sábado, 17 de agosto de 2024

DEBATE: LA INDEPENDENCIA DEL PERU

 BALANCE DEL BICENTENARIO… ¿“DE” O “EN”?… PUNO 

Nicanor Domínguez Faura

El presente texto es una versión ligeramente revisada de la presentación del día viernes 9 de agosto de 2024 en el Evento “El Bicentenario en Puno”, organizado por la Universidad Nacional del Altiplano.  La invitación a participar fue hecha por el historiador Mario Copa Paucar.  La lectura del texto corrió a cargo de Ana María Pino, gestora cultural en Puno

Para el portal de la Casa del Corregidor 12 de agosto de 2024

Introducción

E

n la carta de invitación a participar se me dice que debo “discutir el Bicentenario de la independencia ‘de’ Puno”.  El evento, oficialmente, es sobre “El Bicentenario ‘en’ Puno”.  El tema del programa para el día viernes 9 es: “La construcción de la República ‘en’ Puno”, y esta presentación en particular debiera ser un “Balance del bicentenario ‘de’ Puno”.

Como se darán cuenta por el énfasis puesto en las distintas preposiciones gramaticales de estas cuatro frases, no estoy muy seguro sobre de qué tema debo hablar esta noche.  Me parece que son cuatro cosas distintas, muy interesantes cada una de ellas, pero bien distintas:
- Primero: ¿Querrán que hable de los 200 años de Puno como entidad política autónoma e independiente?
- Segundo: ¿O quieren que comente sobre los eventos culturales y/o patrióticos llevados a cabo entre el 2021 y este 2024 en Puno, por los 200 años de la Independencia del Perú?
- Tercero: ¿O esperan que explique el proceso mediante el cual la administración estatal del Perú, a través de leyes y disposiciones fiscales y administrativas, ha sido aplicada e implementada en el caso concreto de Puno en los últimos 200 años?
- Y cuarto: ¿O debiera hacer una síntesis y evaluación de los 200 años de historia regional de Puno durante la Época Republicana?

Creo que podría intentar proponerles tres preguntas para la reflexión, más o menos inspiradas en las distintas indicaciones e interpretaciones que acabo de comentar.  El énfasis estará en ver a Puno como parte del Sur del Perú y como parte del Perú todo.

Las tres entradas al problema que les propongo son:
- Primero: ¿desde cuándo existe la “unidad regional” que hoy conocemos como “la región Puno”, el espacio que en los siglos XIX y XX, durante la Época Republicana, era llamado “el departamento de Puno”?
- Segundo: ¿cuántos y quiénes han sido los presidentes peruanos nacidos en Puno?
- Tercero: ¿cuál ha sido, en rasgos muy generales por supuesto, el comportamiento político de Puno, y del Sur Andino peruano, en los 200 años de vida republicana?

Primera pregunta: ¿desde cuándo existe la “unidad regional” que conocemos hoy, en el siglo XXI, como “la región Puno”, espacio que en los siglos XIX y XX era llamado “el departamento de Puno”?

El actual departamento o región de Puno, en el Sur de la República peruana, se ubica en la mitad septentrional del Altiplano del lago Titicaca.  Esta jurisdicción o “unidad regional” corresponde aproximadamente a los territorios que fueron habitados en la Época Prehispánica por los grupos étnicos de los Collas (al norte del lago) y los Lupacas (al sur del lago).  Aunque hoy pueda sonar sorprendente, en el siglo XVI ambos grupos hablaban la lengua aimara (idioma que, en ese entonces, se hablaba desde las “Provincias Altas” del Cusco, pasando por todo el Altiplano, hasta llegar a Potosí, actualmente en el centro de Bolivia).

Los Collas y los Lupacas fueron incorporados al Imperio de los Incas cusqueños a mediados del siglo XVI.  Los Incas llamaron “Colla-suyo” a toda la región de los aimaras.  Sin embargo, los conquistadores Incas ocuparon el Altiplano durante menos de un siglo, entre aproximadamente las décadas de 1450 y 1530.  Es decir, por poco más de 80 años.

