LECTURAS
INTERESANTES Nº 737
LIMA PERU
20 ENERO 2017
VIGENCIA DE GONZÁLES PRADA
César Hildebrandt
Tomado
de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 331, 20ENE17 p.12
Las mismas voces: sé más
prudente, de nada sirve que te enfrentes a los que siempre te van a ganar
porque son el poder. Las voces de siempre: ¿qué has ganado sino ser un
proscrito?
Pero para las mismas
voces, siempre las mismas respuestas: la rebeldía será siempre mejor que el
miedo, la limpieza es un aprendizaje (te la debo, Hinostroza), el cacareo es el
bajo continuo del Perú, es mejor el desierto que el revolcón en algún charco,
no hay peor socio que el oportunismo, no hay chancro más rebelde que el de la
comodidad. Y, por último: que uno haga su trabajo, sencillamente su trabajo
como es mi caso, no tiene nada de "heroico".
Hay quienes conciben la
vida como un viaje en subte y con los ojos cerrados.
Siempre pensé que el
periodismo era una manera de entender la vida: la del testimonio. Cuando lo veo
convertido en ese lupanar donde todo parece
comprable, desechable, calumniable,
doblegable y lavable, me pregunto, sin embargo: ¿me equivoqué de profesión, de
oficio, de bohemia?
Ahora, a la luz de como
están las cosas en el Perú, la respuesta tendría que ser sí.
Pero esto no puede ser
indefinido, esta pesadilla tiene fin. Vamos, Hildebrandt, sé sincero, no les
mientas a tus lectores: ¿Confías?
Y la verdad es que no
mucho.
Es que el Perú no
necesita sólo chorros de dinero para invertir en infraestructura sino también
diluvios de desinfectante. El Perú de hoy sigue siendo el que describió en
tantos libros uno de los pocos escritores y políticos peruanos que avistaron la
posteridad: don Manuel González Prada:
"Siempre hemos
deseado que algún escritor de chispa y buen gusto fundara un Disparatario
Semanal, donde cada sábado señalara las necedades y despropósitos almacenados
en los diarios durante la semana. Ahí tendría su lugar preferente El Comercio
con sus editoriales sin sentido común, sus telegramas sin gramática y sus
crónicas sin gramática ni sentido común".
"Sin embargo de todo
esto, ¡qué ínfulas en los redactores de ese diario! En toda cuestión social o
política, religiosa o científica, artística o literaria, El Comercio se
encumbra hasta las inconmensurables alturas de su fatuidad y falla sin
apelación, pontificalmente. Es el Papa del diarismo nacional, aunque no sabemos
si ha sufrido la prueba de la silla gestatoria".
"Por un rezago de
pudor, El Comercio reconoce implícitamente su falta de razón para darse un
título honroso y se llama "periódico serio y práctico": tradúzcase
"serio" por imaginación de topo, "práctico" por hombre que
escribe con una mano y recibe con las dos. El Comercio tiene el espíritu serio
del asno que no pudiendo desarmarnos con un chiste ni con una sonrisa irónica
nos ensordece con un rebuzno y nos derriba de una coz; posee el genio práctico
del gorrino que se instala en el mejor sitio del comedero, quiere engullir la
ración ajena después de engullirse la propia y gruñe o muerde al primero que se
le aproxima".
"Hará unos cincuenta
años que don Felipe Pardo y Aliaga llamó a El Comercio "un carretón de
basuras tirado por dos mulas chilenas". Muertos Villota y Amunátegui (las
dos "mulas" de Pardo) el diario continúa siendo el mismo vehículo repleto
de la misma sustancia y jalado por algunos solípedos de nacionalidad
ambigua...".
"En El Comercio se
ve la marcha ascendente del crimen: ayer mancharon honras con la difamación y
la calumnia; hoy quieren suprimir vidas con el palo: ¿usarán mañana el veneno,
el puñal y la dinamita? Son una amenaza pública. Los antiguos romanos tenían la
costumbre de poner en la puerta de sus casas un letrero que decía cave canem, cuidado con el perro; los
peruanos debemos escribir en todas las paredes de las calles: "Ojo al
asesino", "Cuidado con El Comercio".
"El Comercio"
es el mal caballero abrumado por la reprobación general, es el reo condenado
por la opinión pública: dejémosle revolcarse en el despecho y la rabia, emponzoñarse
con su propio veneno. Ya no conviene insultarle ni denigrarle, porque al
cubrirle de lodo se le hace el bien de disimularle la sangre. Rojo debe quedar
para infundir el horror y el desprecio en todas las gentes honradas".
(Manuel González Prada, Fragmentaria, capítulo penúltimo del libro "El
tonel de Diógenes", ediciones Tezontle -México-, primera edición de 1945,
con notas y supervisión de su hijo Alfredo González Prada, muerto poco antes de
la publicación, y prólogo y cuidado final de Luis Alberto Sánchez).
¡Pero si parece que fue
ayer que se escribió todo eso!
Y así pasa, en general,
con los escritos de González Prada, un hombre que se enfrentó al sistema,
escribió lo que quiso, fue maestro de obreros y ejemplo de ciudadanos y nunca
quiso congraciarse con ese Perú hipócrita que hoy, tenazmente, sigue
deslizándose entre matas haciendo sonar el cascabel. Un hombre que muchos han
querido arrancar del corazón de sus lectores, convertidos en discípulos sin
esfuerzo. Un hombre negado, mil veces preterido, diez mil veces vuelto a callar
por los de siempre. Un hombre que hay que leer para saber qué honda es la
enfermedad del país que él quiso salvar con su prédica. Un hombre rotundo en un
país de tibios y ecuánimes conchudos. Un hombre indignado en un país de
cómplices. Un hombre, en fin, que sigue siendo un faro en la tormenta y que,
gracias a su coraje y lucidez, conserva una sorprendente lozanía. ■
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