LECTURAS
INTERESANTES Nº 727
LIMA
PERU 20
NOVIEMBRE 2015
ABAJO LAS MÁSCARAS
César
Hildebrandt
Tomado de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 324 18NOV16 p. 8
Que
bien hizo Keiko Fujimori al sacarse la careta en su balconazo del Paseo Colón.
¡Cuánto me alegro! ¡Qué tristes deben estar algunos locutores de RPP, la
emisora cuyo dueño visitaba el SIN como si de su casa se tratara y coordinaba
allí, con Montesinos, el tono de su campaña reeleccionista!
Atrás
quedaron Harvard, tontuelos de buena fe como Levitzki, maquillajes del teatro
Kabuki para los ingenuos.
“Decían
y especulaban: Está deprimida. ¡No me conocen! ¡Jamás! Eso es para los
perdedores y yo no me siento perdedora”, escupió la perdedora de las últimas
elecciones. ¿Perdedores los deprimidos? La zafiedad de la primera dama de la
dictadura le impide toda empatía con el malestar ajeno –incluido el de su madre
cuando Alberto Fujimori la torturaba sabiendo de su fragilidad emocional- y la
deja en ridículo a nivel internacional. Si algo tiene que ver con el arte, la
creación, la literatura, lo mejor del ser humano, ese algo es precisamente la
tendencia depresiva. Y no hablo solo de la depresión como enfermedad sino como
el mecanismo de defensa ante un mundo que la señora Keiko Fujimori representa
con su estridente vulgaridad.
No
conozco ningún idiota que haya tenido un viaje por la depresión. No conozco a
nadie inteligente que se sienta tentado, de vez en cuando, de leer a Emile
Cioranio, sin libros de por medio, de hacer un alto y sumergirse en una
sanadora apatía para tomar distancia y mirar con ironía las ínfimas pasiones de
la cotidianeidad. Porque la depresión puede ser entendida como un paréntesis
terapéutico, una reparación en el dique seco, un enfrentamiento con la verdad.
“Estoy
tan triste ahora que si alguien se acercase, me amaría” escribió Juan Gonzalo Rose,
maravilloso deprimido, poeta enorme.
Y
Gabriel Celaya, deprimido y armado de las mejores sombras, no vaciló en
escribir esto: “Cuando grito no grita mi yo para decirse / Cuando lloro, quien
llora dentro de mi es cualquiera / Y es tan solo en los otros donde vivo de veras”.
¿Y si habláramos de Vallejo y sus lóbregos mamíferos? ¿Y qué tal si recordamos las
veces en que Martín Adán se las pasó internado en un pabellón del Larco
Herrera?
Pero
ahora solo quiero hablar de algunas mujeres “perdedoras”. Citaré algunos casos.
Virginia
Woolf fue depresiva hasta la muerte y de ella han quedado caracteres
inolvidables, libros que no se borrarán y un feminismo culto y apasionado que
resulta fundador.
Frida
Kahlo fue depresiva, pero de sus pinturas brota esa luz que parece primordial y
que ningún dolor pudo impedir. Marguerite Yourcenar fue depresiva, pero de
Adriano se supo más leyéndola que acudiendo a la Historia Augusta. Violette
Leduc fue depresiva y eso no le impidió escribir “La Bastarda”.
Y
solo para seguir: Simone de Beauvoir fue depresiva, pero “Los Mandarines”
quedará como una de las grandes novelas-retratos del época del siglo XX. Sylvia
Plath fue depresiva también hasta morir, lo mismo que Alfonsina Storni, la
suicida oceánica. Gabriela Mistral fue depresiva, Blanca Varela fue depresiva,
Janis Joplis fue depresiva. Marylin Monroe fue depresiva hasta llegar a amar a Nembutal.
¿sigo?
De
todas esas “perdedoras se seguirá hablando en las próximas décadas y siglos
mientras que la memoria de la señora Keiko Fujimori tendrá como albaceas a los
Montesinos, los Hermosa Rios, los Aritomi, las Chacón y quizás Chlimper (si es
que no recibe mejor oferta)
Pobre
señora Keiko, ignorante cabal. Cree que
la sensibilidad es despreciable, que un episodio de tristeza es un estigma, que
la depresión es cobardía. Piensa como pensaban el general Tojo, el almirante
Yamamoto y el teniente general Elesbán Bello. Y ahora trata a su padre,
deprimido oficial, cómo trató a su madre acorralada. Un verdadero monstruo.
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