jueves, 23 de mayo de 2024

INSTRUMENTOS MUSICALES EN LOS ANDES CENTRALES

  EL CHARANGO

José María Arguedas.

Fragmento de "INDIOS, MESTIZOS Y SEÑORES".

Diario La Prensa. Buenos Aires. Marzo 1940. 

L

os españoles trajeron al mundo indio la bandurria y la guitarra. El indio dominó rápidamente la bandurria; y en su afán de adaptar este instrumento y la guitarra a la interpretación de la música propia –wayno, k´aswa, araskaska, jarawi...- creó el charango y el kirkincho, a imagen y semejanza de la bandurria y de la guitarra. El arpa y el violín fueron conquistados por el indio tal como lo recibieron de los invasores. Ahora el arpa, el violín, la bandurria, el kirkincho y el charango, son, con la quena, el pinkullo, la antara y la tinya, instrumentos indios. Alma y alegría de las fiestas. O cuando entra la pena a las casas y a los pueblos, el charango y el kirkincho lloran por el indio, con tanta fuerza y con la misma desesperación que la quena y el pinkullo.

Los indios más bravos y cantores del Perú, los cuatreros y jinetes de Pampacangallo y del Kollao, llevan el charango amarrado a la cintura. Y en la cárcel, o en la pampa, el charango es la voz del k´orilazo o del chuco kollavino y del morochuco, miedo y orgullo de los pokras, el ayllu más musical del Ande.

El charango es ahora el instrumento más querido y expresivo de los indios y aún de los mestizos. Cada pueblo lo hace a su modo y según sus cantos; le miden el tamaño, la caja, el cuello, y escogen el sauce, el nogal, el cedro según las regiones. Por eso el charango de Ayacucho no sirve para tocar el wayno de Chumbivilcas. Y mientras el charango del Kollao tiene 15 cuerdas de acero, de tres en tres y templadas en MI – LA- MI – DO – SOL el de Ayacucho sólo tiene cuatro cuerdas gruesas de tripa. El charango del kollao es barnizado, y siempre tiene pintada en la caja junto a la boca, una paloma en vuelo. El charango de los pokras es llano y de madera blanca, pero del extremo del cuello cuelgan 10 ó más cintas de color, y entre las cintas a veces una trencita de cabellos de mujer.

La voz del charango del kollao es aguda y se oye lejos; sus 15 cuerdas chillan; “chillador” le llaman en los pueblos grandes como Arequipa; y cuando el indio o el mestizo del kollao lo tocan el wayno hiere y aunque parezca exagerado es como si el verdadero viento de los pajonales de la pampa grande estuviera cantando desde la boca del charango. Para eso han trabajado siglos los indios del Altiplano; quizás cuerda tras cuerda, tono tras tono, padecieron, hasta que su charango sonara así, como lo oímos ahora: instrumento perfecto para la música de sus creadores. Porque el indio es invencible en su afán de hacer su obra, de concluir el trabajo que le exige su espíritu. No cede jamás. Ni nadie le toca en la integridad de su alma. Recibió la guitarra de manos de los españoles, y el trabajo de adaptarla a su más íntima y sutil necesidad de expresión musical quizá no ha terminado todavía. Le ha creado varios temples especiales para la música india: uno para los waynos, otro para las danzas, otro para los tristes. Ni la creación del charango ha realizado toda su ansia de expresión musical, exacerbada por el dominio de todos los instrumentos musicales que le trajeron los españoles. Dominio, por supuesto reducido a su folklore, y a su mundo limitado por tantas prohibiciones.

El charango de Ayacucho es más chiquito, unos 40 centímetros; sus cuerdas gruesas tienen voz grave y pastosa. Y mientras el del Kollao tiene doce trastes, el de Ayacucho sólo tiene seis. Este charango casi nunca se toca “punteado”; rasgan todas sus cuerdas, y al mismo tiempo, en las cuatro cuerdas y con los seis trastes, se da la melodía. Es para música de quebrada; no es para esos waynos de la gente de puna, bravíos o desesperados; es para canto dulce; y cuando es de tristeza, no es tan tremenda y de tocarla fuerte, como para que lo oigan todos los pueblos que hay en la pampa. La quebrada repite el wayno; y junto al río, en medio de los maizales o de los sauces que cabecean, mojándose en el agua, no hay necesidad de gritar tanto, ni para decir la pena ni para cantar la alegría o el amor que nace.

