LECTURAS INTERESANTES Nº 602
LIMA PERÚ
28 FEBRERO
2014
A QUIEN HABRÍA QUE VACAR ES A USTED
César Hildebrandt
“Hildebrandt
en sus trece” N° 191, 28 de febrero de 1014 pp. 8 y 9
Carta
pública a la señora Nadine Heredia, convertida ahora sí en una auténtica
amenaza para la democracia
No sé si usted sabe cuánto daño le ha causado su conducta a su marido.
Entérese, señora: a su marido no lo respeta nadie.
No lo respetan quienes, desde el empresariado, hablan de su sensatez
cuando, en realidad, ellos confunden la sensatez con el sometimiento. No lo
dude, señora: si el presidente de la CONFIEP tuviera alguna queja la llamaría a
usted, no al ministro sectorial y fantasmagórico que con usted coordina ni al
"primer ministro" holográfico y decorativo que hoy apellida -creo-
Cornejo y que estará allí hasta que a usted se le ocurra. Nunca como ahora las
palabras "primer ministro", "gabinete",
"Ejecutivo" han sonado tan vacías.
No respetan a su marido, señora, los peruanos que votaron por él
creyendo que, de ganar las elecciones, él sería quien gobernaría el país.
¿Sabe usted que la actual popularidad del presidente llega al mísero 13 por
ciento en el sur del país? Señora: su marido ganó las elecciones gracias al
sur, que quería un cambio y que supuso que el cambio prometido por Humala se
cumpliría apenas pisara palacio de gobierno.
¿Recuerda usted cuando acompañaba a su marido a los estudios de TV y
en las pausas comerciales le exigía más claridad, más definición y más radicalismo seductor? ¿Creía usted en todo aquello o estaba
construyendo el fantoche que la llevaría a la cima, a la portada de
"Hola", a las confidencias con los principales ejecutivos de las
grandes empresas?
Eso lo sabrá usted en su fuero interno. Lo que sabe la gente es que
de aquel Humala que convocaba a los peruanos a cambiar algunas cosas no queda
nada. Bueno, queda lo que vemos: un hombre inseguro, un presidente usurpado,
una sombra, un modo del silencio.
Y no es que las promesas del Humala original anunciaran el
apocalipsis. Nadie en su sano juicio quería el estatismo canceroso que ya
conocíamos ni las nacionalizaciones forzadas que recordábamos como pesadillas.
Nadie quería, en suma, un remedo soviético ni una sucursal cubana ni una
imitación chavista en el Perú.
Lo que muchos querían -y para eso hicieron ganar a su marido, señora-
es que esta republiquita plutocrática, donde sólo manda el dinero, fuese
sustituida por una república de todos. Lo que querían los que se volvieron humalistas
ante la posibilidad de que Keiko Fujimori accediese al poder es que los
trabajadores volviesen a tener voz, que el Estado regulase de veras, que la
CONFIEP no gobernase a periodicazos, que la agricultura de consumo interno
fuese atendida, que algunos aspectos de los TLC pudiesen ser renegociados,
que la minería fuese una gran opción pero no la única, que el Estado pudiese
tener (como en Chile o Colombia) empresas que contribuyeran a una más justa
fijación de algunos precios. En suma, que el "modelo fujimorista" que
la CONFIEP procreó en barraganía con los periodistas que hoy se sienten
portadores de la "única verdad" fuese corregido en parte, matizado
en algunos aspectos, rectificado creativamente en otros.
¿Ve usted, señora? De eso se trataban los cambios que su marido juró
realizar. Nada del otro mundo.
Y sin embargo, nada se ha hecho. Su marido pudo ser el mandatario que
humanizara el liberalismo extremo que Fujimori impuso con un golpe de Estado.
En vez de eso será recordado como un fraude, como un mentiroso, como un
intermedio. Y usted, señora, que dice quererlo, ha contribuido decisivamente a
la devastación política de su pareja.
Sus últimas intervenciones, señora Heredia, han rozado el golpismo y
han constituido la más grosera intromisión de una persona sin cargo oficial ni
responsabilidades formales en el manejo de la cosa pública.
¿Se siente usted triunfante? Desde el poder que le ha cedido su marido
las cosas se pueden mirar de un modo muy torcido. Sobre todo si, como es el
caso, son los aduladores a sueldo quienes la estimulan a seguir su plan usurpador.
Emboscar a Villanueva empleando a Castilla -ese ujier de la CONFIEP,
ese ideólogo de "El Comercio"- es algo que sus amigas
incondicionales deben haber festejado entre risotadas. Pero sus amigas, señora,
no son el país. La mayoría de la gente está harta de usted. Harta de su
insaciabilidad, de su amor por la figuración, de la flagrante inmoralidad que
consiste en construirse una imagen de perfil electoral con los ilimitados
recursos públicos. Harta, en fin, de su indiscreta manera de ambicionarlo todo.
Y harta de que su afán de ser lideresa subida en los helicópteros oficiales y
repartiendo regalos subsidiados por quienes pagan sus impuestos sin duplicarse
el sueldo haya supuesto erosionar la institución de la presidencia de la
república y menoscabar, hasta el patetismo, la figura de su diluido cónyuge.
Señora: el pueblo eligió a su marido para que hiciera los cambios que
prometió hacer solemnemente. El pueblo no la eligió a usted. Si el Perú fuese
una telenovela de mal gusto usted sería la exitosa intrigante que llegó a la
cima pisoteando derechos ajenos y duplicando los propios. Pero como el Perú no
es todavía, felizmente, una telenovela -aunque a veces, con su protagonismo
zampón, lo parezca- el daño institucional que usted está causando puede ser un
peligro para la estabilidad democrática.
Sí, señora. Aunque los sobones no se lo digan tiene usted que saber
que se ha convertido en una amenaza.
Porque al pueblo que su marido engañó le importa un comino eso del
"gobierno en familia", eso de "la pareja cogobernante", eso
de la señora protagonista. A la herida del programa olvidado y la traición
añade usted el agravio de la suplantación. Ya es mucho. Y sus ideas, por otra
parte, señora, no tienen el brillo que su entorno le dice que tienen. Son tan
originales como el odriísmo, como el pradismo, como el beltranismo. Usted
podría ser la muy guapa bisnieta de Enrique Chirinos Soto, que pensaba como
usted pero que tenía el don del lenguaje y la gracia de la buena sintaxis.
Pregúnteles usted a los cusqueños alzados si oponerse a la elevación
del sueldo mínimo es algo que el pueblo deba agradecer.
Porque, señora, aclaremos este asunto de una vez por todas: su injerencismo
descarado no tiene como fin rescatar a su marido del secuestro derechista del
que ha sido víctima. Al contrario, cada vez que el pálido Humala puede hacer
algo por quienes creyeron en él, allí está usted, embajadora de los grandes intereses,
conspirando para que "todo vuelva a la normalidad" y para que la
derecha la acoja como una de las suyas. ¿Cree usted que la derecha la siente
como una de las suyas? Se equivoca. Para ese papel están Keiko, PPK y hasta el
García reconciliado que hoy habla del gas esquisto como salida energética del
futuro (sin pensar en los pavorosos daños ambientales que su búsqueda ya está
causando en los Estados Unidos). Alguien, señora, ha planteado,
exageradamente, la vacancia presidencial. A quien habría que vacar es a usted. <>
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