años ochenta del siglo XVIII, allí se puede
ver un antecedente inmediato y claro de la Diablada puneña, con el ángel tal
como viste hoy, los diablos con roncadoras o espuelas; y digo e insisto en lo
de danza negra, porque uno de los danzarines músicos pulsa una quijada de
burro, instrumento de origen afro peruano. Cualquiera de las danzas de diablos
que hay en el Perú, que son muchísimas, en cada provincia hay una, pudo ser el
origen de la actual y espectacular Diablada puneña que los bolivianos reclaman
como patrimonio nacional. La máscara de los Sajhras de Paucartambo, por
ejemplo, que son coloniales, originales, complicadas, brillantes y chillones,
de parecido increíble y casual con los diablos balineses (¿qué relación había
en el Perú del siglo XVI y el sur este asiático?) Podría ser el origen de la
Diablada puneña, es lo que más se acerca. Los bolivianos ilusoriamente asumen
que la Diablada nació tal como es hoy, y eso no es verdad, entiendan, es un
largo proceso histórico y colectivo, que tiene su origen en varias vertientes.
El complejo adánico es infantil, y ese afán de estarse contemplado el ombligo a
cada instante es enfermizo, los horizontes existen y por allí transita gente.
Si
la máscara es compleja el traje también los es, la capa, la sobre capa, la
pechera, las palcas. Su bordado en hilos metálicos y su recamado, viene de las
iglesias, de la ropa sacra, es parte de la rebelión ideológica que sobrevino ya
en el siglo XIX como reflujo de la gran rebelión de los Túpac Amaru. Es
necesario analizar cada una de las partes mencionadas y lo haremos en otro
momento. Lo que sí debemos señalar es que en la personalidad del caporal
puneño, en su prestancia, en su arrogancia, está el impromptu feudal, están las
roncadoras, las espuelas del jinete de caballo fino, el caballo del gamonal.
Eso no está en el diablo boliviano.
La
música es otro tema que debe ser señalado como parte de la controversia. La
Diablada es una danza marcial, de grandes zancos, es decir de pasos altos o
saltos; es una marcha simple elemental, ejecutada con instrumentos europeos,
muchos de los cuales terminan de construirse tal como los conocemos hoy en el
siglo XIX. Después de observar por años las danzas nativas, no creo que en el
Alto Perú o en el Perú, se hayan desarrollado en la antigüedad prehispánica
estos tiempos musicales, los de la marcha militar europea. Salvo que los
investigadores bolivianos demuestren lo contrario.
Las
bandas militares en la mayor parte de los países de América Latina aparecen en
el siglo XX, con gran influencia en la sensibilidad popular, Juan Gonzalo Rose,
por ejemplo, nos deja ver que el vals peruano se desprende de las retretas de
las bandas militares, de los valses austriacos que interpretaban. El saxofón de
gran influencia en la música huancaína, al extremo que no se explica un
Huaylarsh sin él, llega a América, por un hecho del azar, su inventor y sus
fabricantes al no tener la respuesta a sus ventas lo rematan para agotar su
producción, hoy se ha hecho imprescindible. Los alemanes que se refugiaron en
Bolivia, después de la segunda guerra mundial, y que asesoraron a su ejército,
implementaron en Bolivia bandas militares impresionantes, naturalmente que
aquello determinó el desarrollo de sus bandas populares. ¿Es eso lo que
reclaman? En los años cincuenta, igualmente, la Banda de la Guardia Republicana
en el Perú, produjo música andina muy hermosa.
La participación de una banda tan estructurada y creativa como la del ejército norteamericano, bajo la batuta de Glen Miller, contribuyó a levantar la moral de su ejército. El estruendo de los instrumentos de bronce copan el aire, conmocionan, comprometen la emotividad colectiva, crean una atmósfera muy distinta a la de la guitarra o la del arpa, equiparable gracias a los altoparlantes después de los cincuenta. Danzas tumultuarias como la Diablada o la Morenada jamás podrían marchar con una guitarra, un tambor o una quijada de burro. Las estudiantinas ya tienen problemas para recorren las calles, o los Kajelos con sus charanguitos cuando van por la acalles, una es la música del poblacho otra la de la urbe.
La participación de una banda tan estructurada y creativa como la del ejército norteamericano, bajo la batuta de Glen Miller, contribuyó a levantar la moral de su ejército. El estruendo de los instrumentos de bronce copan el aire, conmocionan, comprometen la emotividad colectiva, crean una atmósfera muy distinta a la de la guitarra o la del arpa, equiparable gracias a los altoparlantes después de los cincuenta. Danzas tumultuarias como la Diablada o la Morenada jamás podrían marchar con una guitarra, un tambor o una quijada de burro. Las estudiantinas ya tienen problemas para recorren las calles, o los Kajelos con sus charanguitos cuando van por la acalles, una es la música del poblacho otra la de la urbe.
