LA SOCIAL DEMOCRACIA Y EL SOCIALISMO DEMOCRÁTICO
Por: Nick French
G |
racias
al sorprendente triunfo de Zohran
Mamdani en las primarias demócratas para la alcaldía de Nueva York [1], el New York Times
vuelve a preguntarse qué significa ser
socialista democrático. Vale la pena revisitar esta pregunta, sobre todo
porque la etiqueta está ampliamente en discusión incluso entre quienes nos
definimos así.
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Zohran Mamdani |
Dice
que "El término [socialismo democrático] no tiene una definición única, y
sus defensores y críticos le asignan descripciones variadas. Pero la manera más
sencilla de entender el socialismo democrático, desde un punto de vista
académico, es como una ideología basada en la oposición al capitalismo y en el
deseo de transferir el poder de las corporaciones a los trabajadores. En
Estados Unidos, las políticas que defienden los que se autodenominan
socialistas democráticos generalmente no implican la completa abolición del
capitalismo, sino más bien trabajar dentro del sistema para imponer prioridades
de izquierdas, como subir el salario mínimo. Eso los hace más parecidos a los
socialdemócratas europeos —una ideología común en Europa que enfatiza fuertes
redes de protección social y la intervención del Estado en áreas como la
sanidad— que a los socialistas democráticos “puros”, que suelen ver menos
espacio para concesiones con el capitalismo. En todo caso, los sitúa más a la
izquierda que el demócrata medio."
Nuestro comentario
Aunque
el New York Times tiene un largo historial de críticas ligeras a la izquierda,
esta caracterización del socialismo democrático no es un mal punto de partida.
Es cierto que el socialismo democrático se basa en la “oposición al capitalismo”
y en “trasladar el poder de las corporaciones a los trabajadores”; es también
cierto que políticos prominentes que se llaman a sí mismos socialistas
democráticos, desde Bernie Sanders
hasta Alexandria Ocasio-Cortez o Zohran Mamdani, han abogado mayoritariamente
por reformas al estilo de la socialdemocracia europea o por revivir y ampliar
el New Deal de Franklin D. Roosevelt en lugar de por “abolir por completo el
capitalismo”.
¿Significa
eso que los socialistas democráticos de EE. UU. son simplemente nuestra versión
de los socialdemócratas europeos? No lo creo. Sin querer atribuir creencias
personales a Bernie, a AOC o a Zohran, hay una distinción filosófica entre
socialdemocracia y socialismo democrático, y se puede argumentar que el
proyecto político de Zohran y compañía impulsa la causa del socialismo
democrático.
Comparando filosofías
políticas entre socialdemócratas y socialistas democráticos y sus praxis
La
diferencia es que los socialdemócratas buscan como objetivo final un compromiso
de clases entre trabajadores y capitalistas, mientras que los socialistas
democráticos quieren abolir el sistema de clases por completo.
Los
socialdemócratas creen que, mediante la regulación estatal, la redistribución y
la negociación colectiva, trabajadores y capitalistas pueden asegurar un
crecimiento económico sostenible cuyos beneficios se repartan equitativamente,
y que ese arreglo es estable de forma indefinida. Los socialistas democráticos,
en cambio, rechazan la idea de que tal compromiso pueda perdurar. Queremos en
última instancia establecer un sistema económico que no dependa de la propiedad
privada de los medios de producción ni de la explotación de los trabajadores
por parte de los propietarios.
Los
socialistas democráticos sostienen este objetivo tanto por razones éticas como
estratégicas. En términos morales, el capitalismo se basa en la dominación ilegítima
de los trabajadores por parte de los capitalistas en el ámbito laboral. Esto
ocurre incluso en las sociedades socialdemócratas en su mejor momento. Y, en la
mayoría de los casos, el capitalismo produce una distribución de la riqueza muy
injusta e inequitativa —una distribución que deja a muchos en la pobreza y
socava el florecimiento humano de gran parte de la población. Además, suele
permitir que los muy ricos ejerzan una influencia indebida sobre el proceso
político mediante el lobby, la financiación de campañas y la amenaza de
retirada de inversiones, lo que mina la democracia.
