miércoles, 2 de julio de 2025

DEBATE SOBRE OPCIONES FILOSOFIC0-POLITICAS EN EL MUNDO DE HOY

 LA SOCIAL DEMOCRACIA Y EL SOCIALISMO DEMOCRÁTICO

Por: Nick French

G

racias al sorprendente triunfo de Zohran Mamdani en las primarias demócratas para la alcaldía de Nueva York [1], el New York Times vuelve a preguntarse qué significa ser socialista democrático. Vale la pena revisitar esta pregunta, sobre todo porque la etiqueta está ampliamente en discusión incluso entre quienes nos definimos así.

Zohran Mamdani
¿Qué dice el New York Times al respecto?

Dice que "El término [socialismo democrático] no tiene una definición única, y sus defensores y críticos le asignan descripciones variadas. Pero la manera más sencilla de entender el socialismo democrático, desde un punto de vista académico, es como una ideología basada en la oposición al capitalismo y en el deseo de transferir el poder de las corporaciones a los trabajadores. En Estados Unidos, las políticas que defienden los que se autodenominan socialistas democráticos generalmente no implican la completa abolición del capitalismo, sino más bien trabajar dentro del sistema para imponer prioridades de izquierdas, como subir el salario mínimo. Eso los hace más parecidos a los socialdemócratas europeos —una ideología común en Europa que enfatiza fuertes redes de protección social y la intervención del Estado en áreas como la sanidad— que a los socialistas democráticos “puros”, que suelen ver menos espacio para concesiones con el capitalismo. En todo caso, los sitúa más a la izquierda que el demócrata medio."

Nuestro comentario

Aunque el New York Times tiene un largo historial de críticas ligeras a la izquierda, esta caracterización del socialismo democrático no es un mal punto de partida. Es cierto que el socialismo democrático se basa en la “oposición al capitalismo” y en “trasladar el poder de las corporaciones a los trabajadores”; es también cierto que políticos prominentes que se llaman a sí mismos socialistas democráticos, desde Bernie Sanders hasta Alexandria Ocasio-Cortez o Zohran Mamdani, han abogado mayoritariamente por reformas al estilo de la socialdemocracia europea o por revivir y ampliar el New Deal de Franklin D. Roosevelt en lugar de por “abolir por completo el capitalismo”.

¿Significa eso que los socialistas democráticos de EE. UU. son simplemente nuestra versión de los socialdemócratas europeos? No lo creo. Sin querer atribuir creencias personales a Bernie, a AOC o a Zohran, hay una distinción filosófica entre socialdemocracia y socialismo democrático, y se puede argumentar que el proyecto político de Zohran y compañía impulsa la causa del socialismo democrático.

Comparando filosofías políticas entre socialdemócratas y socialistas democráticos y sus praxis

La diferencia es que los socialdemócratas buscan como objetivo final un compromiso de clases entre trabajadores y capitalistas, mientras que los socialistas democráticos quieren abolir el sistema de clases por completo.

Los socialdemócratas creen que, mediante la regulación estatal, la redistribución y la negociación colectiva, trabajadores y capitalistas pueden asegurar un crecimiento económico sostenible cuyos beneficios se repartan equitativamente, y que ese arreglo es estable de forma indefinida. Los socialistas democráticos, en cambio, rechazan la idea de que tal compromiso pueda perdurar. Queremos en última instancia establecer un sistema económico que no dependa de la propiedad privada de los medios de producción ni de la explotación de los trabajadores por parte de los propietarios.

Los socialistas democráticos sostienen este objetivo tanto por razones éticas como estratégicas. En términos morales, el capitalismo se basa en la dominación ilegítima de los trabajadores por parte de los capitalistas en el ámbito laboral. Esto ocurre incluso en las sociedades socialdemócratas en su mejor momento. Y, en la mayoría de los casos, el capitalismo produce una distribución de la riqueza muy injusta e inequitativa —una distribución que deja a muchos en la pobreza y socava el florecimiento humano de gran parte de la población. Además, suele permitir que los muy ricos ejerzan una influencia indebida sobre el proceso político mediante el lobby, la financiación de campañas y la amenaza de retirada de inversiones, lo que mina la democracia.

