PARTE DE GUERRA
César Hildebrandt
Tomado de
HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 724, 140325
H |
emos perdido.
Los que creíamos que el
Perú marchaba a ser un país con una clase media informada y protagónica, hemos
perdido.
Los que supusimos que la
prensa estaría cada día mejor escrita, mejor hablada, mejor encamada, hemos
vuelto a perder.
Los que tuvimos fe en
que los partidos políticos tradicionales, aunque huérfanos de sus líderes,
mantendrían su nivel y seguirían reclutando a gente inteligente y con
principios, hemos sido burlados.
La clase media es un guiñapo
que apenas respira.
La prensa está en la
peor crisis de identidad y buena parte de ella se dedica a venderse y a
alquilarse. La radio y la televisión están en una fase abiertamente neandertal.
Los partidos políticos
son Pepe Lima y sus fachadas, César Acuña y sus taradeces, Keiko Fujimori y el
hampa rencorosa, Acción Popular y la corrupción provinciana, el Apra y su
estigma inevitable, la China Tudela y sus respingos, los almirantes que
hicieron una ley para cobrar doble, la izquierda que te puede robar el celular,
la chauchilla edil de Somos Perú.
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Bandera peruana manchada de sangre en un desfile de protesta en Juliaca (foto: Paul Vallejos) |
Qué gran fracaso. Qué gran derrota.
¿Dónde se fueron los
sueños de quienes, idiotas, nos imaginamos un país donde el ministro de
Cultura fuera alguien que convocara a quienes podían diseminar las bibliotecas,
estimular el buen cine, reafirmar lo plural de nuestras raíces, hacernos
mejores? Porque también podríamos exportar cultura, aunque muchos crean que es
mejor vender tierra sacada en volquetes, arándanos que pagan la mitad de
impuestos, oro ilegal que sale hacia Ecuador o Bolivia.
Hace dos siglos que
estamos en escena. Hace dos siglos que aburrimos a la platea repitiendo
patrañas y soberbias.
Viene una misión de la
Sociedad Interamericana de Prensa y dice que aquí se hostiliza al periodismo.
No es cierto. La prensa
peruana, en general, se autocensura, se somete y destierra temas incómodos que
puedan “desestabilizar” el evangelio según San Dionisio, o sea el
neoliberalismo sin compasión que nos impuso aquel japonés que nos despreciaba.
Uno se pone a ver la
tele de los noticieros y asiste a un festival del crimen. Los dueños del
basurero han descubierto que la sangre puede ser un espectáculo y que el
sicariato distrae. El mexicano del canal 9, el suizo ladrón del 5, los telares
de mugre de Willax saben que si la gente se fascina con las amantes de Cueva es
que ya no hay batalla cultural que librar: los peruanos balarán y serán
esquilados de vez en cuando.
Hoy nos gobierna una
señora ladronzuela que sucedió a un ladronzuelo que se vendía como una especie
de Sandino.
Pero la señora
ladronzuela no existiría si el Congreso no la amparase. Y en el Congreso está
la antología de lo que en verdad somos: picaros buscando unos soles,
delincuentes protegiendo al gremio, sirvientes del dinero prestándose a lo que
venga. En suma, el Perú como naufragio.
Fuimos un país mediano
que prometía algunas cosas. ¿En qué momento perdimos el camino y nos internamos
en estos parajes en los que todo parece desfigurado?
Durante años, la derecha
combatió al Apra para impedir que llegara al gobierno. Una socialdemocracia
hayista nos habría hecho bien. Cuando el Apra claudicó y se sumó a los grandes
intereses, la derecha la llamó con entusiasmo.
El fracaso del velasquismo
fue también decisivo. Si el espíritu de las reformas de aquel septenato hubiese
sido adoptado por las grandes masas, habríamos tenido nuestra Bastilla tomada
y, de algún modo, nuestra modernidad.
Las hordas de Sendero,
dirigidas por un psicópata salido del libro rojo de Mao, hicieron lo suyo:
millones de peruanos identificaron a alias presidente Gonzalo como el líder que
la izquierda había tenido guardado bajo la manga. Mariátegui terminó invocado
en los asesinatos de Lucanamarca.
Y la atrocidad
senderista trajo la derecha aurista de Fujimori. Un flechazo de curare
paralizó el país, barrió a partidos y sindicatos y propuso el miedo como
plataforma programática. Los empresarios sin patria, los militares corruptos,
la gran prensa decidida a subirse al corso de Wong hicieron el resto. Estamos
en eso. Seguimos en eso. Es como si el país que amamos fuera feliz preparando su
propio apocalipsis.
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