DON J. EDUARDO FOURNIER B.
Escrito por Emilio
Vásquez, en Puno, octubre de 1961.
Al estímulo de unas cuantas evocaciones puneñistas, hoy me
he propuesto trazar estas líneas. Y me he propuesto hacerlo sobre una de las
personalidades puneñas más descollantes: don Juan Eduardo Fournier Barrionuevo. En el desarrollo cultural de
este aún incomprendido pueblo puneño, hay hombres de verdadero relieve
histórico e intelectual. No sólo ellos han brillado en el ámbito nacional, sino
que, inclusive, han traspuesto los límites de la patria. Por ello merece
recordarlos dignamente; y porque tiene el significado de una permanente
enunciación paradigmática, que las generaciones venideras no deben olvidar.
Los puneños tenemos que mostrar, orgullosos a un José Domingo Choquehuanca, el profeta
bolivariano de Pucará; a Juan Bustamante
(el Mundo Puricuj, o trotamundos) precursor del indigenismo en la América.
Tenemos, igualmente, a un Isaac Deza,
hombre de ideas radicales, ejemplarmente honrado, amén de haber sido uno de los
más notables juristas puneños. Hay que recordar también a don José María Miranda, educador de
irreductible emoción nacionalista, maestro de muchas generaciones puneñas,
posteriormente diputado de actuación honesta en el parlamento nacional. Y don Remigio Franco, educador también de
varias generaciones puneñas y político de probada honradez. Don Santiago Giraldo, ciudadano ejemplar y
político de notable capacidad para la polémica parlamentaria, fue sobre todo,
un hombre de honradez indiscutida. Y Don Mariano
H. Cornejo, uno de los grandes sociólogos del Perú y de América, eminente
orador, magistral forense y parlamentario, a quien todos los políticos de su
época querían imitarlo o superarlo, sin conseguirlo jamás. Don Vicente A. Jiménez, hombre probo, de
una emoción puneñista auténtica, dueño de una erudición regionalista bien
informada y, por tanto, responsable. Don José
Manuel Armaza, ejemplo de civismo y periodista de definidos conceptos
liberales, de esa liberalidad de fondo y forma polémica, a la manera de don
Abelardo Gamarra, el Tunante. Fluido en la prosa y elegantemente cáustico, don
José Manuel Armaza hacía verdadero honor al terruño.
Aunque no fue puneño de nacimiento, don Gustavo Manrique lo fué de purísima emoción puneña. Director del
periódico "El Siglo" y la revista literaria "Ondina";
Manrique fue uno de los hombres provechosos a la cultura de Puno. Además de
periodista ágil e incisivo, moderno para su tiempo, don Gustavo fue también un
señor de las letras: poeta romántico—con algunos atisbos de
modernista—expresaba su mensaje en la búsqueda de la palabra elegante,
líricamente adunada en rítmicos alejandrinos gratos por tanto a todos los
oídos. Sus temas favoritos se referían preferentemente a los valores de la
sociedad y de la patria: héroes, gestas nacionales, la humanidad indígena, el
paisaje, las costumbres.
Así podríamos seguir recordando, por ejemplo, a don Andrés Miguel Cáceres, a don Adrián Solórzano, a don J. Albino Ruiz, a don Celso Macedo Pastor, a don Francisco Chukiwanka Ayulo, a don José Antonio Encinas (el maestro de
maestros, el más alto exponente de la pedagogía peruana), a Federico More y tantas otras verdaderas
notabilidades, como el poeta Carlos
Oquendo de Amat, de singular brillo en el panorama de la poesía peruana de
estos últimos tiempos.
II
Don Juan Eduardo Fournier Barrionuevo nació en la ciudad de
Puno, el día 18 de setiembre de 1881. Falleció el 12 de octubre de 1957, esto
es a los 76 años. El apellido Fournier denuncia su parcial procedencia gala. En
efecto, su padre fue el ciudadano francés don José Fournier, que contrajo
matrimonio con doña Catalina Barrionuevo, de estirpe tradicional puneña.
