FUEGO EN LOS ANGELES
Por Jorge Rendón
Vásquez
U |
n feroz incendio asola varios barrios de la
ciudad de Los Angeles de Estados Unidos. Han ardido las casas, los vehículos y
cuanto objeto había allí en unos 150 kilómetros cuadrados (unos 10 kilómetros
de ancho por 15 de largo), algo así como la extensión de Santiago de Surco y
San Borja en Lima.
Y, el fuego continúa avanzando, ganándole
de lejos la batalla a unos 15,000 bomberos venidos de varias partes de Estados
Unidos y a los aviones y helicópteros que derraman sustancias antiinflamables,
como minúsculos puntos en movimiento sobre las proporciones dantescas de las
llamas.
Nunca he estado en Los Ángeles, pero me es
familiar por los personajes y paisajes de las novelas de Raymond Chandler, Ross
MacDonald, Michael Connelly y James Ellroy, quienes, además de entretenerme, me
han enseñado ciertas técnicas y algunos trucos de la narrativa. La tan popular vía
Sunset Bouvevard, por donde circulan frecuentemente los personajes de esas
novelas, ha sido malamente afectada.
Pero, ¿por qué ha sucedido esto?
Al parecer, se trata de un efecto del
calentamiento global. Con el enorme consumo de combustibles fósiles por los vehículos,
empresas y hogares de los 334 millones de habitantes de Estados Unidos, el aire
de la atmósfera se ha calentado y, al elevarse por su menor peso, el espacio
dejado ha sido llenado por el aire frío del océano Pacífico, creando una
corriente de aire que encontró algunas briznas encendidas y las avivó, como se
echa aire a las brasas cuando se hace un asado. Una vez activadas las hogueras,
estas, al calentar el aire, lo elevan, generando nuevas corrientes de aire que
alimentan vivamente las llamas. Y así de seguido. La combustión ha sido
facilitada por la madera y el plástico utilizados como materiales de
construcción.
La fotografías de los barrios afectados muestran
paisajes arrasados y oscuros, semejantes a los de Hirosima y Nagasaki luego del
estallido de las bombas atomicas que el gobierno de Estados Unidos dispuso se
dejaran caer sobre ellas, en agosto de 1945, cuando sus poblaciones civiles
hormigueaban en las calles, mercados, empresas, escuelas y hospitales o estaban
en sus hogares. Y, entonces, solo fue una bomba por cada una de esas ciudades.
Esta vez, la naturaleza ha sido magnánima: les dio tiempo a las poblaciones de
los barrios que habrian de arder para evacuarlas.
La reconstrucción de los barrios y las casas
destruidos por los incendios en Los Ángeles habrá de costarles al estado de
California y al Estado norteamericano mucho dinero. Pero, ¿lo gastarán? Y,
además, ¿disponen de la cantidad necesaria? Y si no la tienen ¿pedirán la
cooperación de su población no afectada o tomarán en préstamo el dinero que
requieran, aumentado más aún su gigantesca deuda pública? Además, ¿en qué nivel
del orden de prioridades pondrán esos gastos? ¿Seguirán estando adelante los
gastos militares?
De hecho, las empresas de seguros ya tienen
una perspectiva difícil para pagar las sumas contratadas por riesgo de incendio
y podría ser que no las paguen, salvo que el Estado y la Reserva Federal les
presten dinero.
Como quiera que sea y ocurra, esta
desgracia de Los Ángeles ha suscitado en las demás poblaciones del mundo
sincera conmiseración.
(Comentos,
12/1/2025)
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