Estas objeciones morales van de la mano de una objeción estratégica a la socialdemocracia. Al dejar ingentes cantidades de riqueza y poder en manos de los capitalistas y permitirles determinar el rumbo del desarrollo económico, la socialdemocracia facilita que los capitalistas socaven cualquier compromiso temporal que se alcance. Es cierto que las sociedades socialdemócratas han logrado en ocasiones un mayor grado de igualdad que muchas sociedades capitalistas y han limitado algo la influencia política de los ricos. Pero esos logros se han erosionado tarde o temprano por las clases dominantes cuyo verdadero origen de poder —su propiedad de los medios de producción— no fue realmente cuestionado.
¿Cómo usan los capitalistas su inmensa riqueza y control de los medios de producción para desmantelar las reformas socialdemócratas? El capital puede recurrir a su casi ilimitado fondo de guerra para financiar partidos y medios que se opongan a los sindicatos y a las políticas pro-trabajadores; cuando eso no basta, puede usar su poder estructural —la capacidad de retener inversiones o llevárselas a otro lugar— para forzar a los reformistas a ceder y, en última instancia, revertir las reformas ya conseguidas. Y, bajo el capitalismo, el crecimiento económico impulsado por el beneficio acabará minando la fuerza del movimiento obrero y la cohesión social necesaria para que la izquierda desafíe efectivamente el poder capitalista. La historia de las sociedades socialdemócratas lo confirma: sus logros acabaron detenidos y muy debilitados —aunque no completamente revertidos en la mayoría de los países— por las contrarreformas de las élites económicas.
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Capitalismo |
Sobre el fin último
a buscar por los socialistas democráticos
¿Pero
qué quieren decir los socialistas democráticos cuando hablamos de ir más allá
del capitalismo? Creo que deberíamos reconocer que no tenemos un objetivo
definido o consensuado. Casi todos coincidimos, a corto plazo, en que debemos
intentar instaurar las reformas que alcanzaron los socialdemócratas nórdicos en
su esplendor: un estado de bienestar generoso y universal, junto a sindicatos
fuertes y convenios sectoriales que limiten la desigualdad.
En
cuanto a abolir la propiedad privada, la mayoría de los socialistas rechazamos
el modelo de planificación centralizada de la Unión Soviética. Pero existen
múltiples propuestas para llevar los medios de producción a un control más
colectivo y al mismo tiempo aprovechar algunos beneficios de la asignación de
mercado —desde cooperativas de trabajadores y fondos sociales de riqueza hasta
el “socialismo de cupones” de John Roemer o empresas públicas o concesionadas—,
y muchos teóricos defienden una combinación de distintos tipos de propiedad y
gobernanza empresarial.
La
configuración institucional de una sociedad poscapitalista tendría que resultar
de debates y experimentos durante años o décadas, más que de dogmas teóricos.
Debemos descubrir, por prueba y error, qué políticas económicas realmente
facilitan la igualdad, la libertad y, en general, el florecimiento humano.
Cuando Marx escribió que los socialistas no debían trazar diseños intrincados
de una futura sociedad socialista, seguramente tenía esto en mente. (El
espíritu experimental de Zohran al proponer supermercados municipales encaja
perfectamente con esta actitud). Incluso podría ser que cierta propiedad
privada (pequeños negocios, emprendimientos limitados, etc.) sea beneficiosa
para la innovación o para permitir que la gente viva como quiera, siempre que
no tenga consecuencias opresivas para los demás.
