Escribe: Feliciano Padilla | LOS ANDES
8DIC13
Tenemos a la mano el poemario “Desde la montaña grito tu
nombre” de la poeta Gloria Mendoza Borda, publicado por Lluvia Editores, Lima
2013.
Para aproximarnos adecuadamente a esta obra hay que revisar
sus últimos libros, tales como La danza de las balsas, Dulce naranja dulce
Luna, Qantati deshojando margaritas y No digas que no sé atrapar al viento. En
estas obras, Gloria, expresa la madurez de su arte, reconocida así, de manera
mayoritaria, por la crítica nacional. Su poesía se caracteriza por su
deslumbrante espontaneidad en la construcción de los versos y el uso de
imágenes policromáticas articuladas a la Madre Tierra.
La estrategia usada por Gloria ha sido casi siempre, la
evocación del pasado. Por esta razón, su poesía tiene una fuerza emotiva
avasalladora y posesiva. Nos posee con el calor humano de sus versos y la
nostalgia de sus recuerdos. Pero, no sólo se trata de hurgar en el pasado, sino,
de ver el mañana con esperanza sobre la base del dulce ayer y los dolores que
la poeta quisiera que no se repitiesen. Por otra parte, Gloria no puede
concebir una poesía alejada de su tierra que es nuestro mundo. Una lectura
atenta de sus libros así lo confirma. Su lealtad étnica la manifiesta a través
de sus versos y en cualquier acto de habla acontecido en nuestro país o en el
extranjero.
“Desde la montaña grito tu nombre” conserva estas
características, debido a que la poesía de Gloria Mendoza Borda tiene un sello
personal, un estilo reconocido por propios y extraños e, identificable por los
lectores en cualquiera de sus poemas, tal como puede reconocerse a Oquendo en
una sola estrofa y, muchas veces, hasta en un solo verso. El estilo es eso
precisamente, una forma particular de escribir. La obra que comentamos está
dividida en dos partes: Desafío en el agua y Nostalgia por la ciudad
floreciente. Ambas pretenden propuestas iguales y similares significaciones que
el lector irá advirtiendo a lo largo del poemario.
“En el observatorio de Mamalluca llovían astros/ las
estrellas se volvían palabras/ las palabras se volvían pájaros/ todos los
expectantes se volvían rapsodas…”. Así comienza el primer poema de Gloria. La
poeta eligió un espacio del vasto territorio de los mapuches, la pequeña
montaña de Mamalluca, baja pero poderosa, muy importante en la historia de los
Mapuches, como es para nosotros el Huaqsapata o para los nuñoeños el Orqorara,
que son aparentemente pequeños pero de poderosa influencia en la vida de la
comunidad. Desde esta montaña, la poeta, o más propiamente su hablante lírico,
grita el nombre de mamá Herminia, de mamá Martina y los nombres de los miles de
compatriotas caídos durante la guerra interna que vivió la sociedad peruana. El
lexema mamá, en este caso, se refiere, en efecto, a la madre que alumbró a una
hija, pero en su acepción connotativa es la Madre Tierra, concepto vital que en
la cultura aymara o quechua significa ambas nociones.
Leamos otros versos en los que le invaden los recuerdos de
su madre: “Tenías que esperarme lejos con la piel convertida en rosa/ me
esperaste y la muerte te tomó en sus brazos para siempre/. En otro verso se
lee: “Sobrevives madre Herminia a lo lejos”. En el mundo andino la muerte es
sólo una instancia, una posada en el camino de la existencia. La vida continúa
después de la muerte. Por eso “sobrevives madre Herminia a lo lejos”. Esta es
una dicotomía incomprensible para el pensamiento occidental, pero común en
nuestras representaciones mentales. De igual manera, el tiempo y el espacio
tienen significaciones diferentes. Estar aquí-allá, ahora-después, son
conceptos que permiten a la poeta decir desde Mamalluca: “entonces Huancané a
lo lejos agitaba banderolas/ tejía el viento aullando detrás del remolino del
sur/ incorporando esperanzas…” Vida-muerte, pasado-esperanza (futuro) son
conceptos que sirven de contexto al hecho de gritar desde Mamalluca el nombre
de mamá Herminia.