En la voz del charango se oye también la diferencia de tono de estos waynos, porque desde la madera, hasta las cuerdas, se escogen para que canten distinto.

Si toda la música del Ande es de tono general y característico, es también la que más estilos y variaciones tiene. Dos pueblos a veces separados sólo por algunas leguas ya tiene su estilo propio. Y los instrumentos y los temples han sido adaptados con una energía profunda a la interpretación de la más leve diferencia de estilo sin silenciar lo más mínimo. En estos pueblos cada fiesta tiene su música especial y esta música tiene sus instrumentos propios, ahora hablamos del charango, acaso en otros artículos podamos informar sobre el kirkincho, la bandurria, el pinkullo, el arpa, la antara, el wakawak´ra, las tijeras de acero, la tinya...

El charango es instrumento mestizo; es del indio actual del Perú y del pueblo leído y trabajador de las ciudades del Ande. Las pandillas mestizas de carnaval y aún las marineras serranas se bailan con charango. Pero el charango en manos del indio kollavino, o del indio de Pampacangallo, y de las quebradas de Apurimac y Ayacucho es el charango verdadero; nadie lo toca mejor; y oyéndolo tocado por ellos se comprende de golpe que el charango lo hicieron esos indios y que nació primero para la música de ellos.

La bandurria ha quedado también como instrumento indio. En las ferias de Pampamarca, Huanca, Pucará y Sicuani, los indios andan en grupos tocando bandurria. Tiemplan su instrumento en las calles, tocan en las esquinas o caminando entre la multitud. Dominando el murmullo de la gente de feria y aún el repique de las campanas, si oyen las bandurrias.

Pero en esos pueblos, llenos de indios y mestizos, la bandurria suena como instrumento forastero, cuando lejos o cerca tocan charango. <> 

SOBRE NACIONALISMOS Y EL ORIGEN DEL CHARANGO.

Julio Mendivil *  25/11/2014

El pasado 5 de noviembre durante una videoconferencia para el I Congreso de la Música Ayacuchana, realizado en Ayacucho entre los días 3 y 5 de noviembre, mencioné el asunto de los discursos nacionalistas sobre el origen del charango en Bolivia y el Perú. Nada más terminar mi ponencia, el intérprete de huaynos Ernesto Camasi refutó mi posición defendiendo un origen ayacuchano del charango. Poco después recibí numerosos comentarios a través de mi cuenta en Facebook, en los cuales se me pedía tomar partido por el Perú en la disputa sobre el origen del pequeño cordófono. No voy a discutir las endebles teorías de Camasi y de quienes me recriminaban una falta de patriotismo. Lo que sí me interesa poner en tela de juicio es cómo se está pensando este tema y cómo mediante él se están utilizando políticamente expresiones populares para reforzar nacionalismos trasnochados, un tema que toma apremiante actualidad en el contexto de las reclamaciones bolivianas por la postulación peruana de la Fiesta de la Candelaria de Puno como patrimonio inmaterial de la humanidad ante la UNESCO por “contener” danzas bolivianas. Si me remito exclusivamente al caso del charango, es sólo porque lo conozco más a fondo. No obstante, creo que los criterios que voy a exponer sobre el origen del charango bien son aplicables al asunto de la Candelaria.

Solemos imaginar el origen de un instrumento como si se tratara del nacimiento de una persona, es decir, como un acontecimiento con fecha y hasta con hora fija. Pero los instrumentos no son personas; éstos se forman a través de extensos períodos de acoplamiento a las necesidades estéticas de un pueblo. Se trata, por lo general, de un largo camino de ensayos, fracasos, nuevos intentos, mejoras, nuevos errores y rectificaciones. Por lo común, estos procesos no se restringen a un sólo lugar, sino que suelen abarcar varios, incluso diversas regiones, de lo que resulta que querer determinar un origen inequívoco del charango es por demás ocioso y no aporta nada a su conocimiento. El esquema de los orígenes parte de la idea errónea que todo instrumento aparece sólo una vez en la historia. Pero como han demostrado cien años de etnomusicología, no hay motivo para pensar que ese siempre sea el caso. Todo lo contrario, los instrumentos musicales se van transformando a medida que se van expandiendo por diversos territorios, entrando en contacto con tradiciones musicales harto heterogéneas y diferentes entornos materiales. En ese sentido, aunque suene a provocación, podría decir que los instrumentos no tienen origen, que éstos se constituyen a través de un eterno estado de transformaciones y que lo que nosotros llamamos origen no es sino una delimitación arbitraria al interior de un continuo infinito.

