lunes, 16 de septiembre de 2024

PAISAJES SURPERUANOS

EL MÍTICO CERRO BAÚL

Fidel Alcántara Lévano



C

omo un Apu generoso bajo un limpio cielo azul de la tierra moqueguana, se eleva el Cerro Baul, imponente y majestuoso. En su umbral maravilloso de telúrica presencia, su leyenda es fina esencia que atestigua identidad de un misterioso pasado.

Juan Carlos Salas
El Cerro Baúl, es una imponente formación geológica que se ha constituido en un silente testigo del tiempo y del espacio. Es un eterno vigilante y Apu tutelar de Yacango que se extiende en sus faldas imponentes y de Torata que aunque un poco más lejos, no deja de ser un callado guardián de sus bondades. Su nombre –que los españoles inventaron- se debe a que el perímetro de su cima aparece cortado perpendicularmente, teniendo un gran parecido con un baúl, que es un mueble antiguo de uso común y popular y que aún conservan respetables familias.

Desde la carretera Moquegua a Cuajone se le divisa en toda su extensión. Desde su cumbre, ofrece todo un horizonte de novedades y multicolor paisaje de un verde esmeralda que llena de regocijo espiritual y despierta tanta belleza, un profundo amor a la naturaleza por ser una ofrenda maravillosa de la creación terrenal que, a pesar de los años, no deja de ser interesante y misteriosa. No es nada raro, en una tarde sol cuando el cielo está despejado, observar como si estuviesen cerca, el área volcánica de la ciudad de Arequipa que no viene a ser otra que una comunión divina entre el hombre y el entorno que lo rodea del cual aún es un extraño a pesar de tanta modernidad.


Es una curiosa elevación que tiene tan singular forma, la misma que según estudios realizados por el Dr. Patrick Ryan Williams, Director del proyecto Antropológico Cerro Baúl, sostiene que al expandirse la cultura Wari en la sierra peruana, llegaron al valle de
Torata, alrededor del 600 d.C. y edificaron una colonia cuya capital estaba en la cima del Cerro Baúl.

Según los restos encontrados en su parte superior, están las ruinas de una ciudad de aproximadamente 10 hectáreas de superficie, con edificios de uno y dos pisos, centros de almacenamiento, extensas plazas ceremoniales. Fue un lugar para hacer rituales a sus sagradas divinidades, donde a la par se desarrollaba la vida en sus distintas formas y de acuerdo a sus costumbres y a la época en que les tocó vivir. También fue escenario de la resistencia de los Coshunas que encima del cerro se parapetaron y resistieron el ataque de las tropas de Mayta Cápac. En el siglo X u XI de nuestra era los Wari abandonaron el Cerro Baúl dejando enterrada la mayoría de los componentes más representativos de dicha cultura y en otros casos quebradas o la misma vez destruidas por el fuego conforme se ha verificado en las excavaciones realizadas en el mismo lugar.


Fernando Chaupis
En la actualidad sigue irradiando su belleza y no han mellado su integridad ni los vientos, ni las lluvias, ni terremotos, ni las prácticas de tradiciones y costumbres de quienes anhelando esperanzados tiempos mejores de bienestar, salud y dinero, hagan en la cima del gran cerro sus “pagos” a la tierra, lo que muchas veces origina que se deterioren los restos arqueológicos que aún quedan y que atestiguan su pasado de esplendor.

Es una atalaya impresionante que dentro de su mundo insondable, guarda grandes mitos y secretos. Es una mole de viejas edades, eterna vigilante de una riqueza que celosamente guarda en sus entrañas la tierra que, por ser un prodigio innato de ancestrales orígenes, debe ser resguardada de la depredación, deterioro y mal uso.

Cerro Baúl, es un incansable vigía tutelar de los pueblos que lo rodean y que como el sol, alienta sus vidas. <:> 

Juan Carlos Salas




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