Eduardo Fournier hizo sus estudios de primaria (una
excelente primaria) en la Escuela Municipal de Puno. Hacia 1887, es decir,
después del desastre de la guerra del Pacífico, la dirigía don José María
Miranda. El maestro José Antonio Encinas, en su libro "Un Ensayo de
Escuela Nueva en el Perú" le dedica a la Escuela Municipal de Puno, unas
cuantas páginas de estudio y crítica pedagógica, poniendo de relieve el afán
eminentemente nacionalista que inspiraba al plantel y a su director. El maestro
Miranda se proponía estructurar el espíritu de lucha en el alma de la juventud.
Propugnaba la beligerancia y el desquite revanchista en una futura guerra con
Chile. No podía ser de otra manera si se tiene en cuenta que el Perú había sido
cruelmente hostigado, víctima de las más deprimentes depredaciones que supone
una guerra injusta y sus consecuencias ocupacionistas del territorio vencido.
Ya lo hemos dicho: don Eduardo Fournier ha sido un hombre
útil, eficaz propulsor de la cultura puneña. Se debe a él, principalmente, la
formación de la conciencia gremial del obrero y artesano puneño. Fundó "La
Voz del Obrero" para aleccionarlos sobre sus deberes y sus derechos
ciudadanos y de trabajadores. Las páginas de este valiente y combativo
quincenario, que acaso no ha tenido sucesor de parecidas calidades, tenía sus
redactores en los obreros Alejandro
Cáceres, Manuel Z. Aragón, Aurelio Martínez, José Manuel Sierra, Jacinto
Gamero, Daniel Franco Serruto y Modesto Flores. Las columnas de
"La Voz del Obrero" (76 números en total) acusan un indeclinable
espíritu de combate en defensa de la sociedad, de la política militante tanto
local como nacional. Escrupuloso guardián de los intereses impersonales, sobre
todo de aquellos que atañen a la educación (o reeducación) de los trabajadores;
Fournier quería para sus compañeros un mejor nivel de vida a base del valor
personal, valor que sólo se conseguiría mediante la autopreparación. El mismo,
después de su primaria, se había formado por los propios medios de la autoeducación.
La autoeducación debe dar —decía Fournier— la eficiencia personal y el respeto
de los demás.
1881. Falleció el 12 de octubre de 1957, esto es a los 76
años. El apellido Fournier denuncia su parcial procedencia gala. En efecto, su
padre fue el ciudadano francés don José Fournier, que contrajo matrimonio con
doña Catalina Barrionuevo, de estirpe tradicional puneña.
En "La Voz del Obrero" se iniciaron muchos intelectuales
que hoy dan verdadero brillo al pensamiento puneño. Se puede citar entre ellos
a Arturo Peralta, llamado hoy Gamaliel
Churata; Alejandro Peralta, Aurelio Martínez, etc. En este sentido
pues, don J. Eduardo Fournier B. fue un notable animador de la inquietud
literaria de Puno. Su lección de trabajador gráfico y periodista experimentado
entrañaba, de suyo, un permanente llamado al estudio formal de las cosas que
atañen a la sociología altiplánica. Su vivo interés por sembrar entusiasmos en
unos, su afán de encauzar vocaciones juveniles se iban haciendo de 1914 a 1923
asáz proverbiales en Puno.
III
La generación que hemos llamado de "Bohemia
Andina", le debe a Eduardo Fournier la palabra del estímulo y la
colaboración efectiva y cordial. Las futuras posibilidades y los frutos en
agraz, gracias a su espíritu abierto y generoso, se convertirían después en
realizaciones plenas. En su taller se imprimió v. gr. "Báquica
Febril" (1921) primer libro de poesías de Dante Nava. De la Tipografía
Fournier salieron "Altipampa" (1932) y "Tawantinsuyo"
(1934) del autor de esta nota. Hasta el taller de Fournier llegaban originales
de todo jaez y de variada índole, cuartillas cuajadas de errores de forma y
fondo, o bien de ditirambos estridentes. A los primeros les negaba,
decentemente, la impresión solicitada. A los últimos se les hacía, en cordial
consulta con los autores, la poda que el buen gusto y la discreción aconsejan.
Don Eduardo no era un obrero adocenado y sórdido. Era todo
un artista y, como tal, generoso, ponderado. Tenía por su arte un inigualable
cariño, una amorosa dedicación, es decir, un gusto exquisito de impresor culto.