Los invasores españoles llegaron a los Andes en la década de 1530, y se repartieron las riquezas y la fuerza de trabajo de las poblaciones indígenas que habían estado bajo dominio incaico.  A estos “premios”, en la forma de comunidades indígenas obligadas a pagar tributo a los conquistadores españoles, se les llamó “encomiendas” o “repartimientos de indios”.  El grupo de los Collas fue subdividido en unas 30 a 35 “encomiendas”, que fueron asignadas a conquistadores españoles que debían residir y avecindarse en el Cuzco.  Los Lupacas, en cambio, fueron asignados en su totalidad a pagar tributos directamente a la Corona española.  La zona de los Lupacas fue conocida en la Época Colonial con el nombre de “provincia de Chucuito”, formada por siete sectores: Chucuito, Acora, Ilave, Juli, Pomata, Yunguyo y Zepita.

Collas y Lupacas
La primera gran división colonial del Altiplano ocurrió con la fundación de la ciudad de La Paz en 1548: los encomenderos de la parte central (donde están hoy las localidades de Puno y Huancané) pasaron a residir en esta nueva ciudad.  En 1610, al crearse el obispado paceño, se reafirmó esta división altiplánica entre Cuzco y La Paz. Desde la época del virrey Toledo, el Altiplano septentrional fue dividido administrativamente en cinco “corregimientos” o provincias: Carabaya, Lampa, Azángaro, Paucarcolla y Chucuito.  Las tres primeras (Lampa, Azángaro y Carabaya) estuvieron incluidas en el obispado del Cuzco y bajo la jurisdicción de la Audiencia (o tribunal de justicia) de Lima.  Las otras dos provincias (Paucarcolla y Chucuito), formaron parte del obispado de La Paz y de la jurisdicción de la Audiencia de Charcas.  Esta división se mantuvo durante unos 220 años en la Época Colonial, entre los años de 1565-1575 (cuando se establecieron los corregimientos) y los años de 1782-1785 (cuando se los agrupó administrativamente en un nuevo conjunto de provincias).

Porque fue solo a partir de 1784, con la creación de la “intendencia de Puno”, que se estableció la “unidad regional” puneña.  Las cinco antiguas provincias, que habían formado dos grupos distintos (tres hacia el Cuzco, dos hacia La Paz), se reunieron en una sola unidad administrativa regional.  Después de la Independencia peruana de 1821-1824, la “intendencia de Puno” recibió en la Época Republicana el nombre de “departamento de Puno”, y luego, ya en nuestro siglo XXI, el de “región Puno”.  Así es que la idea que tenemos de la región puneña como compuesta por territorios ubicados entre La Raya (el límite con el Cuzco) y el Desaguadero (el límite con La Paz y, desde 1825, con Bolivia), cumple este año 2024 sus 240 (doscientos cuarenta) años de existencia.

Para mayor precisión, hay que decir que durante dos décadas, entre 1776 y 1796, las cinco provincias del Altiplano septentrional formaron parte del entonces nuevo Virreinato del Río de la Plata.  En 1782 se aplicó allí el nuevo sistema de gobierno regional y provincial de Intendencias.  Inicialmente, todas las diez provincias de la región del Titicaca (cinco puneñas y cinco paceñas) fueron puestas bajo la jurisdicción de un solo intendente residente en la ciudad de La Paz.  Pero dos años después, esta intendencia fue dividida para lograr su mejor administración.  El virrey Juan José de Vértiz y el superintendente de Buenos Aires, Francisco de Paula Sanz, propusieron a la Corona la creación de la Intendencia de Puno, separada de La Paz, en base a las cinco provincias (informe del 21 de diciembre de 1783).  La propuesta fue aceptada por el rey Carlos III y su ministro José de Gálvez en la Real Orden del 5 de junio de 1784.  Es decir, hace apenas dos meses que se cumplieron los 240 años de esa creación administrativa.

