jueves, 31 de octubre de 2024

PUNO: NOTAS HISTÓRICAS

 PUNO: PASADO Y PRESENTE

Víctor Andrés García Belaunde

E

l departamento de Puno ha sido cuna de personajes ilustres de nuestro país: José Antonio Encinas, Emilio Romero Padilla, Carlos Oquendo De Amat, Federico More, Enrique Masías, Enrique Torres Betón, José Domingo Choquehuanca, más contemporáneos Martín Chambi, Víctor Humareda y tantos otros más; y dos de sus hijos llegaron a ser presidentes de la república elegidos democráticamente, los generales José Rufino Echenique y Miguel de San Román.

Durante el virreinato la intendencia de Puno es agregada al Perú, en 1796, y es uno de los departamentos que envió diputados al Congreso Constituyente de 1822, y figuran en la firma de nuestra Constitución como sus representantes: el general José de La Mar, Hipólito Unanue, Ignacio Antonio de Alcázar, Francisco Salazar, José María Galdeano y Domingo de Orue, lo que nos dice que el patriotismo de esa parte del Perú estaba arraigada a su independencia con personajes de primer nivel a quienes la ciudadanía puneña los eligió para ser parte del nuevo estado peruano que se estaba fundando.

Así como se tiene luces y patricios, Puno también sufría en su interior y en sus pobladores más desprotegidos los abusos de algunos terratenientes que con modalidades de extorsión, coacción y rapiña se apropiaban de las tierras de las comunidades indígenas, así lo escribí en mi reciente investigación basada en un epistolario en el cual se aprecia la forma de gobierno del Perú por parte de Mariano Ignacio Prado y el manejo de la prefectura de Puno por José Luis Quiñones. Esta investigación me acercó al Azángaro del siglo XlX y comprender su realidad.

Angelino Lizares Quiñones Alarcón
Hubo dos hermanos, el primero José Luis Quiñones, llego a ser ministro de estado, prefecto de Puno y plenipotenciario del Perú en Bolivia durante el primer año de la guerra contra Chile, no usaba su apellido paterno (se decía que era hijo de sacerdote); el segundo su medio hermano de parte materna José María Lizares Quiñones, se hizo coronel y después parlamentario. Ambos dominaban Azángaro; José María el más despiadado prometió un batallón para combatir a los españoles en 1866, hizo una leva abusiva y se trajo a Lima un batallón que llegó cuando los españoles ya se habían ido de nuestras costas, pero por el "esfuerzo" el jefe provisorio general Prado otorga a José María Lizares el grado de coronel, sin haber disparado un solo tiro.

Al regresar a Puno Lizares Quiñones hace su gran negocio, este consistía en dejar en libertad a los conscriptos, y a cambio de esa libertad pedía la cesión de sus derechos de las tierras que ancestralmente les correspondían. Así amplió su hacienda de Muñani Chico y Tintiri con las enormes extensiones de Añaypampa, Jilahata, Choquechambi y Cayacallani. Justamente Tintiri fue prueba de uno de los actos más vergonzosos del clan Quiñones; edificaron un templo con una bula papal falsa con el propósito que los indígenas dejen diezmos, y se cobre por enterrar a sus muertos.

Su hermano José Luis cuando fue prefecto de Puno y jefe político y militar del departamento mandó flagelar en mayo de 1878 a varios de los soldados que prestaban servicio, y el diario El Comercio denunciaba el hecho. Antes que destituirlo, el presidente general Prado pensaba ponerlo como prefecto del Callao, pero finalmente resolvió premiarlo como ministro plenipotenciario del Perú en Bolivia.

La tragedia de Puno no es de hoy, viene cargándose año tras año y en el pasado reciente no ha tenido representantes que hayan sabido encumbrar la importancia de un territorio tan entrañable, para la historia del Perú. Desgraciadamente la guerra contra Chile, así como otros acontecimientos, hacen que la memoria histórica de todo un pueblo no se tome en cuenta tan solo para ocultar intereses particulares.

Una vez restablecida la tranquilidad pública espero estar en Puno y entregarle una parte de su historia, realizada en mi texto Cartas de Guerra y Gobierno, en la cual Puno y Azángaro son el centro de la historia, historia que no debe olvidarse para no volverse a repetir. ■

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