Nosotros que tanto alternábamos con él, le oíamos decir a menudo "…de este
taller no pueden ni deben salir impresiones deficientes; o aquí se depuran los
originales, o no se hace nada”.
Fournier ha sido, indudablemente, un publicista de vocación.
Los hermanos Peralta fundaron en 1917 “La Tea”, la hoy casi inencontrable
revista literaria que, a través de sus 15 números, enrumbó inquietudes y
canalizó el nativismo literario de Puno. En 1926 la Tipografía Fournier dio
comienzo a la publicación del “Boletín Titikaka”. La dirigía Gamaliel Churata y
la veintena de los números publicados circuló, en creciente demanda, por todo
el continente y por Europa. Dejó de circular esa magnífica publicación forzada
por las circunstancias políticas de 1930-33, esto es, cuando a la caída de
Leguía se sucedieron gobiernos facto y pseudorevolucionarios.
Como se advertirá, muchas fueron las virtudes de este
hombre. Tenía tal vez sus defectos, como todo ser humano. Nosotros no se los
conocimos. Entre sus virtudes tuvo una fundamental: su honestidad ciudadana,
que al presente se va haciendo cada vez más rara, tanto más rara cuanto más
civilizados y progresistas se creen individuos y colectividades. A través de
“La Voz del Obrero”, don J. Eduardo Fournier B., fue un incansable defensor del
pueblo. La ciudadanía puneña tuvo en el valiente periodista también un buen
Alcalde, "un Alcalde modelo", como se dice en algún periódico de la
época.
Presidió el Concejo de Puno por dos veces (1923 y 1941). Los
"intereses del pueblo" eran para aquel ciudadano una suerte de fueros
sagrados, pero no por ello intocables. "Hay que tocarlos -decía- con mano
cauta y propósitos de mejora y progreso". Respetuoso de la tradición bien
entendida y de los valores culturales, le dió a Puno la Biblioteca Pública
Municipal bien estructurada, el Museo y la Pinacoteca, exponentes de la cultura
puneña trascendental.
Como defensor de los fueros personales del obrero, del
artesano, o, como se dice modernamente, del proletariado, Fournier representa
una valiosa actitud, fraternalmente, solidaria. Se afanó por conseguir que el
"humilde trabajador", carpintero, sastre, albañil o cargador
alcanzara un mejor nivel cultural. Don Eduardo quería algo más: que sus
compañeros de clase fueran hombres de elevada conducta, seguros de su valer y
vivientes ejemplos de los demás.
Tengo a la vista la colección de "La Voz del Obrero,
órgano defensor de los intereses de la clase obrera”, dice el subsecuente
enunciado publicitario. Sorprende ver cómo se podía decir tantas cosas. Valientes
y ponderadas unas y audazmente expresadas otras, aquellas páginas -casi
olvidadas- trascienden todavía contenido cívico de altos quilates. En la
columna inaugural (28 de Julio de 1914) dice lo siguiente: "Empuñamos en
una mano el estandarte de la libertad que tremolará siempre orgulloso en la
contienda, y llevamos en la otra la espada de la justicia, que mantendremos
desnuda para cortar el nudo de la opresión y la tiranía". Eso del estandarte
de la libertad y la espada de la justicia implicaban una dirección concreta.
Gobernaba por entonces el país el general Oscar R. Benavides como efecto de los
hechos que la historia peruana ya ha registrado. Ese enunciado quería decir que
había que jugarse el todo por el todo, inclusive la vida. Ocurrió en aquella
época la llamada "masacre" del 30 de Enero de 191).
"La Voz del Obrero", fustigó reiteradamente al
prefecto José Manuel Rodríguez del Riego, que es quien ordenó disparar sobre la
ciudadanía arequipeña que salió en protesta por la elevación de impuestos y el
gobierno de mano fuerte que se había instaurado en el país.
Cuando al hablar y al escribir acerca del indígena era algo
más que una iconoclastía, Eduardo Fournier lo hizo sagaz y valientemente. Con
motivo de las masacres de Azángaro, consumadas en 1915, "La Voz del
Obrero" registra columnas periodísticas, en la defensa de la clase
indígena y de los fueros que su dignidad humana trasciende. Un hombre de
conducta intachable y un vocero del pueblo no podían adoptar otra actitud.
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