EL FEMINISMO
Y LA SEÑORA BOLUARTE
César Hildebrandt
En HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 734, 23MAY25
L |
as mujeres siempre
dominaron mi escena. Tuve tres hermanas, una madre protagónica, una familia anversa
donde había tías matriarcas y se repetían leyendas de toda índole sobre el rol
principal del hembraje ancestral.
Jamás subestimé a una
mujer y en el trabajo, cuando la tele me chupaba la sangre, mis reporteras eran
la sal y pimienta del menú. Nadie tuvo que enseñarme nada respecto de la
importancia de lo femenino porque nunca, a la hora de medir cualidades, se me
ocurrió hacer distingo de géneros. Así fue en todas las revistas que fundé y
los programas que tuve. Así ha sido en mis gustos literarios y plásticos. En
mis paredes están colgados cuadros de Elda di Malio y Luz Letts y cuando era un
mocoso mi primer amor imposible fue la Sagan, a quien fue fácil traicionar
después con De Beauvoir, Yourcenar, Duras, Sarraute, Mistral, Woolf, Laforet,
Poniatowska.
En resumen, creo ser un
feminista implícito y sin aspavientos. Y por eso creo, modestamente, que las
feministas más encarnizadas deberían mostrar su pública vergüenza por la
conducta de Dina Boluarte. Al fin y al cabo, aunque sea sólo un dato de la
estadística, es la primera mujer sentada a la diestra del poder en ese palacio donde
–estoy seguro- pena la sombra del general Benavides.
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Humor de Chillico |
¿Por qué no hacer un
deslinde higiénico con una señora que parece inventada por el machismo?
En efecto, si el machismo
más hirsuto concibiera un escenario perfecto para repetir sandeces y
prejuicios, pensaría en darle un papel de importancia a alguien como Dina
Boluarte.
La señora encarn a, como
caricatura, todo el mito machista en su versión chihuahuense. Es traidora, como
en los valses con más túndete y llanto. Es tan oportunista que, a su lado,
Porky parece un místico zen. Es frívola como un personaje de Televisa, canalla
en plan de mandar matar y luego culpar a los muertos, mucho más mentirosa que
Bernie Madoff, tan inescrupulosa como madame K, tan viajera como un
chipe amarillo y tan inútil como creer que Netanyahu es aún un ser humano.
Pero hay más: la señora chapa
relojes y alhajas porque se las regala un mentecato educado en el barril del Chavo,
es ignorante de concurso, ridícula hasta la pena y mala como una obra de
teatro gritada en andaluz.
Podría ser una dama
magnífica, provinciana como Chabuca Granda y de buena fe como Susana Baca. Pero
no. Eligió ser una bruja con la escoba que seguramente le cedió Oscorima. Y
políticamente hablando, se ha prestado a ser la que firma las leyes del
Congreso del hampa. El Congreso del hampa la deja simular que ella preside el
país y ella paga firmando, a veces con ayuda de terceros cuyo paradero
determinarán los peritajes del futuro, lo que Rospigliosi y su gavilla traman
para eludir la justicia, favorecer el crimen y asegurarse las elecciones del
2026. La señora Boluarte es una creación de Steven Seagal.
¿Por qué no censurarla
desde el feminismo? ¿No sería ese gesto una expresión elemental de legítima
defensa y un modo de sacar la cara por los millones de mujeres peruanas que
sostienen hogares y resisten la pobreza, la desigualdad y el maltrato de
género?
No, no la censuran. La
única explicación a la mano es que se ha impuesto la omertá del feminismo extremo,
esa ley del silencio que, a nivel global, barre bajo la alfombra todo lo que
puede ser incómodo, todo lo que puede contrariar la visión de quienes están
convencidas de que, en la venganza mundial contra el patriarcado, vale
cualquier cosa. Eso incluye admitir la mugre.
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