viernes, 29 de noviembre de 2024

HILDEBRANDT Y LA TELEVISION EN EL PERU

 TRAGEDIA ANTIGUA

César Hildebrandt

En HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 711, 29NOV24

T

odos los días, a toda hora, cada minuto, la TV vomita crímenes. Y la gente acude a ese bufé con el hambre de los condenados al infierno.

Come cadáveres la gente, asiste a las obras maes­tras de los sicarios, a la labor del plomo, al banco de sangre de los ajustes de cuenta, al recuento de los casquillos, al testimonio de la familia, a la llegada del fiscal de tumo. Cada casa, cada calle tie­nen una cinta ama­rilla esperándolas. La ciudad entera es una escena del crimen.

Gimen en la tele los hijos de las víc­timas, llora la mujer del taxista muerto porque no quiso que le robaran el auto, murmura maldicio­nes la madre de la muchacha encon­trada en trozos.

Todos los días, a toda hora, a la velo­cidad de la desdicha, la TV, que ya no tiene reporteros sino cá­maras de seguridad y celulares de repor­teros ciudadanos que no cobran, entra en las casas y les dice a sus tristes usuarios que el mundo es esto: un parte policial, un ladrón en moto, un viejo atropellado, un niño caído para siem­pre en un pozo, una mujer desatendida por algún comisario, un desalojo con matones, una balacera llena de hirientes sorpresas, la mochila de un cambista cambiada por un tiro.

La gente, entonces, cree que el mundo es sólo esto. No es la banalización del mal: es el mal unidimensional y hecho baratija, la versión comarcal de la violencia, la muerte vecinal, el chisme de la sangre derramada, la tragedia en pantuflas. Es como si le dijeran a la gente: mira lo que te pudo pasar, agradece porque todavía estás vivo. Es la variante mediática del terrorismo.

La gente que consume esta ración noticiosa de Qali Warma no se halla en este mundo: vive en los estudios Churubusco de Ángel González, el mexicano fantasma que es dueño de Canal 9, o entre las casas de cartón del canal que un suizo de Oxapampa vendió por un maletín de dólares. Los que quieren saber qué pasa en la mitad oculta de la luna, pueden sintonizar Canal N, donde todo tiene el color pastel de los Miró Quesada, o varar en Willax, donde los Picapiedra son edi­tores de política, o resignarse a RPP, donde a ratos asoma la oficina del SIN que tanto visitaba su patriarca y fundador.

Y luego vienen los ministros, que son la extensión del crimen. Y los congresistas, que son el crimen mismo. Y la señora palaciega que se plancha la cara para ocultar la vejez de sus vicios.

Y todo eso se mete en una lima­dora, se bate un minuto y sale el zumo que va a la vena de los pobres peruanos.

Mechain en PERU21

No les dicen nada de lo que realmente importa.

Por ejemplo, que en Gaza se ha repetido el Holocausto pero esta vez perpetrado por el ejército de Israel. O que Occidente alentó de mil maneras la invasión rusa de Ucrania. O que el regreso de Trump será el entierro definitivo del neoliberalismo globalista. O que Milei es el mayor peligro para la soberanía, bastante menoscabada, de Iberoamérica. O que Cuba, Nicaragua y Venezuela son fracasos ruidosos de una izquierda narcisista y varias veces muerta. O que la minería ilegal controla y paga a un sector del Congreso de los delincuentes. O que la Constitución ha sido modificada 50 veces por partidos que son auténticas organi­zaciones criminales. O que asistimos a la preparación del fraude de las próximas elecciones. O que estamos creando, otra vez, la caldera del sur.

En fin, nada de lo que pasa en el mundo o en el país se le dice a la gente mantenida en condición de mi­nusvalía.

-Eso no da rating, aburre, ahuyéntalas audiencias -dicen los productores.

Lo que tendrían que decir, si fueran sinceros, sería esto: -Eso no se puede decir. Está prohibido por los anunciantes.

Y a todo eso hay que añadir el hecho de que el 64% de los escolares peruanos no entiende lo que lee (UNICEF dixit) y el 89% no obtiene ni siquiera un rendimiento mínimo en lógica y matemática.

Y la anemia infantil de los primeros cinco años no baja del 43%.

Esa es la tragedia.

Tragedia antigua. Por eso el gran Porras recordaba que tanto Sánchez Carrión como Monteagudo, aunque enemigos, coinci­dían en dudar de que el pueblo peruano fuese merecedor de la república. Dirían lo mismo ahora. <:>

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