Gustavo Rodríguez, EL COMERCIO 3AGO19, p. 31
En octubre de
1952 el presidente Manuel Odría sumó a su vasto legado de concreto la obra más
popular de su gobierno: el Estadio Nacional. Existen fotos suyas, el saco del
temo cerrado por un botón, siendo aclamado desde las flamantes tribunas mientras
camina por la pista atlética de ceniza que hoy no existe más. Sobre ese césped
con savia nueva -donde un rato después la selección peruana de fútbol perdería
ante la de Bolivia- sonríen comparsas folclóricas y también puede verse a una juventud
femenina, perfectamente alineada de blanco, levantando banderas peruanas en
actitud marcial. Las fotos no transmiten el sonido, pero uno puede imaginarse
el vocerío y también las marchas festivas que debe haber tocado la banda
militar.
ANGEL ANIBAL ROSADO |
También podemos
imaginar la música que se escuchaba en Lima por esos días.
El trío Los
Embajadores Criollos era tan popular que pronto serían conocidos como “los
ídolos del pueblo” y, por entonces, el ‘Carreta’ Jorge Pérez ya era la
desenfadada voz de Los Troveros Criollos. Las historias cantadas pertenecían a
la urbe costeña y la manera de bailarlas, como todos saben, parodiaba en pocos
metros cuadrados a los valses y polcas que en salones europeos alcanzaban mayor
amplitud. Las clases medias y pudientes también podían acceder al cancionero
estadounidense que se difundía imparable luego de la Segunda Guerra Mundial, y
algunas caderas empezaban a rendirse ante esa salvaje creación del cubano
Pérez Prado que el mundo conocería como mambo. Mientras la altiplánica Bolivia
nos ganaba 1 a 0 no había ninguna canción andina emitiéndose por la radio, pero
pronto entrarían de puntillas por una puerta lateral: el programa “El sol de
los Andes” empezaría a programarlas en 1953.
El Perú, pues,
era largamente andino en su población, pero buscaba ser blanco en su representación
oficial. ¿Qué habría pensado un testigo cualquiera de aquel Estadio Nacional
si, por obra mágica, hubiera sido trasladado al actual durante la inauguración
de los Panamericanos Lima 2019? Se habría emocionado quizá ante esa hermosa
proyección de Chabuca Granda cantando “Bello durmiente” junto a Juan Diego
Flórez, o ante la preciosa estampa costeña de nuestros caballos de paso. Pero,
con seguridad, habría asistido boquiabierto a ese río de deportistas peruanos
que ingresaron al campo bailando una canción andina con acentos tropicales, en
tanto las tribunas coreaban con delirio: “Lloro
por quererte, por amarte, por desearte. Ay, cariño; ay, mi vida: nunca, pero
nunca, me abandones, cariñito”.
Ángel Aníbal
Rosado compuso “Cariñito” en 1979. Nacido en Lima diez años después que Odría
inaugurara su estadio, pasó su infancia en Barrios Altos, el epicentro de la
música criolla, y compuso varias canciones de ese género. Se dice que de niño
su madre lo llevó a vivir a un pueblo de la serranía de Lima y que allí compuso
algunos huainos. Felizmente: en l976 fundó Los Hijos del Sol, un grupo que
prosiguió la ruta de Los Destellos, Los Mirlos y Juaneco y su Combo hasta colocar
los cimientos de lo que hoy llamamos cumbia peruana. Murió en el 2008. Nunca vio
a su canción levantar en vilo al Estadio Nacional ni al mundo disfrutarla en
pantallas, mientras millones de peruanos la cantábamos emocionados. Lo que sí
percibió antes que muchos es el nacimiento de un país que empieza a reconocerse
mestizo, orgullosamente cholo, que presiente que nuestra grandeza se encuentra
en nuestra mezcla. <>
TODO EL ESTADIO: LLORO, POR QUERERTE, POR AMARTE, POR DESEARTE... |
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