viernes, 15 de julio de 2022

HILDEBRANT OPINA

 


No siempre fue así

César Hildebrandt

Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 595, 15JUL22

E

nvidio a los muchachos que sólo conocieron esto y están convencidos de que el Perú fue siempre este antrito, este estofado de picaros.

Y no es verdad. El Perú no fue siempre esta depravación.

Yo me recuerdo ingresando a buses Mercedes en los que cobradores de uniforme im­pecable hacían lo suyo con caras dignas y sencilleras de cuero sujetas a la cintura. Me recuerdo camino a La Punta en un tranvía eléctrico que atravesaba zonas despobladas y se mecía con la suavidad calculada de una matrona. Ese trayecto olía a hierba luisa, a villa amable y a chancaca.

Amauta

Lima no era la más bella -nunca lo fue-, pero en Jesús María había un olivar de árboles centenarios donde me iba a leer bajo su sombra. En una cuadra de Arnaldo Márquez -la 17, estoy seguro- vi una vez cómo un ómnibus Cocharcas mató a un motociclista del barrio. Era la segunda vez que me topaba con la muerte y quedé horrorizado. La muerte, en ese entonces, no te la embutían por la tele cada noche. No andabas empachado de muerte en esos días, no eras indiferente a sus métodos ni te salían callos feos en el corazón.

No era la más bella Lima, pero tampoco era lo que es hoy: un desvarío del infierno. Y el Perú era injusto y desigual, pero nadie dudaba de que podía ser viable y que para eso bastaba que los políticos se pusieran de acuerdo en un puñado de cuestiones. No se discutía, como ahora, sobre la posibilidad de que el país llegara a ser un estado fallido, un archipiélago de tribus airadas.


Y eso es lo que, si fuéramos serios, debería­mos estar discutiendo hoy. Eso es lo que, a nuestras espaldas, debaten algunos centros acadé­micos del exterior.

No era infrecuente que los li­bros nos atrajeran desde niños y que se crearan comunidades de avezados precoces -como este modesto columnista- que se ha­bían lanzado sobre alguna biblio­teca familiar para atragantarse, a hurtadillas, con “Buenos días, tristeza”, de la Sagan, o “El retra­to de Dorian Gray”, del siempre indexado Wilde. Esa ambición dictada por la testosterona al­canzó su clímax cuando nos abalanzamos sobre “Lolita”, de Nabokov, un libro formidablemente escrito que la imbecilidad marca Disney de estos días ha puesto en la lista negra.

Lo que quiero decir es que nos emporcábamos con librazos que nos engordaban las sinapsis, películas sin efectos especiales que conservaban el lenguaje y músicas que no habrían hecho bailar a los australopitecos.

Cuando empecé a ejercer este oficio de observador malque­rido y preguntón cargado de archivos llenos de pasado y mala leche, el elenco social y político para una entrevista abundaba en opciones.

En el centro, la izquierda o la derecha, el Perú era un país de representantes aguerridos. Estaba Pedro Beltrán Espantoso, que era nuestro ciudadano Kane con dejo de Cañete y Club Nacional, pero también, a su lado, alzaba su dedito de garfio don Luis Miró Quesada de la Guerra, el que decía en privado que Haya era un maricón, el que había librado una guerra a muerte contra la International Petroleum Company de los Rockefeller, chúpate esa.

Y si querías pasarte al centro allí estaban Héctor Cornejo Chávez, que hablaba arequipeño y exhalaba la rabia de los ninguneados, y su Judas cercano, o sea Luis Bedoya Reyes, que fumaba marlboros mientras te hipnotizaba con sus cantares de gesta privatista. Y si el seso te picaba por meterte con la izquierda allí estaban Jorge del Prado, que parecía esconder un teléfono rojo conectado al Kremlin y hablaba con la calma de un interrogador de Kámenev, o Julio Cotler, el académico que convocaba un diluvio universal de justicia vengadora. Con esos personajes y otros se pudo hacer, a la larga, “Cambio de palabras”, aquel libro de entrevistas. Si hoy quisiera repetir el plato, ¿a quiénes acudiría, qué me saldría de ese intento?

El Perú de hoy es un país donde el debate político se formula en tuits, el ingenio es muchas veces un meme insultante, el Congreso trafica intereses particulares, la prensa se peleó con la cultura, la televisión es basura a la vena y la presidencia de la república es la antesala de la cárcel. Y los chicos y las chicas, qué desgracia, creen que siempre fue así, que todo deberá seguir siendo así, que no hay remedio. Se han resignado a los 20 años y esa es la derrota más penosa que alguien pueda imaginar. Y los que no aceptan esta catástrofe, se van, huyen con vocación de no retorno. El Perú empieza a parecerse a la Venezuela que nos aterrorizaba y a la Cuba que nos da lástima. La diferencia es que Washington nos ama como si fuéramos mascota y que aquí el atenuante del bloqueo o la hostilidad no funcionan. Esta apoplejía nacional es obra nuestra, pura y duramente nuestra.

Lo repito: no siempre fue así. Alguna vez, hace muchos años, parecíamos estar en camino a opciones emparentadas con la civilización occidental. Por eso digo: Los viejos de hoy no nos vamos a morir de vejez sino de nostalgia. ▒▒

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