Pero, por otra parte, los cinco corregimientos o provincias coloniales continuaron existiendo por 30 años más en la Época Republicana.  No hubo mayores cambios hasta que en 1854 el presidente Castilla firmó un decreto que reorganizaba la división administrativa puneña.  Entonces se separaron varias localidades de las antiguas provincias de Lampa, Paucarcolla y Chucuito, para formar la nueva provincia del Cercado de Puno.  Y partes de Azángaro y Paucarcolla formaron la provincia de Huancané. Sumaron entonces seis provincias puneñas (Cercado, Chucuito, Lampa, Azángaro, Huancané y Carabaya).  Dos décadas después, en 1875, la antigua provincia de Carabaya se dividió en dos partes: Carabaya (capital Macusani) y Sandia (capital Sandia).  Sumaron entonces siete las provincias del Departamento de Puno.

Los siguientes cambios administrativos ocurrieron ya en el siglo XX: en 1901 se creó la provincia de Ayaviri (separada de Lampa), y rebautizada Melgar en 1925.  Luego, en 1926, se creó la provincia de San Román, con capital en Juliaca (también separada de Lampa). Así, durante la mayor parte del siglo pasado, hubo nueve provincias en Puno (Cercado, Chucuito, San Román, Lampa, Melgar, Azángaro, Huancané, Carabaya y Sandia).

Pasaron casi seis décadas más hasta el año 1984, cuando se creó la provincia de Yunguyo (separada de Chucuito).  En 1989 se creó la provincia de San Antonio de Putina (con distritos que habían sido parte de Azángaro, Huancané y Sandia).  Y, finalmente, en 1991 se establecieron dos nuevas provincias: Moho (separada de Huancané), El Collao (separada de Chucuito), con capital en Ilave.  Así, desde hace ya casi 35 años, tenemos trece provincias en Puno (Cercado, El Collao, Chucuito, Yunguyo, San Román, Lampa, Melgar, Azángaro, Huancané, San Antonio de Putina, Moho, Carabaya y Sandia).

* * *

Para recapitular esta primera parte:
- La división colonial del Altiplano entre el Cuzco y La Paz duró 236 años, entre 1548 (fundación de La Paz) y 1784 (establecimiento de la Intendencia de Puno).
- Las cinco provincias coloniales, ya establecidas por el virrey Toledo para 1575, se mantuvieron sin modificaciones significativas por 280 años, hasta la reforma administrativa del presidente Castilla en 1854.
- La “unidad regional” puneña que hoy conocemos se forma en 1784, hace 240 años, con la creación de la Intendencia de Puno.
- Pero en ese momento, y por 20 años, Puno fue parte del Virreinato de Buenos Aires (1776-1796).
- Desde que en 1796 se restituyó al Virreinato del Perú, y por 228 años hasta el día de hoy, la mitad septentrional del Altiplano del lago Titicaca ha estado invariablemente ligada, para bien y para mal, le pese a quien le pese, al resto del Perú.  ¡Puno sí es el Perú, señoras y señores!

Segunda pregunta: ¿quiénes han sido los presidentes peruanos nacidos en Puno?

En el Perú hemos tenido 57 gobernantes en 200 años de vida republicana (quizás algunos más, que gobernaron por pocos días en momentos de aguda crisis política).  Pero 57 es la cifra que manejaremos, considerando que algunos gobernaron en dos oportunidades (como Manuel Prado Ugarteche, Fernando Belaúnde Terry, o Alan García Pérez), o en periodos consecutivos (como Leguía durante “el Oncenio” o Fujimori en la década del 90).  Los 57 presidentes en 200 años hacen un promedio de 3 años y medio de gobierno para cada uno.  Sabiendo que el periodo presidencial ha sido usualmente de 5 años, la estadística revela y muestra bastante bien la inestabilidad de la política peruana.

