sábado, 21 de diciembre de 2024

HISTORIA POLITICA DEL PERU: COMO Y POR QUÉ CAYO EL PROFESOR CASTILLO

 BALADA DESDE BARBADILLO

Rodrigo Núñez Carvallo

En: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 714, 20DIC24

M

e pongo en la cabeza del profesor. La vida es morosa en esas húmedas serranías de Puña. El mundo queda lejos de la chacra. Los días pasan amodorrados y se apagan temprano. La monotonía solo es interrumpida por el chillido de los escolares de recreo. Más allá, en el pueblo vecino de Tacabamba, hay una escuela normal que alumbra el futuro pero que no cuenta con electrici­dad ni maestros dedicados. Sólo hay que cumplir con la formalidad burocrática de tener un título y postular al ministerio. Es un camino para salir de la pobreza, uno de los pocos. El otro es el delito. Obtuviste la plaza, le cuenta su mujer que vuelve de ver los resultados en la regional de educación y viene alegre porque ella también ha su­perado el simulacro de examen, luego del regalo de unos cuyes y un costal de maíz amarillo para que el director de la Ugel alimente a sus pollos...

La vida discurre cansina en el aula. No hay libros, no hay biblioteca, a lo más un cartón que funge de pizarra y unos perió­dicos viejos para limpiar las lunas rotas. El sueldo es magro. El profesor enseña bue­namente lo que puede, más se la pasa ha­blando de la injusticia y de la dirigencia del Sutep que es solo una costra de maestros panzones y argolleros. Han traicionado la huelga por un plato de lentejas, argumenta en una asamblea provincial a la que asis­te usufructuando de su licencia sindical. De esta miseria no saldremos jamás si no nos metemos a la política, sentencia otro. Mejor cola de ratón que se vuelve león con el tiempo, replica un tercero.

De regreso a su pago recuerda que él ya ha intentado ser alcalde de Tacabamba por el partido de Toledo. Pero es jodido por falta de recursos. Y aunque perdió la elección, el bichito de la figuración lo ha atacado como la tristeza a las arvejas. Unos años después contempla su foto en una manifestación cuando es derribado por una turba de policías en plena aveni­da Abancay. Allí me he vuelto conocido, coordinaba con autoridades y parlamen­tarios, reconoce, y una frágil vanidad lo envuelve. Ya vendrá mi hora, dice, mien­tras conduce su fracción sindical con un verbo destemplado. Los hemos dejado desnudos a los del Sutep, asegura. Pero las protestas son como el mar, que va y viene, piensa mirando por el bus de Chota Express que lo traslada hasta su pueblo. A lo lejos ya se distingue Tacabamba en descoloridos tonos pajizos porque es estío. La tierra y las ilusiones están secas pero las chacras pronto despuntarán con las primeras lluvias.

Un impensado día del 2019 un som­brío personaje baja de una camioneta y hablan a la sombra de unos eucaliptos. Necesito que estés en la plancha presi­dencial, argumenta el visitante. El aporte de los maestros a la causa de Perú Libre es fundamental. El profesor lo consulta con su almohada y con su mujer. Ella dice que sí, que es una oportunidad única, él duda. ¿Podré? Yo no soy leído, no conoz­co de muchas cosas de la política. Se aprende en el camino, replica ella. Nos sacarías de este vallecito sin futuro, piénsalo. Nuestros hijos tendrían un mejor destino. La idea se le queda re­verberando en el cerebro y acepta con tan mala suerte que debe reempla­zar al cabeza de la lista que no puede postular por una condena judicial... ¿Y ahora qué hago? -dice el profesor frente al espejo desde donde alcanza a divisar a su mujer. Seguir nomás, replica ella. Es el destino. Como en una tragedia griega, todas las circunstancias se confabulan. Una mano negra lo lleva en caravana por todos los rincones del país. Su verbo atrabiliario no es obstáculo para dialogar con esperanzas frustradas y demandas largamente insatisfechas. Miles y miles de indios y mestizos lo reciben enfervorizados, colman los cerros, atiborran las plazas, por fin uno de los nuestros catapultado por la historia. El profesor se lanza a la tri­buna con el limitado léxico que tiene y las metáforas de las que dispone. Se enfunda un sombrero de ganadero, se sube al caballo, aunque este sea chúcaro. Nunca ha visto tanta gente junta, como la que avizora en Juliaca, en Cusco, en Arequipa. Videos con su figura inundan las redes, la gente se ve reconocida en él. Los canales abren las compuertas y los noticieros se detienen en su menuda presencia.


