martes, 1 de noviembre de 2022

COSTUMBRES ALTIPLANICAS Y PUNEÑAS: LAS TANTAGUAGUAS

T’ANTAGUAGUAS

Una de las tradiciones de noviembre en el departamento de Puno es la compra y consumo de las famosas t’anta guaguas (bebés de pan) que suelen venderse desde el Día de Todos Los Santos hasta el último día de este penúltimo mes del año.  Los antecedentes históricos de esta costumbre se remontan a las culturas prehispánicas en las que el culto a los muertos cobraba una importancia distinta a las prácticas cristianas.  Los antiguos peruanos creían que sus muertos viajaban a otras dimensiones con similares características al mundo de los vivos.  Allá debían manifestar necesidades como el hambre, la sed, el cansancio y otras que requerían obviamente de los satisfactores que conocieron en vida: sus alimentos, bebidas y vestimentas conocidas.  

Careta de yeso
Los cronistas nos relatan cómo, de manera periódica que variaba según los lugares, los deudos, las comunidades en general, visitaban en los meses de noviembre, a sus muertos, los volvían a vestir e incluso hasta los sacaban en procesiones, les dotaban de alimentos, bebidas y otros bienes.  Eran especies de reencuentros que naturalmente fueron trastrocados con la conquista y el coloniaje europeo que trajo otras prácticas religiosas que a la larga se fundieron en determinados sincretismos manifiestos hoy por formas peculiares de religiosidad popular.  

Los muertos eran tan queridos como cualquier miembro vivo de la familia o la comunidad.  El mundo de los muertos a su vez era el espacio donde germinaba lo nuevo.  Esta connotación seminal se asocia hoy principalmente con las t'anta guaguas aunque todavía subsisten, en algunos lugares rurales, formas asociadas con los animales domésticos.  Finalmente ha prevalecido el antropoformismo de estas golosinas.

Aunque esta manifestación de cultura popular se puede también observar en Cochabamba y Potosí (Bolivia) únicamente en Puno adquiere una notoriedad —que además del consumo doméstico de estas exquisitas guaguas, sui generis, artísticamente elaboradas—    se asocia a otros niveles o roles sociales tales como las estructuras burocráticas y los grupos de poder.  En este caso, las t’anta guaguas son “bautizadas” en ceremonias picarescas o parodias colectivas que se organizan nombrando padrinos del bautizo (generalmente funcionarios o personas que ocupan algún espacio en la jerarquía de los grupos de poder en Puno), asisten los virtuales progenitores de la criatura (en donde se negará rotundamente la paternidad del vástago), concurren el cura con su acólito y participan todos los invitados que además aprovecharán la ocasión para expresarse libremente, aunque en tono de broma, sobre los defectos de los burócratas y hasta de otras personas.

En ese sentido, una fiesta de t’anta guagua deviene en signo estético que refleja, en alguna medida,  la problemática de la vida social en Puno y la fiesta (en la que abunda la comida, la bebida y el baile) sirve para distensionar, de manera sugerente, conflictos, advertir incoherencias o abusos y ¿por qué no? desburocratizar el ambiente de un medio social que como Puno,  alejado de la industrialización o el gran comercio, se caracteriza mayormente por ser una ciudad que concentra los servicios públicos de la administración de los diversos sectores del Estado, las organizaciones privadas y el comercio local.  n 

 BAUTIZO DE LAS T’ANTA WAWAS

EN PUNO

Escribe: Julio Arenas Pineda

LOS ANDES 4NOV13

El bautizo de guagua de bizcocho o “t'anta wawas” es una tradición que todavía perdura en nuestros pueblos del Perú; aunque cada vez esta tradición venida a menos, se viene perdiendo por la influencia de la modernidad que altera nuestras costumbres y tradiciones más populares. Es el caso de Puno que fue la cuna de los bautizos en otros tiempos y cuya declinación de arte y humo­rismo se dejan sentir desde hace varios años.