Para gritar el nombre de la Madre Tierra, es decir, de sus
lugares amados, convoca los nombres de Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Van
Gogh, Humareda, Carlos Oquendo de Amat, de la bailarina Isadora Duncan y dice:
“Campesinos encontraron / la imagen de mama Martina reflejada en el río Ramis/
aquí donde el cielo y el río se juntan. La inundación de Puerto Pukis aún
reflota/ no estás muerta mamá Martina… / Y así la poeta, al liberar su lira
incorporará a sus recuerdos múltiples elementos de la naturaleza: la lluvia, el
viento, la paja, los ríos, el lago, las balsas, los helechos, en fin, todo
aquello que es elemento esencial de nuestro mundo.
Por su parte, al vocear los nombres de miles de jóvenes
anónimos caídos por causa de sus ideales, la poeta exclamará conmovida:
“Graznan salvajes patos cuando la ausencia es evidente/ graznan salvajes patos
porque la tarde se ha hechizado/ con el informe de nuevas muertes/ de jóvenes
que no creen en la derrota/ sino en la música de grillos …/ brutal impunidad
presagio de búhos/.
La intensidad del dolor que la embarga por estos hechos
luctuosos la llevan a caminar por la senda de la solidaridad que terminará
gritando:: “Desdichada paloma tus anhelos enfrentándonos a campos florecidos/
jóvenes combatientes en el curso de los ríos y los puentes/ tus ojos fogones
encarnados giran/ cuando se deslizan las piedras lavadas/ por las aguas del
imperio en tiempos de aguacero/ nosotros somos la brasa de tu cielo en la
húmeda tierra/ señor de Ayacucho asumimos la corriente de la historia…/
En Canto último seguirá exclamando: “siento sabor a tierra
ametrallada y palabra extranjera/ ¿no sientes sabor a gaviota, a lucha por la
paz, a dolor en Ñancahuazú? / balsa hundida guerrillero adormecido en espacios
de jazmines amarillos”.
La segunda parte de la obra titulada “Nostalgia por la
ciudad floreciente” usa la misma estrategia: la evocación. Le acosan los
recuerdos del río Maravillas y la ciudad de los vientos o su antigua nominación
como Chupe Qatu, con su café El Dorado y el recuerdo imperecedero de sus
antiguas camaradas: Margarita, Alinda, Antuca, María, Silvia, Josefina, Doris.
Y de sus familiares Vicente y Julio Mendoza entre tokoros y pinquillos. Gloria
no está hablándonos de Penélope, Leda, Medea, Polínices, Ariadna, o Electra
como es costumbre en los poetas post modernos, sino, de gente de carne y hueso
conocida por ella.
Como puede observarse las imágenes de la poesía de Gloria
Mendoza son espontáneas, intuitivas, despojadas de todo experimentalismo
presuntuoso. Fluyen como las aguas de un río, a veces pausada, a veces
tumultuosa según sean las palpitaciones de su corazón. Sus representaciones
dependen de la referencialidad del texto donde se perciben los espectros de la
vida y la muerte, del pasado feliz y del futuro con esperanza a pesar de la
barbarie que acalla voces y siembra injusticias. Gloria ha sido capaz de poner
a la poesía sobre la faz de los helechos del Puerto Pukis y las aguas azules de
su lago amado; en fin, ha tenido la feliz audacia de asentarla sobre la tierra
húmeda de nuestro mundo para que sus versos florezcan como kantutas rojas o
jazmines amarillos. No cabe duda que Gloria se ha consolidado como una voz
andina singular de la literatura peruana y latinoamericana.
____________________________________________________
No hay comentarios:
Publicar un comentario