viernes, 13 de diciembre de 2024

HILDEBRANDT COMENTA HECHOS DE COYUNTURA

 R A T A S

César Hildebrandt

En HILDEBRANDT EN SUS TRECE  N° 713, 13NOV24

L

as ratas, cuando acceden al gabinete, adulan a la rata mayor y sostienen que la precocidad sexual inducida -aun en los casos de violencia- es hábito social no punible en ciertas comunidades del país. Las ratas cuentan que le dijeron a la mujer que va a Palacio que fuera aún más dura con los manifestantes de diciembre del 2022 y enero del 2023. Esas ra­tas vienen de la acade­mia, cobran mucho y se alisan los mostachos. Son la nobleza de Altamira.

Las ratas hablan de la pena de muerte cuando ya la han aplicado de facto y en mancha.

Las ratas dan leyes para favorecer a los de­lincuentes comunes, al crimen organizado, a la minería ilegal y a los propios congresistas del hampa que han infectado el recinto donde alguna vez se sentó Miguel Grau Seminario.

Las ratas insultan la memoria de Javier Heraud, que fue un mucha­cho idealista asesinado en Madre de Dios cuando intentaba, como sólo un romántico suicida podría hacerlo, encender una sublevación a comienzos de los años .60.

Las ratas compran latas de carne de caballo y se las entregan a los niños asistidos por el Estado.

Las ratas proponen la creación de un montón de universi­dades y el simultáneo debilitamiento del órgano que supervisa la calidad de la educación superior.

Las ratas terruquean a quien alza la mano o levanta la cabeza.

Las ratas tienen la meta de frustrar los juicios penales donde podrá probarse cómo es que recibieron dineros mugrosos de Odebrecht y de capitanes de la banca y la industria para sus campañas fracasadas.

Las ratas quieren un poder electoral sujeto a la intimi­dación y a la consigna.

Las ratas quieren seguir gobernando.

Las ratas no son republicanas. Para ellas, el Perú debe seguir siendo el feudo de sus intereses. Odian la reforma agraria porque acabó con los señoríos de horca y cuchillo y satanizan al Estado excepto cuando le conceden el de­recho de usar sus armas contra los revoltosos.

Las ratas sueñan con volver a la época que empezó con un tractor, una yuca y una promesa de honradez y termi­nó con un fraude, una corrupción colosal y la demolición institucional de la democracia.

Las ratas quieren que salga­mos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Hablan de soberanía pero ven­derían el país en un remate con megáfono y martiliero.

Las ratas dan mensajes a la nación plagados de mentiras y leídos con teatral altivez.

Las ratas se alían con el fujimorismo que actualmente go­bierna. Hay ratas leninistas.

Las ratas quieren que los milicos obtengan su tajada en la megacompra de aviones de guerra que no necesitamos. Porque las ratas precarias se cuadran ante las ratas que visten uniforme y hacen sonar tacones.

Las ratas están convencidas de que el mundo es un homenaje a la desigualdad, un himno al sálvese quien pueda, un protectorado de la codicia.

Las ratas aman los guetos, el dominio del dinero, el sacro imperio romano-germánico, el orden mundial que nos empuja a estas vidas de cerebros en ruinas y pul­gares ágiles.

Las ratas quieren bala para los desafectos y se­rían felices si volviera el garrote vil.

Las ratas ancestrales y tatarabuelas hablaban amenamente con Patri­cio Lynch cuando este despachaba en Palacio tras la ocupación de Lima y culpaban a los indios de nuestras derrotas. Las ratas primeras fue­ron las que lamentaron la derrota de Ayacucho y el triunfo de las plebes independentistas.

Las ratas aman la fuerza que derrota las causas justas, el saqueo del planeta, la economía de los números y no de las personas, los valores que sostienen la condena de los más pobres, la pesadilla del crecimiento sin cuidado del medio ambiente, el dominio del capital, la paz del genocidio, la ley del cinismo.

Las ratas sólo aceptan a sus semejantes <:>



No hay comentarios:

Publicar un comentario