Siendo uno de los tantos artífices de estas celebraciones que ya no se realizan, salvo en algunas ocasiones cuando las instituciones las organizan y solicitan mis servicios para ofi­ciar de sacerdote con mi séquito que todavía queda (Loco Meneses, Iván Cuentas), realiza­mos el tradicional bautizo, con el mayor cariño para conservar la tradición tal y conforme lo hacíamos antes porque ahora estas celebracio­nes han perdido su esencia.

Hablar de los bautizos de ayer y de la forma como se realizaban, es recordar a muchas fami­lias y a pintorescos personajes que hacían de esta parodia una fiesta jocosa y humorística donde los protagonistas: el cura, los padres, los testigos, los padrinos e invitados honorables, participaban en una controversia dialogada, cuyo ritual iba entre bromas, anécdotas, chistes, cuentos, tomadas de pelo de cómo los papás fabricaron la criatura a la que le ponían un nom­bre por demás extravagante.

Esta demás recordar que el bautizo de “T'anta wawas” es una singular tradición que a manera de juego se hizo en la colonia por indios y mestizos para emular y satirizar el bautizo reli­gioso traído por los españoles que le imponían el sacramento a las guaguas de carne y hueso; en cambio nuestros naturales imitaban el acto con la fabricación de guaguas de pan dulce, biz­cocho o masa de torta y le ponían una careta de yeso; y en el mes de noviembre a manera de recordar a sus muertos ya todos los santos celebraban estas fiestas de bautizo. Sacando cuen­tas y no es muy difícil deducir que contando nueve meses desde los carnavales sea precisa­mente en noviembre cuando las guaguas abun­dan.

El oficio de cura de bautizo de wawas de biz­cocho, tiene una cualidad muy peculiar y carica­turesca, con chispeante humor, sal y pimienta, para dirigir la palabra a los concurrentes en doble sentido, tomándoles el pelo a curiosos y preguntones, divulgando sus bondades, virtu­des y defectos, sus chapas o motes; para lo cual el reverendo y su séquito debe de estar bien “chispeau”  y sazonado de tragos para dar realce, alegría y jocosidad a la ceremonia.

Juan Meneses y Julio Arenas, Cura y Sacristán
en los "bautizos de tantaguagua" en la ciudad de Puno durante
los años 60 a 80
Aprendimos el oficio de cura cuando éra­mos estudiantes carolinos yo y mi compadre Juan Meneses Díaz, viendo bautizar en vivo y en directo a don Moisés Morales (Rey de Huajj­sapata), personaje ameno, bonachón, dicharachero; lo seguíamos en estas ceremonias bau­tismales y de su coloquial figura cogimos la for­ma, el estilo y la manera de llegar a la concurrencia con frases, rimas y consonancias salpicadas con letanías cantadas hábilmente por este recordado puneño.

De esta forma de bautizar, renovamos el rito ceremonial consistente en cuatro sub­divisiones:

- El introito, que es la apertura de la cere­monia: "Sacratísimos hermanos, ustedes que son hinchas, amigos y patitas de Dios, bienveni­dos a la parroquia de San Ingerencio, trayendo a esta criatura para bautizarla y darle el primer sacramento del bautizo y como manda la ley para metérselo adentro". "Ameeen,.. achí sea, achichea... como dijo el Tío Zea”. En el Introito se tocan aspectos sociales, culturales y hasta políticos relacionados con el ritual satirizando a los concurrentes, autoridades, alcaldes, congresistas, destacados personajes de las institucio­nes del pueblo: “Mamadísimos hermanos, cami­saraqui, pantalonaquí, calzonaraqui; huayque­panaycunas del alma, llactamasís del cuerpo, marcamasis de la gran pipeta. Ameeem. El cura chupa, el sacristán también...el melo …chupa..” 

- Las parábolas, o parabolas, es el momento en que el cura ofrece como ejemplo una frase, una sentencia, una anécdota, que motivan la reunión anticipatoria: “La creación del mundo: Hágase la luz y se hizo SEAL, hágase el agua y se hizo SEDAPAR, hágase los animales y se hicieron los alemanes, hágase los vegeta­les y se hicieron los jubilados. El burro y la biblia, los reyes vagos, la monjita pudorosa etc”.

