BALADA DESDE BARBADILLO
Rodrigo Núñez
Carvallo
En: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 714, 20DIC24
M |
e pongo en la cabeza del
profesor. La vida es morosa en esas húmedas serranías de Puña. El mundo queda
lejos de la chacra. Los días pasan amodorrados y se apagan temprano. La
monotonía solo es interrumpida por el chillido de los escolares de recreo. Más
allá, en el pueblo vecino de Tacabamba, hay una escuela normal que alumbra el
futuro pero que no cuenta con electricidad ni maestros dedicados. Sólo hay que
cumplir con la formalidad burocrática de tener un título y postular al
ministerio. Es un camino para salir de la pobreza, uno de los pocos. El otro es
el delito. Obtuviste la plaza, le cuenta su mujer que vuelve de ver los
resultados en la regional de educación y viene alegre porque ella también ha superado
el simulacro de examen, luego del regalo de unos cuyes y un costal de maíz
amarillo para que el director de la Ugel alimente a sus pollos...
La vida discurre cansina
en el aula. No hay libros, no hay biblioteca, a lo más un cartón que funge de
pizarra y unos periódicos viejos para limpiar las lunas rotas. El sueldo es
magro. El profesor enseña buenamente lo que puede, más se la pasa hablando de
la injusticia y de la dirigencia del Sutep que es solo una costra de maestros
panzones y argolleros. Han traicionado la huelga por un plato de lentejas,
argumenta en una asamblea provincial a la que asiste usufructuando de su
licencia sindical. De esta miseria no saldremos jamás si no nos metemos a la
política, sentencia otro. Mejor cola de ratón que se vuelve león con el tiempo,
replica un tercero.
De regreso a su pago
recuerda que él ya ha intentado ser alcalde de Tacabamba por el partido de
Toledo. Pero es jodido por falta de recursos. Y aunque perdió la elección, el
bichito de la figuración lo ha atacado como la tristeza a las arvejas. Unos
años después contempla su foto en una manifestación cuando es derribado por una
turba de policías en plena avenida Abancay. Allí me he vuelto conocido,
coordinaba con autoridades y parlamentarios, reconoce, y una frágil vanidad lo
envuelve. Ya vendrá mi hora, dice, mientras conduce su fracción sindical con
un verbo destemplado. Los hemos dejado desnudos a los del Sutep, asegura. Pero
las protestas son como el mar, que va y viene, piensa mirando por el bus de
Chota Express que lo traslada hasta su pueblo. A lo lejos ya se distingue
Tacabamba en descoloridos tonos pajizos porque es estío. La tierra y las
ilusiones están secas pero las chacras pronto despuntarán con las primeras
lluvias.
Un impensado día del 2019 un sombrío personaje baja de una camioneta y hablan a la sombra de unos eucaliptos. Necesito que estés en la plancha presidencial, argumenta el visitante. El aporte de los maestros a la causa de Perú Libre es fundamental. El profesor lo consulta con su almohada y con su mujer. Ella dice que sí, que es una oportunidad única, él duda. ¿Podré? Yo no soy leído, no conozco de muchas cosas de la política. Se aprende en el camino, replica ella. Nos sacarías de este vallecito sin futuro, piénsalo. Nuestros hijos tendrían un mejor destino. La idea se le queda reverberando en el cerebro y acepta con tan mala suerte que debe reemplazar al cabeza de la lista que no puede postular por una condena judicial... ¿Y ahora qué hago? -dice el profesor frente al espejo desde donde alcanza a divisar a su mujer. Seguir nomás, replica ella. Es el destino. Como en una tragedia griega, todas las circunstancias se confabulan. Una mano negra lo lleva en caravana por todos los rincones del país. Su verbo atrabiliario no es obstáculo para dialogar con esperanzas frustradas y demandas largamente insatisfechas. Miles y miles de indios y mestizos lo reciben enfervorizados, colman los cerros, atiborran las plazas, por fin uno de los nuestros catapultado por la historia. El profesor se lanza a la tribuna con el limitado léxico que tiene y las metáforas de las que dispone. Se enfunda un sombrero de ganadero, se sube al caballo, aunque este sea chúcaro. Nunca ha visto tanta gente junta, como la que avizora en Juliaca, en Cusco, en Arequipa. Videos con su figura inundan las redes, la gente se ve reconocida en él. Los canales abren las compuertas y los noticieros se detienen en su menuda presencia.
