viernes, 14 de marzo de 2025

PALABRAS DE HILDEBRANDT SOBRE LA SUERTE DEL PERU

 PARTE DE GUERRA

César Hildebrandt

Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 724, 140325

H

emos perdido.

Los que creíamos que el Perú marchaba a ser un país con una clase media informada y protagónica, hemos perdido.

Los que supusimos que la prensa estaría cada día mejor escrita, mejor hablada, mejor encamada, hemos vuelto a perder.

Los que tuvimos fe en que los partidos políticos tradicionales, aunque huérfanos de sus líderes, mantendrían su nivel y seguirían reclutando a gente inteligente y con principios, hemos sido burlados.

La clase media es un gui­ñapo que apenas respira.

La prensa está en la peor crisis de identidad y buena parte de ella se dedica a venderse y a alquilarse. La radio y la televisión están en una fase abiertamente neandertal.

Los partidos políticos son Pepe Lima y sus fachadas, César Acuña y sus taradeces, Keiko Fujimori y el hampa renco­rosa, Acción Popular y la corrupción provinciana, el Apra y su estigma inevitable, la China Tudela y sus respingos, los almirantes que hicieron una ley para cobrar doble, la izquierda que te puede robar el celular, la chauchilla edil de Somos Perú.

Bandera peruana manchada de sangre en un desfile de protesta en Juliaca (foto: Paul Vallejos)

Qué gran fracaso. Qué gran derrota.

¿Dónde se fueron los sueños de quienes, idiotas, nos ima­ginamos un país donde el ministro de Cultura fuera alguien que convocara a quienes podían diseminar las bibliotecas, estimular el buen cine, reafirmar lo plural de nuestras raíces, hacernos mejores? Porque también podríamos exportar cul­tura, aunque muchos crean que es mejor vender tierra sacada en volquetes, arándanos que pagan la mitad de impuestos, oro ilegal que sale hacia Ecuador o Bolivia.

Hace dos siglos que estamos en escena. Hace dos siglos que aburrimos a la platea repitiendo patrañas y soberbias.

Viene una misión de la Sociedad Interamericana de Prensa y dice que aquí se hostiliza al periodismo.

No es cierto. La prensa peruana, en general, se autocen­sura, se somete y destierra temas incómodos que puedan “desestabilizar” el evangelio según San Dionisio, o sea el neoliberalismo sin compasión que nos impuso aquel japonés que nos despreciaba.

Uno se pone a ver la tele de los noticieros y asiste a un festival del crimen. Los dueños del basurero han descubierto que la sangre puede ser un espectáculo y que el sicariato distrae. El mexicano del canal 9, el suizo ladrón del 5, los telares de mugre de Willax saben que si la gente se fascina con las amantes de Cueva es que ya no hay batalla cul­tural que librar: los peruanos balarán y serán esquilados de vez en cuando.

Hoy nos gobierna una señora ladronzuela que sucedió a un ladronzuelo que se vendía como una especie de Sandino.

Pero la señora ladronzuela no existiría si el Congreso no la amparase. Y en el Congreso está la antología de lo que en verdad somos: picaros buscando unos soles, delincuentes protegiendo al gremio, sirvientes del dinero prestándose a lo que venga. En suma, el Perú como naufragio.

Fuimos un país mediano que prometía algunas cosas. ¿En qué momento perdimos el camino y nos internamos en estos parajes en los que todo parece desfigurado?

Durante años, la derecha combatió al Apra para impedir que llegara al gobierno. Una socialdemocracia hayista nos habría hecho bien. Cuando el Apra clau­dicó y se sumó a los grandes intereses, la derecha la llamó con entusiasmo.

El fracaso del velasquismo fue también decisivo. Si el espíri­tu de las reformas de aquel septenato hu­biese sido adoptado por las grandes ma­sas, habríamos tenido nuestra Bastilla toma­da y, de algún modo, nuestra modernidad.

Las hordas de Sen­dero, dirigidas por un psicópata salido del libro rojo de Mao, hicieron lo suyo: millones de peruanos identificaron a alias presidente Gonzalo como el líder que la izquierda había te­nido guardado bajo la manga. Mariátegui terminó invocado en los asesinatos de Lucanamarca.

Y la atrocidad senderista trajo la derecha aurista de Fuji­mori. Un flechazo de curare paralizó el país, barrió a partidos y sindicatos y propuso el miedo como plataforma programá­tica. Los empresarios sin patria, los militares corruptos, la gran prensa decidida a subirse al corso de Wong hicieron el resto. Estamos en eso. Seguimos en eso. Es como si el país que amamos fuera feliz preparando su propio apocalipsis. <:>

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