- El interrogatorio, es el momento cumbre en que se pregunta a los padres de la guagua, los padrinos y los testigos con ocurrencias que saltan espontáneamente al calor de la reunión cuando todos están en punto de caramelo. “Cómo han fabricado esta criatura, qué harina usaste, cómo estaba el polvo de hornear, con o sin yanahuara, fue contra tu voluntad o contra la pared, con Condori o sin Condori.. y otras ocu­rrencias de¡ séquito.

Y los testigos no se quedan atrás, intervie­nen con mucha picardía a las preguntas del cura: Con qué ojo miraste, escuchaste grito, ala­ridos, gemidos algo así como cuando se come rocoto, qué poses vieron, pollito asado, la carre­tilla, el pan pan, etc. Por su parte, la aceptación de los padrinos también está comprometida para cuidar a la parvulita por el compromiso de resultar compadres, porque compadre que no se la t... a la comadre no es buen compadre.

- El bautizo, es el momento del bautizo pro­piamente dicho, poniendo a la criatura los nom­bres más peregrinos que se les ocurre a los cir­cundantes: Paca Garce de Risa, Devora Dora, Pujartiago, Susuki para su Siki, Gram Pita y otros. Vista la conciliación de las partes y mutuo consenso de los mismos, el séquito ceremonial se despacha en plato hondo con frases y oracio­nes picantes, cantos y letanías: qué rica esta la María, yo te bautizo con mi chorizo, Roguemos a San Clemente para que cambie el Presidente, por San Tobías para se chupe todos los días, Oremos por Santa Lucía para que se vaya Alan García, por Santa Mónica para que se vaya la telefónica, por San Gavino el cura chupa vino, orate frates ya te fregastes, todos digan Amén... chúpensela también.

Mucho más antes que nosotros los bautizos de wawas de bizcocho eran en forma inopinada, el cura salía de la misma reunión quien en forma improvisada realizaba el rito. Yo era el cura Huacatay ­quien introdujo el libreto para no salirse del ritual del humor, empleando una bucó­lica común para no pecar ni sobrepasarse en las bromas. Para esto el cura y sus sacristanes pre­praban el libreto con anticipación averiguando la vida y milagros de los que iban a participar en esta ceremonia tradicional.

El apogeo de estos especialistas en parodiar al clero fueron las décadas del 50 al 80; éra­mos un grupo de jóvenes devotos de nuestro Padre Papanicolaou presidido por: Fray Huacatay, Julio Arenas Pineda, Fray Cala Cam­pana Juan Meneses Díaz, Fray Raqueta Víctor Villar Bravo, Fray Torongil, Efren Ponce Sáfer­son Monaguillo Sacristán, Iván Cuentas Aparicio.

El mes de noviembre era el mes esperado por toda familia puneña porque el bautizo de Tanta wawas era familiar. La costumbre consis­tía en que una persona (generalmente varón) envía de regalo una wawa de bizcocho a otra persona (generalmente dama) con una tarjeta que en medio de cumplidos ruega a la destinata­ria se encargue de hacerla bautizar a la criatura aún "Mora". Esto se hacía también entre veci­nos, entre parejas de enamorados, de familia a familia para ser compadres. Lo contrario de esta fiesta tradicional fue que el bautizo se vuelve comercial con el fin de hacer una actividad y sacar fondos de por medio.

La parroquia de San Ingerencio que funda­mos con el Loco Meneses continúa. Mi oficio de cura ha traspasado las fronteras y en todo el sur del país. Y aquí en Arequipa, extrañando a mi Puno, sigo celebrando la t’anta  wawas para man­tener la costumbre aunque con mucha pena en la tierra cuna del bautizo puneño esta tradición ya no cuenta o se ha perdido para siempre... Aleluya, Aleluya para que esta wawa sea tuya, yo la bautizo en el nombre del Pater, de la Mater y del Curucutu. Amén..