Estas objeciones morales van de la mano de una objeción estratégica a la socialdemocracia. Al dejar ingentes cantidades de riqueza y poder en manos de los capitalistas y permitirles determinar el rumbo del desarrollo económico, la socialdemocracia facilita que los capitalistas socaven cualquier compromiso temporal que se alcance. Es cierto que las sociedades socialdemócratas han logrado en ocasiones un mayor grado de igualdad que muchas sociedades capitalistas y han limitado algo la influencia política de los ricos. Pero esos logros se han erosionado tarde o temprano por las clases dominantes cuyo verdadero origen de poder —su propiedad de los medios de producción— no fue realmente cuestionado.

¿Cómo usan los capitalistas su inmensa riqueza y control de los medios de producción para desmantelar las reformas socialdemócratas? El capital puede recurrir a su casi ilimitado fondo de guerra para financiar partidos y medios que se opongan a los sindicatos y a las políticas pro-trabajadores; cuando eso no basta, puede usar su poder estructural —la capacidad de retener inversiones o llevárselas a otro lugar— para forzar a los reformistas a ceder y, en última instancia, revertir las reformas ya conseguidas. Y, bajo el capitalismo, el crecimiento económico impulsado por el beneficio acabará minando la fuerza del movimiento obrero y la cohesión social necesaria para que la izquierda desafíe efectivamente el poder capitalista. La historia de las sociedades socialdemócratas lo confirma: sus logros acabaron detenidos y muy debilitados —aunque no completamente revertidos en la mayoría de los países— por las contrarreformas de las élites económicas.

Capitalismo

Sobre el fin último a buscar por los socialistas democráticos

¿Pero qué quieren decir los socialistas democráticos cuando hablamos de ir más allá del capitalismo? Creo que deberíamos reconocer que no tenemos un objetivo definido o consensuado. Casi todos coincidimos, a corto plazo, en que debemos intentar instaurar las reformas que alcanzaron los socialdemócratas nórdicos en su esplendor: un estado de bienestar generoso y universal, junto a sindicatos fuertes y convenios sectoriales que limiten la desigualdad.

En cuanto a abolir la propiedad privada, la mayoría de los socialistas rechazamos el modelo de planificación centralizada de la Unión Soviética. Pero existen múltiples propuestas para llevar los medios de producción a un control más colectivo y al mismo tiempo aprovechar algunos beneficios de la asignación de mercado —desde cooperativas de trabajadores y fondos sociales de riqueza hasta el “socialismo de cupones” de John Roemer o empresas públicas o concesionadas—, y muchos teóricos defienden una combinación de distintos tipos de propiedad y gobernanza empresarial.

La configuración institucional de una sociedad poscapitalista tendría que resultar de debates y experimentos durante años o décadas, más que de dogmas teóricos. Debemos descubrir, por prueba y error, qué políticas económicas realmente facilitan la igualdad, la libertad y, en general, el florecimiento humano. Cuando Marx escribió que los socialistas no debían trazar diseños intrincados de una futura sociedad socialista, seguramente tenía esto en mente. (El espíritu experimental de Zohran al proponer supermercados municipales encaja perfectamente con esta actitud). Incluso podría ser que cierta propiedad privada (pequeños negocios, emprendimientos limitados, etc.) sea beneficiosa para la innovación o para permitir que la gente viva como quiera, siempre que no tenga consecuencias opresivas para los demás.

Los socialistas democráticos deberíamos aceptar la posibilidad de que las realidades políticas y económicas hagan que alcanzar el nivel de socialdemocracia de la Suecia de los 70 (en lugar de abolir el capitalismo) sea lo máximo factible a mediano plazo. Pero donde los socialdemócratas ven un punto final, los socialistas democráticos mantenemos el ideal de trascender el capitalismo, aunque no lo veamos completarse en nuestra vida. Y consideramos que las reformas socialdemócratas que amplían el sector público y fortalecen la posición y los derechos de los trabajadores —como las propuestas por Zohran— nos acercan a ese objetivo. <:>

