EL ALTIPLANO DEL COLLAO
CAMBIO Y CONTINUIDAD
Hernán
Amat Olazábal
Nuestra historia es un texto lleno de
pasajes escritos con tinta negra y otros escritos con tinta invisible. Párrafos
pletóricos de signos de admiración, para lo foráneo, seguidos de párrafos
tachados. Uno de los períodos que han sido distorsionados, vale decir tachados,
borroneados y enmendados ha sido la etapa sangrienta y genocida de la
invasión española y su secuela de exterminio humano durante la
denominada conquista y virreinato. Hay
dos versiones populares de la historia de Puno y del Perú en general y en las
dos la imagen de la Conquista y del Virreinato aparecen deformadas y
disminuidas, pero siempre exaltando al invasor y minimizando a las sociedades
nativas andinas. Para algunos, esas deformaciones no son sino la proyección de
nuestras deformaciones.
La primera versión puede resumirse en lo siguiente: El Perú
y el Altiplano en particular nacen con el Estado Inca o aun antes con Chavín,
Tiwanaku y Huari; pierde su independencia en el siglo XVI (1532) y la recobra
con la Proclama de
San Martín en 1821. Según esta idea, entre el Perú incaico y
el moderno no sólo hay continuidad sino identidad, se trata de la misma nación y por
eso se dice que el Perú “recobra” su
independencia en 1821. El virreinato del Perú llamado originalmente de Nueva
Castilla es un interregno, un paréntesis histórico, una zona vacía en la que
apenas si algo sucedió. Es el período de cautiverio de los reinos altiplánicos y de la nación
peruana en su conjunto. El régimen de los Incas, que salía de una cruenta
guerra de panacas entre Huascar y Atahualpa, aunque haya sojuzgado a todas las
naciones de esta parte occidental del
continente de América del Sur,
fue un régimen nacional mientras que el virreinato fue un régimen invasor,
extranjero, de allí que la Independencia sea una restauración.
Chichillapi |
La otra versión es un planteamiento, una metáfora a un
tiempo agrícola y biológico: las raíces del Perú están en el mundo andino
prehispánico; los tres siglos de oprobio español, especialmente el siglo XVII y
XVII, son el período de gestación; la Independencia es la madurez de la nación
peruana. Esta segunda versión es la más sensata, ve nuestra historia como una
ininterrumpida evolución progresiva, subraya la continuidad del proceso
histórico, deja en segundo plano las rupturas y las diferencias.
En verdad la historia del Perú y en particular la historia
del Altiplano del Collao es una historia a imagen y semejanza de su geografía:
abrupta, anfractuosa. Cada período histórico es como una meseta encerrada entre
altas montañas y separada de las otras por precipicios y despeñaderos. La
Conquista sangrienta, devastadora,
cruel, despiadada, ignominiosa, fue la gran
ruptura, la que “puso el mundo al revés” según
expresión de Guamán Poma de Ayala, constituye la línea divisoria que parte en
dos nuestra historia: de un lado, el de allá, tras el Atlántico, el virreinato
católico de Nueva Castilla; del otro lado, el de acá, el mundo andino y su rica
tradición milenaria.
Uros Chulluni |
El segundo período comprende dos
proyecciones opuestas, excéntricas y marginales de la civilización
occidental: la primera, el Virreinato, fue una realidad histórica que nació y
vivió en contra de la corriente general de Occidente, es decir, en oposición a
la modernidad naciente por el excesivo predominio eclesiástico y monacal.. La
segunda, la República del Perú, fue y es una apresurada e irreflexiva adaptación de esa misma
modernidad. Una imitación, dicho de paso, que ha deformado a nuestra tradición
sin convertirnos, por lo demás, en una nación realmente moderna, al contrarel
período republicano dividió al país en dos segmentos disímiles y antagónicos:
la “República de blancos”, privilegiada, rumbosa, esencialmente urbana, en
casos opulenta, y la otra, lejana, despreciada, vilipendiada, marginada,
explotada, empobrecida, embrutecida y mayoritaria “República de indios”.
Es trastorno
generalizado o el pachacuti
que generó la Conquista es de tal
modo contundente y profundo que casi todos (excepto los prohispanistas que
adoran a la “madre patria”) sentimos
la tentación de ver el mundo andino precolombino como un todo compacto y sin
fisuras. No ha sido así. En ese mundo también hubo divisiones y
discontinuidades. En primer término nos encontramos frente a una
división de
orden espacial, constante en toda la historia andina desde los lejanos tiempos
del la revolución agrícola de hace ocho mil años. Esta división es -a un tiempo-
geográfica y cultural. En el vasto escenario andino, nos encontramos con una
gran diversidad de culturas, lenguas y Estados. Este mundo rico en
particularidades, antagonismos y diferencias, está dividido, a su vez, desde el
punto de vista de la historia de esas sociedades, en dos grandes períodos.