A una semana de la pri­mera vuelta su nombre por primera vez aparece en las portadas de los diarios de circulación nacional y en las proyecciones esta­dísticas. El profesor rural se enfrenta en Chota con la candidata maligna con más determinación que argu­mentos, y logra esquivar el primer escollo, su falta de destreza para la oratoria. Viene el debate final y logra sortearlo con dificultad recurriendo a dos o tres conceptos que alimentan la imaginación popular. En la primera vuelta obtiene casi un 18 por ciento de las preferencias y entonces Hybris se apodera del candidato. Son días de desmesura, de transgresión y de exce­so. Los estadios se llenan y la derecha se asusta. Tiene a la peor candidata al frente, la maligna, y hace delirar a los desesperanzados con un presunto gobierno para los pobres y una asam­blea constituyente. Nunca ha vivido una epopeya de esa magnitud... Los astros se conjugan para favorecerlo, la pachamama acude en su auxilio y los apus se pasan la voz. Hasta la clase media se deja acunar por ese verbo tumultuoso y limítrofe. Hay que apoyarlo. Medio país se sube a la carreta que hala su montura... ¿Soy yo?, se pregunta cuando medio millón de altiplánicos lo esperan en las faldas de una montaña. Detrás, su mentor agazapado se ríe con desvergüenza y se soba las manos al ver el fruto de su instinto. El poder, ese maná que surge de las masas, ya no es un espejismo. El profesor se ha puesto una camisa incombustible que lo hace inmune a los ataques. La maligna desespera y se adelanta a celebrar los primeros resultados. El sueño avanza. Más de medio país se pone de su lado y le da la victoria, estrecha pero contunden­te. 50.12% versus 49,88%. Fraude -grita la maligna, pero nadie le cree las mentiras que sus voceros retras­miten hasta el hartazgo para enlodar el proceso-. Su vicepresidenta en la boleta le advierte, aquí hay mucho ca­maleón. Tú solamente debes hacerle caso a nuestro jefe y de paso me man­da decirte que soy la indicada para el ministerio de inclusión y poblaciones vulnerables.

El 28 de julio del 2021, fe­cha del bicentenario, el Congreso y Palacio lo espe­ran con toda la parafernalia de la pompa oficial. Me siento de alguna forma encarcelado, se dice. ¿Qué hago acá? -se pregunta entre lámparas de cristal de bohemia y pisos de mármol-. Pero los proble­mas no han hecho más que empezar. La noche anterior a la juramentación aún no está listo el gabinete, pues  las diferencias con su mentor explotan. El profesor se ajustará la banda pero las riendas del caballo las tiene su ayo, que es el dueño de las siglas.

Las negociaciones son fatigosas, no tiene poder real, le imponen ministros y no tiene a quien consultar. Lo enciman desde Perú Libre. Nada con los caviares, clama su tutor y guía. Desconfía de él, le dice su mujer.

Durante los primeros días sospecha hasta de su sombra y tanta zalamería de la gente lo sorprende. Se siente abrumado por la multitud de pedidos y demandas. Encima llegan los amigos a exigirle un puestito por su colaboración y hasta los parientes lo ajochan. Sus cuñados y sobrinos le traen a gente que quiere hacer negocios. No tengo ni idea de cómo se gobierna, explica, pero como dice mi mu­jer, todo se aprende. Los días pasan y más me confundo. No tengo equipo ni gente de confianza, recién lo comprendo. Debo emprestármelos. Llega cansado a la cama todas las noches, pero no puede dormir, confiesa. Al final son una recatafila de re­uniones cuyos temas casi no comprende. Además, el primer ministro que le han endilgado es una nulidad y solo sabe ha­cer declaraciones altisonantes que luego debo remendar. Aceptaré a la gente que me proponen, esos que llaman caviares, no sé por qué, parecen más preparados. Por lo menos son discretos y eficientes, pero cuando me reúno con ellos mi jefe salta hasta el cielo. Te he dicho que nada con esa gente. El jefe jode y tiene una representación de casi 38 congresistas.

