LECTURAS
INTERESANTES Nº 898
LIMA PERU
14 JUNIO 2019
ESPAÑA DEL
CORAZON
César Hildebrandt
Tomado
de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 449, 14JUN19
L
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a revista “Hola” se fundó en 1944.
La posguerra de la dictadura, el hambre, la
represión y el contrabando necesitaba un opio popular, algo que hiciera que los
españolitos olvidaran por unos minutos el color de la sangre, el tamaño del
odio, la amargura.
Siempre le fue bien, aun en esos primeros tiempos de
papel periódico y rotoplanas que apenas permitían el color. La gente de las colas
y los estanquillos necesitaba saber que en alguna parte del mundo -las cumbres
de la realeza, del cine, del buen vivir- la felicidad era dable y que no todo
tenía que ser zurcidos y pan duro.
El secreto de las revistas del corazón, como se les
llama en España, es que te ponen tan cerca la abundancia, tan tocable el
esplendor, tan próxima la celebridad, que el pensamiento mágico funciona y te
hace creer que algo de todo eso se queda entre tus manos. Como si hubieras sido
parte del festín. Como si hubieras estado en la fiesta del marqués, en la boda
de la actriz, en la cuchipanda del porcelanato.
No hay infelices en “Hola”. A esos los mata el
comité de admisión, un editor armado y con corbata michi. De vez en cuando hay
un lamento, pero suele provenir de alguna celebridad que venció el cáncer, de
alguna traicionada que cuenta sus cuitas mientras convalece en una isla con un
nuevo amor.
Y el patrón de esas páginas amables es el dinero.
Plata a raudales que procede de todo lo imaginable que esté en el mercado: la
política, las herencias, el sexo, la música de las muchedumbres, la fama de
todos los colores y linajes.
No hay famoso español que no haya pasado por
“Hola”. Hasta podría decirse que sin “Hola” -y sin tetas para las infantas del
remilgo- no hay fama y que, así como no te mueres de verdad en Madrid si no
sales en el obituario de “Abe”, no hay inscripción oficial en el club de los
poderosos si no saliste en esas páginas que parecen el congelado del
technicolor.
“Hola” fue fundada por un periodista que trabajaba
en Cataluña. Pertenecía al desaparecido diario “La Prensa”, fundado en 1941.
Así que el tardofranquista Antonio Sánchez Gómez vio la oportunidad de su vida:
entre las ruinas y las maldiciones de la posguerra él ofrecería una pócima de
olvido y un conjuro de futuro, todo en unas cuantas páginas donde se haría
política sin nombrarla. Fue la segunda guerra civil ganada por la derecha:
cuando aceptas que los ricos son parte de la naturaleza y de una jerarquía
impertérrita que sólo los comunistas pueden cuestionar, cuando te resignas a
que la desigualdad extrema tiene su estética y que tú, que buscas lentejas bajo
la mesa, eres parte de la fealdad, es que volviste a perder.
Viví algunos años en España, trabajé en el “Abe”
gracias a mi amigo Luis María Anson, pero nunca se me ocurrió comprar “Hola”.
En la sala donde trabajaba la llamaban “revista hortera”, frase que me hacía
recordar a aquella “Gente” de Escardó. Pero no. Eso era injusto. “Hola” era un
imperio en expansión, era casi la España del siglo XVI sólo que con carabelas
de cuché y genoveses de morcilla.
Ahora tiene 31 ediciones internacionales y llega a
más de 100 países. Vender la felicidad de los otros es también un gran negocio.
Quizá tengo la imagen tradicional del escritor,
pero recuerdo a Ribeyro, a Alegría, a Arguedas, a Watanabe, a Cisneros, a Rose -por
no hablar de los afuerinos que amo y sigo leyendo- y no me los imagino desfilando
por las pasarelas de la fortuna, bailando en el palacio de Buckingham bajo el
auspicio de una fábrica de
cerámicos, yendo a las Maldivas en un avión privado y, al mismo tiempo, escribiendo con tanta autoridad sobre el fracaso global de la
socialdemocracia, las contradicciones del reformista mexicano Andrés Manuel
López Obrador, la urgente necesidad de que el tibio socialista Pedro Sánchez no
obtenga las alianzas suficientes para retomar el poder en España.
cerámicos, yendo a las Maldivas en un avión privado y, al mismo tiempo, escribiendo con tanta autoridad sobre el fracaso global de la
No asocio la prosa con los sufrimientos ni la novela
con la tristeza, por supuesto. No soy tan idiota para establecer tales
ecuaciones. Me alegra, en todo caso, que alguien pueda ser tan exultantemente
feliz. Lo que me sorprende es que una persona con ese grado de esplendor pueda
juzgar con tanta severidad -o temor- a los que están al otro lado de la orilla.
Me intriga cómo es que alguien que lo ha logrado todo puede, al mismo tiempo,
encerrarse en un par de ideas que más tienen que ver con el statu quo que con
la interpretación de los problemas actuales y fulminar, desde la ira, cualquier
intento por hacer que la felicidad -esa que “Hola” retrata hasta el cansancio—
deje de ser una exclusiva de tirajes millonarios.*
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