sábado, 29 de julio de 2023

REALIDAD PUNEÑA.TEMAS PARA INVESTIGACION SOCIAL

 “PUNO ES LA PRUEBA ÁCIDA DE LA REPÚBLICA"  ENTREVISTA A JOSÉ LUIS RÉNIQUE

Eduardo Ballón

J

osé Luis Rénique es una de las voces que más ha contribuido a la comprensión del estallido social que estamos viviendo. Su conocimiento profundo de la historia del sur andino del país y su lectura sobre radicalidad, violencia y revolución, aportan a una mirada indispensable de los distintos tiempos que convergen en la coyuntura actual. Algunos de sus varios libros —Imaginar la nación. Viajes en busca del verdadero Perú, La batalla por Puno. Conflicto agrario y nación en los Andes peruanos, La nación radical. De la utopía indigenista a la tragedia senderista, así como Los sueños de la sierra. Intelectuales, indigenismo y descentralismo en el Perú (1897-1931)— resultan imprescindibles para entender la magnitud de los desafíos y las heridas que tenemos al frente. Desde 1989, José Luis ha sido docente en Lehman College y en el Centro Graduado de la Universidad de la Ciudad de Nueva York en Estados Unidos.

Muchos de los intentos por explicar lo que estamos viviendo son cuestionados desde un lado del espectro como terrucos o caviares y desde el otro, también como caviares, reformistas o academicistas. Tu trabajo tiene como trasfondo una larga historia de reflexión sobre varios de los temas que nos agobian actualmente. No obstante tener más de cuarenta años fuera del país, sigues escribiendo en castellano. ¿Desde dónde hablas y qué buscas, que por lo que dices, tiene como sustento tu propia vida?

En los años ochenta, todos pensábamos en lo que vendría después del incendio que sucedía; cómo sería la integración del país a partir de la premisa, que creo que nos unía generacionalmente, de que el Perú era un proceso que estaba aún buscando sus rumbos. Nos llamaba la atención la intensidad de los movimientos sociales en general y los regionales en particular. Tú mismo editaste un libro 1 en el que planteabas que ahí había la posibilidad de una democracia emergente, subrayando que la visión desde el centro no era la única válida para mirar nuestro proceso político. Ese interés me hizo mirar el Cusco; independientemente que el trabajo me enseñó muchísimo y tuvo lectores, que es lo que siempre uno busca, tuve una frustración porque al fin de cuentas sentí que había recaído en un modelo de historia regional que no mordía el meollo del problema.

Un viejo compañero de universidad y militante del PUM [Partido Unificado Mariateguista] me propuso, entonces, ir a Puno, específicamente a Ayaviri, donde se estaba preparando una gran toma de tierras. El PUM era el partido más fuerte de la izquierda entonces, se había formado hacía poco y estaba muy activo en Puno, lo que me permitió un extraordinario acceso a la dinámica del movimiento. Lo que vi ahí, en 1987, fue una de las movilizaciones rurales más importantes que se habían producido en muchos años. Sentí que era testigo de un desenlace histórico, que había una especie de guión de larga duración, que había que reconstruir con el sonido de la guerra popular en los oídos y lo que pasaba en el mundo con la caída del socialismo. En mi caso, estaba más preocupado por lo que estaba sucediendo, ya no como preludio de nada, sino básicamente para averiguar de qué se trataba, para entender lo que era una lucha campesina. Me pregunté especialmente por la relación entre conflicto rural y construcción de la nación, tema muy importante en largos tramos en nuestra historia, viendo que ese momento ofrecía la oportunidad de revisarlo en un contexto de profunda duda ideológica, es decir, más allá del maoísmo, de las teorías, de la influencia de la revolución cubana.

¿De ahí el subtítulo del libro, Conflicto agrario y nación en los andes peruanos?

