LECTURAS INTERESANTES Nº 610
LIMA
PERU 4
ABRIL 2014
CUANDO EL DESACATO ES
UN GESTO MORAL
César Hildebrandt
en
“HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N°196, 4ABR14, pp 6-7
O alentamos la rebeldía o
nos hundimos todos en el lodazal propuesto por la judicatura
El señor Alan García está
feliz. Mirko Lauer también. Lo mismo sus voceros concentrados (García opera el
milagro de reunir a los Miró Quesada y a los bustos parlantes del mohmismo en
un solo propósito encubridor). Hasta Juan Paredes Castro, siempre de ocasión,
está exultante como si acabara de cazar a un buen mamut.
Pero que García no se la
crea. Que un pestífero poder judicial controlado por el Apra lo haya
"liberado" formalmente de las incomodidades de la Megacomisión no
significa que sus narcoindultos dejarán de ser parte de su prontuario. Lo
seguirán siendo.
García es un foco infeccioso
para la política peruana. Es un hombre que se hizo rico echando mano a toda la
plata negra que la política y el poder presidencial le pusieron a su alcance.
Es autor mediato, mucho más que Fujimori, de cuantiosas masacres. Es el más exitoso
fugitivo de la justicia penal gracias a prescripciones, arreglos bajo la mesa y
servicios mugrientos del poder judicial acovachado que padecemos.
Que García no haya pasado por
la cárcel es una demostración cabal de lo que es, fatalmente, el Perú. Que a
García no lo pueda investigar el Congreso sin que meta la mano un juez "ad
hoc" dice mucho de la crisis de la democracia peruana, impotente, desde su
parálisis institucional, para poder garantizar la seguridad ciudadana o la
aplicación de una justicia igualitaria.
Alan García es la continuidad
degenerada de un partido que Haya de la Torre ya había convertido en una
sucursal oligárquica después de su alianza con la derecha más dura de los años
60. Después, con el golpe de los militares peruanos nasseristas de 1968, Haya
pretendió darse un aire reformista diciendo que el programa de Velasco era un
plagio del ideario original aprista. Sin embargo, hizo todo lo posible para que
Velasco fracasara y aquel 5 de febrero de 1975 fueron fuerzas apristas las que
ayudaron a desatar el caos y el saqueo de Lima. Ese fue el comienzo del fin del
velasquismo, el más serio intento de cambiarlo todo desde arriba y a la fuerza.
A finales de los 70, con Haya
languideciendo, el Apra terminó siendo un partido ficticiamente dividido. Por
un lado estaba el ala conservadora, representada por Andrés Townsend, y por el
otro una facción supuestamente de izquierda, la encarnada por Armando
Villanueva. Pero esta última, que controlaba el aparato, era retórica pura. Y
muchos de sus voceros, incluido su líder, estaban demasiado cerca del narcotraficante
Carlos Langberg como para que alguien los tomara en serio.
La derrota electoral de
Villanueva en 1980 catapultó a García, la joven promesa acunada por Haya. Este
hizo en tres años -de 1985 a 1988- lo que a Haya le había costado décadas:
empezar como revolucionario y terminar como un dudoso socialdemócrata de
dientes para afuera. Claro que García le puso un ingrediente que Haya, a pesar
de sus vicios personales y sus extenuantes secretos, no había frecuentado: el
robo de fondos de campaña, las comisiones por reventa de armas, las coimas por
obras de infraestructura, el carrusel de dólares MUC con testaferros como su
amigo Alfredo Zanatti, quien compró 25 millones de esa divisa subsidiada y
alguna vez recibió un fax de García exigiéndole cuentas sobre un episodio
contable (todo está en el expediente respectivo).