Molloco, Acora |
El primero es el de las “teocracias”, es decir, la época de
Chavín, Paracas, y en el Altiplano Qaluyo y Pucara y las cuidades-Estado de
Moche y Tiwanaku. Este período dura los siglos VIII a IX. Enseguida emerge el
primer imperio andino con Huari y la pervivencia de Tiwanaku en el Altiplano,
que deviene en un conjunto diversificado de reinos en los que destacan los
Lupaqa, Colla, Canas, Collaguas, Pacajes, Charcas, Sicasica, quienes, a
mediados del siglo XV serán incorporados
a la hegemonía del Estado Imperial de los Incas. Es claro que estos
cambios se produjeron dentro de una
civilización. El gran corte, el implacable trastorno y colapso, hay que
reiterarlo, fue la Conquista y su terrible secuela.
Titilaca |
No obstante que la Región de
Puno es esencialmente indígena, aquellos habitantes citadinos del siglo XXI,
sin excluir a los “cholos emergentes”,
ven al mundo andino precolombino como a un mundo que está del otro lado. Se les ve no sólo alejados
en el tiempo, sino en la otra
vertiente. Es obvio –aunque la opinión oficial, por una aberración
intelectual y moral, se niegue a aceptarlo- que hay mayores afinidades entre el
Perú republicano y el virreinato que entre ambos y las sociedades
prehispánicas. La prueba es que la reacción ante el mundo indígena no es muy
distinta a la de los novohispanos. El
virreinato se esforzó por aniquilar todo vestigio de creencias religiosas
andinas, sembraron por casi todo el Perú un ejército de curas fanáticos y
furiosos, llamados extirpadores de
idolatrías, quienes con el
pretexto de evangelizar y ‘salvar
almas’ cometieron excesos asombrosos contra los indígenas indefensos,
inculcándoles creencias foráneas a sangre y fuego.
El Perú independiente y
republicano, especialmente el del siglo XX, ha emprendido pálidas acciones
orientadas a la reconquista del pasado andino, en muchos casos, con propósitos
de autojustificación e idealización, postergando, hasta en la Carta Magna, la
integración de los grupos indígenas en la sociedad peruana. Julio C. Tello,
indio de raigambre, constituye el
Paradigma del rescate y el afianzamiento de nuestra identidad.. En
cambio nuestro maestros bucólicos y citadinos no parecen interesados en esa
tarea, pues reciben programas curriculares elaborados en Lima por personajes
que tienen como estigma a la “madre patria”. Ha tomado fuerza un movimiento que
se despliega en dos direcciones contradictorias y complementarias: a medida que
el país racialmente se convierte más y más en una nación “mestiza”, social y
culturalmente deviene en más y más occidental..
A continuación
barruntamos una sinopsis del acontecer histórico del Altiplano.
El Altiplano del Collao
tiene una milenaria y relevante trayectoria histórica y un rico patrimonio
cultural. Ello no consiste únicamente en su inmenso acervo
arqueológico y
colonial o en la magnificencia de la
sensibilidad en las letras y las artes plásticas, en sus fastuosas
festividades religiosas o en sus deslumbrantes expresiones del folklore nativo.
Nuestro pueblo atesora también los signos de su historia en común, en su
región, hoy denominada Puno, en la localidad de sus ancestros, en su apacible vida cotidiana.. Los episodios de la
vida colectiva en las dimensiones humanas de los pueblos son, así, una
referencia tan sólida como el mayor de los macizos cordilleranos y tan
profundos como el más penetrante razonamiento filosófico.
La abigarrada región de
Puno ha sido el escenario de grandes acontecimientos culturales, políticos y
sociales durante la dilatada historia
del Perú. Desde los lejanos tiempos de las sociedades de Qaluyo, Pucará,
Tiwanaku, de los Collas, Lupaqas y Umasuyos. Cuna del esplendor imperial de los
Incas reflejados en los santuarios de las Islas del Sol y la Luna en el lago
Titicaca, o en los silentes mausoleos de Sillustani; o como partícipes
relevantes y sostén económico de las grandes campañas de expansión de los Incas
hacia el Ecuador y Colombia; por el norte, y hacia el Maule y el Noreste
argentino, por el sur.
En los aciagos tiempos de la Colonia
jugó un papel económico preponderante con
la explotación de la minas de Laikakota. Suministró el flujo
inconmensurable y constante de energía humana para las extracciones de las
minas de plata de Potosí. Como mudos testigos de la administración colonial,
queda en Chucuito, el temido “Rollo”la picota donde se ajusticiaba a los
“culpables”, allí se sintetiza la política del oprobio. En la “Memoria” del Virrey José de Almendáris,
Marqués de Castelfuerte, se encuentra estas palabras que reflejan en qué nivel se hallaban las provincias y sus
habitantes:
“...las
provincias son un compuesto de bárbaros y cristianos que se contentan con lo segundo para el nombre y tienen lo
primero para el uso... se producen los fatales sucesos que se han experimentado
en la muerte de los corregidores y la que en éstos se han lamentado en las de
Azángaro y Carabaya”.
Cabe señalar que durante la Colonia, hubo en
el Altiplano múltiples tumultos indígenas, silenciados por la historia
oficial. El Virrey Baltasar de la Cueva
, anota en su Memoria que en 1676 “Los indios Urus y uruitos que se habían
retirado a la laguna de Chucuito (léase Titicaca), y hechos fuertes en
los totorales y las ciénagas del desagüe de ellas (El Desaguadero) pusieron
por lo pasado en gran cuidado a aquella provincia y las circunvecinas por los
continuos robos y muertes y atrocidades que desde allí en los parajes y
pueblos cercanos cometieron”.