Efectivamente, tras entender lo que tenía ante mis ojos, vino un periodo de trabajo más largo de reconstrucción de la historia de Puno, no en términos de una historia regional, como me ocurrió en Cusco, sino en los términos que expresa el subtítulo del libro. El título, La batalla por Puno, fue una forma de señalar que Puno seguía siendo un campo de batalla a pesar de largos periodos de aparente calma y de que muchos peruanos, limeños en particular, habían incorporado a esta región en su imaginación como un lugar en donde no pasaba nada, aislado de la historia nacional.

Lo que buscaba en el libro era desmontar los prejuicios y los mitos, verificar algunas de las ideas que se habían avanzado para comprender ese proceso de incorporación de las regiones andinas del Perú al gran proceso nacional, en particular el sur andino. Ese era mi afán. El que hoy haya interés por discutir el caso de Puno tiene que ver con lo que estamos viviendo los últimos meses, con lo que Puno no ha enseñado. De todas las regiones de la sierra del Perú, es el lugar donde los grandes dilemas de esta confrontación con la sierra y donde la pregunta de cómo hacer para incorporar regiones remotas y rebeldes a un cierto patrón de construcción de la nación, sigue más vivo; es donde las luchas y movimientos sociales cobran un nivel de radicalidad y de demanda más intenso que en cualquier otra región. Puno sigue siendo para mí un lugar privilegiado para mirar el proceso de construcción nacional de un modo creativo, abierto a diferentes variantes. Un caso que me ha “vacunado” de caer en algunos planteamientos que han estado de moda en el Perú en los últimos años, como el republicanismo, que no era otra cosa que la reiteración de los enfoques liberales, centralistas, que han hegemonizado la discusión sobre el tema de la construcción nacional.

En Perú, la política frecuentemente ha tenido un carácter confrontacional, más explícito en la polarización que vivimos en los últimos años. Lo que vemos en Puno es parte de esa cultura política, ahora marcada a sangre y fuego. La masacre de enero en Juliaca, que a un sector de la sociedad peruana le cuesta aceptar como parte de la realidad, se suma a esta lista ya bastante larga. ¿Cómo poner estos hechos en una perspectiva histórica?

El problema clave es la heterogeneidad en los tiempos políticos del país y la poca voluntad para trabajar en ese sentido, es decir para tomar pulsos regionales, para entender a cabalidad con qué se cuenta y qué cosas se puede trabajar, qué palancas y qué elementos son los que movilizan la vida política de una región; y en qué sentido relacionarlos con otros pulsos regionales dentro de la misma región sur y con el resto del país. Es un reto muy grande. A algunas generaciones, las del 20 y el 70 en particular, les tocó vivir períodos de enorme agitación. De ahí que fueran momentos en que los grandes temas de la integración nacional pudieran analizarse y debatirse con particular claridad e intensidad. Si en los años 20 se escribieron textos fundamentales como Siete Ensayos, Perú: Problema y Posibilidad o Tempestad en los Andes, en nuestra época se lanzaron conceptos como la utopía andina, el protagonismo popular o la idea de la cuestión regional como espacio de de lucha en el marco de la construcción nacional, sin que necesariamente hiciéramos el trabajo necesario para entender la heterogeneidad de los tiempos.

Una mirada que me pareció sugerente, muy presente en tu reflexión, es la figura del mensajero, entendiendo por éste el canal entre el mundo indígena, campesino, más andino, y el mundo estatal, formal y más “intelectual”, limeño. Juan Bustamante sería, en la mirada que ofreces de los siglos XIX y XX, una primera figura en ese sentido. ¿Cómo miras a los mensajeros del último tiempo?

