DONDE CUENTO CÓMO UNA CHICA LINDA
LLAMADA POESÍA VINO A MÍ
Por Jorge
Rendón Vásquez
Desde siempre leo poesía. La busco en las
librerías y los quioscos o, en el Perú, la compro a sus autores. Algunas veces
ellos me la obsequian y yo, agradecido, les entrego alguno de mis libros en
prosa.
Comencé a leer poesía cuando tenía nueve o
diez años.
Una soleada mañana, como todas en Arequipa, caminaba junto a mi padre por la calle San Juan de Dios. Al llegar a la esquina con la calle Santo Domingo, me detuve frente a una librería en la que se vendían libros y revistas de España y Argentina. Mi curiosa vista recorrió los estantes y allí, puesto de pie como para que lo vieran, vi un libro de lecturas escolares. Se lo señalé al librero y este me lo alcanzó. Sentí la mirada de mi padre detrás de mí y, cuando estaba por devolverlo, mi padre, le dijo al librero que lo compraba. Pegué un salto de alegría. Era un libro de lectura español, publicado, como lo supe después, en los tiempos de la República. Lo leí muchas veces, siempre con la sensación de que aprendía mucho de él.
En sus páginas hallé dos poesías que nunca
he olvidado.
Una decía: “Un pie atrevido pisa una malva
/ y ella que ignora lo que es venganza / lo aromatiza con su fragancia.” Más
por la intuición que por la razón entendí su mensaje y que la poesía para ser
digna de tal tenía que decir algo como eso, sirviéndose de las palabras
enhebradas armónicamente.
La primera estrofa de la otra poesía decía:
“¡Qué alegre y fresca la mañanita! / Me agarra el aire por la nariz; / los
perros ladran, un chico grita / y una muchacha gorda y bonita / junto a una
piedra muele maíz.”
No me interesé en ese tiempo por los
nombres de sus autores. Me bastaban la belleza, la cadencia y el mensaje
secreto de sus versos que yo intuía tan diáfanamente como mirar un paisaje
iluminado por el sol. Muchos años después supe que el autor del primer poema,
español, es anónimo, y que el autor del segundo fue el genio inmarcesible del
modernismo Rubén Darío, y que el título de ese poema es Del trópico. Lo he recitado muchas veces de viva voz y en silencio
mientras caminaba por las chacras que rodeaban la ciudad de mi infancia y
juventud con la impresión de estar viendo a mi paso lo que allí se cuenta.
Mi otra gran excursión al mundo de la poesía
sobrevino cuando cursaba el primer año de Letras en la Universidad de San
Agustín en Arequipa. Tenía en ese momento dieciocho años.
Un día, alguien trajo al patio de la Facultad
de Letras —un recinto de sillar, con una cantarina fuente de piedra y portales
de sillar labrado, surgiendo de un concierto de alfalfares, trigales y maizales—
un librito pulcramente impreso a mimeógrafo con los poemas de Walt Whitman Hojas de hierba. Algunas semanas después
apareció con otro con los poemas Que
despierte el leñador de Pablo Neruda. Los compré y, de inmediato, me
enfrasqué en su lectura. Fue como si saliendo de un profundo sueño me
encontrase en un país de maravilla, y entendí para siempre la realidad y la
verdad de la poesía, como si un hada maravillosa me hubiese tocado la frente
con su varita. Creo que ninguno de mis condiscípulos dejó de adquirir esos
poemarios. Tal vez éramos estudiantes de otra galaxia. Nadie preguntó quién lo
había editado, ni supimos del desconocido que los había traído.
![]() |
Luis Nieto por Guido Ancori |
Al año siguiente, luego de la revuelta popular
de junio de 1950, en un arranque de intuitiva prudencia, recogí el mimeógrafo
de la casa de Nieto para esconderlo, ante la posibilidad de que la policía le
cayera encima. Él había sido uno de los vates de discursos más encendidos a las
multitudes de los vecindarios que querían pelear contra la dictadura. Tener un
mimeógrafo en ese tiempo era como guardar un arsenal ahora. ¡Tanto le temían al
pensamiento libre los oligarcas que mandaban¡ Cuando la policía política allanó
la casa de Nieto, unos días después, sólo encontró sus libros y enseres y a los
miembros de su familia que observaban con desinterés y fastidio a esos hombres
que no sabían por dónde empezar a leer un libro.
Como la historia tenía prisa, la
Universidad de San Agustín convocó, en seguida, un concurso de poesía y cuento.
Abiertos los sobres con la identificación de los autores, en agosto de ese año,
la ganadora en poesía resultó ser Bertha Degregori. Sus tres sonetos eran la
lírica tras los pasos de su marido. Uno de ellos fue el siguiente:
Yo te descubro en
el afán dolido
Que despedaza al
pobre sin alardes.
Yo te veo venir en
el reclamo
Que sueltan las
banderas en las calles.
Por los tristes
tugurios miserables,
Y en el adios
llovido de lamentos
Que dejan los
pañuelos suplicantes.
Donde está el desamparo
y su delirio
Con su desdicha y
su pupila muerta.