Los estudios sobre el charango que remiten su origen a un solo lugar —ya sea Potosí, en Bolivia, Juli o Ayacucho, en Perú—, hasta ahora no han representado ningún aporte concreto a la historia del instrumento. Todo lo contrario. Hasta donde alcanzo a ver, éstos se han basado, por lo general, en lo que en la historiografía tildamos de “imaginación histórica”, por no decir en elucubraciones desaforadas y, por tanto, poco convincentes. Si vistas a la luz de la metodología histórica más elemental —la verificación analítica de las fuentes—, estas historias son inconsistentes y poco serias, sus repercusiones políticas son considerables: Bolivia ha declarado a Potosí por ley como cuna del instrumento y el Perú ha hecho de la otrora “guitarrilla de indios” patrimonio cultural de la nación toda. Quiero decir con ello que el tema del origen del charango ha dejado tiempo ya de ser una cuestión de interés musicológico para convertirse en un asunto plenamente político. Esto nos ha llevado a una peligrosa polarización entre peruanos y bolivianos. ¿Qué ventaja científica o histórica se ha sacado con eso? Ninguna. Thomas Kuhn ha mostrado que la ciencia no avanza progresivamente de un estado incipiente a otro superior, sino a través de revoluciones que tratan de suplantar un sistema deficiente por otro productivo. Siguiendo la lógica de Kuhn, lo que propongo, es abandonar el paradigma del origen único por estéril y asumir otro que nos permita avanzar en el conocimiento de los múltiples factores que llevaron a la creación del charango en el área andina.

Algunas personas me han criticado que esto significaría renunciar a establecer la verdadera historia del charango. Pero aquí encuentro una idea errada sobre el trabajo histórico. Aunque a menudo se crea lo contrario, es imposible realizar el ideal rankeano de contar la historia “tal como fue”, pues aún suponiendo que nuestras disquisiciones sobre el pasado sean correctas, no nos es posible verificarlas debido a la irreversibilidad del tiempo. Por tanto, nuestra labor como historiadores no puede ser destapar verdades o reconstruir fidedignamente eventos pretéritos, sino, a lo mucho, proponer esquemas de interpretación para los datos históricos que poseemos y los nuevos que vamos recopilando.

Algunos, como el boliviano Ernesto Cavour o el peruano Roel Tarazona, han recurrido al concepto de “alto desarrollo” para justificar un origen del charango. Dichos autores aducen que mientras más “desarrollada” sea una tradición en un lugar determinado, más alta la probabilidad de que éste sea el lugar de origen. Pero la proposición es insostenible. Hace décadas que hemos desechado el concepto de desarrollo en la etnomusicología por sus connotaciones normativas. Efectivamente, esta idea involucra un sentido valorativo que es imposible definir de manera musicológica. ¿Cómo medir el desarrollo musical? ¿Cómo determinar si la complejidad conceptual es superior que la rítmica, la armónica o la melódica? Por eso, los etnomusicólogos hablamos de cambios o transformaciones y no de desarrollos. Tampoco el supuesto de que, ahí donde un instrumento alcanza mayor difusión y variedad tiene su lugar de origen, logra aval alguno. El bandoneón tomó forma en Alemania pero ha recibido más personalidad y técnicas de ejecución en Argentina. El arpa, una transformación de cordófonos con mástil de África y Asia, es europea y, sin embargo, en América Latina se han formado cuantiosas variedades en su forma de construcción. De ello se desprende que la dispersión y la versatilidad de un instrumento nada dice sobre su lugar de origen.