 TODOS LOS SANTOS y TODOS LOS MUERTOS

Por: Henry J. Flores Villasante

Desde que nacemos nos dirigimos irreparable­mente a la muerte y nos alcanza a todos, no distin­gue, raza, credo, status eco­nómico, sexo, ni edad. Y cuando más mayores no hacemos más intensa­mente nos preguntamos ¿Que ocurrirá después? ¿Qué hay al pasar ese umbral?

El hombre por su complejidad cultural es el único ser a diferencia de otros seres vivos, es el que tiene conciencia que ha de morir.

Hoy en día cuando “la ciencia” es el paradigma que lo revela todo, donde nada es cierto, sin que exis­tan pruebas físicas que lo avalen. Es decir la muerte, es cuando dejamos de res­pirar y desaparece la acti­vidad eléctrica del cerebro.

¿Qué ocurre con aquello que llamamos “alma”?

Si bien lo físico (cuerpo físico) termina su ciclo, que hay con esa otra parte, que algunas religiones lla­man “alma”, “espíritu”, Ajallu etc. esa parte inmaterial y no se rige a la mate­ria. La muerte constituye un verdadero enigma que solo sabremos cuando muramos.

De ser verdad las creencias que tenemos en referencia a la muerte, nuestros cuerpos irán a los cementerios y nuestras almas o llámese como se quiera no irán. La mayoría de la humanidad lo quiere creer así, “que existe algo” y también sale la pregunta ¿de qué manera? Y nos pre­guntamos en el más allá, ¿seguimos siendo los mis­mos?, conservamos nues­tra personalidad, ¿los artis­tas seguirán siendo artis­tas? ¿Los músicos siguen siéndolo? ¿Los profesores seguirán enseñando? ¿Los abogados seguirán litigan­do? ¿Los periodistas seguirán informado?

En el caso de Sudamérica en los Andes, se cuenta con tradiciones muy antiguas sobre la muerte por ejemplo en Arica se practicó la momi­ficación artificial de más de dos mil años antes que los egipcios. Los Chincho­rro era ese pueblo sedenta­rio que lo practicaba y vivió hace 5000 años en el litoral del desierto de Atacama, sus tradiciones son las más antiguas del mun­do. Posteriormente otras poblaciones con mayor complejidad cultural lo practicaron, como la cul­tura Moche. Quienes ente­rraban a sus gobernantes con implementos y acom­pañantes para ese “viaje” al más allá.

Los incas entendían la vida como una continui­dad. El Cronista Guamán Poma indica que el mes de noviembre era dedicarlo a los difuntos y lo denomi­naban como “Aya Marcay Quilla” en Quechua “Aya” que quiere decir muerto. Así mismo indica que se acostumbraba sacar a los difuntos (momias) de sus recintos y le dan de comer y beber, como si estuvie­ran “vivos”. Les vestían con finos vestidos, acompañado de cantos y danzas, también les ponían en unas andas y los llevaban en casa en casa, por las calles y por la plaza, participando de los ritos y ceremonias. En la misma época los Chancas, eran liderados en su guerra contra los Incas, “por dos momias”, quie­nes ordenaban a los ejérci­tos su acometida.

En la Colonia, se impone el cambio de las costumbres, ya no practi­caban la momificación y se empieza a enterrar a los difuntos cerca de las Capi­llas e Iglesias. Esto por la influencia de la religión cristiana, porque de esta forma se estaba más cerca a dios.

En la República se cons­truyen los camposantos o cementerios, con la finali­dad de evitar la contamina­ción ambiental por la des­composición de los cuer­pos y tener mejor salubri­dad.

Sin embargo, en todas estas épocas es un momento de dolor y triste­za. El muerto es la ausen­cia de vida y es mediante el ritual que se pretende ale­jar esta sensación de vacío y dolor. Rituales que tienen mucho que ver con las tra­diciones prehispánicas, his­panas y se recrean en la actualidad.

