jueves, 24 de junio de 2021

PUNEÑOS DESTACADOS DE AYER Y DE HOY

 JUAN LUIS CÁCERES MONROY

Y LA LITERATURA PUNEÑA ACTUAL

Escribe: Adrián Miguel Cáceres Ortega

J

uan Luis Cáceres Monroy se dispuso a interpretar el mundo literario del altiplano puneño, una noche como la de hoy, la más fría de hace 80 años. Tal vez por eso le gustaba declamar “Alalau” del poeta indigenista Luis de Rodrigo. “¡Alalau! gritaron los ponchos anoche en el ángulo más hambriento del poblado”, empezaba a declamar arropado dentro de un poncho tejido con fibra de alpaca.

Por razones que el destino ha logrado explicar, empezó a estudiar en la Escuelita Experimental 881. Cómo fue a parar allí, es una historia interesante, no sólo porque la educación proyectada por José Portugal Catacora, de quien papá fue discípulo, fue heredera del “ensayo de la escuela nueva en el Perú” de José Antonio Encinas, sino porque al igual que Luis de Rodrigo, en su momento, mi padre también fructificó gracias al amor por el niño andino que profesaban Encinas y Portugal. No ocurrió porque fuera deseo del abuelo que se formara en esta novísima tendencia pedagógica para la educación de niños indígenas, sino porque al Cátulo, como mejor se lo conoce, lo expulsaron del colegio Seminario de San Ambrosio, adonde se asistía vistiendo pantalón corto, saco y corbata. Me parece que allí comenzó todo, no sólo para él, sino para mis tíos Jorge Mariano y Juan Domingo Cáceres-Olazo, los justos que pagaron por el pecador, porque el abuelo los matriculó en la misma escuela.

Esa expulsión es una suerte de secreto familiar, pero no puedo contener mis ansiedades de chismoso. Cuenta la familia, a hurtadillas por supuesto, que papá le propinó, a su profesora de transición, una patadita con el mejor de sus ahíncos de párvulo. Además de la expulsión, puede que por eso, después, se dedicó arbitrar las patadas del futbol profesional en el país. La abuelita Julia era, sin saberlo, la mayor aludida de tal actividad. Ese precedente me ganó sus indulgencias cuando yo perpetré algo similar en las canillas de mi profesora de inicial para huir, contra su voluntad, rumbo a la sección de mi hermana Gilda, porque su profesora era más bonita. Así justificaba papá sus indulgencias. Después supe la verdadera razón: Quién era él para juzgarme y menos castigarme. Esa labor se la encomendó a mamá, sabiendo que ella sería más indulgente todavía.

Jorge Mariano Cáceres-Olazo Monroy —a quien recordé hace poco en estas páginas— y Juan Luis Cáceres Monroy, son producto de esa formación, como en su momento ocurrió con el Grupo Orkopata y la poesía indigenista en Puno, gracias a la labor educativa de José Antonio Encinas. Esa es la tesis central que sostiene Juan Luis Cáceres Monroy en su trabajo de investigación doctoral: “Tres representantes de la poesía indigenista en Puno”, estudio citado por Jorge Basadre en su monumental “Historia del Perú”. Esta investigación es predecesora y hasta fundadora de los estudios del indigenismo en Puno, sin embargo muy poco citada en publicaciones posteriores, a pesar de su importancia, debo lamentar. Producto de ello salió casi a la luz el libro “La poesía indigenista de Puno”. Cómo ocurrió, también es una historia interesante.

Más o menos por los días de mis pataditas iniciales, papá se ausentó por algún tiempo, después supe que había ido al Cusco para concluir, junto con tío Mariano, sus estudios doctorales en la Universidad de San Antonio Abad, sustentando la tesis mencionada. Luego se compró, lo recuerdo bien, una Olivetti monumental, esténciles por cajas y se puso a picar el texto. Cuando concluyó llegó a casa con un mimeógrafo. Las madres salesianas de la Escuela Normal María Auxiliadora, donde ejercía la docencia, le prestaron el armatroste, por el cariño que le tenían. Semanas duró el proceso de mimeografiado. La familia entera, incluido yo por supuesto, dando vueltas como hormigas, nos dedicamos a compaginar el libro. Papá encuadernó el libro agujereando las páginas con una alezna que él mismo se hizo, los cosió todos con yarwi y pabilo y finalmente pegó las tapas que también diseñó y mimeografió en cartulina. El viejo hacía de todo, aquella vez lo vi diluir, en baño María, cola de carpintero, mientras me contaba que ese ingrediente del empaste de sus libros y de sus trabajos de carpintería se hacía con colágeno de patas de caballo. Eso también fue producto de la formación para el trabajo que recibió en la escuelita a la que fue a parar, expulsado. ¿Cómo llegó ese libro artesanal a manos de Jorge Basadre? Es un misterio que tal vez nunca pueda resolver.

Nuestras charlas sobre literatura siempre fueron parte de mis rebeliones contra él, me parece que soy el único escritor puneño del que Juan Luis Cáceres Monroy nunca ha comentado nada. Esto que no es ningún reproche, me permite sostener lo siguiente: Sin Juan Luis Cáceres Monroy, no hay literatura puneña actual. Quien desee, que se cueza en la tinta de sus berrinches respetables. Explico la apostasía con algunos datos:

Recuerdo bien que vi, sobre el escritorio de papá, un ejemplar del poemario “Choza” de Efraín Miranda Luján. A él y a Omar Aramayo les cupo la tarea feliz de presentar y comentar el libro, debió ocurrir en 1978. Ya en la década del 80 del siglo pasado, la narrativa puneña, en el género de cuento en particular, fecundó tanto en publicaciones como en calidad narrativa. Que me desmientan los escritores de ese tiempo, prácticamente no había publicación sin las indulgencias de la labor de polinizador que desempeñó Juan Luis Cáceres Monroy a través de prólogos, presentaciones, comentarios, colofones y otros especímenes de esa naturaleza. En esa década comencé a escribir, instigado por él siendo testigo presencial del desarrollo de los portentos de la literatura puneña de las dos últimas décadas del siglo pasado. Hoy me corresponde la tarea de compilar esos estudios. Veamos si es verdad que el Dr. Juan Luis Cáceres Monroy utilizaba en su labor, paradigmas de hacía más de cincuenta años, como afirma uno de sus detractores. <>

 

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