De estos 57 presidentes, veintiocho (el 49%) gobernaron en el siglo XIX, veinte (el 35%) en el siglo XX, y nueve (el 16%) en los 24 años que llevamos del siglo XXI.  Esto último significa que cada uno de esos nueve presidentes más recientes gobernó en promedio 2.6 años (aunque los tres primeros sí completaron su mandato de 5 años, y los seis siguientes en 8 años, desde el 2016, han gobernado por menos tiempo aún, 1.3 años en promedio, o sea la mitad del promedio anterior de 2.6). De los 57 presidentes del Perú, veinte (el 35%) fueron limeños, treinta y tres (el 58%) fueron provincianos, y cuatro (el 7%) habían nacido fuera del Perú (aunque quizás ahora habría que sumar cinco, con Fujimori, que parece haber nacido realmente en el Japón).

De los 33 presidentes provincianos, once (el 19% del total de 57) fueron norteños, cinco (casi 9% del total) nacieron en el Centro, y diecisiete (el 30% del total) han sido sureños.  Es decir, en 200 años de vida republicana, uno de cada tres presidentes del Perú nació en el Sur.  Entre estos, dos nacieron en Puno.  ¿Quiénes fueron estos dos presidentes puneños del Perú, y cuándo fue que gobernaron el país?

Se trata de dos caudillos militares del siglo XIX, los generales Miguel de San Román y Meza (nacido en Pichacani en 1802), y José Rufino Echenique Benavente (nacido en Puno en 1808).  Ambos eran hijos de familias criollas, cuyos antepasados habían migrado desde el Norte de España al Perú en el siglo XVIII.  Los San Román eran de Asturias, y llegaron a La Paz y a Puno desde principios de ese siglo, dedicados especialmente a la minería.  Los Echenique eran vascos de Navarra, pero llegaron primero a Chile a fines del XVIII y luego a Puno, como funcionarios coloniales.  Los padres de estos dos generales puneños habían nacido en tierras americanas, y se vieron envueltos en las guerras de Independencia de la década de 1810.  Ambos murieron en el contexto de la rebelión del Cusco de 1814-1815, la llamada “rebelión de Pumacahua y los hermanos Angulo”.

En 1820 el joven San Román se unió a las tropas patriotas que incursionaron en la Costa Sur, participó en la campaña a “puertos intermedios” de 1823, uniéndose luego al ejército del Libertador Bolívar, con el que terminó luchando en las batallas de Junín y Ayacucho.  Por su parte, el joven Echenique se unió al ejército del Libertador San Martín en Lima en 1822, y también participó en la campaña a “puertos intermedios” de 1823, pero terminó prisionero en la Isla Esteves hasta fines de diciembre de 1824.  Cuando se supo en Puno de la victoria patriota en Ayacucho, los realistas abandonaron la ciudad, y se proclamó la Independencia el lunes 27 de diciembre de 1824, acto al que asistió Echenique.

Durante las siguientes cuatro décadas, ambos jefes puneños participaron en las distintas guerras internacionales en las que se vio envuelto el Perú, así como las sucesivas guerras civiles entre caudillos peruanos, en las que sobresalió otro sureño que había participado en la batalla de Ayacucho, el tarapaqueño Ramón Castilla (nacido en 1797).  Ambos jefes puneños llegaron al poder manteniendo buenas relaciones con Castilla, que fue la figura política dominante del mediados del siglo XIX.  Echenique, después de ser ministro en el primer gobierno de Castilla, llegó a la presidencia en 1851.  Igualmente San Román, después de ser ministro en el primer y segundo gobiernos de Castilla, llegó a la presidencia en 1862.

Miguel de San Román Meza
Es interesante anotar que en las elecciones presidenciales de 1851 se enfrentaron ambos jefes puneños.  Los enemigos de Echenique desarrollaron entonces una campaña de desprestigio, buscando descalificar su candidatura.  Argumentaron que él en realidad no había nacido en Puno, sino en Bolivia (donde tenía numerosos familiares), por lo que no podía ser candidato presidencial.  Como vemos, una vieja táctica utilizada desde el siglo XIX para atacar políticamente a los sureños en general, y a los puneños en particular.  Lo más sorprendente es que, entre los que acusaban a Echenique de ser boliviano, se encontraban los partidarios San Román.