La
primera banda militar que llega al Cusco, con el ejército español para reprimir
la rebelión de los Túpac Amaru, fue en enero de 1781; causó profunda conmoción
en la población quechua. También debemos anotar a las cornetas de los ejércitos
libertadores, tan caras a la sensibilidad popular, que pronto fueron asimiladas
por el folklore. En fin, lo cierto es que todo esto es foráneo; qué reclaman
entonces los bolivianos? Los huayñitos centenario y migrantes, que son de aquí
y son de allá, que los lleva el viento o los arrieros, y a los que solo se les
ha cambiado de tiempo musical?
La
danza de la Diablada es elemental, tal vez su gracia radica en esa simplicidad.
No tiene la riqueza, por ejemplo, de los Chokelas, danza milenaria, compleja,
que habla de los primeros tiempos del ser humano en territorio americano, con
una variedad de tiempos, que bajo la visión europea puede ser considerada como
una suite. Pero no tiene la “suerte” de ser interpretada por una banda militar,
y más bien ha ingresado en la opacidad de las danzas en extinción, porque la
sociedad agraria se ha convertido en industrial. No tiene la elaboración
colonial de las danzas de Paucartambo ni de los Chonguinos de Huancayo..
Por
cierto que nada de esto habría podido suceder en un lugar donde la danza no
fuese de vital importancia, como lo fue en los pueblos prehispánicos. La
población que encontraron los españoles fue de bailarines, basta revisar el
diccionario de Bertonio para ver la cantidad de danzas que consigna el ilustre
jesuita, desaparecidas hoy.
¿Qué
tiene la Diablada que la ha hecho danza de multitudes? Lo espectacular, lo
gimnástico, la vitalidad, sensaciones y emociones que atrapan al bailarín, lo
hacen vivir, se eleva en cuerpo y alma en una música marcial nutrida del
sentimentalismo aymara, de su profundidad anímica, de su sentido panteísta. El
desplazamiento coreográfico que se desarrolla en Puno y que no existe en
Bolivia, le da un valor agregado a ese sentido espectacular, orgiástico,
colorido, brillante. Nadie ha reconocido hasta el momento, en Puno, al aporte
creativo de los coreógrafos de los conjuntos.
La
Diablada es una danza mestiza, puneña, Enrique Cuentas Ormachea decía que
Diablada y Morenada se habían creado en la época de la explotación de las minas
de Laykakota, alrededor de 1668, en medio de la confrontación de andaluces y
vizcaínos, los primeros crearon la Diablada y los segundos la Morenada.
Hay que considerar que así como las danzas son dinámicas, se transforman, también los pueblos, la gente, lo son. Hay que recordar que alrededor de las minas de Laykakota, de su actividad económica, se desarrolló la vida con toda su complejidad. Hay que recordar también, que casi al finalizar la colonia, la gran rebelión se orquestó desde Azángaro, por lo tanto el traslado de una gran población, Azángaro fue su centro hegemónico. La Paz y Oruro, no siempre fueron la metrópolis de la cultura Andina. Es innegable el aporte de los artesanos y bailarines bolivianos a esta danza puneña. En verdad, su patria es el altiplano, pero los orígenes, es decir sus raíces, están en el tiempo, y están en Puno; y sería de una mezquindad horrorosa ir a Bolivia y decirles que no la bailen.
Hay que considerar que así como las danzas son dinámicas, se transforman, también los pueblos, la gente, lo son. Hay que recordar que alrededor de las minas de Laykakota, de su actividad económica, se desarrolló la vida con toda su complejidad. Hay que recordar también, que casi al finalizar la colonia, la gran rebelión se orquestó desde Azángaro, por lo tanto el traslado de una gran población, Azángaro fue su centro hegemónico. La Paz y Oruro, no siempre fueron la metrópolis de la cultura Andina. Es innegable el aporte de los artesanos y bailarines bolivianos a esta danza puneña. En verdad, su patria es el altiplano, pero los orígenes, es decir sus raíces, están en el tiempo, y están en Puno; y sería de una mezquindad horrorosa ir a Bolivia y decirles que no la bailen.
Queda
mucho pan por rebanar. Y en el tintero se me quedan muchos temas y muchas
ideas. Por ejemplo una gran nota sobre la Diablada del Conjunto de Sicuris del
Barrio Mañazo.
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