domingo, 29 de diciembre de 2024

ODA A LA LECTURA

 LEER, ¿QUIÉN HABLA DE LEER?

Por Jorge Rendón Vásquez

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ace algunos años, le oí a un amigo contar el siguiente hecho que, por derecho propio, se convirtió en un chiste: Cierta persona alzó el teléfono, marcó y preguntó: ¿Hablo con la Casa de la Cultura? Desde el otro lado de la línea, alguien le respondió: Sí. Hable concha’e su ...

De entonces a esta parte, hemos evolucionado. La Casa de la Cultura se ha convertido en el Ministerio de la Cultura. Se podría inferir, por lo tanto, que la respuesta a esa pregunta subiría en escala proporcional, conservando su naturaleza. Tal vez sí, tal vez no.

César Vallejo, el gran maestro en escrutar los rincones más recónditos y sombríos del alma, se quejaba en su poema Los nueve monstruos: “Jamás, señor ministro de salud, fue la salud más mortal”. Parodiando este verso, se podría decir: Jamás, señora ministra o señor ministro de cultura, fue la cultura más mortal.

¿Raro espécimen en el mundo de hoy?
En una de sus acepciones, la palabra cultura designa las creaciones de las sociedades humanas que abarcan tanto los objetos materiales como los espirituales, que son parte esencial de su vida. Las sociedades primitivas poseen menos creaciones que las sociedades contemporáneas. Pero, entre éstas hay también diferencias abismales.

Una de esas creaciones es la escritura, y, en los estadios más avanzados, el libro. Desde que la humanidad abandonó los pergaminos como soporte de los libros, que conferían el monopolio de la lectura a los monjes medioevales que los copiaban a pluma, encerrados toda su vida en los conventos, los libros de papel han democratizado la lectura. Se lo debemos a Johannes Gutenberg quien hacia 1450 inventó la imprenta con tipos móviles. Pero no en todas partes sucede así, ni en todas por igual. En las sociedades más desarrolladas se lee mucho más que en las sociedades subdesarrolladas. La medida de su progreso es su grado del hábito de leer. De manera que se podría afirmar que el nivel de cultura reproduce el nivel de lectura y este se manifiesta en el nivel de desarrollo material.

Estos niveles se interinfluencian. Lo que quiere decir que estimulando el hábito de la lectura se promueve también el desarrollo material, y viceversa.

Visito con frecuencia Buenos Aires. Allí me he formado profesionalmente y estoy profundamente identificado con su cultura. Me siento en la gloria cuando recorro sus librerías, grandes locales colmados de estantes y mesas con libros de todos los temas, precios y colorido, abriéndome paso entre los numerosos compradores que hojean los volúmenes y preguntan a los vendedores por ellos. Hay avenidas, como Corrientes, Santa Fe, Callao, de Mayo, con tantas librerías como otras tiendas. Una de las más espectaculares no solo de Buenos Aires es la librería El Ateneo de la avenida Santa Fe. La han instalado en un antiguo teatro y sus estantes se distribuyen en los varios niveles correspondientes a las antiguas localidades y al sótano. Verla desde cualquier ángulo es un espectáculo cuyos actores son los libros y la multitud de clientes enfrascados con ellos. No he hallado tal número de librerías y espacios de exposición de libros en Madrid, Barcelona, Berlín, Roma, Londres y Nueva York. Excluyo de esta lista a París donde las librerías están en cada barrio. Haciendo una encuesta personal entre mis amigos argentinos, establecí que el promedio de lectura por persona allí es de unos cinco o seis libros al año. Sólo así se podría explicar que las librerías sean negocios florecientes, pese a que algunos pesimistas me decían que su nivel de lectura ha bajado.

En el Perú no puedo dejar de formularme la inevitable y lastimera pregunta: ¿cuántos libros lee en promedio por año el peruano? ¿Un cuarto de libro, un décimo?

Hay un índice para detectar ese dato. Lleve de regalo un libro. El destinatario o la destinataria podría recibirlo con indiferencia, estirando el labio inferior, y olvidarlo o, con más sinceridad, podría tirárselo a la cabeza, diciéndole: ¿Qué te has creído, cómo se te ocurre traerme un libro de regalo, quién crees tú que soy? Repita el experimento unas cinco veces con otras personas. El resultado será igual. Lléveles un perfumito barato u otro adefesio y quedará muy bien.

En conclusión, nuestra sociedad: la parte de ella con cientos de miles de automóviles de todas las marcas y precios, edificios que se reproducen como hongos después de un aguacero, colegios y universidades pagantes y restaurantes de lujo muy concurridos; y, en el extremo opuesto, la parte con barriadas extendidas en los cerros hasta que la vista se pierde, con insuficientes servicios públicos, es un conglomerado de más de veinte millones de electores bibliófobos, y es posible que muchos de ellos ignoren que en las librerías se venden libros.


Los únicos momentos del año en los que se ve a multitudes desfilando ante los puestos de venta corresponden a las ferias de libros en ciertos espacios públicos. ¿Qué les interesa? ¿Las atrae la curiosidad? ¿Qué clases de libros compran? ¿Elevan el nivel de lectura de esos viandantes siquiera un décimo? No hay estadísticas. Las respuestas a estas preguntas hay que buscarlas en el fondo del alma de los peruanos, en las escuelas que los forman inicialmente. Nadie puede dar lo que no tiene, y tampoco los maestros de las escuelas y colegios.

Le tomo en préstamo a Lorenzo Humberto Sotomayor un verso de uno de sus valses, con una variación: “Leer, quién habla de leer”.

Y, hablando de lectura, ¿cuántos libros leen por año los burócratas del Ministerio de Cultura? <>

(13/8/2011–29/12/2024)

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