Echenique fue elegido en 1851, pero durante su gobierno se produjo el llamado escándalo de “la Consolidación” (el pago de la “deuda interna” con dineros del guano, a ciudadanos que habían apoyado con préstamos a la causa de la Independencia, aunque esos pagos terminaron beneficiando a personajes vinculados al gobierno).  Contra las denuncias de corrupción generalizada se alzó en rebelión el general Castilla, que derrotó a Echenique en 1855.  Por su parte, cuando San Román finalmente alcanzó la presidencia el 24 de octubre de 1862, no pudo disfrutar del poder por mucho tiempo, apenas cinco meses y once días, ya que falleció el 3 de abril de 1863.


No les fue muy bien a estos dos paisanos en la cúspide del poder político del Perú de mediados del siglo XIX.  La ruta fue muy larga y estuvo llena de luchas con distintos rivales, tanto en las guerras civiles como en las campañas políticas por la presidencia.  El propio Ramón Castilla encontraría la muerte en medio del desierto de su nativa Tarapacá, el 30 de mayo de 1867, cuando intentaba liderar una nueva rebelión en contra de los desmanes del gobierno de turno (del caudillo liberal Mariano Ignacio Prado).  Eran formas de hacer política típicas de aquel siglo.

Tercera pregunta: ¿cuál ha sido el comportamiento político de Puno, y del Sur Andino peruano, en los 200 años de vida republicana?

Se ha puesto de moda, de un tiempo a esta parte, el subrayar el contraste entre las opciones políticas mayoritarias del Sur peruano con respecto a las del resto del país.  Especialmente durante las campañas electorales del 2006 (con el candidato Ollanta Humala del “polo rojo”), la del 2011 (con el Ollanta del “polo banco”), la primera vuelta del 2016 (con la candidata Verónika Mendoza), y la última campaña del 2021 (con el profesor Pedro Castillo en medio de la pandemia).  Vemos una tendencia al rechazo de aquellos candidatos que prometían defender y profundizar el orden económico capitalista primario-exportador del país, buscando cada cinco años nuevas alternativas que ofrecieran promover la redistribución de la riqueza nacional, concentrada egoístamente por los grupos de poder principalmente capitalinos.

Pero ya hace 35, hasta 45 años atrás, ha habido en el Puno y en el Sur peruano apoyo mayoritario a candidatos que pudieron considerase “anti-limeños” en su momento: el Belaúnde de 1980, el candidato Alfonso Barrantes de “Izquierda Unida” en 1985, hasta el Fujimori del “no shock” de 1990.  ¿Qué tan antigua es esta tendencia sureña, de oposición a los intereses capitalinos y de otras regiones del país ligadas directamente a la ciudad capital?

Viene inmediatamente a la mente el recuerdo de la Confederación Perú-Boliviana, de 1836 a 1839.  Tuvo gran apoyo en el Sur (Cuzco, Puno, Arequipa, Huamanga), y mucho rechazo en el Norte (Lima, Trujillo).  Antes, todavía, la oposición Norte-Sur durante las Guerras de Independencia.  A partir de setiembre 1820, con la llegada de la “Expedición Libertadora” de San Martín, los conspiradores criollos peruanos lograron el apoyo del recién nombrado intendente de Trujillo, el limeño Marqués de Torre-Tagle, y proclamaron la Independencia (24-29 de diciembre de 1820), más de medio año antes que en Lima (el famoso sábado 28 de julio de 1821).  El virrey La Serna abandonó Lima y se instaló en el Cuzco, que fue la última capital virreinal del Perú hasta 1824.