Los
socialistas democráticos deberíamos aceptar la posibilidad de que las
realidades políticas y económicas hagan que alcanzar el nivel de
socialdemocracia de la Suecia de los 70 (en lugar de abolir el capitalismo) sea
lo máximo factible a mediano plazo. Pero donde los socialdemócratas ven un
punto final, los socialistas democráticos mantenemos el ideal de trascender el
capitalismo, aunque no lo veamos completarse en nuestra vida. Y consideramos
que las reformas socialdemócratas que amplían el sector público y fortalecen la
posición y los derechos de los trabajadores —como las propuestas por Zohran—
nos acercan a ese objetivo. <:>
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[1] TRUMP QUIERE DEPORTAR A LA DEMOCRACIA: EL CASO MAMDANI Y EL NUEVO MACARTISMO
DISIDENCIA, CIUDADANÍA Y PODER: LA RECETA AUTORITARIA DEL TRUMPISMO PARA BORRAR AL ADVERSARIO POLÍTICO
Javier
F. Ferrero,
02 julio 2025
De Uganda a
Nueva York: un candidato con nombre y apellidos que no encajan
Zohran Mamdani no llega desde ningún despacho. No hereda apellidos del partido ni cuentas blindadas en Delaware. Tiene 33 años, nació en Uganda, es hijo de padres indios y se naturalizó estadounidense en 2018. Esta semana ganó las primarias demócratas a la alcaldía de Nueva York frente a pesos pesados del establishment, incluido el exgobernador Andrew Cuomo. Lo hizo con un discurso claro: frenar las redadas racistas del ICE, desmilitarizar la policía y devolver el poder a los barrios populares. Demasiado para los demócratas moderados. Y, sobre todo, imperdonable para el régimen trumpista.
En menos de 72 horas, la ultraderecha ha pasado de insultarlo a proponer que se le quite la ciudadanía estadounidense. Andy Ogles, congresista republicano por Tennessee, lo acusó de “haber ocultado vínculos con el terrorismo” al naturalizarse. La prueba: una canción de rap y el uso de la frase “globalizar la intifada”. La Casa Blanca respondió con frialdad, pero sin titubeo: si las acusaciones son ciertas, habrá investigación. No hay delitos. No hay sentencias. Solo un objetivo: acallar al disidente.
En
2001, el pretexto fue la “guerra contra el terror”. En los años 50, fue el
comunismo. En 2025, es Palestina.
Desnaturalización,
discurso único y autoritarismo electoral
La
amenaza es brutal y directa. Trump, preguntado por las propuestas de Mamdani
para impedir que agentes de ICE actúen encapuchados en barrios obreros,
respondió sin rodeos: “Entonces habrá que arrestarlo.” Lo dijo con la misma
tranquilidad con la que presenta centros de detención para migrantes o elogia
dictadores. Porque el trumpismo ya no necesita eufemismos.
Ahora
el plan es aplicar el “proceso de desnaturalización” a quienes, tras obtener la
ciudadanía, resulten ser demasiado libres. Según el memorando del Departamento
de Justicia, puede retirarse la nacionalidad a quienes hayan “obtenido la
naturalización mediante ocultación o falsa declaración”. Pero el criterio es
maleable, racista y útil para lo que buscan: fabricar culpables.
Apoyar
Palestina se convierte en sinónimo de terrorismo. Disentir, en traición. Y
tener nombre extranjero, en presunción de ilegalidad.
Chris
Murphy, senador demócrata, lo dijo sin rodeos: “Esto es una mierda racista.”
Pero su partido sigue dividido entre quien calla por cálculo electoral y quien
intenta defender el centro mientras la derecha arrasa las instituciones. La
caza ya ha empezado. Mamdani no es el único objetivo. Solo es el primero que lo
dice en alto.
La ciudadanía
condicional y el nuevo rostro de la persecución política
No
es casualidad que Trump aproveche cada intervención pública para elogiar a Eric
Adams, actual alcalde de Nueva York y converso al trumpismo. La fiscalía
federal le archivó recientemente una causa por corrupción. Trump lo celebró.
“Es un buen tipo. Le ayudé un poco”, dijo. El mensaje es simple: si obedeces,
te salvas. Si molestas, te borramos.
El
caso Mamdani no es una excepción. Es un síntoma del régimen. Una advertencia:
no importa cuántos votos consigas si te sales del guion. Y ese guion se ha
vuelto cada vez más estrecho, más blanco, más sionista, más neoliberal. En él
no caben ni los socialistas, ni los inmigrantes, ni las voces musulmanas que no
se avergüenzan de sí mismas.
Que
Trump haya amenazado con cárcel y deportación a un ciudadano electo por decir
que no quiere redadas paramilitares en su ciudad no es un desliz autoritario.
Es doctrina.
Como en los años de Hoover, como en la era de Bush, el nuevo enemigo tiene acento, conciencia de clase y solidaridad internacionalista. Y eso no se tolera. Porque no es terrorismo. Es disidencia. Y eso, en tiempos de Trump, vuelve a ser delito. <:>
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