LECTURAS
INTERESANTES Nº 622
LIMA
PERU 20 AGOSTO
2014
A LA MUERTE DE HENRY
PEASE
Rolando Breña
Pantoja
Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE
N° 213 15AGO14, p. 9
Afirmábamos en una nota hace
algún tiempo que los políticos y los partidos nos estábamos volviendo
analfabetos y que la política peruana era también más analfabeta. No, por
cierto, por culpa de la política en sí misma, sino de todos cuantos pretendemos
ejercerla.
Es necesaria una cruzada para
retornar la política a sus reales contenidos, esencias, objetivos. Rescatarla
de su divorcio cada vez más notorio del conocimiento, de la cultura. De
reconstruirla desde sus bases doctrinarias y de principios, reconquistar sus
cimientos y sus sentidos filosóficos. Tenerla siempre como una visión
estratégica, de conjunto y a largo plazo. En la que la ética y la moral sean
compañeros o componentes esenciales. Sin estas premisas cualquier acción
política derivará en lo que tenemos hoy como política y como políticos en el
Perú.
La política es, debe ser
siempre, teoría y práctica ("sin teoría revolucionaria, no hay práctica
revolucionaria”, escribiría Lenin). Pero en los últimos años quizá uno de los
déficits de nuestra izquierda orgánica (militante quiero decir) ha sido la
debilidad teórica y política. Arrastrados por la vorágine del día a día, de lo inmediato,
de las tentaciones y los desafíos de la coyuntura, de las ilusiones, aún
frustradas y frustrantes de su unidad, no siempre para acumular fuerzas en
proyección de los grandes objetivos de transformación sino de la conquista de
espacios electorales y de gobierno, que tampoco supimos gestionar con éxito,
nuestras tácticas y estrategias fueron ganadas por el cortoplacismo, las metas
menudas y las contradicciones y rencillas internas, intranscendentes, y por qué
no, la adecuación a lo que siempre habíamos cuestionado.
Disculpen si no me refiero directamente
a Henry Pease. Su muerte, muy sentida de veras, suscita algunas reflexiones entre
la siempre dificultosa relación entre la intelectualidad y los partidos de
izquierda. Henry Pease fue un intelectual, un académico, un investigador valioso,
que entró a la práctica política abierta y militante principalmente en los
tiempos de Izquierda Unida y hasta después de su fraccionamiento. Fue su
candidato presidencial incluso enfrentando a Alfonso Barrantes, de quien fuera
teniente alcalde y motor de su acción municipal.
Cuando un intelectual
reconocido entra a las difíciles y exigentes condiciones de la militancia,
lleva siempre al partido un aire fresco y renovador que ayuda al trabajo de
reflexión, al perfilamiento programático, a la necesaria presencia de los
nuevo9s conocimientos y eleva el prestigio partidario. Pero sucede que el
intelectual casi siempre desconfía de las estructuras y de las líneas
partidarias o la forma de entender principios o ideología, como si tal vez
pudieran entorpecer su antigua independencia y libertad para tratarlos sin
prejuicios o dogmatismos.
Por otro lado las estructuras
y militancia partidarias, si es verdad que necesitan, aprecian y buscan
intelectuales, también a veces sienten cierto temor a que esos intelectuales puedan
desbordar las fronteras ideológicas o políticas y, queriéndolo o no,
desnaturalizar los parámetros partidarios.
Es una relación confianza-desconfianza
mutua que todavía no ha encontrado un mecanismo capaz de resolverla adecuadamente.
Los izquierdistas necesitamos
de la intelectualidad y ellos requieren de los partidos para que la acción
política sea fructífera. La acción política no puede ser mera estructuración
intelectual ni mero practicismo estéril. Todavía estamos atrapados en esta
contradicción, además de otras, claro.
La militancia de Pease en
Izquierda Unida es en este sentido una experiencia importante de la que falta
aún extraer reflexiones y enseñanzas. No sólo de la suya, obviamente, sino
porque fue una figura sobresaliente y como ser humano, como todo izquierdista,
con luces y sombras.
Por último, no se trata sólo
de incorporar intelectuales a la acción política, sino que los propios partidos
generen, produzcan, construyan su propia intelectualidad. Y aquí no estamos en
déficit, estamos en crisis. Pero mucho ojo, un intelectual de partido no es
sólo el propagandista, el defensor de la ideología y de la línea partidarias,
de sus principios, de sus tácticas y estrategias, el cruzado partidario. Es
mucho más. Es también quien pone la reflexión teórica en un espacio central,
compulsando siempre el pensamiento con la realidad, y dotando a esa reflexión
de espíritu creativo para descubrir lo nuevo y lo necesario, aunque a veces lo
nuevo y lo necesario lo lleve a cuestionarse a sí mismo y ponga a su
disposición caminos inéditos o lo inste a rediseñar o reorientar contenidos y
formas.
Tener una concepción
ideológica para algunos es como tener la varita mágica de las hadas madrinas a
cuyo solo movimiento y mención de las palabras casi divinas del catecismo
ideológico, las cosas se harán solas. Y siempre de manera inmutable y eterna.
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