Sin embargo, nada de esto fue automáticohomogéneoinvariable o inevitable.  En el Norte hubo varias revueltas de oficiales y vecinos realistas en 1821-1822, que fueron reprimidas por los patriotas.  Y el Sur venía experimentando una sostenida militarización desde una década antes, cuando los ejércitos realistas reclutados en el Cuzco, Puno y Arequipa reprimieron a la “Junta Tuitiva” de La Paz (en 1810), y se enfrentaron a los ejércitos de Castelli (en 1811), de Belgrano (en 1813) y de Rondeau (en 1815), venidos desde Buenos Aires al entonces llamado “Alto Perú”.

El Sur se mantuvo fiel a la Monarquía española no solo porque hubiese criollos, mestizos e indígenas de ideas conservadoras, sino porque, además de eso, hubo una fortísima represión de aquellos criollos, mestizos e indígenas autonomistas (muchos con ideas políticas liberales), que habían apoyado la rebelión del Cusco de 1814-1815 (de Pumacahua y los Angulo).

En el Perú de las Guerras de Independencia, en los 15 años transcurridos entre 1810 y 1824, hubo de todo.  Patriotas autonomistas (algunos de ideas monárquicas constitucionalistas, otros republicanos liberales) y fidelistas pro-monárquicos (algunos liberales, muchos conservadores y retrógrados), de ambos hubo en todas las provincias.  Los vaivenes de la guerra permitieron o limitaron las posibilidades de que se expresaran esas ideas abiertamente.  Como tuvieron que ocultarse en su momento, han dejado pocas evidencias documentales que permitan a los historiadores estudiarlas a cabalidad, especialmente cuando eran opiniones minoritarias (fidelistas en territorios patriotas, patriotas en territorios realistas).

* * *

Pero, además de la discusión sobre la existencia o no de una geografía político-electoral con un eje Norte-Sur en el Perú de los siglos XIX al XXI, es necesario mencionar las particularidades del componente étnico-cultural de la población Sur peruana.  Evidentemente me refiero a la población indígena que en Puno, desde el siglo XVIII, se divide en un norte quechua y un sur aimara (cambio lingüístico que debió ocurrir durante el siglo XVII, pero que no ha sido aun estudiado).

En el año 1978 el historiador Jorge Basadre hizo una afirmación tajante y a la vez sorprendente: “El fenómeno más importante en la cultura peruana del siglo XX es el aumento de la toma de conciencia acerca del indio entre escritores, artistas, hombres de ciencia y políticos” (Basadre 1931/1978, p.326).  Pese a constituir la mayoría de la población del país, la población indígena había sido ampliamente ignorada por la mayoría de los intelectuales liberales peruanos del siglo XIX, más bien siempre atentos a las ideas y las modas culturales europeas.

La expresión máxima de este vivir de espaldas al país real, fue la reforma electoral del año 1896, promovida por el Partido Demócrata (del caudillo civil conservador Nicolás de Piérola) y por el Partido Civil (fundado en 1871 como el órgano político de la burguesía liberal surgida del negocio del guano).  Se impuso entonces, como requisito para ejercer el derecho al voto, el saber leer y escribir en castellano.  Esto dejó a los campesinos fuera del sistema político. Hasta ese momento, por su condición de contribuyentes al fisco, sí habían tenido acceso al sistema electoral anterior a 1896 (un sistema de votación indirecta, “corporativa”, con tres niveles de selección de representantes: distritales, provinciales y departamentales).

La respuesta del campesinado puneño ha sido estudiada en el libro de la historiadora Annalyda Álvarez-Calderón, ‘Ciudadanía Indígena’ (2021).  Ella destaca la historia de las comunidades aimaras del pueblo de Santa Rosa, en la antigua provincia de Chucuito (hoy en la provincia de El Collao).  En octubre de 1901, ante los abusos de sus autoridades locales (gobernadores y subprefectos), y sabiendo que en la ciudad de Puno no serían escuchados, enviaron a tres representantes a Lima, a entrevistarse con el Presidente de la República, el ingeniero y hacendado arequipeño Eduardo López de Romaña.  José Antonio Chambilla, Mariano Yllachura y Antonio Chambi fueron estos primeros “mensajeros” de las comunidades de Apupata, Orccoyo, Chichillape, Llusta, Ccasani, Sullcanaca, Chocorasi y Puntaperdida.

