LEER, ¿QUIÉN HABLA DE LEER?
Por Jorge Rendón Vásquez
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ace algunos años,
le oí a un amigo contar el siguiente hecho que, por derecho propio, se
convirtió en un chiste: Cierta persona alzó el teléfono, marcó y preguntó:
¿Hablo con la Casa de la Cultura? Desde el otro lado de la línea, alguien le
respondió: Sí. Hable concha’e su ...
De entonces a esta
parte, hemos evolucionado. La Casa de la Cultura se ha convertido en el
Ministerio de la Cultura. Se podría inferir, por lo tanto, que la respuesta a esa
pregunta subiría en escala proporcional, conservando su naturaleza. Tal vez sí,
tal vez no.
César Vallejo, el
gran maestro en escrutar los rincones más recónditos y sombríos del alma, se
quejaba en su poema Los nueve monstruos:
“Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal”. Parodiando este verso, se podría decir:
Jamás, señora ministra o señor ministro de cultura, fue la cultura más mortal.
¿Raro espécimen en el mundo de hoy? |
Una de esas creaciones es la escritura, y, en los estadios más
avanzados, el libro. Desde que la humanidad abandonó los pergaminos como
soporte de los libros, que conferían el monopolio de la lectura a los monjes
medioevales que los copiaban a pluma, encerrados toda su vida en los conventos,
los libros de papel han democratizado la lectura. Se lo debemos a Johannes Gutenberg
quien hacia 1450 inventó la imprenta con tipos móviles. Pero no en todas partes
sucede así, ni en todas por igual. En las sociedades más desarrolladas se lee
mucho más que en las sociedades subdesarrolladas. La medida de su progreso es su
grado del hábito de leer. De manera que se podría afirmar que el nivel de cultura
reproduce el nivel de lectura y este se manifiesta en el nivel de desarrollo
material.
Estos niveles se interinfluencian. Lo que quiere decir que estimulando
el hábito de la lectura se promueve también el desarrollo material, y viceversa.
Visito con frecuencia Buenos Aires. Allí me he formado profesionalmente
y estoy profundamente identificado con su cultura. Me siento en la gloria
cuando recorro sus librerías, grandes locales colmados de estantes y mesas con
libros de todos los temas, precios y colorido, abriéndome paso entre los
numerosos compradores que hojean los volúmenes y preguntan a los vendedores por
ellos. Hay avenidas, como Corrientes, Santa Fe, Callao, de Mayo, con tantas
librerías como otras tiendas. Una de las más espectaculares no solo de Buenos
Aires es la librería El Ateneo de la avenida Santa Fe. La han instalado en un
antiguo teatro y sus estantes se distribuyen en los varios niveles correspondientes
a las antiguas localidades y al sótano. Verla desde cualquier ángulo es un
espectáculo cuyos actores son los libros y la multitud de clientes enfrascados con
ellos. No he hallado tal número de librerías y espacios de exposición de libros
en Madrid, Barcelona, Berlín, Roma, Londres y Nueva York. Excluyo de esta lista
a París donde las librerías están en cada barrio. Haciendo una encuesta
personal entre mis amigos argentinos, establecí que el promedio de lectura por
persona allí es de unos cinco o seis libros al año. Sólo así se podría explicar
que las librerías sean negocios florecientes, pese a que algunos pesimistas me decían
que su nivel de lectura ha bajado.
En el Perú no puedo dejar de formularme la inevitable y lastimera
pregunta: ¿cuántos libros lee en promedio por año el peruano? ¿Un cuarto de
libro, un décimo?
Hay un índice para detectar ese dato. Lleve de regalo un libro. El
destinatario o la destinataria podría recibirlo con indiferencia, estirando el
labio inferior, y olvidarlo o, con más sinceridad, podría tirárselo a la
cabeza, diciéndole: ¿Qué te has creído, cómo se te ocurre traerme un libro de
regalo, quién crees tú que soy? Repita el experimento unas cinco veces con
otras personas. El resultado será igual. Lléveles un perfumito barato u otro
adefesio y quedará muy bien.
Los únicos momentos del año en los que se ve a multitudes desfilando
ante los puestos de venta corresponden a las ferias de libros en ciertos
espacios públicos. ¿Qué les interesa? ¿Las atrae la curiosidad? ¿Qué clases de
libros compran? ¿Elevan el nivel de lectura de esos viandantes siquiera un décimo?
No hay estadísticas. Las respuestas a estas preguntas hay que buscarlas en el
fondo del alma de los peruanos, en las escuelas que los forman inicialmente.
Nadie puede dar lo que no tiene, y tampoco los maestros de las escuelas y
colegios.
Le tomo en préstamo a Lorenzo Humberto Sotomayor un verso de uno de sus
valses, con una variación: “Leer, quién habla de leer”.
Y, hablando de lectura, ¿cuántos libros leen por año los burócratas del
Ministerio de Cultura? <>
(13/8/2011–29/12/2024)
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