A una semana de la primera
vuelta su nombre por primera vez aparece en las portadas de los diarios de
circulación nacional y en las proyecciones estadísticas. El profesor rural se
enfrenta en Chota con la candidata maligna con más determinación que argumentos,
y logra esquivar el primer escollo, su falta de destreza para la oratoria.
Viene el debate final y logra sortearlo con dificultad recurriendo a dos o tres
conceptos que alimentan la imaginación popular. En la primera vuelta obtiene
casi un 18 por ciento de las preferencias y entonces Hybris se apodera del
candidato. Son días de desmesura, de transgresión y de exceso. Los estadios se
llenan y la derecha se asusta. Tiene a la peor candidata al frente, la maligna,
y hace delirar a los desesperanzados con un presunto gobierno para los pobres y
una asamblea constituyente. Nunca ha vivido una epopeya de esa magnitud... Los
astros se conjugan para favorecerlo, la pachamama acude en su auxilio y los
apus se pasan la voz. Hasta la clase media se deja acunar por ese verbo tumultuoso
y limítrofe. Hay que apoyarlo. Medio país se sube a la carreta que hala su
montura... ¿Soy yo?, se pregunta cuando medio millón de altiplánicos lo esperan
en las faldas de una montaña. Detrás, su mentor agazapado se ríe con
desvergüenza y se soba las manos al ver el fruto de su instinto. El poder, ese
maná que surge de las masas, ya no es un espejismo. El profesor se ha puesto
una camisa incombustible que lo hace inmune a los ataques. La maligna desespera
y se adelanta a celebrar los primeros resultados. El sueño avanza. Más de medio
país se pone de su lado y le da la victoria, estrecha pero contundente. 50.12%
versus 49,88%. Fraude -grita la maligna, pero nadie le cree las mentiras que
sus voceros retrasmiten hasta el hartazgo para enlodar el proceso-. Su
vicepresidenta en la boleta le advierte, aquí hay mucho camaleón. Tú solamente
debes hacerle caso a nuestro jefe y de paso me manda decirte que soy la
indicada para el ministerio de inclusión y poblaciones vulnerables.
El 28 de julio del 2021,
fecha del bicentenario, el Congreso y Palacio lo esperan con toda la
parafernalia de la pompa oficial. Me siento de alguna forma encarcelado, se
dice. ¿Qué hago acá? -se pregunta entre lámparas de cristal de bohemia y pisos
de mármol-. Pero los problemas no han hecho más que empezar. La noche anterior
a la juramentación aún no está listo el gabinete, pues las diferencias con su mentor explotan. El
profesor se ajustará la banda pero las riendas del caballo las tiene su ayo,
que es el dueño de las siglas.
Las negociaciones son
fatigosas, no tiene poder real, le imponen ministros y no tiene a quien
consultar. Lo enciman desde Perú Libre. Nada con los caviares, clama su tutor y
guía. Desconfía de él, le dice su mujer.
Durante los primeros
días sospecha hasta de su sombra y tanta zalamería de la gente lo sorprende. Se
siente abrumado por la multitud de pedidos y demandas. Encima llegan los amigos
a exigirle un puestito por su colaboración y hasta los parientes lo ajochan.
Sus cuñados y sobrinos le traen a gente que quiere hacer negocios. No tengo ni
idea de cómo se gobierna, explica, pero como dice mi mujer, todo se aprende.
Los días pasan y más me confundo. No tengo equipo ni gente de confianza, recién
lo comprendo. Debo emprestármelos. Llega cansado a la cama todas las noches,
pero no puede dormir, confiesa. Al final son una recatafila de reuniones cuyos
temas casi no comprende. Además, el primer ministro que le han endilgado es una
nulidad y solo sabe hacer declaraciones altisonantes que luego debo remendar.
