viernes, 14 de julio de 2023

SOBRE LIBROS Y AUTORES OPINA HILDEBRANDT

 MITOS Y LEYENDAS

César Hildebrandt

En HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 644, 14UL23

D

ice Fernando de Sziszilo en sus memorias que Jorge Luis Borges le confesó que “no le había sido dado leer a Proust”. Así era Borges, el vidente ciego. A mí me dijo después de entrevistarlo, que Vallejo era un poeta “admirado de antemano”. Era claro que apenas lo había ojeado y que no estaba interesado en el asunto.

Marcel Proust
Proust es un pesado, por supuesto. Y Vallejo tiene cumbres de emoción y originalidad y honduras de disfuerzo y huachafería. Pero así es la cosa entre los dioses del olimpo. Si entras a él, nadie te saca. Si estás en él, ya no necesitan ni leerte.

Los que no lo han leído, dicen que “Moby Dick” es un gran libro. Y tienen razón: es preciso no haberlo leído para alabarlo. La obsesión de un idiota delirante por un cetáceo cruzado con leviatán no alcanza ni siquiera para guion de la Metro, pero Melville siempre tuvo buena prensa y eso lo colocó entre los grandes. Lo salvaron las “connotaciones” que la crítica confusa halló en sus líneas.

Más clamoroso es el caso de “Por quién doblan las campanas”, que es un folletín infame sobre la guerra civil española vista por un republicano en estado de ebriedad. No está de más decir que la novela produjo, como tenía que ser, una de las peores películas de la historia del cine: Ingrid Bergman regada de colirio.

Estuvo y estará de moda decir que “Casablanca” es un clásico del cine, pero el melodrama de Curtiz no llega a ser siquiera regular y patina en la inverosimilitud casi graciosa de sus escenas finales. El cantinero de un cuarto de pelo y el oficial que acopiaba sobornos son tocados por la varita de los hermanos Warner y se convierten en héroes, segundos antes del “The end”. Propaganda antinazi de las más baratas y con un Bogart más tieso que nunca.

Hay libros de Virginia Woolf que alcanzan la categoría de ilegibles y, sin embargo, pinta mucho decir que son atrapantes. Del mismo modo que hay novelas de Faulkner que se te caen de las manos y que gozan de gran fama entre sus lectores imaginarios (o au­ténticos y aburridos).

Leí a la Sagan siendo adolescente y por poco me convence de que era una gran escritora. Mi segunda lectura de “Buenos días tristeza” la lanzó por la borda, aunque nunca dejé de admirar la transparencia de su estilo. Lo mismo me ha pasado con algunos es­critores -Sábato está entre ellos- que me hipnotizaron en la juventud y que hoy no sobreviven al juicio sumario de la impaciencia.

Hay gente que sostiene que “El Quijote” es su libro de cabecera. Que “El Quijote” esté en un velador describe la infelicidad de quien lo ha puesto allí, pero eso no quita que sea un libro que ha vencido a las termitas del tiempo. Lo que pasa es que, como casi todo, tiene altibajos, episodios grandiosos y pasajes que lindan con lo previsible, que es lo peor que puede sucederle a un novelista. Lo que lo ha preservado más o menos invicto es el humor, ese antioxidante.

Mario Vargas Llosa
Es un deber sagrado decir que García Lorca es un gran poeta, cuando lo más preciso sería decir que escribió algunos poemas difíciles de olvidar. Pero, ¿quién osa retar al ídolo, ¿quién se mete con el mito? Del mismo modo, está penado por el código penal de la PUCP y anexos decir que Salman Rushdie suele ser insoportable o que la poesía de Sylvia Plath suena a gozne que chirría bajo la lluvia.

Quienes en el fondo odian la literatura saltaron de alegría cuando Vargas Llosa publicó “Pantaleón y las visitadoras”, ese anime en el que los milicos parecen dibujados con plumón y el colorido festivo de la historia tiene el propósito de proclamar el gran cambio: el autor de “Conversa­ción en la catedral”, esa gran novela, podría, de ahora en adelante, dejar las sombras y arrancarte alguna sonrisa. ¿Es Pantaleón el peor libro de Vargas Llosa? No. La disputa es seria y “Cinco esquinas” reclama lo suyo.

Me he pasado buena parte de la vida leyendo libros. Renuncié a muchos privilegios de la juventud cumpliendo esa manía y ahora, comprensiblemente, leo contra el tiempo. Por eso tengo el leve derecho de decir que cuando alguien te recomiende leer “El Alquimista”, de Pablo Coelllo, revises el bolsillo donde guardas la billetera. ▒▒




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