García, que había pertenecido
a la mesocracia del lado más modesto de Miraflores y que jamás tuvo trabajo
conocido (con excepción de su fugaz tránsito por la abogacía defendiendo sin
éxito a un par de narcos), se hizo millonario en dólares gracias a su paso por
la presidencia. Se compró inmuebles en Lima, Bogotá, París. No pagó una sola de
sus felonías. Vivió sin trabajar entre París y Bogotá recurriendo a los
intereses de sus cuentas. Y al final, con el colapso del régimen de Fujimori
-monstruo que él creó desde Palacio con la colaboración de "La
República" y "Página Libre"-, la democracia, devuelta pero no
limpia, resucitada pero no escarmentada, organizó sus prescripciones y toleró
su regreso y hasta su candidatura. Como siempre. Como con Piérola. Como con los
Prado.
La impunidad dotó al
personaje de una redoblada desfachatez. Confundió el discutible perdón mal
habido y, más bipolar que nunca, se irguió en líder casi insurreccional de la
oposición a Toledo. No es de extrañar que en el 2006 el país anético que es el
Perú lo llevara a la presidencia. Al fin y al cabo, el asunto era cerrarle el
paso a un exmilitar que proponía cambios importantes. Un García aliado, como
Haya, de la peor y más rapaz derecha llegó a su segundo mandato. Y los robos
continuaron, los decretos con fe de erratas para hacer obras de más de 250
millones de soles se publicaron, las coimas se reprodujeron en todos los
ministerios y la fortuna de García, acrecentada ya durante la campaña electoral
que financió una plutocracia más asustada que nunca, se hizo más grande que
nunca.
Y a todo eso este individuo
añadió la infamia de los narcoindultos. Cuatrocientos delincuentes parecidos a
ese Carlos Langberg que financió al Apra y abasteció de cocaína a algunos de
sus dirigentes salieron a la calle con la firma del presidente de la república.
Esta es una vergüenza que ningún país ha sufrido, un estigma que nos atañe a
todos y que hoy la prensa del lodazal pretende pasar por alto.
La Megacomisión lo pescó. Y,
como lo demostró el magnífico artículo que al respecto publicó este semanario
la semana pasada, toda la argumentación de García fue desbaratada. No quería
descongestionar las cárceles, como decía (para eso hubiese indultado a reos
sentenciados por delitos contra el patrimonio, que eran la mayoría, o no habría
conmutado las penas de quienes ya estaban en sus casas en un régimen de
semilibertad). No. Lo que quería este hombre sin escrúpulos era liberar a
bandas enteras de narcotraficantes, incumpliendo así el artículo 8 de la
Constitución y creando un sórdido sistema paralelo de justicia sin punición.
¿Cabe algo peor en un país amenazado desde su médula por el narcotráfico?
Todo eso ha sido descubierto
por la Megacomisión. Y por eso el poder judicial, el que hizo de César Álvarez
un hombre inalcanzable para la justicia en Áncash, ha tenido otra vez que
intervenir.
Un periodista del extranjero
podría creer que Alan García está libre de polvo y paja gracias al espurio fa lio.
Pero los peruanos sabemos qué calidad tienen la mayoría de nues¬tros jueces, de
qué aguas turbias proceden, a qué acequias se acercan a beber. Y de qué modo el
Apra reina entre sus filas.
Cuando mucha gente pregunta
por qué los inteligentes y los decentes se alejan de la política, por qué a los
jóvenes los corroe el asco o el escepticismo o la rabia cuando les mientan la
palabra "política", pues esta es la respuesta: porque la nuestra tiene
en su menú estelar a un presidente ladrón que está en la cárcel, a uno
semejante que está siendo investigado y que debería terminar en ella y a un
tercero, gemelo de los otros, que es socio de jueces y mandatario informal del
Ministerio Público.
Desacatar el fallo del poder
judicial es un deber moral del Congreso. No puede haber respeto a un poder
judicial que mete la uña para salvar a un favorito argumentando que no fue
debidamente citado cuando la aludida invitación de la Megacomisión tiene cuatro
páginas y abunda en precisiones.
Inhabilitar a García no es
una opción. Es una necesidad para devolverle al país la oportunidad de ser otra
vez respetable.
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