lunes, 28 de julio de 2025

PARA LA HISTORIA DE LA EDUCACION EN PUNO

SAN CARLOS DE PUNO

José Luis Velásquez Garambel

E

n reciente publicación de San Carlos de Puno – Glosario Carolino, del destacado Dr. Emilio Vásquez, texto inédito, que lleva además el prólogo del Dr. Emilio Romero [padre de los estudios económicos y geográficos del Perú], ambos condiscípulos del maestro Encinas y ex alumnos del Colegio San Carlos, se vislumbra la memoria del autor, quien como testigo excepcional reconstruye, con un lenguaje ameno y lúcido, la memoria histórica de un periodo muy fecundo de la inteligencia puneña, unificando los acontecimientos del colegio con los hechos históricos de Puno.

El Colegio de Ciencias y Artes de Puno fue creado por decreto del libertador Simón Bolívar el 7 de agosto de 1825, como uno de los primeros bastiones educativos de la joven república peruana (Bolívar, Decreto Nº 025/1825). Este acto inaugura un espacio de poder discursivo: la educación se erige como tecnología del poder moderno; tempranamente concebido de esa forma por Simón Rodríguez [a la sazón maestro de Bolívar] visionario en el rol que debía cumplir la educación en la liberación espiritual del ser humano. Es penosa la forma cómo luego de la salida de Bolivar del Perú y la muerte del mismo Simón Rodríguez es perseguido y vejado [en el fondo de intendencia del ARP existen documentos en los cuales se le alude vendiendo velas en el pueblo de Taraco], auxiliado por las familias indígenas y salvado de la muerte por inanición.

"Instruir no es educar. Enseñar no es formar. La educación es un acto político." Esta afirmación, que bien podría haber sido escrita por Paulo Freire, tiene eco en el ideario fundacional de Simón Rodríguez, uno de los pensadores pedagógicos más originales y radicales del continente latinoamericano.

Simón Rodríguez concebía la educación no como instrucción utilitaria, sino como una herramienta de transformación radical de las estructuras sociales. Para él, no se trataba de adaptar al pueblo a un sistema impuesto, sino de formar ciudadanos capaces de pensar y gobernarse por sí mismos. Su consigna más famosa lo resume todo: “O inventamos o erramos”. En una América recién liberada de la dominación española, Rodríguez veía la pedagogía como un arte de invención social, no de repetición colonial.

Emilio Vásquez Chamorro
La escuela, según Rodríguez, debía ser un espacio de igualdad real. Por eso defendía la educación pública, gratuita, obligatoria y laica, Rodríguez era enemigo de la tendencia dogmática con la cual la iglesia efectuaba su rol evangelizador a través de la escuela. Décadas antes de que estos principios se instituyeran en Europa. Su modelo educativo se basaba en la experiencia, el trabajo manual y el conocimiento aplicado, rechazando el memorismo y el elitismo escolástico heredado de la Colonia.

Cuando Bolívar tenía 12 años, Rodríguez fue su maestro en Caracas. Pero no fue un preceptor tradicional, sino un mentor que introdujo al joven Bolivar en las ideas de la Ilustración europea: Rousseau, Locke, Montesquieu. No sólo lo instruyó en las letras y la ciencia, sino que lo formó en la ética de la emancipación y el pensamiento crítico.

La influencia de Rodríguez en Bolívar fue decisiva. Ambos viajaron juntos a Europa en 1799. Allí, presenciaron la transformación política del Viejo Mundo, y Rodríguez profundizó en su lectura crítica del despotismo, el clero y las desigualdades. Aunque sus caminos se separaron por años, Bolívar lo buscaría en 1824 para encomendarle el diseño del sistema educativo en el Perú y en el Alto Perú, hoy Bolivia.

El ideario pedagógico de Bolívar, expresado en textos como el Discurso de Angostura (1819) y su propuesta constitucional para Bolivia (1826), es inseparable de Rodríguez. Bolívar soñaba con una educación para una américa latina “en la virtud de la libertad y las ciencias”, por ello que los nombres de los colegios creados por él llevan los nombres de: “Ciencias, Ciencias y Artes, Independencia Americana, etc”, y en esa visión, la educación era la garantía de su sostenibilidad. “Moral y luces son nuestras primeras necesidades”, escribió Bolívar. Esta frase, frecuentemente citada, no es sino la proyección de lo que su maestro Simón Rodríguez le había inculcado.

Rodríguez diseñó para Bolívar un sistema educativo jerarquizado pero popular, que comenzaba en escuelas de primeras letras, pasaba por escuelas técnicas y culminaba en universidades formadoras de ciudadanos. Propuso además la fundación de escuelas rurales, industrias escolares y bibliotecas públicas. En su obra "Sociedades Americanas", defendió la idea que la educación debe adecuarse a la realidad social americana, no imitar modelos europeos que desconocen la historia y cultura del continente.