Porque la muerte implica obligaciones socia­les y morales. El muerto si es familiar o amigo, es parte de nosotros y se le debe mostrar respeto, por el apoyo que demostró en vida. Hacer lo contrario es una falta de respeto y podría tener graves conse­cuencias.


El proceso de despe­dida del fallecido.

Antes del velatorio se debe de bañar y vestir general­mente es la tarde la hora adecuada, por personas especializadas, ya que de hacerlo los familiares próximos podrían quedar daña­dos.

En el velatorio todos los familiares, amigos y los vecinos, deben dialogar y despedirse del fallecido (erradicar las malas actitu­des) además se le pide que se acuerde de la familia.

En el día del entierro, se le ponen cosas que le ayu­den en ese viaje, herramientas, bastones, comida y bebida.

También existe la creen­cia de que al morir se debe matar a un perro, mejor si es de color negro, porque son los portadores del “co­nocimiento al camino al mundo de los espíritus” y ayuda a cruzar ese rio de sangre que se debe de cruzar. Ritual que en tiempos pasados se practicaba con Llamas del mismo color.

En casa también se deben de practicar rituales para limpiar las penas como el de sahumar con plantas las casa y a las per­sonas. En cuanto a los mue­bles estos se deben de cam­biar de lugar, para que el espíritu del difunto no vuelva más a la casa.

Sus ropas se deben que quemar en lugares adecua­dos, sobre todo lo que más le gustaba. Para que no tenga pena de sus cosas.

Las creencias sobre las almas indican que son los portadores de las lluvias, que requieren los campos. Por eso hay que tratarles bien y recordarse de ellas.

El mes de noviembre

En el mes de noviembre el mes de todos los Santos que es un punto de vista reli­gioso porque “nadie en vida es Santo”, pero una vez muerto, su espíritu se eleva a la máxima expre­sión.

En el mundo andino es el viaje (al mundo de los espíritus) en donde algunos quedan “atrapados” en este mundo por energías negati­vas y sufren, los llamados “CONDENADOS”, y para que no suceda esto, se le debe de ayudar con rituales. Para que el espíritu envíe apoyo a los vivos, se le invita a la celebración ofre­ciéndole comida y otros pro­ductos que necesita en la otra dimensión.

Se entiende tradicional­mente que la muerte es la continuación de la vida y cerca de dos años el alma permanece acompañando a los vivos.

A partir de los tres años asciende a la montaña donde se integra en el mundo de los “ACHACHILAS”. Por eso durante tres años se reali­zan los “Apxata” ritual rea­lizado durante tres años.

Chilindrina
Los rezadores

Existen comparsas de reza­dores lo que visitan de lugar en lugar, los rezos se realizan en latín, o caste­llano y rezando o cantando casa por casa. De los muer­tos de menos de tres años, también lo realizan en tumba por tumba. A cambio se les entrega galletas, dul­ces o maná (maíz).

Cada noviembre se debe de brindar alimentos a los difuntos empezando el pri­mer año. En algunos casos también se danza o se les espera con música.

Mesas tumba

El espíritu llega el primero de noviembre, se comuni­can (pero no todos logran entender por qué lo realizan por señas), comen beben y luego se van.

Se tiene tanta wawas (niños de masa de pan), caba­llos o llamas para el trasporte de los bienes. Esca­lera para subir al cielo, reta­mas para auyentar a los malos espíritus.

Febrero y noviembre meses relacionados

El mes de noviembre tiene mucho que ver con las fies­tas carnavalescas de febre­ro, porque también está aso­ciadas a la fertilidad huma­na, el mes de febrero es el mes de la interrelación de solteros y solteras y la per­misividad sexual. Teniendo como fruto de ello en el mes de noviembre “el tiempo de las wawas”.

Siendo las wawas las más próximas a la muerte y son los intermediarios entre la vida y la muerte, por eso el mes de noviembre, empieza con los muertos y después continua con los más próximos los naci­mientos o las wawas.

Por eso existe la tradi­ción del “bautizo de wawa” en Puno, pero lamentablemente su práctica es cada vez menor.