Siento que me tiene envidia. Una vaina. El presidente avanza sin brújula con una oposición de derecha que no le da respiro. Largas colas esperan su presencia en las puertas del jirón Sarratea, que ha sido su local de campaña, para pedirle favores. Ya no puedes gobernar desde allí, le advierten. El presidente sólo puede despachar desde Palacio. Un día se despierta y se da cuenta de que manos fantasmales han copado sus ministerios y organismos estatales. Están a saquear las arcas. Debes sacar a todos... comenzando por el inútil del premier que carece de la más elemental maña. Crisis ministerial, anuncian los periódicos. Una mujer asume el premierato de ese conglo­merado de progres que han manejado el Estado en el interinato de Sagasti. Mirtha intenta poner orden, cambiar funciona­rios, poner freno al mentor. Hay que salvar al profesor, dicen al unísono la iglesia, el periodismo decente, los millones de votantes que están expectantes. Pero el presidente es errático, no entien­de las sutiles reglas de la política. El Estado no se puede manejar con el criterio de una escisión sindical. En su diccionario no existe la palabra coherencia. A ratos se impacienta, no sabe contestar a la derecha que avanza en su complot. “El presidente ha traicionado a las mayorías” -grita su mentor, que tampoco tiene mu­chas luces.

El jefe me ha conmina­do a dejar Perú Libre, se queja el presidente en la reunión del ga­binete. Necesitamos fabricar un mínimo consenso democrático, delinear estrategias, potenciar los programas sociales, para no perder nuestra base so­cial, explica la premier Mirtha. El profesor mira el infinito. ¿Y la Constituyente? No tenemos los votos en el Congreso, por lo demás una Asamblea para elaborar una nueva constitución no es un programa político. Tampoco es el mo­mento, interviene el minis­tro de economía, que apunta a mantener el crecimiento económico con confianza y reformas. Luego este se queja de que se han metido por la puerta falsa una serie de burócra­tas e impresentables a los cuales hay que expectorar. Es imposible conducir al presidente, dice Mir­tha cuando se ve rebasada por los acontecimientos. El profesor no le hace caso, dice sí en el gabinete, pero sale de la sesión y hace lo que quie­re. Tres meses después se da cuenta de que debe renunciar. El hombre del sombrero se enfrenta a la más inson­dable soledad política...

Los caviares me han quitado su apo­yo porque dicen que no les hago caso, le informa apesadumbrado a su mujer. Ha­brá que recurrir al zorro viejo, el anciano abogado que es tu amigo, y a la tacneña que es expeditiva y ha demostrado que te tiene lealtad. Nos comprometemos a hacer un gabinete de guerra, sino nos liquidan, dicen ambos, al momento de aceptar el encargo.

Todo marcha patas arriba, la gran prensa no cesa de atacarlo todos los días. Negociados, persona­jes sin formación que se atrincheran en las oficinas públicas para medrar de licitaciones y minis­terios, comisiones y prebendas. No es difícil denunciar el desgobierno. El presidente se ha dejado rodear por una gavilla de impresentables que surgieron en su entorno por arte de birlibirloque. Los derrotados del 2021 preparan su venganza. Ubican a una delincuente en la sede de la Fis­calía de la Nación y desde allí la Tía Vane dispara acusaciones constitu­cionales e investigaciones sucesivas. Hay que empapelar al presidente, es la consigna. Si no nos adelantamos, nos van a dar un golpe, evalúa el presidente del Consejo de Ministros.