Los grandes periodos de movilización, aquellos donde surgen fenómenos como los mensajeros, no son momentos de abatimiento de las organizaciones del campo; son, por el contrario, momentos de definición frente a las haciendas, frente al latifundio. Son momentos en que las comunidades están fuertes y tienen la capacidad de plantearse su inserción en el sistema político nacional. Acudir a Juan Bustamante o a Teodomiro Gutiérrez Cueva, el célebre Rumimaqui, no es un acto de desesperación, es uno de reafirmación, de buscar ser reconocidos. Al respecto, el trabajo del historiador Nils Jacobsen es una importante contribución. Jacobsen muestra que cuando la nueva élite post independencia se da cuenta que la lana es el futuro del mercado y que llega el capital británico, tienen que encontrar un mecanismo que le permita competir, en los mejores términos posibles, con las comunidades, su mayor rival; él investiga las transferencias de tierra y presenta la complejidad del mundo social que se estaba generando, mostrando una economía campesina fuerte, comunidades que están buscando participar en un proceso político de una dimensión supra regional y que no es simplemente un movimiento de defensa. Ese mundo rural es el que, con las variaciones del tiempo, va a encontrar el investigador francés Francois Bourricaud en los años cincuenta, y que describe en otro libro fundamental, Cambios en Puno, que muestra que no es tan cierto el supuesto poder del hacendado. Que los terratenientes se mueren de miedo, más bien, de confrontar a sus colonos.

El movimiento campesino, en suma, había sido capaz de detener el crecimiento de las haciendas. Porque si bien son derrotados entre 1917 y 1923, han impedido que los hacendados completen el ciclo de desarrollo capitalista, que requería necesariamente una mano de obra estable o sea, “proletarizar” a sus colonos, que eran incorporados en la hacienda con enorme cuidado y con una serie de derechos y condiciones que llevaban a que, dentro de la hacienda, pudieran mantener su autonomía. Y esta autonomía se mantiene hasta los años sesenta, cuando llega la reforma agraria. Entonces, las comunidades entran al juego del estado pero mantienen sus organizaciones. Eventualmente, cuando sienten que las empresas asociativas creadas por la reforma agraria no responden a sus intereses se movilizan para desmantelarlas, generando el movimiento que me tocó ver el año 1987 y que es el ciclo de reconocimiento comunal más importante en la historia de Puno. Algunos años antes Bourricaud concluía que la comunidad es un ámbito en el que los campesinos pueden organizar sus vidas sin la presencia de un misti. Es decir, desinflando por completo la idea de la propiedad común y las formas colectivas de trabajo que nos llenaban los ojos a quienes leíamos las cronologías de los antropólogos de una o dos generaciones antes de la nuestra.

A partir de esa mirada, adquiere sentido particular una declaración tuya reciente, en la que dices que Puno es la prueba ácida de la república peruana. Desde esa mirada, ¿hasta qué punto los hechos de diciembre de alguna manera cuestionan, interpelan la ubicación de Puno en la República realmente existente?.

Se necesita reconstruir una secuencia desde el análisis electoral, que va a demostrar que, en Puno, para el movimiento social, el gran aprendizaje del periodo post 1987, fue descubrir la propia capacidad para elegir sus propias autoridades, inclusive, un presidente. Ese momento culminante de la historia de Puno, es respondido por las elites políticas nacionales de la manera más torpe, con el insulto y todo el circo que se monta sobre el supuesto fraude, que ocasiona una serie de miradas llenas de condescendencia que hieren profundamente la conciencia puneña. Se desconocen sus patrones de parentesco, se burlan de sus patronímicos, de sus estructuras familiares, de cómo son las votaciones en Puno; y eso es seguido por la muerte, que tiene, en la visión general de la historia de Puno, un sentido de escarmiento, antes que de contención.

