PESADILLAS
César Hildebrandt
En HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 735, 30MAY25
I |
maginemos que un señor con tendencias a la depresión
sueña con un mundo en el que los niños de todas las edades vuelan en pedazos
bombardeados donde se escondan -hospitales, refugios de carpas, escuelas a
medio derrumbar, aldeas declaradas libres del fuego- y que el hombre que
ordena esas atrocidades anuncia nuevos y grandes males sin que nadie en el
mundo sea capaz de detenerlo.
De pronto, el señor del sueño despierta y se frota
los ojos y dice: “otra vez con estas pesadillas”.
Entonces vuelve a dormir. Pero el mal sueño
continúa: hay hambre en esa región donde el odio se ensaña y los niños adelgazan
hasta parecer radiografías y se mueren lentamente porque también faltan
medicinas, sueros, instrumentos quirúrgicos. Y el hombre que dirige ese campo
de exterminio grita que el plan es que los que sobrevivan se larguen de esas
tierras porque nunca han sido suyas y que ya se verá dónde irán a parar y
quiénes podrán acogerlos (si los hubiese). Y el hombre se ve en ese sueño
haciendo de paramédico voluntario, con uniforme y todo: tiene una camilla que
arrastra sin saber qué cuerpo atender, qué gemido escuchar, a quién debiera
salvar entre tantos candidatos a la muerte.
La angustia lo despierta con el resuello indispuesto
y maldice la sombra que lo persigue, los sueños de loco que no lo dejan en paz.
Intenta dormir y logra penosamente hacerlo. Pero entonces regresa el infierno, aunque esta vez el escenario es otro. El señor de los sueños sueña esta vez con el hombre más poderoso de la tierra y que este le dice, sorbiendo a ratos una gaseosa a pico de botella: “A mí lo que me importa es mi país, es el negocio de seguir siendo lo que somos y no importa el coste que eso suponga”. En el sueño, el hombre es un periodista amilanado y trémulo porque teme perder el empleo. Y, sin embargo, se atreve:
-No, señor presidente.
-El Domo Dorado será un homenaje a Ronald Reagan y
nues
tra garantía para ser prácticamente invulnerables
en el caso de una Tercera Guerra Mundial.
-Pero esa Tercera Guerra Mundial habrá de ser
nuclear, señor presidente.
-Pues si ocurre, no seremos nosotros los que la
desatemos.
El hombre despertó dando alaridos y con el corazón
saliéndole por la boca.
-¡Basta! -dijo el hombre-. Recordó fugazmente que
hacía unos días había soñado que el planeta entero era una California en llamas
y que los iceberg del polo sur surcaban el Pacífico sur
empequeñeciéndose cada hora que pasaba.
Se sentó al borde de la cama, encendió la luz del
velador, se puso las pantuflas y fue al baño. Tomó un vaso de agua y se metió
en la boca el segundo tenue sedante de esa mala noche. ¿Haría efecto?
-¡Carajo! -dijo entre clientes.
Se echó en
la cama y poco a poco volvió a quedarse dormido.
Esta vez
soñó con un país que se parecía mucho al suyo. En el sueño, él caminaba por una
calle polvorienta donde los vendedores gritaban y los jaladores de colectivos
anunciaban itinerarios y alguien, con cara de desdicha, perseguía a un perro.
Pero había más. Estando allí, hablando con esa gente
tan difícil de descifrar, él supo que en ese país gemelo al suyo la presidenta
era una analfabeta funcional sostenida en el poder por la jefa de una mafia, un
idiota que hacía de gobernador de La Libertad y un comunista embalsamado que se
había dedicado al saqueo. No sólo eso: supo, con esa omnisciencia que en los
sueños cae sobre el soñador como los rayos, que en ese país el Congreso hacía leyes
para proteger el crimen, entusiasmar a la maldad, consagrar la picaresca y atar
de manos a la justicia. Supo también que en aquel país secuestrado las próximas
elecciones prometían ser la confirmación multitudinaria de toda esa
aberración.
De ese sueño tampoco pudo despertar. <+>
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