viernes, 9 de mayo de 2025

HILDEBRANDT SOBRE EL NUEVO PAPA

 LEON XIV

César Hildebrandt

En HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 732, 9MAY25

S

e arrima a la sombra de León XIV la señora Boluarte. Está orgullosa de que un Papa con paralela nacionalidad peruana esté sentado en el Vaticano. Y sale a recitar, desde sus cejas, un discursito que la incluya en el acontecimiento.

Pero el sentimiento no es recíproco. Porque no hay duda de que Robert Prevost, al igual que el 94 por ciento de los peruanos, no siente simpatía alguna por esta señora de alhajas, párpados y cadáveres. Un hombre que demandó a Fujimori para que pidiera perdón por lo que hizo no es alguien que pueda pasar por alto los asesinatos impunes de la señora Boluarte.

Prevost ha elegido su nombre papal por lo que significó León XIII, el líder católico que en 1891 se atrevió a lanzar proclamas como esta: Es urgente proveer de la ma­nera oportuna el bien de las gentes de condición humilde, pues es mayoría la que se deba­te indecorosamente en una si­tuación miserable y calamitosa, ya que, disueltos en el pasado siglo los antiguos gremios de artesanos, sin ningún apoyo que viniera a llenar su vado, desentendiéndose las institu­ciones públicas y las leyes de la religión de nuestros antepasa­dos, el tiempo fue insensible­mente entregando a los obre­ros, aislados e indefensos, a la inhumanidad de los empresa­rios y a la desenfrenada codicia de los competidores...”

De Leòn XIII a Leòn  XIV
Sí, es uno de los mensajes de la encìclica Rerum Novarum (Respecto de las nuevas cosas). No es el único. Aquí va otro, que va a renglón seguido del anterior:

“Hizo aumentar el mal la voraz usura, que, reiteradamen­te condenada por la autoridad de la Iglesia, es practicada, no obstante, por hombres codiciosos y avaros bajo una apariencia distinta. Añádase a esto que no sólo la contratación del traba­jo, sino también las relaciones comerciales de toda índole, se hallan sometidas al poder de unos pocos, hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios”.

Rerum Novarum no es una declaración revolucionaria, por supuesto. Es una advertencia a los dueños del mundo sobre lo que puede pasar si no entienden de qué hondura es el abismo que les espera. Es una súplica cargada de experiencia. Sin nombrarla explícitamente, León XIII señala que la izquierda marxista, que en 1891 se paseaba como un fantasma por toda Europa, es el gran peligro:

“Los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes, estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comu­nes y administrados por las personas que rigen el municipio o gobiernan la nación”.

La doctrina de la Rerum Novarum defiende la propiedad privada, pero también su moderación y el deber cristiano de la caridad. Y asume que el día que los proletarios tengan poder de disponer de un patrimonio propio, la sociedad habrá de verse menos agitada:

“Si el obrero percibe un salario lo suficientemente amplio para sustentarse a sí mismo, a su mu­jer y a sus hijos, ciado que sea pruden­te, se inclinará fácilmente al ahorro y hará lo que parece aconsejar la misma naturaleza: reducir gastos, al objeto de que quede algo con que ir constituyendo un pequeño patrimonio. Pues ya vimos que la cuestión que tratamos no puede tener una solución eficaz si no es dando por sentado y aceptado que el derecho de propiedad debe considerarse invio­lable. Por ello, las leyes deben favorecer este derecho y proveer, en la medida de lo posible, a que la mayor parte de la masa obrera tenga algo en propiedad. Con ello se obtendrían notables ventajas, y en primer lugar, sin duda alguna, una más equitativa distribución de las riquezas”.

En suma, León XIII lanzó una voz de alarma que el mundo no quiso oír. Muchos podrán decir que en la Rerum Novarum hay mucho lampedusismo y no se equivocarán. Pero plantear en 1891 un mensaje que recordara a las élites las condiciones de oprobio en las que mantenían a los trabajadores fue todo un gesto de audacia y ruptura. El antecesor de León XIII, Pío IX, había apostado por el inmovilismo más escrupuloso y pasó a los anales vaticanistas por haber decretado la monárquica infalibilidad papal.

Con el pueblo chiclayano
El Papa recién elegido enfrenta un mundo mucho más complicado y angustioso que el que tuvo que ver León XIII. El monstruoso escena­rio de hoy parece decidido a exiliar toda ética de las relaciones inter­nacionales y a convertir la codicia en una religión. La decadencia de Occidente, que parecía una profecía demasiado precoz cuando Spengler la enunció, es hoy una realidad que pocos se atreven a refutar. Asisti­mos al fin de un gran ciclo civilizatorio y al comienzo de una era impredecible en la que todo parece niebla y desencuentro. No sólo es la sociedad la que parece estar expirando: el planeta mismo agoniza envenenado por el progreso tóxico y la urgencia de los índices de creci­miento siempre insaciables. Como si vivir consistiera en acopiar. Como si el consumo que depreda la esfera inexplicable en la que vivimos fuera lo único importante.

Ese escenario de ruina extendida alcanza a la iglesia católica, golpeada por el evangelismo de derechas, por sus propias taras, por su rancia misoginia, por el encubrimiento de los pederastas infiltrados en sus filas, por su ostentación de riquezas y por su anticristiana vinculación con los sectores más ricos y reaccionarios de la sociedad. En ese senti­do, no dudo que Juan Pablo II, santificado malamente, es el hombre que más daño contemporáneo le hizo a la iglesia del calvario y la cruz.

Prevost, que conoce la miseria del Perú y que dio muestras en estas tierras de su preocupación por entender las causas del malestar social, tiene una tarea gigantesca que Francisco apenas pudo empezar: impedir que el crepúsculo de todos los dioses del Occidente incluya al dios de los católicos romanos. Porque la iglesia de León XIV tiene dos opciones: o se pone al día alejándose de la tradición que Escrivá de Balaguer convirtió en Nuevo Testamento, o continuará desvaneciéndose. <<:>>

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