Hablamos de los mensajeros antes; ellos no hubieran podido funcionar, y ahí están los testimonios de Juan Bustamante en su libro “Los indios del Perú”, sin los delegados de comunidades fuertes, que tenían más recursos que muchas haciendas. Los campesinos puneños competían en el mercado doméstico e internacional, vía Arequipa, con los propietarios; y hubo que gastar mucho dinero e invertir en muchos plumíferos para reclamar para los hacendados el rótulo de la parte civilizada de la región y presentar a los indios como el atraso, como residuos del Perú colonial que había que dejar atrás. Algo similar ocurre ahora con el preludio cívico a la masacre-escarmiento, buscando retroceder el reloj de la historia puneña a la barbarie, como una forma de demostrar el fraude y lo que pretendieron varios abogados y políticos limeños con conexiones internacionales. Cuando el fraude no se pudo demostrar, y ocurrió lo que ocurrió con la propia administración de Pedro Castillo, viene la sangre. Es decir, es Huancané 1923, es el asesinato de Juan Bustamante, es un verdadero retroceso del reloj de la historia en Puno. Eso es lo que debe estar al centro de nuestra reflexión. En Puno no hay una gran rebelión en cocción, lo que hay es una decisión colectiva de ser parte del sistema político del Perú. Y la sensación que hay es un sentimiento que se remonta a Guamán Poma de Ayala, al mensaje al rey que su Crónica del Buen Gobierno encierra: “te reconocemos como soberano, pero, nosotros podemos gobernar lo nuestro mejor que tus operadores”.

Eso significa que la república realmente existente los sanciona y les dice “no hay sitio para ustedes”.

 Crédito: SER.PE
Puno era la gran base del Tahuantinsuyo. En ese sentido hay que mirar con ojos críticos la lectura que hace Mariátegui del escenario altiplánico desde Lima. Otro texto fundamental, lectura obligatoria para entender Puno, es el libro de José Luis Ayala, “Yo fui canillita de José Carlos Mariátegui”; la biografía del campesino aymara Mariano Larico, texto que evidencia que, los mensajeros puneños, eran campesinos preparándose para participar en el sistema político; y esto es en la década del veinte, mostrando la red de amigos y de personas que llegan a Lima de su comunidad y su inserción en la capital enrolándose como trabajadores municipales. Puno hace tiempo se echó a andar en una estrategia que terminó en el voto por Castillo. Más allá de las lamentables características de su gobierno y de los detalles de la coyuntura política, valoremos el punto al que llegaba la historia de Puno con ese voto y cómo se trató a ese voto. Volviendo al tema de los tiempos, hay otros sectores de la sociedad peruana que entienden que el mejor tiempo es la estabilidad, y la gobernabilidad, para concretar un proyecto político cuanto antes, creyendo que la salvación está en el buen precio del cobre y todos esos discursos que oímos en el escenario político tan contradictorio que vivimos hoy.

Hablando del desplome de la representación, decías que las inquietudes políticas en Puno se expresan a través de dirigentes de base con un punto de vista radical sobre la relación con el Estado. ¿En qué consiste hoy día esa forma radical de concebir la relación con el Estado? ¿Cuáles son los elementos de esa radicalidad?

La radicalidad que veo en Puno es producto de la vida misma, de la manera de vivir; una radicalidad que te lleva a decir “ya no aguantamos más ninguneo, ahora nosotros podemos hacernos cargo de esto”. Es un clamor antiguo, de varias generaciones de dirigentes populares, y rurales en Puno: participar en procesos, para los cuales los “indios” como ellos no estaban calificados, sin renunciar a su identidad. Jacobsen lo encuentra en su andar por los archivos; un campesino comunero podía ser juez de paz sin renunciar a su identidad indígena; descubre a cientos de indios funcionando como garantes en contratos, lo que es un indicador bien concreto de la vida misma. Son personas que en el Perú oficial no eran considerados ciudadanos mientras en el mundo altiplánico son considerados como tales y pueden jugar papeles para los que supuestamente no están calificados.