La vicepresidenta se suma a su po­sición como ministra de inclusión. Una serie de ayayeros hacen lo mismo. Al otro lado del espectro también cons­piran. Hay que bajárselo, deciden, a cualquier precio. Las reuniones secretas de la oposición más dura se suceden. La situación se encrespa. Si tú te vas, yo también me voy, tienes mi lealtad indeclinable, dice la vicepresidenta con afectación. Profesor, el parlamento lo va a vacar -anuncia el anciano doctor ante el círculo más cercano. Es cuestión de días. El ministro del Interior le ex­presa sus respetos y dice que ya tiene convencida a la cúpula policial y el de defensa ofrece el apoyo de las FF.AA. para defender al gobierno. Intempesti­vamente, la vicepresidenta renuncia al ministerio aduciendo cansancio. Gra­cias, profesor, por la confianza deposi­tada. Todo está casi listo. En la madru­gada del 7 de diciembre le anuncian que todo está coordinado. A las diez de la mañana el presidente graba su mensaje. Disolver el poder legislativo, que nos impide gobernar. Una hora después, el discurso que le ha preparado la ministra Chávez es retransmitido por cadena nacional. Lo oigo y me jalo los pelos. ¿Qué barbaridad estás cometiendo? El presidente tembloroso se deposita en una silla y comprueba que los planes fueron fatuos. Los militares no reconocen el pronunciamiento, el parlamento se reúne destempladamente en el hemiciclo y declara la vacancia. El presidente ha cometido un flagrante golpe de Estado y llaman a la vicepresidenta que espera complaciente su apurada juramentación vestida de amarillo patito. El traje lo tenía listo desde que la maligna conversó con ella en la clandestinidad y le ofreció la presidencia con algunas condiciones: hay que desmontar el ré­gimen del profesor y te aseguramos tu permanencia hasta el 2026, contarás además con la aquiescencia del líder de Perú Libre.

Fujifascistas del congreso: "un indio provinciano no puede gobernarnos"

El profesor escapa. Baja raudamente hacia el patio de desamparados y se sube a un auto con su mujer y su escolta rumbo a la embajada de México para asilarse. En la avenida Wilson es interceptado por un par de carros policiales pues hasta su chofer lo ha traicionado al dar su ubicación. Lo bajan a la fuerza y lo apresan. Todos celebran el fin de la intentona, comenzando por su mentor. La vía del poder tiene sinuosos caminos.

Al día siguiente, explota la rebelión del sur andino. Se levanta la ciudadanía que se siente defrauda­da. Cuando el poder lo tienen los pobres nos lo extirpan con balas. Dina se reúne con el Estado Mayor de la conspiración. Su asesor, Otárola, recluta gente para improvi­sar un gabinete. Hay que meter bala, argumenta, porque si nos ven débiles no cesarán su protesta. Mano dura, presidenta, dice un viejo y oxidado tribuno que oficia de consejero. Sa­caré al ejército, dice el general Gómez de la Torre, jefe del ejército. Esto es terrorismo, dice la oscura vicepresidenta del parlamento, emisaria de la maligna y convocada de urgencia a Palacio.

Los fusiles de guerra atacan a los pobladores de Ayacucho, Apurímac, Cusco, Puno y Arequipa. Se mata a niños y jóvenes indiscriminadamente. Hay que eliminarlos para que escar­mienten, dice un general encargado de la represión en Huamanga. La dan­za de la muerte no cesa durante dos largos meses, cuando el agotamiento alcanza a los alzados. Bala a los indios, exigen los empresarios y los comer­ciantes. El profesor llora en la celda de la Diroes, casi al lado de la que alberga al padre dictador de la maligna. Los meses pasan. Qué pasó, se pregunta en sus largos insomnios. Felizmente mi mujer y mis hi­jos están a buen recaudo, protegidos por el gobierno mexicano. Los extraña. Ya son dos años de ausencia y no creo que salga en mucho tiempo. No maté a nadie, no robé a mano armada, no mentí, le asegura a su abogado. Pero en mí se condensa el odio de los ricos de este país, añade, mientras a lo lejos se escuchan unos gritos ahogados de poco y fieles seguidores que piden su restitución. <:>

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