--------------------- 

[1] TRUMP QUIERE DEPORTAR A LA DEMOCRACIA: EL CASO MAMDANI Y EL NUEVO MACARTISMO

DISIDENCIA, CIUDADANÍA Y PODER: LA RECETA AUTORITARIA DEL TRUMPISMO PARA BORRAR AL ADVERSARIO POLÍTICO

Javier F. Ferrero, 02 julio 2025

De Uganda a Nueva York: un candidato con nombre y apellidos que no encajan

Zohran Mamdani no llega desde ningún despacho. No hereda apellidos del partido ni cuentas blindadas en Delaware. Tiene 33 años, nació en Uganda, es hijo de padres indios y se naturalizó estadounidense en 2018. Esta semana ganó las primarias demócratas a la alcaldía de Nueva York frente a pesos pesados del establishment, incluido el exgobernador Andrew Cuomo. Lo hizo con un discurso claro: frenar las redadas racistas del ICE, desmilitarizar la policía y devolver el poder a los barrios populares. Demasiado para los demócratas moderados. Y, sobre todo, imperdonable para el régimen trumpista.

En menos de 72 horas, la ultraderecha ha pasado de insultarlo a proponer que se le quite la ciudadanía estadounidense. Andy Ogles, congresista republicano por Tennessee, lo acusó de “haber ocultado vínculos con el terrorismo” al naturalizarse. La prueba: una canción de rap y el uso de la frase “globalizar la intifada”. La Casa Blanca respondió con frialdad, pero sin titubeo: si las acusaciones son ciertas, habrá investigación. No hay delitos. No hay sentencias. Solo un objetivo: acallar al disidente.

En 2001, el pretexto fue la “guerra contra el terror”. En los años 50, fue el comunismo. En 2025, es Palestina.

Desnaturalización, discurso único y autoritarismo electoral

La amenaza es brutal y directa. Trump, preguntado por las propuestas de Mamdani para impedir que agentes de ICE actúen encapuchados en barrios obreros, respondió sin rodeos: “Entonces habrá que arrestarlo.” Lo dijo con la misma tranquilidad con la que presenta centros de detención para migrantes o elogia dictadores. Porque el trumpismo ya no necesita eufemismos.

Ahora el plan es aplicar el “proceso de desnaturalización” a quienes, tras obtener la ciudadanía, resulten ser demasiado libres. Según el memorando del Departamento de Justicia, puede retirarse la nacionalidad a quienes hayan “obtenido la naturalización mediante ocultación o falsa declaración”. Pero el criterio es maleable, racista y útil para lo que buscan: fabricar culpables.

Apoyar Palestina se convierte en sinónimo de terrorismo. Disentir, en traición. Y tener nombre extranjero, en presunción de ilegalidad.

Chris Murphy, senador demócrata, lo dijo sin rodeos: “Esto es una mierda racista.” Pero su partido sigue dividido entre quien calla por cálculo electoral y quien intenta defender el centro mientras la derecha arrasa las instituciones. La caza ya ha empezado. Mamdani no es el único objetivo. Solo es el primero que lo dice en alto.

La ciudadanía condicional y el nuevo rostro de la persecución política

No es casualidad que Trump aproveche cada intervención pública para elogiar a Eric Adams, actual alcalde de Nueva York y converso al trumpismo. La fiscalía federal le archivó recientemente una causa por corrupción. Trump lo celebró. “Es un buen tipo. Le ayudé un poco”, dijo. El mensaje es simple: si obedeces, te salvas. Si molestas, te borramos.

El caso Mamdani no es una excepción. Es un síntoma del régimen. Una advertencia: no importa cuántos votos consigas si te sales del guion. Y ese guion se ha vuelto cada vez más estrecho, más blanco, más sionista, más neoliberal. En él no caben ni los socialistas, ni los inmigrantes, ni las voces musulmanas que no se avergüenzan de sí mismas.

Que Trump haya amenazado con cárcel y deportación a un ciudadano electo por decir que no quiere redadas paramilitares en su ciudad no es un desliz autoritario. Es doctrina.

Como en los años de Hoover, como en la era de Bush, el nuevo enemigo tiene acento, conciencia de clase y solidaridad internacionalista. Y eso no se tolera. Porque no es terrorismo. Es disidencia. Y eso, en tiempos de Trump, vuelve a ser delito. <:>


No hay comentarios:

Publicar un comentario