Uno de los aportes más visionarios de Rodríguez fue su crítica al colonialismo epistémico. Rechazó la copia mecánica de las instituciones europeas, e insistió en la necesidad de crear formas propias de educar, legislar y gobernar. Esta posición anticipa debates contemporáneos sobre la descolonización del saber.

En “El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de armas, defendidos por un amigo de la causa social” (1830), Rodríguez defendió a Bolívar de sus críticos tras su renuncia, y reivindicó el papel que la educación debía jugar para consolidar los frutos de la independencia. No bastaba con derrotar a España militarmente, había que vencerla cultural y mentalmente, mientras propugnaba estas ideas Rodríguez era perseguido y denunciado constantemente en el sur del Perú, específicamente en Puno.

Simón Rodríguez fue incomprendido en su tiempo. Murió en la pobreza, errante por los Andes, con una lucidez intacta. Sin embargo, su legado pedagógico ha resurgido con fuerza en el pensamiento educativo latinoamericano del siglo XX y XXI. Freire, Martí, Mariátegui, y más recientemente Boaventura de Sousa Santos, lo reconocen como precursor de la pedagogía crítica y popular.

Su papel en el proyecto bolivariano no fue el de un simple asesor: fue el arquitecto intelectual de un modelo de sociedad donde la educación era el cimiento de la república y la libertad. Don Simón no formó solo a Bolívar, sino a generaciones enteras de soñadores que vieron en la escuela una trinchera contra la opresión, una de esas trincheras es el colegio de Ciencias y Artes de Puno, hoy San Carlos.

San Carlos, durante los años convulsos, [el colegio] cambió de nombre —entre ellos “Mineralógico de Socabaya” bajo Santa Cruz y su Confederación Peruano-Boliviana— y se cerró y reabrió múltiples veces, reflejo de la lucha por el dominio ideológico sobre la formación intelectual puneña, que por la beligerancia del carácter fue siempre rebelde, anticlerical hasta el hartazgo y sin embargo, en medio de esas luchas ideológicas la iglesia logró imponer el nombre y hasta advocarlo a “San Carlos Borromeo”.

Desde su apertura la iglesia trató de tener siempre el control, por ello desde el estado central se impuso como su primer rector a Mariano Andía, un fraile franciscano, que luego de sopesar con el carácter de los puneños dejó el rectorado en manos de Francisco de Rivero, quien impartió pedagogía hostil a los saberes clásicos: geometría, gramática, latín, mineralogía y matemáticas.

Arquitectura Simbólica (1850 – 1900)

En 1851, bajo el mandato del prefecto Alejandro Deustua, se inauguró el actual edificio en el hoy Parque Manuel Pino [en ese entonces plaza San Juan] —la célebre “vieja casona”— con rasgos establecidos de simetría neoclásica, arco rebajado, carpintería de madera tallada y claustro conventual, consolidando un espacio disciplinario visible, manifiesto del poder estatal simbólico, compartiendo sus claustros con la universidad de Puno, que pasaría luego a llamarse Universidad de San Carlos.

Un carolinooooo...
Sin embargo, las revueltas civiles y la Guerra del Pacífico forzaron varias clausuras entre 1856 y 1883; durante la ocupación chilena, el colegio fue usado como cuartel y sufrió saqueos, incluidos archivos documentales, destrucción e incendios, período rico en el que los estudiantes de San Carlos se habían unido [románticamente] a las montoneras y participaban en una suerte de guerrillas contra los Chilenos, produciéndose un enfrentamiento en el Cerro Blanco, motivo por el que hoy esa zona de la ciudad lleva el nombre de “Barrio Miraflores”, en alusión al enfrentamiento limeño donde perecieron puneños insignes como el ya citado Manuel Pino y un batallón de puneños, entre ellos también alumnos de San Carlos, a quienes los estudiantes de cuarto año emularon en este enfrentamiento.

La reapertura en 1888 fue testimonio de resistencia local: en 1895, el director Alberto L. Gadea impulsó una reforma metodológica científica y la inclusión de educación física, marcando transición hacia un modelo moderno de enseñanza, impulsado por la “Sociedad liberal”, regentada por el masón Isaac Deza.

Modernidad Educativa

El siglo XX fue testigo del florecimiento institucional. En 1905 se fundó el Club Deportivo Unión Carolina, entre cuyos fundadores aparecen Nicolas Oquendo Álvarez, Carlos Belisario Oquendo, Adrián Cáceres Olazo, luego fusionado en 1922 como lo conocemos actualmente. En 1910, el historiador Horacio Urteaga asumió la dirección e introdujo equipamiento científico y servicios urbanos como observatorio meteorológico, agua potable y el [para entonces] reconocido museo.

