MAMITA CANDELARIA
Omar Aramayo
La Virgen de la
Candelaria es una de las que trajo la conquista. Llegó con España y se hizo
nativa como las flores del campo. El historiador Rubén Vargas Ugarte consigna
una relación acerca de las ciudades donde se la consagró como patrona, de modo
que no es privilegio nuestro; se encuentra en muchas ciudades de América, como
Caima, Potosí o Copiapó. En el examen detallista no se encuentra la ciudad
Puno, porque hacia 1945, año en el que se publica el libro del historiador, la
festividad en su honor, no había cobrado el énfasis espectacular que recién
adquiere, después de 1956.
La Virgen de Copacabana,
cuyo culto comienza en 1583, en el Altiplano, originalmente fue Candelaria,
pero sus milagros y su gloria rebasaron al nombre y se hizo conocida como
Virgen de Copacabana en Brasil, España, Lima, y otros países del mundo. El
famoso dramaturgo Calderón de la Barca, escribió una obra de teatro que se
llama La Aurora de Copacabana; que muestra su esplendor en el viejo continente.
El culto de la Virgen de la Candelaria, en Puno, es muy posterior a 1583, no
olvidemos que su registro como ciudad es de 1668.
En algunos lugares, tuvo
mayor resonancia y boato que en otros. Gabriel García Márquez recuerda como uno
de los pocos acontecimientos que interrumpían la monotonía de su infancia,
cuando su abuelo lo llevaba a un pueblo cercano a Aracataca, su aldea natal. En
el norte de Colombia como en el de la Argentina son memorables algunas melodías
nacidas en la flor de la gleba; quién no ha escuchado, la Samba de la
Candelaria: Nació esta zamba en la tarde cerrando ya la oración, cuando la luna
lloraba astillas de plata, la muerte del sol. José Gabriel Túpac Amaru nació en
Surimana de Nuestra Señora de la Purificación, cuya fiesta se celebraba y se
celebra el 2 de febrero, en homenaje a nuestra Virgen, cuyo origen es la isla
de Tenerife, a los pies del volcán Teide. Y que cuenta con leyenda propia.
Y aunque la festividad de
La Candelaria no era espectacular, como lo es ahora, para el siglo XVIII, ya
había obrado varios milagros, entre los que se cuenta el haber espantado a las
huestes de Túpac Amaru que intentaban tomar la ciudad en 1782. Lo cierto es
que, José Gabriel, encargado personalmente de la toma del Cusco, los primeros
día de enero, al retirarse del frustrado asedio, es perseguido por las tropas
del Mariscal José del Valle, con diecisiete mil soldados de todo el virreinato,
por las entrañas del Wilcamayo; en esa circunstancia Diego Cristóbal Túpac
Amaru, debe hacerse cargo del frente militar de Puno. Diego Cristóbal no tiene
la formación jesuita de José Gabriel, tampoco es masón, no tiene su
sofisticación, pero es extraordinariamente agudo, consecuente, hombre de
batalla, guerrero sin igual.
Para diciembre de 1781
Nicolás Sanca y Andrés Ingaricona han extenuado a las tropas del corregidor de
Puno, Joaquín Orellana, tanto que no se atreven ya a salir de la ciudad. Para
mediados de enero, Diego Cristóbal llega de Pucartambo, acompañado de Mariano
Túpac Amaru, hijo mayor de José Gabriel; su sobrino Andrés Túpac Amaru, y
Miguel Bastidas; además de Pedro Vilca Apaza, Ramón Ponce, Pedro Vargas, y un
estado mayor de primer nivel, y diez mil hombres. Se establece en Azángaro,
ahora capital del Estado neo inca y desde allí consolida el asedio a Puno, por
el norte de la ciudad.
Por su parte, las tropas
de Julián Túpac Katary, se han instalado por el sur, aunque él no se encuentra,
pero están caudillos poderosos y sanguinarios como Isidro Mamani o Pascual
Alarapita, tan cruel, que al final de la campaña de Puno, el mismo Katary lo
manda ahorcar. De modo que la vida de criollos y españoles, por decir lo menos,
se hace pavorosa.
Una de esas noches, los
primeros días de febrero, cuando de pura devoción, como recurso último,
criollos y españoles sacan en procesión a la Virgen de la Candelaria, al
comenzar la noche, los tupacamaristas instalados en la parte baja de Alto Puno
y en los bordes del Azoguini, confunden la procesión de cirios con el brillo de
fusiles, levantan sus campamentos y se van. Gran respiro para la población
española, al menos por unos días. Ese es el milagro.
En abril y mayo, cuando
la gran rebelión se desplaza al Altiplano, tupacamaristas y katarystas vuelven
al asedio, reducen su población de cinco mil familias españolas y criollas a
ochocientas, que luego son rescatadas por el mariscal José del Valle, el
coronel Gabriel Avilés, y el coronel Mateo Pumacahua, y su mermada tropa,
también reducida en el camino, por Vilca Apaza, Ingaricona, y las montoneras de
la pampa. El éxodo de las familias españolas que salieron de Puno, tuvo poca
fortuna en su huida hacia el Cusco. A su partida, la ciudad fue incendiada por
los katarystas, por Pascual Alarapita, que fue castigado con la horca por el
mismo Katary. Pero, en fin, esas ya son otras historias.
Lo cierto es que la fe en
la Virgen prevaleció. Tal vez ese sea el gran milagro.
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