Aceptaré a la gente que me proponen, esos que llaman caviares, no sé por qué,
parecen más preparados. Por lo menos son discretos y eficientes, pero cuando me
reúno con ellos mi jefe salta hasta el cielo. Te he dicho que nada con esa
gente. El jefe jode y tiene una representación de casi 38 congresistas.
Siento que me tiene
envidia. Una vaina. El presidente avanza sin brújula con una oposición de
derecha que no le da respiro. Largas colas esperan su presencia en las puertas
del jirón Sarratea, que ha sido su local de campaña, para pedirle favores. Ya no
puedes gobernar desde allí, le advierten. El presidente sólo puede despachar
desde Palacio. Un día se despierta y se da cuenta de que manos fantasmales han
copado sus ministerios y organismos estatales. Están a saquear las arcas. Debes
sacar a todos... comenzando por el inútil del premier que carece de la más
elemental maña. Crisis ministerial, anuncian los periódicos. Una mujer asume el
premierato de ese conglomerado de progres que han manejado el Estado en el
interinato de Sagasti. Mirtha intenta poner orden, cambiar funcionarios, poner
freno al mentor. Hay que salvar al profesor, dicen al unísono la iglesia, el
periodismo decente, los millones de votantes que están expectantes. Pero el
presidente es errático, no entiende las sutiles reglas de la política. El
Estado no se puede manejar con el criterio de una escisión sindical. En su
diccionario no existe la palabra coherencia. A ratos se impacienta, no sabe
contestar a la derecha que avanza en su complot. “El presidente ha traicionado
a las mayorías” -grita su mentor, que tampoco tiene muchas luces.
El jefe me ha conminado
a dejar Perú Libre, se queja el presidente en la reunión del gabinete. Necesitamos
fabricar un mínimo consenso democrático, delinear estrategias, potenciar los
programas sociales, para no perder nuestra base social, explica la premier
Mirtha. El profesor mira el infinito. ¿Y la Constituyente? No tenemos los votos
en el Congreso, por lo demás una Asamblea para elaborar una nueva constitución
no es un programa político. Tampoco es el momento, interviene el ministro de
economía, que apunta a mantener el crecimiento económico con confianza y
reformas. Luego este se queja de que se han metido por la puerta falsa una
serie de burócratas e impresentables a los cuales hay que expectorar. Es
imposible conducir al presidente, dice Mirtha cuando se ve rebasada por los
acontecimientos. El profesor no le hace caso, dice sí en el gabinete, pero sale
de la sesión y hace lo que quiere. Tres meses después se da cuenta de que debe
renunciar. El hombre del sombrero se enfrenta a la más insondable soledad
política...
Los caviares me han
quitado su apoyo porque dicen que no les hago caso, le informa apesadumbrado a
su mujer. Habrá que recurrir al zorro viejo, el anciano abogado que es tu
amigo, y a la tacneña que es expeditiva y ha demostrado que te tiene lealtad.
Nos comprometemos a hacer un gabinete de guerra, sino nos liquidan, dicen
ambos, al momento de aceptar el encargo.
Todo marcha patas
arriba, la gran prensa no cesa de atacarlo todos los días. Negociados, personajes
sin formación que se atrincheran en las oficinas públicas para medrar de
licitaciones y ministerios, comisiones y prebendas. No es difícil denunciar el
desgobierno. El presidente se ha dejado rodear por una gavilla de
impresentables que surgieron en su entorno por arte de birlibirloque. Los
derrotados del 2021 preparan su venganza. Ubican a una delincuente en la sede
de la Fiscalía de la Nación y desde allí la Tía Vane dispara acusaciones
constitucionales e investigaciones sucesivas. Hay que empapelar al presidente,
es la consigna. Si no nos adelantamos, nos van a dar un golpe, evalúa el presidente
del Consejo de Ministros.
