LA ISLA DE LA FANTASÌA
César Hildebrandt
En: HILDEBRANDT EN SUS
TRECE Nº 744, 8AGO215
A |
parte de todos sus
méritos, Dina Boluarte tiene modales de gallinero. Por eso insultó a Bolivia
hace poco, saliéndose del texto aprobado por el Consejo de Ministros y creándole
un problema a la cancillería. Y por eso no le dio la mano a Gustavo Petro en
mayo pasado, en ocasión de la toma de mando del presidente de Ecuador. La
señora cree que todavía está en el escenario de los líos contables y los
chismes baratos del club departamental que presidió.
Gustavo Petro carece de
la paciencia boliviana y tiene la boca floja, el rencor pronto y la labia
torrencial de los bien hablados. Por eso ha buscado unj pretexto perfecto para decirnos
a los peruanos que los desastres se pagan y que hay un asunto por arreglar.
La verdad es que hay muy
poco por arreglar. Lo cierto es que a Chinería, la isla original, le creció un
bulto en los años 70 y desde esa década un grupo de peruanos pasó naturalmente
a ocupar aquella extensión, surgida del cambio en las aguas del Amazonas y de
la sedimentación de su cauce. Esa ampliación, que llegó a separarse de
Chinería, es lo que se llama isla fluvial de Santa Rosa y tiene más de 50 años
de jurisdicción peruana.
Petro quiere armar un lío pueblerino donde lo que hay es la deriva amazonense del cambio climático. Esas nuevas condiciones, impuestas por la deforestación, están dejando sin agua el puerto de Leticia y nadie puede culpar al Perú de tamaño desastre.
Hay algo de justicia
poética en estas irrupciones de tierras azarosas surgidas en el Amazonas. El
tratado Salomón-Lozano de 1922. impulsado por el entreguismo de Leguía, cedió
el entero trapecio de Leticia a Colombia. Diez años después, en pleno
sanchecerrismo, una turba de peruanos insumisos ocupó Leticia y quiso quedarse
con ella. Sánchez Cerro fue asesinado por el Apra justo el día en que había
pasado revista a las tropas que se iban a combatir por la ciudad recuperada al
margen de la ley y los tratados. Su sucesor de facto, Oscar Benavides, desechó
la idea del conflicto y aceptó el Protocolo de Río de Janeiro de 1934, que dejó
las cosas como antes.
Gustavo Petro ha hecho
un gobierno muy mediocre y se ha visto salpicado por la corrupción de algunos
de sus allegados. Desde las acusaciones por lavado de activos contra su hijo
Nicolás hasta los escándalos por nepotismo en Ecopetrol, pasando por los
120,000 dólares que el contrabandista Papá Pitufo entregó a la campaña del
actual presidente, el llamado “gobierno del cambio” se ha empantanado en un
clima de estridencias verbales, tensiones aspérrimas con autoridades
regionales y, con excepción del cambio producido en el régimen pensional, muy
pocos logros respecto del programa original del 2022.
El nacionalismo siempre
es una tentación para quienes necesitan coartadas que retiemplen el ánimo y
aglutinen a los dispersos. Petro se ha inventado una causa patriótica a partir
de un islote ínfimo aparecido de los barros arbitrarios del Amazonas. Y lo ha
hecho -no me cabe duda- pensando en la grosería infligida por la señora que
dice gobernar el Perú.
Habría que decirle a
Petro que los peruanos de bien solemos ser mejor educados, sabemos algo de
historia y no pensamos repetir la debilidad del señor Leguía. Que lo tenga
claro. Le daremos la mano, por supuesto, pero no le daremos Santa Rosa. ■
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