Fue el bastión aguerrido de la gran rebelión libertaria de Túpac
Amaru y Vilca Apaza. Este caudillo azangarino, de 45 años de edad, tipo genuino
del indio del Altiplano, digno heredero de la rebeldía y la entereza de los
legendarios personajes de Hatuncolla, luego del vil asesinato y cercenamiento
de Túpac Amaru, al mando de un ejército aguerrido de 30,000 hombres y mujeres,
renovó con valentía y denodado esfuerzo
la causa libertaria, incursionó en varios pueblos del Collao, pasó por Huancané
aplastando a los insurgentes, pasó a Tipuani y extendió la llamarada rebelde hasta
Sorata, retornó a Azángaro repleto de tesoros que los hizo enterrar en galerías
subterráneas. Vilca Apaza tiene el mérito valioso de haber despertado las
consciencias oprimidas por los encomenderos, corregidores y órdenes religiosas
en toda la meseta del Titicaca.. Se enfrentó al feroz corregidor de Puno,
Antonio de Orellana, quien huyo hacia el Cuzco. Puno sufrió el asedio de los
indígenas al mando del curaca Andrés Ingaricona, desde el 28 de marzo de
1781,hasta el doloroso ´”éxodo de la
cuidad de Puno” que se produjo el 26 de mayo, después de un largo y terrible
sitio. Ocho mil personas, conformadas por hombres, mujeres y niños salieron a
pié y condiciones
sumamente precarias rumbo al Cuzco y otro hacia Arequipa..En
un documento de M. Odriosola se lee: “El cuatro de julio llegaron al Cuzco
estos desgraciados después de haber sufrido los padecimientos más crueles, no
sin haber quedado en el camino muchos hombres y mujeres muertos por los indios”. Fue una de las épocas más aciagas en la
historia de Puno.
Amaneciendo |
El siglo XX, se halla signado por las rebeliones
indígenas de Huancané y Azángaro.
Este vistazo a la historia
del Perú y a la del Altiplano en particular, revela no tanto una continuidad
lineal como la existencia de tres sociedades distintas. Muchos historiadores
sostienen que nuestro pasado muestra “tres entidades históricas” estrechamente ligadas. Primero, la autónoma,
que culmina con el Estado Imperial Incaico; segundo, el virreinato; y tercero,
la nación peruana (pluricultural, plurilingüe, multiétnica). Cabe destacar que
cada una de estas sociedades está separada de la otra por una negación. La
relación entre ellas es, simultáneamente, filial y polémica.
La primera sociedad, la sociedad andina, conformada por un
conjunto de naciones, lenguas y culturas, fue negada por el Virreinato. No
obstante que este período es ininteligible sin la presencia del mundo andino,
como antecedente y como presencia secreta en los usos, costumbres, las
estructuras familiares políticas y
artísticas, las formas económicas, las leyendas, los mitos y las creencias. A
su vez, la República peruana, niega al Virreinato, al negarla la prolonga y
pervive en su seno. Cada negación contiene a la sociedad negada y la contiene,
casi siempre, como presencia enmascarada, encubierta. Cada una de las tres
sociedades tiene fisonomía propia y cada una se ofrece a la mirada del
espectador (vr. gr.:Las chullpas de Sillustani, la catedral de Puno, las
iglesias de Juli o Pomata, el Colegio Nacional San Carlos. Otro ejemplo son las
peregrinaciones masivas a la Isla del Sol y de la Luna en el Titicaca. La
evangelización de dominicos, franciscanos y jesuitas; el culto a la Virgen de
La Candelaria en el noroeste de Lago y las peregrinaciones al Santuario de la
Virgen de Copacabana, al sur del Lago.). Al mismo tiempo, muchos de los
elementos constitutivos del mundo andino reaparecen en el virreinato; esos
mismos elementos y otros propios del virreinato son parte del Perú republicano.
Los elementos novomundistas hispanos, al parecer son los
más numerosos y aparentemente decisivos en la actualidad. Dicen que entre ellos
se encuentran el idioma, la religión y la cultura. Sin embargo, esa afirmación del
Perú oficial, refleja la concepción de
las clases dominantes. La miopía de estas no les ha permitido ni les permite
hoy, ver que los elementos de la cultura andina persisten en el tiempo, no
obstante los siglos de oprobio y de opresión, con sus lenguas, sus costumbres,
sus tradiciones, sus creencias, en suma,
su cultura.
En conclusión: hay continuidad, no obstante, interrumpida una y
otra vez. A la continuidad debe agregarse la superposición. En lugar de
concebir la historia altiplánica como un proceso lineal, deberíamos verla (como
intentaremos mostrar en otro trabajo posterior) en su marco de continuidad en
su esencia y en su yuxtaposición de
elementos foráneos. Las rupturas no niegan una continuidad secreta en algunos casos y plenamente abierta en
otros.
Setiembre 2003
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