La vicepresidenta se
suma a su posición como ministra de inclusión. Una serie de ayayeros hacen lo
mismo. Al otro lado del espectro también conspiran. Hay que bajárselo,
deciden, a cualquier precio. Las reuniones secretas de la oposición más dura se
suceden. La situación se encrespa. Si tú te vas, yo también me voy, tienes mi
lealtad indeclinable, dice la vicepresidenta con afectación. Profesor, el
parlamento lo va a vacar -anuncia el anciano doctor ante el círculo más
cercano. Es cuestión de días. El ministro del Interior le expresa sus respetos
y dice que ya tiene convencida a la cúpula policial y el de defensa ofrece el
apoyo de las FF.AA. para defender al gobierno. Intempestivamente, la
vicepresidenta renuncia al ministerio aduciendo cansancio. Gracias, profesor,
por la confianza depositada. Todo está casi listo. En la madrugada del 7 de
diciembre le anuncian que todo está coordinado. A las diez de la mañana el
presidente graba su mensaje. Disolver el poder legislativo, que nos impide
gobernar. Una hora después, el discurso que le ha preparado la ministra Chávez
es retransmitido por cadena nacional. Lo oigo y me jalo los pelos. ¿Qué
barbaridad estás cometiendo? El presidente tembloroso se deposita en una silla
y comprueba que los planes fueron fatuos. Los militares no reconocen el pronunciamiento,
el parlamento se reúne destempladamente en el hemiciclo y declara la vacancia.
El presidente ha cometido un flagrante golpe de Estado y llaman a la
vicepresidenta que espera complaciente su apurada juramentación vestida de
amarillo patito. El traje lo tenía listo desde que la maligna conversó con ella
en la clandestinidad y le ofreció la presidencia con algunas condiciones: hay
que desmontar el régimen del profesor y te aseguramos tu permanencia hasta el
2026, contarás además con la aquiescencia del líder de Perú Libre.
Fujifascistas del congreso: "un indio provinciano no puede gobernarnos"
El profesor escapa. Baja raudamente hacia el patio de desamparados y se sube a un auto con su mujer y su escolta rumbo a la embajada de México para asilarse. En la avenida Wilson es interceptado por un par de carros policiales pues hasta su chofer lo ha traicionado al dar su ubicación. Lo bajan a la fuerza y lo apresan. Todos celebran el fin de la intentona, comenzando por su mentor. La vía del poder tiene sinuosos caminos.
Al día siguiente, explota
la rebelión del sur andino. Se levanta la ciudadanía que se siente defraudada.
Cuando el poder lo tienen los pobres nos lo extirpan con balas. Dina se reúne
con el Estado Mayor de la conspiración. Su asesor, Otárola, recluta gente para
improvisar un gabinete. Hay que meter bala, argumenta, porque si nos ven
débiles no cesarán su protesta. Mano dura, presidenta, dice un viejo y oxidado
tribuno que oficia de consejero. Sacaré al ejército, dice el general Gómez de
la Torre, jefe del ejército. Esto es terrorismo, dice la oscura vicepresidenta
del parlamento, emisaria de la maligna y convocada de urgencia a Palacio.
Los fusiles de guerra
atacan a los pobladores de Ayacucho, Apurímac, Cusco, Puno y Arequipa. Se mata
a niños y jóvenes indiscriminadamente. Hay que eliminarlos para que escarmienten,
dice un general encargado de la represión en Huamanga. La danza de la muerte
no cesa durante dos largos meses, cuando el agotamiento alcanza a los alzados.
Bala a los indios, exigen los empresarios y los comerciantes. El profesor
llora en la celda de la Diroes, casi al lado de la que alberga al padre
dictador de la maligna. Los meses pasan. Qué pasó, se pregunta en sus largos
insomnios. Felizmente mi mujer y mis hijos están a buen recaudo, protegidos
por el gobierno mexicano. Los extraña. Ya son dos años de ausencia y no creo
que salga en mucho tiempo. No maté a nadie, no robé a mano armada, no mentí, le
asegura a su abogado. Pero en mí se condensa el odio de los ricos de este país,
añade, mientras a lo lejos se escuchan unos gritos ahogados de poco y fieles seguidores
que piden su restitución. <:>
No hay comentarios:
Publicar un comentario