Los líderes indígenas orquestaron, por ejemplo, a Juan Bustamante; los dirigentes comunales puneños eran lo suficientemente seguros de sí mismos a partir de la competencia que les era favorable en los mercados. Lo buscan porque saben que es una figura con acceso a Lima, pero ocurre el infortunio en que termina esa historia. Por algo los gamonales estaban, en ese momento precisamente, decidiendo que si no era con la violencia no podían parar a esa masa puneña. Ese es el otro componente que Jacobsen señala; a falta de una claridad ideológica prospectiva, la proclividad de los actores políticos a recurrir a elementos sociopolíticos que regresan el pasado con miras a garantizar cierta seguridad, a prevenirse de la violencia del otro y eventualmente a afirmar su propia violencia.

En varios de tus trabajos y en las conversaciones que hemos mantenido, subrayas la importancia fundamental que tiene el asunto agrario campesino en la movilización política en Puno. La democratización en el siglo XX, desde la perspectiva puneña, tuvo como eje acabar con el orden y al poder gamonal. ¿Hoy día cuál sería el espíritu de esa democratización?

Esa es la gran pregunta que he tratado de hilvanar, mi respuesta honesta es que no lo sé bien. Algunas de las lecturas que he hecho de los jóvenes investigadores, me llevan a creer que hay que responder esta pregunta para poder formular una visión político ideológica, atenta al tiempo puneño, que tiene que ir de la mano con lo que Mari Burneo llama la nueva ruralidad y que Ramón Pajuelo amplía al hacer un análisis del tema municipal que se deriva del tema descentralista. En esa dirección hay un tanteo que se resume en una forma de autogobierno que no puede darse en ninguna otra parte de la sierra del Perú. De ahí la mirada a Bolivia, el tema de la participación política de los puneños en otras partes del gran sur, la renovación de vínculos étnicos y el énfasis histórico, identitario, que no es de la misma naturaleza del que se da en movimientos políticos urbanos capitalinos. El mismo se maneja de forma particular, dando lugar a situaciones incomprensibles desde Lima. Si recordamos los sucesos de Ilave, vemos la combinación de una lucha que tiene una dimensión de construcción institucional relativa al tema de presupuesto y a jerarquías, que se termina definiendo en un plano étnico, con un tipo de despliegue de violencia que nos sacudió a todos y que está acompañada de una erupción regionalista, con un lenguaje que proviene de alguna época de la historia altiplánica, enarbolada por personajes que tienen una afiliación política con el Puno moderno y que terminan hablando como si fuesen líderes de los años 20.

Ese es el tiempo puneño que no logramos entender del todo. Puno es un laboratorio en donde muchos izquierdistas pueden expiar sus culpas y muchos conservadores pueden tener un aprendizaje de la complejidad del país, sobre todo ahora que las expectativas respecto a Puno ocupan primeras páginas de periódicos del mundo. Reitero que Puno es la prueba ácida de la República, y quienes siguen citando a Basadre sobre la promesa de la vida peruana, deben recordar que es una frase que tiene escrita ya casi un siglo y una promesa que se demora un siglo ya no es tan promesa.

Para cerrar, dos temas ásperos. Uno primero que tiene que ver con esta idea presente en tu trabajo sobre las distintas fronteras; la geográfica y Puno con el Perú, lo urbano y lo rural, lo quechua y lo aymara. El segundo, tiene que ver con un territorio que seguramente concentra, más que otros, aquello que Durand a inicios del siglo XXI constataba, de un capitalismo que en sentido estricto es la articulación de tres subsistemas, uno formal en donde se concentra el poder institucional, el capital, más transnacional y más grande, otro informal que es mayoritario y ha crecido muchísimo; y el ilegal, en donde cada uno de estos subsistemas ha generado sus propias burguesías y formas de articulación. Esta realidad, que ha sido sistemáticamente negada por la derecha y ha sido obviada de manera general en la reflexión, ha aparecido de manera muy contundente post pandemia y como discurso en la explosión social que seguimos viviendo. ¿Cómo manejar esas dimensiones para entender Puno?