Estás ahí, de pie
con tus fusiles,
Con tu credo
inmortal, tu afán invicto,
Enseñando a los
pobres a ser libres.
El cuento ganador fue el mío. Trataba de un
niño, habitante de un vecindario, que indaga sobre el por qué del trato cruel a
muchos niños de las familias pobres. Desde entonces, yo preferí seguir con la
prosa, más compatible con mi inquietud, de la que comencé a tener conciencia,
por explicarme por qué las cosas son como son y como podrían ser mejores. Nunca
dejé, sin embargo, de cortejar a la poesía, sus encantos y sus misterios.
El tiempo ha pasado, y, en la distancia de
los años remotos, pareciera que ha corrido muy rápido.
Les remito como un presente el indicado
poema de Rubén Darío.
(23/12/2015)
Del trópico
Por Rubén Darío
¡Qué alegre y fresca la mañanita!
Me agarra el aire por la nariz:
los perros ladran, un chico grita
y una muchacha gorda y bonita,
junto a una piedra, muele maíz.
Un mozo trae por un sendero
sus herramientas y su morral:
otro con caites y sin sombrero
busca una vaca con su ternero
para ordeñarla junto al corral.
Sonriendo a veces a la muchacha,
que de la piedra pasa al fogón,
un sabanero de buena facha,
casi en cuclillas afila el hacha
sobre una orilla del mollejón.
Por las colinas la luz se pierde
bajo el cielo claro y sin fin;
ahí el ganado las hojas muerde,
y hay en los tallos del pasto verde,
escarabajos de oro y carmín.
Sonando un cuerno corvo y sonoro,
pasa un vaquero, y a plena luz
vienen las vacas y un blanco toro,
con unas manchas color de oro
por la barriga y en el testuz.
Y la patrona, bate que bate,
me regocija con la ilusión
de una gran taza de chocolate,
que ha de pasarme por el gaznate
con la tostada y el requesón.
______________________________________
NOTA DEL EDITOR.
Luis Nieto tuvo una gran simpatía por Puno y su gente. Aquì uno de sus poemas que le ha dedicado:
PUNO: BANDERA DE MIS RECUERDOS
Luis “Cholo” Nieto
Miranda
03/marzo/1944
El mismo día que llegué
hasta tus puertas,
Puno de mi esperanza,
me saliste a recibir con
una tempestad de tambores,
con un huracán de
zampoñas
con un ramillete
altipampa de waynos y pandillas.
Yo me traje en los brazos
un retazo de sol de mis
quebradas
para prenderlo como un
poncho
sobre sus hombros,
Yo te traje mis versos
como rugidos
o como blasfemias
o como lámparas.
Yo te dejé encendida una
lámpara sobre la frente.
Hace mil siglos que te
soñé en el corazón,
Puno de mis latidos,
y ahora no he hecho más
que transitar
por tus afectos,
caminar por los viejos
rincones de mi cariño.
Yo me metía a puñados
un ventarrón de jilgueros
dentro del pecho.
Yo hice cantar a tus
kitulas prisioneras
hasta encender un paisaje
de trinos
bajo el cielo de mis
manos.
Yo dejé una brasa de
kellunchos
en el dulce fogón de tus
imillas.
Y crecí con orgullo y en
vuelo como los cóndores
cuando conocí a Francisco
Chukiwanka Ayulo,
el gran Yatiri de tu
nueva estirpe.
Yo sentí nacerme un alarido
cuando el viento
mensajero de la altipampa
desplegó su boletín de
noticias
anunciándome la muerte de
mis camaradas
Leonor Martínez y Carlos
More.
Yo dejé anclado en mi
corazón
en los ojos pandilleros
de tus cholitas.
Ya adorné con canciones
el pecho de tu cerrito
Wajsapata.
Desde las cumbres de Chucuito,
disparé mi serpentina de
ternura
sobre el corazón azul de
tu lago sagrado.
Y me hice un collar de
cascabeles
con la risa cholera de tu
Simuquita.
Y amé al compás de tus
pandillas bandoleras
y me amaron hasta
embrujarme en tu vagabundo corazón serrano.
Yo amé a la balserita que
se iba a Capachica
y la otra se venía de
Amantaní
le quemé los senos con mi
charango.
En tus maizales en flor
dejé tiritando mis besos
y mis waynos cusqueños.
Y me dormí un sueño
al borde de tu Malikita
saltarina
mientras que una brasa de
deseos
le quemaba la boca y la
cintura.
Todas las noches me iba a
Lago
y en sus orillas, entre
beso y lágrimas,
dejaba sangrando una
promesa
y deshojaba para siempre
una frágil kantuta de tus
breñales.
Por los caminos,
cuando lejanas ardían las
estrellas,
me gustaba cantar con mis
amigos
hasta que el vino de los
afectos
me embriagaba la
enamorada bandurria del corazón.
Puno, tierra de mis
camaradas,
corazón guerrillero del
indio Pako,
yo te dejé mis versos
entre las manos
y recogí un mensaje de tu
costado.
Podrán pasar dos mil
silencios,
llegará a caminar por tus
calles
el canto de libertad de
nuestros kollas,
pero tú me alumbrarás
para siempre en el corazón,
como una herida!
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