MOSHÓ
Guillermo,
llegó a mi casa-taller. Vivo fuera de Puno Centro, en la urbanización “Ciudad
Jardín”. Me solicita una entrevista, no suelo conceder, pero el vínculo de
amistad exige gratitud y le agradezco. La ley de agradar no exceda hablar de mí
mismo.
Soy
Moshó, padre de dos hijos y una hermosa esposa. Un ciudadano como todos, como
usted, respetado y querido por su trayectoria. Pero algo me diferencia y es ser
artista – pintor, es decir, ciudadano de mundo, o como el mundo mismo, compuesto
de enigmas que, a fin de cuentas eso mismo es usted. Un enigma como yo ¿oh sabe
usted quién es? Bueno, nunca me hice
problema de esto. Simplemente me dejé llevar por la vida, por la “vida
artística conducida” y esta empezó en el
año 1951. Cuando hice un dibujo sorprendente – para mí – por primera vez. A
decir verdad, fue un plagio de un dibujo de la revista “lo mejor”, colección de
mi padre.
Mientras
yo vivía en mi mundo mágico y apasionante, me llevan a una casa muy grande y
lleno de niños, era la escuela 861; en las carpetas y sobre hojas los niños
trazaban palitos y yo hacía monigotes. Un señor de terno y corbata veía lo que
dibujaba. Más tarde a él le miré conversar con mi padre, hablaban algo así:
“aprender a escribir”. Sin tener idea de lo que significaba eso. Para mí, escribir
era dibujar. No sé en que momento en alguna parte de mi mente de niño, había
decidido ser dibujante y, entonces, el resto de mi existencia se acomodó a eso.
UN NOMBRE PRESTADO
Estoy
de siete años de edad, me veo dibujando sobre las veredas de las calles de
Ayaviri, hay alguien que viene mirando esos dibujos y llega a mí. No era uno,
sino un anciano que portaba en brazos a un niño. ¿Quieres aprender a dibujar y
pintar más bonito? Me dice el centenario. Al instante, el niño pide bajar de
brazos de él y se pone a dibujar diagramas maravillosos y extraños sobre la
vereda, ¿Dónde has aprendido a dibujar eso? Allí en la escuela cerca al cerro
contesta el niño. La magia del arte hermana, esa es su esencia. Y así me veo
con ellos fuera de la ciudad y después, frente a una escuela de cristal. Dentro
hay niños, me hago alumno y noto algo raro en ellos; todos son igualitos y
parecía en edad.
Un
día el maestro me entrega un objeto cuadrado de arcilla y señalando dice: “tenla
en cuidado, es tu premio. Su contenido lo usuras toda la vida”.
Un
día, descubrí que esa tablilla contenía 18 nombres “MOSHÓ”, uno de ellos lo
tomé prestado para firmar cientos de dibujos y pinturas, obras que usted de
alguna manera ya debe tenerla.
No
es necesario justificar mi existencia de pintor rodeado de enigmas, solo quizás
tenga algo de ver más allá de lo debido.
La existencia del ser humano es un
enigma.
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