Múltiples innovaciones culturales surgieron entre 1916 1925: Juegos florales, banda sinfónica, revista “El Carolino” y el Himno Carolino, compuesto por Víctor Villar Chamorro (letra) y Prudencio Soto López (música), con arreglo musical de Carlos Rubina Burgos. La llegada formal de mujeres se hizo posible en los años veinte, gracias al Dr. Humberto Luna, destacado maestro condiscípulo de José Antonio Encinas, Telesforo Catacora y Moisés Yuychud, aunque luego fue restringida y reabierta parcialmente en 1976.

En 1934, el director Neptalí Zavala del Valle acuñó el lema "Un Carolino, un Caballero", frase central del ethos disciplinario y moral carolino.

Durante el régimen de Manuel A. Odría en 1953, la institución fue reclasificada como Gran Unidad Escolar y trasladada en 1957 a una ubicación en la Av. El Puerto, separándola de la “Vieja Casona”. Este acto produjo lo que Foucault nombraría una “heterotopía del encierro educativo”: el colegio pierde su centro simbólico, dispersándose, sin embargo debe entenderse que tanto la GUE y muchas de las instituciones nacieron en el seno de San Carlos.

En 1963 el presidente Fernando Belaunde Terry, tras la presión de exalumnos carolinos, firmó el Decreto Supremo Nº 48 que restauró el colegio Nacional en su sede original, nombrándolo “Glorioso Colegio Nacional de Varones San Carlos de Puno”. El retorno efectivo ocurrió el 20 de mayo de 1964.

San Carlos es más que un edificio o un colegio de los comunes; es una heterotopía cultural, un registro de tensiones políticas, una forja de identidades regionales y una cantera de intelectuales puneños. Su trayectoria de clausuras y reaperturas revela cómo el poder estatal y la comunidad carolina dialogan constantemente por el control simbólico del saber y la memoria.

En su centuria bicentenaria, San Carlos sigue siendo un lugar de enunciación para la provincia de Puno: un heraldo de la era bolivariana, faro de cultura y resistencia frente al olvido institucional y frente al abuso del clero. Pese a ser ex alumno de San Carlos mi relación en estos 30 últimos años ha sido de las más ásperas para con sus antiguas autoridades educativas, dadas mis denuncias por la forma cómo se ha echado a perder su patrimonio material y simbólico, hecho que no lleva a menoscabo a mis queridos camaradas del colegio y de promoción, con quienes aún mantengo estrecha comunicación, juntos recordamos nuestras anécdotas, nuestras viejas disputas y alegrías.

El IPC [Instituto Puneño de Cultura] desapareció en 1970, fue el sueño de Alejandro Peralta, Luis de Rodrigo, Emilio Romero, Ricardo Arbulú, Ernesto More, Emilio Vásquez, debía, esta institución recuperar todo espectro de lo que era Puno, recuperar textos, memorias, patrimonio de nuestra región. Al leer Antología y Valoración de Gamaliel Churata, texto en homenaje póstumo impulsado por don Alejandro Peralta y luego de la desaparición de éste y de la publicación de Iniciación Poética de Alejandro Peralta, publicado por Emilio Vásquez un 28 de julio de 1976 y que conmemora además la aparición de la Voz del Obrero, también en un 28 de julio de 1914 y como obrero puneño lanzamos hoy la edición limitada en 200 ejemplares el libro San Carlos de Puno-Glosas Carolinas y le otorgamos nuevo aliento al IPC, que hoy vuelve con la energía y entusiasmo de los puneños de siempre, con la fuerza del lago, paqarina sagrada.

Bibliografía

• Ministerio de Cultura del Perú. (2007, abril 28). Resolución Directoral Nacional Nº 392/INC sobre protección del Colegio Nacional San Carlos.

• Neira Contreras, J. (2018). La historia no miente 1964 2014: Bodas de oro de reapertura del Glorioso Colegio Nacional San Carlos. Puno: Autor.

• Pilco Contreras, N. (2025). Historia del Colegio Nacional San Carlos. Puno.

• Romero Padilla, E. (1928). Monografía del Departamento de Puno. Lima: SEP.

• Zavala del Valle, N. (1934). “Un Carolino — un Caballero”: discurso inaugural. Revista El Carolino.

• Taller editorial de archivo municipal de Puno. (1925). Himno Carolino. Víctor Villar Chamorro / Prudencio Soto López.

• Velásquez Garambel, J.L y Calsin Hanco, René. (2005). Historia de un pasado Carolino. Edición de Hernán Salas.

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