viernes, 31 de diciembre de 2021

PERIODISTAS PUNEÑOS

DARIO PARIENTE GUZMAN

Omar Aramayo

Ha muerto Darío Pariente Guzmán. Y como suele suceder en estos casos, no lo puedo creer. Darío es uno de los culpables para haberme considerado yo mismo, cuando tenía no más de 16, un personaje muy importante, imprescindible para la marcha de la ciudad. Aparte de Darío y yo, ahora creo que nadie más lo habría considerado. Darío celebraba mis ocurrencias y dentro de ellas, un poema dedicado a la mosca, sí, a ese díptero impertinente que a uno le busca las orejas o se posa sobre el alimento, al borde del vaso, y vuelve una y otra vez. En aquel entonces la poesía era cosa muy seria, solemne, política, comprometida; por ejemplo, medio mundo creía que iba a ser la protagonista de la revolución. Pero yo andaba con mis cosas, siempre a contrapelo, buscándole tres pies al gato.

Darío Pariente era el periodista más importante de Arequipa, vivía el esplendor de su carrera, entrevistaba a los políticos y personalidades importantes que visitaban la ciudad blanca. Una vez lo vi perseguir a Neruda, mientras lo llamaba: señor poeta, que frente a este llamado le concedió algo como media hora, en la puerta de un café de Mercaderes, un espectáculo las preguntas y respuestas, y la apretujadera de la gente por querer meterse.

Ingresaba a las oficinas de la universidad y tomaba cualquier máquina de escribir, sin nadie que se le opusiera. Lo querían y él se dejaba querer. A sus espaldas lo llamaban el Chato Pariente, era gordito, chaparro, moreno, de grandes pestañas y ojos negros inmensos. Darío ocupaba las páginas centrales de El Correo, con llamada en la primera página. Todos querían hablar con él, de cualquier cosa, y él era muy atento.

Tenía unos siete u ocho años más que yo, edad suficiente para hacer la diferencia. Los grandes encuentros se realizaban en las picanterías, lugares bucólicos, mágicos, y hasta culturosos, no los monstruos comerciales fermentados, influidos por la doctrina crematística de Gastón Acurio. Las picanteras lo recibían con júbilo, le hacían fiesta, le hacían quecos, las había entrevistado casi a todas, las trataba de su nombre de pila. Las tardes se coronaban de cervezas y de jora, a la luz de los volcanes violeta en la tarde infinita. Escucho el trinar de los cubiertos y la rosa crocante de los cuyes entre los dientes. Yo había ganado los dos premios de los juegos florales universitarios, motivo para ser celebrados, prolongadamente. Darío Pariente era una enamorado del amor, de las muchas bonitas, pero sobre todo de la poesía, le interesaba saber cómo piensan o sueñan los poetas, era su enigma y su asombro.

Había nacido en el istmo de Yunguyo, era un genuino tauri qhopa, sus padres eran amigos de los míos, pero luego habían emigrado. El día que me permití interrumpir su tránsito, en Arequipa, lo hice con la seguridad que fuese a enviarme a la Luna, sin pasaje de retorno, pero fue gentil, y se convirtió en mi mejor amigo. Me dicen que ha muerto y es como el final de un poema, de un largo y doloroso poema hecho de mil primaveras, poema escrito con las aguas del río Chili, el agua de los glaciares, y la sombra de sus sauces, que la corriente arrastra incesante, cambia de imágenes como un cine antiguo. Dudo que los jóvenes periodistas de Arequipa lo conozcan, no importa, dentro de unos años tampoco nadie de acordará de ellos, así es el periodismo, como los ladrillos que construyen una pared infinita, se habla de los que están en plena construcción, sin pensar que antes de ellos hay otros que están más abajo y que permiten la construcción.

Qu tu vuelo sea leve, Darío.

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