Con ellos se inició un proceso inédito en el Perú republicano, de búsqueda de un diálogo directo con la cúspide del poder político, para lograr la aplicación de la legislación liberal del Estado en beneficio de sus habitantes más marginados, a quienes un lustro antes se les había removido de la ciudadanía.  Para poder volver a ser ciudadanos con derecho a voto, se pedía al gobierno que promoviera la educación escolarizada en castellano en las zonas rurales.  Sabiendo leer y escribir, podrían nuevamente votar y elegir a sus autoridades, tanto al Congreso como a la presidencia de la República.  Así podrían ser oídos.

Este caso de los “mensajeros” enviados a Lima a inicios del siglo XX, como antes la campaña en favor del respeto a los derechos indígenas dirigida por Juan Bustamante en Huancané y Azángaro entre 1866 y 1868, como luego los reclamos de los comuneros de Wancho Lima en 1923, nos muestran con claridad que lo que siempre han pedido los puneños y puneñas es una participación política en condiciones de respeto e igualdad con el resto de los ciudadanos del país.  Y es lo que le siguen pidiendo al actual gobierno el día de hoy.

Conclusiones

Una primera conclusión, que es más que bicentenaria, es la constatación de que Puno, como la “unidad regional” que ocupa la mitad septentrional del Altiplano del lago Titicaca en el Sur de la República del Perú, acaba de cumplir 240 años de existencia.

Una segunda conclusión es que los dos presidentes puneños que ha tenido el Perú, Echenique y San Román, fueron caudillos militares que estuvieron vinculados, como aliados y antagonistas, al mayor caudillo militar del siglo XIX, el mariscal Ramón Castilla.  Después de alcanzar la cima del poder (Echenique en 1851, San Román en 1862), ambos personajes sufrieron una rápida caída (Echenique, acusado de corrupción, fue depuesto por una revolución liderada por Castilla en 1855; San Román, por su parte, falleció al año siguiente, en 1863).  Ambos jefes puneños son ejemplos típicos, y bastante exitosos, de las prácticas políticas de aquella época.

Una tercera conclusión es que lo que siempre han pedido las puneñas y puneños es una participación política en los asuntos nacionales en condiciones de respeto e igualdad, como ciudadanos peruanos equivalentes a los demás ciudadanos de otras regiones del Perú.

Espero haber respondido en algo a las tres preguntas que les propuse discutir al principio de esta charla.  Muchas gracias por vuestra paciencia.

Referencias:

- Álvarez Calderón Gerbolini, Annalyda. En búsqueda de la ciudadanía indígena: Puno 1900-1930. Lima: Fundación Bustamante de la Fuente, 2021.

- Basadre Grohmann, Jorge [1903-1980]. Perú: Problema y posibilidad; con el apéndice: Algunas reconsideraciones 47 años después [1931]. 2da ed. Lima: Banco Industrial, 1978.

- Del Águila, Alicia. La ciudadanía corporativa: Política, constituciones y sufragio en el Perú (1821-1896). Lima: IEP, 2013.

- Domínguez Faura, Nicanor. Aproximaciones a la Historia de Puno y del Altiplano. Puno: Dirección Desconcentrada de Cultura de Puno, 2017.

- Jacobsen, Nils. Juan Bustamante y los límites del liberalismo en el Altiplano: La rebelión de Huancané (1866-1868). Lima: Asociación SER, 2011.

- Ramos Zambrano, Augusto [1929-2012]. Ezequiel Urviola y el indigenismo puneño; Tormenta altiplánica; Rumi Maqui y La Rebelión de Huancané. Lima: Fondo Editorial del Congreso, 2016.

- Rénique, José Luis. La batalla por Puno: Conflicto agrario y nación en los Andes peruanos [2004]. 2da ed. Lima: La Siniestra, 2016.

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