domingo, 6 de octubre de 2024

PARA EL ESCLARECIMIENTO DE DETERMINADOS HECHOS DE LA HISTORIA PUNEÑA

 UNA IMPRENTA EN JULI

Ciro Quispe López*

A

 inicio de mil seiscientos, dentro del enorme virreinato del Perú, existían solo dos imprentas: Una en Lima y la otra en Juli, aunque algunos historiadores dudan sobre ésta última. Pero mencionar la presencia de una imprenta en Juli, un diminuto pueblo del Altiplano, en aquel entonces, es ya algo superlativo; y mucho más si lo comparamos con otros pueblos, siempre de ese entonces, como Cusco, Arequipa, Ayacucho o La Paz, que —repitámoslo— no contaban con una imprenta donde producir textos (en Brasil, solo como un dato, la imprenta apareció dos siglos después).

Francisco Pizarro llegó al Perú en 1532. Los jesuitas llegaron en 1568. Tres años después, estaban ya catequizando en su propio idioma al último Inca, Túpac Amaru I. Después de otros tres años, estaban asumiendo la Doctrina de Juli. Y no solo eso. Según el testimonio del Padre Diego Martínez SJ, llegando apenas a Juli, el políglota Padre Alonso de Barzana ofició la primera misa en aimara. Siguiendo esa línea inculturadora, solo veinte años después de la llegada de los jesuitas al Perú, el padre José de Acosta publicaba en Salamanca (1588) un libro valiosísimo sobre la defensa de los indios, De procurandaindorum salute, que es un tratado teológico y pastoral donde se fundamenta la salvación espiritual de los indios del Nuevo Mundo, frente a aquellos que defendían lo contrario. Y fue principalmente en Juli, morada temporal del jesuita Acosta, el lugar donde se leyó este libro y se aplicaron sus directrices, tal como sucedió dos décadas antes en Chiapas-México con los escritos del dominico Bartolomé de las Casas.

Los jesuitas de aquel entonces se enamoraron del mundo aimara y de su idioma. Tanto es así que después de poco tiempo, Ludovico Bertonio publicó en Roma (1603) su famosa y extensa Gramática aimara. Pero al darse cuenta que, en aquella ciudad, no contaba con un editor pertinente, o sea, un supervisor versado en dicho idioma, decidió publicar el resto de su obra en Juli, donde podía contar con un experto revisor (1612). Así surgió la idea y el proyecto de crear una imprenta en el corazón del mundo aimara. Y más allá de la controversia sobre cómo llegó la imprenta a Juli o dónde fueron a parar los trastes de aquella imprenta, o a quién perteneció dicha imprenta (a los jesuitas o a Francisco del Canto, heredero de la conocida imprenta de Antonio Ricardo, quien tuvo el monopolio de la impresión en el Perú hasta 1619), lo cierto es que las cuatro famosas obras del italiano Ludovico Bertonio poseen un sello que indica y eterniza su obra: «Imprenta de Juli».

Algunos pueden dudar, y tienen el derecho, de la existencia de la Imprenta de Juli de los padres jesuitas, pero también hay quienes jamás dudarán sobre esta parte de la historia de la provincia de Chucuito. Tanto es así que hasta hoy existe el «Jirón Imprenta» en la ciudad de Juli.

Una imprenta no es sino sinónimo de cultura. Cuando se abandona la cultura y se educa al hombre solo sobre criterios mercantilistas, las sociedades decrecen y con ellas las familias. Quizás es una lección inestimable de aquellos jesuitas aven­tureros para los candidatos políticos de hoy que ya empezaron a pregonar sus promesas por doquier. <:>

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* Sacerdote, obispo de la Prelatura de Juli

 


LUDOVICO BERTONIO. Fue pionero en el estudio del idioma Aymara, durante los primeros años de la presencia jesuita en la región de Chucuito y los alrededores del Lago Titicaca. Sus publicaciones son una de las primeras fuentes escritas en Aymara y de traducciones al Español.

Ingresó a la Compañía de Jesús en 1574 y fue destinado al Perú en 1578, aunque desembarcó en el Callao recién en 1581. Al poco tiempo, en marzo de 1582 fue ordenado sacerdote y permaneció un tiempo en la Ciudad de los Reyes (Lima).

En 1585 es destinado a Juli, en las inmediaciones del Lago Titicaca, donde los jesuitas se habían establecido para expandir su actividad misional con los indios Lupaca de la zona. Bertonio inicialmente ejerció como confesor y lector de humanidades. En 1593 fue incorporado de manera definitiva a la orden en el grado de ‘profeso de tres votos’.

Bertonio mantuvo contacto directo y cercano con los pobladores aymaras de la región, aprendiendo su lengua. El conocimiento del idioma Aymara era fundamental para las actividades de la colonia española y para la misión jesuita de evangelizar y adoctrinarlos. Este objetivo se traduce en el carácter religioso de los textos de Bertonio escritos en Aymara: Un confesionario, relatos de la vida de Jesús y un corpus de frases. Sin embargo, Bertonio no se limitó a esto sino que se dio a la tarea de elaborar un detallado vocabulario Aymara y también una gramática Aymara que fue publicada en 1603.

Bertonio fue destinado temporalmente en la villa de Potosí a principios del siglo XVII, durante el periodo del auge de la plata en el Cerro Rico de Potosí, donde estuvo expuesto a otras variantes del Aymara. Posteriormente regresó a Juli, donde completó sus obras, que serían aprobadas por sus superiores y publicadas en 1612.6

En su vejez, se retiró de Juli a Arequipa y posteriormente a Lima, a causa de enfermedades y falleció allí en 1625.

 El Vocabulario de la Lengua Aymara es posiblemente su obra más conocida, tanto por la minuciosidad de su elaboración como por el volumen de términos contenidos. Está dividido en dos partes: Español-Aymara y Aymara-Español. En su obra, Bertonio realza la elegancia del idioma Aymara, en boca de los indios, y por tanto trata de rescatar frases propias del idioma, en lugar de intentar traducciones literales palabra por palabra. (Fuente: Wikipedia)

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