Con el espíritu de agregar ingredientes a lo que mencionas, si vamos a hablar de fronteras urbanas, rurales, nacionales, geopolíticas, el dinamismo de la sociedad rural puneña ha atropellado todas las nociones de frontera que hemos manejado, ha producido la gran ciudad campesina peruana, Juliaca, y está produciendo dos y tres; llegará un momento en que Juliaca, Ilave y El Alto, sean un triángulo que quizá reconstruya el lugar de donde salió este pedazo de altiplano peruano, que es la gran región india de la era colonial articulada en torno a Potosí. No soy muy afecto al indigenismo a estas alturas de mi vida, pero ahí hay un componente milenarista que lleva a que haya una gran memoria que influye de alguna manera y le da forma a lo que pueda surgir en Puno en lo que se refiere a fronteras.

El dinamismo puneño es indiscutible. Toma una provincia, Carabaya, y mira los indicadores de la dinámica de distribución de la población, el papel de la migración campesina en la conformación de una burguesía industrial en Juliaca, la relación entre el altiplano próximo a Bolivia y el altiplano boliviano y argentino. Son cosas que crean un piso que, si agregas la eventual producción del litio y la que ya existe de oro, un par de carreteras estratégicas o un ferrocarril que vincule al altiplano, nuevamente, a un espacio mayor, tendríamos una especie de repetición del ciclo potosino que tendría como eje a Puno. En ese escenario, todos los que miraban sobre el hombro a la migración puneña, tendrían que callar porque Puno sería el eje del gran sur, con Juliaca como la gran ciudad india que termina marcando el paso del futuro del sur del Perú. Eso con respecto a las fronteras.

Pienso en el ciclo de gran crecimiento de la hacienda, 1860-1920, que en perspectiva termina siendo una victoria a posteriori de las comunidades. Pienso en ese momento 1962-1963, en que había grandes movilizaciones en La Convención, Cusco y una serie de provincias de los andes, mientras en Puno no pasaba nada. Y lo que acontece luego es el alzamiento de Juliaca por el “insulto” de Javier Alva Orlandini, cuando al salir del aeropuerto los juliaqueños lo esperaban y él no se detiene y se va directamente a Puno, encontrando, en su viaje de retorno, un levantamiento que le impide pasar y que termina hasta con muertos. Finalmente, si buscamos un movimiento social poderoso, hay uno en Puno que ganó expresión política en el FNTC, el Frente Nacional de Trabajadores y Campesinos, que es otro de los capítulos de la historia política del Perú regional, ninguneado por lo que miran las cosas desde el centro, no habiendo un trabajo sólido sobre el FNTC y la manera en cómo ha influido en la política del sur del país.

Los tres subsistemas de nuestro recordado Paco Durand, son un buen marco para lo que acabo de decir y tiene que ver con el hecho de que el Altiplano es plano, es decir, la valoración de lo geográfico es fundamental para entender por qué Puno es lo que es y el papel que juega en la historia política de este país. Leyendo su historia, por contraste con las otras regiones de la sierra del Perú, y aquí en esta respuesta final, la geografía no se puede separar de la historia porque hay la necesidad de entender lo que significaron los Lupaca y los Pacajes para la historia de la mita minera de Potosí que sostenía la economía mundial, como eventualmente el litio y el oro puneño puedan sostener pedazos de la economía internacional en poco tiempo. El papel que tuvo el Altiplano, ese al que se le ha mirado tan por encima del hombro en un momento fundamental de la construcción de las sociedades hispanoamericanas, nos debería transmitir una dosis de modestia, de humildad, para preguntarnos si no estamos equivocándonos por todo lo alto al no aceptar que lo de Puno es algo que nuestras categorías y conceptos no alcanzan a mirar. Mira el poco tiempo que ha pasado desde la acusación de fraude y lo ridículo que se ve eso desde la perspectiva actual.

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1. Ballón, E. (1986) Movimientos sociales y democracia: la fundación de un nuevo orden. Desco. Antropologo, investigador de DESCO

Credito: Chambilla


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