viernes, 26 de julio de 2024

HILDEBRANDT. COMENTARIOS

 DIA DE LA INDEPENDENCIA

César Hildebrandt

En: HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 696, 26JUL24

E

n el país inexistente de la presidenta hologramática, el Congreso de los forajidos aplaude y confirma.

La señora que va a Palacio describe cen­tenares de obras supuestamente realizadas, proyectos que serán decisivos, inversiones urgentes que cambiarán la faz de la patria y garantizarán el progreso, el orden y la paz social. (Grandes aplausos).

La aplauden y cele­bran miembros del par­tido del mundialmente único analfabeto fun­cional que ha fundado universidades masivas, la organización herede­ra de la década sin ley, la fachada de Pepe Luna, lo que sobró de la pa­rrillada de Perú Libre, los felipillos de Vox y un surtido etcétera de arrastrados.

Festejan a Boluarte porque de ese modo le agradecen que se haya prestado a la farsa de este gobierno ilegí­timo. La tratan for­malmente como pre­sidenta sabiendo que no lo es ni por asomo y que son ellos, representantes del crimen organizado, quienes han reformulado la constitución de 1993 y disparado el desbalance fiscal.

La señora que va a Palacio dice sus mentiras en el dis­curso ritual del 28 de julio, el ilusorio día de la indepen­dencia de esta comarca estrafalaria.

Y hay bandas que tocan marchas, cornetas de recibi­miento, talones que suenan a reconocimiento, ceremonias de recibo. Los peruanos amamos la farsa. El gobierno actual es la enésima reencarnación de la locura republicana que creamos hace dos siglos.

Nos libramos felizmente de los españoles y elegimos el desorden. Hemos vivido en él con gran gusto y ahora, después de muchas batallas perdidas, tenemos lo que sem­bramos: un remedo de país que tiene el 70% de su econo­mía sumergido en la informalidad, una derecha soez que ha borrado la memoria de su complicidad, una izquierda sin padre ni madre que no sabe qué quiere, un crecimiento que depende del precio de los metales.

Y lo más importante: una dra­mática carencia de ciudadanía. Arriba y abajo, da lo mismo: el concepto del bien común está ausente, el egoísmo rige, la inclinación por la salida fácil y fuera de la ley está a flor de piel.

No somos un gran país como nos quieren hacer decir. Somos un país mediano que nació como una gran promesa pero que ahora, dos siglos después de la felicidad del parto poscolonial, involuciona sin pausa. Lo dice nuestra política, nuestra cultura, nuestras instituciones, el régimen actual.

Somos el país que dentro de dos años, cuando esta tragicomedia termine formalmente, tendrá que elegir entre zombis y cretinos, entre megalómanos y caudillos de bolsillo, entre ladrones y jefes de cárteles. O entre el fujimorismo y el antaurismo, que son las dos versiones extremas de la decadencia.

No importa lo que diga la señora que va a Palacio. No importa que quienes la aplau­dan simulen ser congresistas cuan­do, en realidad, son carne de pre­sidio. No importa qué prontuarios se hayan esgrimido para ocupar los puestos directivos del Congreso.

El problema del Perú es que somos un país delusorio. Nuestro símbolo patrio no es la cor­nucopia de la abundancia sino los millones de viviendas sin terminar, las varillas sobresaliendo, los pisos prometidos, los aires que habrán de conocer nuestro empeño apenas se pueda. Para nosotros, el futuro siempre será una coartada. Y la esperanza, nuestro fentanilo.

Lo que deberíamos hacer es declarar nuestra verdadera independencia personal: liberarnos de las taras que nos aturden. <>

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