Algunos colegas suelen lamentar que el gobierno peruano no dedique más esfuerzos a la promoción del charango, sosteniendo que el apoyo estatal ha sido decisivo para un “desarrollo” más sólido del charango en Bolivia. Se equivocan. Es recién en los últimos 20 años que el charango ha adquirido un valor cultural considerable en el país altiplánico. Por lo tanto, sus ricas tradiciones de charango no se deben a ninguna declaración patrimonial del estado boliviano; ellas son el producto de la enorme capacidad creativa de un pueblo que históricamente fue andino antes de ser boliviano o peruano.

Supongamos por un momento —sólo por un momento— que el charango sea boliviano ¿qué habría de malo en ello? Nada. Que España reclame para sí la guitarra o Austria el Walzer no nos prohíbe que hablemos de la guitarra ayacuchana o del valse peruano. Alejo Carpentier ha dicho, con razón, que los instrumentos no tienen nacionalidad, pero que quien los toca, lleva la suya en sus manos. Habría que añadir que ellos además no son patrimonio de los estados que los utilizan para fines proselitistas. Como los géneros, las fiestas y las danzas, los instrumentos musicales pertenecen al pueblo que los porta, conserva o transforma. Es por eso que rechazo los discursos nacionalistas peruanos y bolivianos sobre el origen del charango y proclamo, a los cuatro vientos, su procedencia e identidad andinas. Ya decía Mariátegui que si el pasado nos divide, el futuro nos une. Ha llegado el momento de mudar de esquema de investigación y pasar de preguntarnos de dónde vienen nuestros instrumentos, nuestras danzas o nuestros géneros musicales a discutir adónde queremos llevarlos en el siglo XXI. <>

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* Nací en Lima y vivo en Alemania. Escribo literatura, toco charango y, en mis ratos libres, dirijo el Center for World Music de la universidad de Hildesheim. He dirigido la cátedra de etnomusicología en el Instituto de Musicología de la Universidad de Colonia, Alemania y soy docente no numerado de la Universidad de Música, Teatro y Media de Hanóver. He ejercido la critica musical en diarios y revistas latinoamericanos y europeos. Actualmente soy vocero del grupo de etnomusicología de la Sociedad de Investigación Musical de Alemania y presidente de la IASPM-AL (International Association for the Studie of Popular Music-Rama Latinoamericana)


Ernesto Cavour


Felix Paniagua Loza

 









CAVOUR Y FELIX PANIAGUA

Omar Aramayo

El año 2022 la Parca se llevó a dos charanguistas notables: Ernesto Cavour y Félix Paniagua Loza. El primero de fama mundial, un innovador del instrumento, un osado descubridor de sus posibilidades expresivas, un explorador de melodías propias de territorios alejados al suyo propio y sin embargo con el oxígeno de la tierra que lo vio nacer. El segundo un charanguista cuyos acordes no pasaron de la región y que sin embargo debe ser reconocido como lo que es: un gran charanguista, leal a las melodías de su infancia, de su juventud, que trajo al escenario sonoro la cordillera viva y florecida de humanidad.

Cavour disfrutó del éxito que le reconoció su patria Bolivia y el mundo entero, fue aclamado en las giras que emprendió por el mundo, como solista o como partícipe de los grupos que integró. Paniagua Loza, un maestro de colegio, integró el conjunto Musical Teodoro Valcárcel, el más importante que ha producido en su género América Latina y también el más imitado y actualmente invisibilizado. Paniagua Loza hizo sus propios esfuerzos en los años 80 para consolidar un trabajo como solista y en algún momento crear un orfeón de charangos, pero como se sabe la aldea es áspera e ingrata.

Dos dimensiones, la genialidad de Cavour y el trabajo humilde del músico que lucha contra las circunstancias de su medio, y sin embargo talentoso y detallista. Dos músicas parecidas pero completamente diferentes. Cavour hecho para el espectáculo, Paniagua para la intimidad. Dos tipos de charango, dos estilos de tocar, dos charanguistas diferentes. El charango boliviano con su capa de kirkincho, el puneño una guitarrilla silvestre con cuerdas que son tripas de gato montés, o hilos de metal, que milagrosamente interpreta esas melodías acumuladas como las rocas verdosas de la cordillera por cientos de años. Cavour enamorador de las enamoradas y enamorados de Americalatina, Paniagua Loza seductor del habitante que surca la noche oscura, o de la mujer que espera a su amante en una ventana del páramo. <>

 

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