LAS CARTAS DE FERNANDO TÚPAC AMARU
Por: Cecilia Méndez
Tomado de LA
REPUBLICA, 18MAY25
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cartas son el testimonio humano de un joven que habiendo sido obligado
someterse y depender de un Estado que mató a sus padres y a su hermano, lo
separo de su país y de su familia, defendió su nombre, su derecho al trabajo, y
su humanidad con dignidad.
Hay
cosas del pasado que nunca podremos conocer. Porque los silencios, como
dijo el maestro haitiano Michel-Rolph Trouillot, entran en la historia desde el
momento mismo de la constitución de los archivos. Pero silenciar es
también una forma de ejercer poder, empezando por el poder de narrar el pasado,
como arguye en su célebre libro, Silenciando el Pasado, de
1995.
El
material, que estudié para escribir el “Estudio introductorio” del libro —
y que me tomo la libertad de parafrasear extensamente en esta columna— incluye,
además, otras dos cartas de Fernando previamente publicadas, las respuestas de
las autoridades y sus deliberaciones relacionadas con sus pedidos. La
publicación, producto del trabajo colectivo de varias personas animadas por la
fundadora de Isole, Viola Varotto, quien encontró los documentos en el Archivo General
de Indias de Sevilla, no es solo el portal de ingreso a una vida de
indudable importancia histórica que ha permanecido silenciada por más de
dos siglos, sino que nos permite conocer las reverberaciones menos
conocidas de la “Gran rebelión” de 1780-1783, particularmente las
jurídicas, para no hablar de su evidente actualidad. El libro, además,
constituye en sí mismo, una subversión al silencio que el poder colonial quiso
imponer sobre los descendientes biológicos y potenciales herederos políticos
del cacique rebelde, y a todos quienes osaran subvertir la autoridad colonial.
Más
allá de la tortura y ejecución pública ejemplarizadoras ejercidas sobre cuerpos
de los acusados por la rebelión, la sentencia de Areche, como es bastante
conocido en la historiografía, incluía la destrucción de retratos,
pinturas, vestidos y música y otras expresiones culturales que pudieran revivir
la memoria de los incas. Pero lo que se ha subrayado menos es que la
sentencia buscó también suprimir la memoria insurgente en la palabra escrita,
concretamente sus archivos. Si en el cuerpo, como blanco punitivo de la
violencia del Estado, la lengua era la palabra hablada, la sentencia de Areche
buscó también destruir la palabra escrita, los archivos que daban fe de un
linaje y una descendencia. Ordenó así recolectar e incinerar en plaza pública
de Lima todos los autos y documentos presentados por José Gabriel en la
Audiencia de dicha ciudad para probar su linaje inca (como descendiente de
Felipe Túpac Amaru, el último Inca, ejecutado por el virrey Toledo en 1572),
“para que no quede memoria de tales documentos (citado en el “Estudio
Introductorio” p. 40).
Por ello, de alguna manera, la publicación de este libro constituye un ejercicio de restitución, que más allá de su valor histórico intrínseco es de especial actualidad en un contexto en que ya no son las autoridades coloniales, sino las propias autoridades republicanas encargadas por velar nuestro patrimonio documental y cultural, quienes lo ponen en peligro, como demuestra el inminente desalojo y desmembramiento de nuestro archivo más importante, el Archivo General de la Nación ahora en curso, replicado desmembramiento que sufrieron los rebeldes tupacamaristas, y el propio Túpac Amaru, hace casi dos siglos y medio, como bien lo puso Hans Cuadros en una columna aptamente titulada “La cultura desmembrada” en este diario (25/04/2025).
Dos de los hallazgos más significativos de la investigación que realicé para el “Estudio introductorio” tienen con ver con la edad de Fernando y con su condición jurídica. Aunque generaciones de historiadores han dicho que tenía 10 años y medio al momento de la ejecución de sus padres, Fernando estaba próximo a cumplir los 13. El error, que se origina en los propios documentos generados por Areche, no es un detalle menor, porque fue probablemente parte de la estrategia legal de su defensa para declararlo inimputable por minoría de edad. Ello nos remite a una pregunta que no deja de ser actual, ¿desde cuándo se puede decir que alguien es niño, y, por tanto, penalmente inimputable? Hoy, el congreso peruano busca rebajar la imputabilidad penal hasta a los menores de 14. Hoy, en Israel, se encarcela y se juzga en tribunales militares a niños de hasta 12 y 13 años.
Finalmente, a Fernando
la corona lo mantuvo deliberadamente en un limbo jurídico, para privarlo
de derechos, pese sus insistentes reclamos de que se le diera siquiera
condición oficial de preso. Porque como tan bien argumentó Hannah Arendt
en su célebre Los Orígenes del Totalitarismo, un criminal que es
ciudadano de un Estado, tenía más derechos que un judío despojado de su
nacionalidad en la Alemania de los años treinta, y, podríamos añadir, que un
palestino después de 1948. Ese era también el joven Fernando. ¿Cuántos
Fernando Túpac Amaru existen hoy en el mundo? ¿A cuántos se les detiene,
destierra y tortura, se les priva de la libertad por ser hijos “de tal padre” o
simplemente “por el delito de haber nacido”?
Sus
cartas son el testimonio humano de un joven que habiendo sido obligado
someterse y depender de un Estado que mató a sus padres y a su hermano, lo
separo de su país y de su familia, defendió su nombre, su derecho al trabajo, y
su humanidad con dignidad. <:>
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