Finalmente todos nace­mos vivimos y morimos, para todas las creencias la vida es un milagro, un trán­sito y la muerte es tan sobre natural, una continuidad. Al nacer nos esperan con los brazos abiertos con amor y porque no esperar que cuando al morir suceda lo mismo.

 

LOS MUERTOS, LOS VIVOS Y EL 

TANTA WAWA

por Guillermo Huyhua y Rosa Luz Arroyo

1 noviembre 2009

El primero de noviembre de cada año, en todo el territorio peruano revive una costumbre ancestral: las ofrendas a los muertos. Las familias van a los cementerios a honrar a unos de sus integrantes fallecidos. Les llevan música, bebida y comida y pasan un día entero con su finadito tratándolo como si estuviera vivo. Comen, beben y bailan juntos. Es día de llevar alegría al fallecido.

 Esta vieja costumbre nace en la época prehispánica y nos lo cuenta el cronista indígena Felipe Guamán Poma de Ayala en su crónica Nueva Crónica y Buen Gobierno. Él nos dice que cada el mes de Ayar Marcay Quilla (noviembre) lo dedicaban a los difuntos. Los cuerpos momificados eran extraidos de sus bóvedas (llamadas pucullo) para renovar sus vestuarios, darles de comer y beber, y luego de cantar y danzar junto a ellos, los ponían en andas y los sacaban en recorrido, de casa en casa, por las calles y plazas para luego retornarlos a sus pucullos, “dándoles sus comidas y bagilla al principal de plata y de oro y al pobre, de barroY le dan sus carneros y rropa y lo entierra con ellas y gasta en esta fiesta muy mucho”.

Esta costumbre sobrevivió a la hecatombe demográfica que trajo consigo la conquista española y sus enfermedades. Antes que Pizarro pise tierras incas, desde Panamá avanzaba una ola de peste negra: el sarampión, que los españoles trajeron desde España y contagiaron a los indígenas en Panamá. Desde allí esta enfermedad empezó su avance de muerte hacia el sur diezmando a miles de indígenas. El sarampión llegó por tierra antes que Pizarro por mar. Así, el inca Huayna Cápac fue contagiado y falleció por esta enfermedad. Muerto el inca lo momificaron y lo pasearon desde Tumpipampa en Ecuador hasta Cuzco, y en las festividades de Ayar Marcay Quilla continuaron haciéndolo. Durante todo ese trayecto el sarampión diezmó a la población que al acudir en masa a las procesiones del Inca se contagiaban masivamente. El indígena no tenía anticuerpos para esta nueva enfermedad y moría irremediablemente.

Pasado el tiempo, las festividades del mes de noviembre en honor a los “vivos y los muertos”, llamado también de “todos los santos” por la iglesia católica, continuaron vigentes y dicha costumbre hasta hoy subsiste en el pueblo peruano.

Tantaguaguas de Cusco
 

Dentro de esta tradicional costumbre se destaca el Tanta Wawa (Niño de Pan) que es una de las ofrendas más bellas y dulces que se le puede hacer al difunto, sobre todo si es un niño o una niña. El Tanta Wawa es un pan dulce y delicioso. Al pan o bizcocho le dan la forma de una muñeca o muñeco, incluso otra forma como la llama, y le agregan dulces como menudas grageas polícromas, pasas, etc. Lo hacen en varios tamaños, incluso con caretas de yeso. Cuando un niño o niña muere, siendo la prenda más querida de una familia, el dolor es inmenso, muere el futuro, muere las esperanzas de la familia. Y, cuando llega el mes de noviembre los padres le llevan sus juguetes, su ropita, los potajes que más le gustaba y entre ellos el tanta wawa que es una delicia para el paladar. Así surge esta costumbre, aunque no se sabe cuando surgió en su versión actual. Pero el tantawawa se extendió más allá, porque ya no solo es una ofrenda al niño o niña fallecida, sino a todo familiar querido que falleció, incluso es consumido por toda la familia: niños, adultos y ancianos, y por supuesto, uno de los más ricos está reservado para el fallecido.

Esta costumbre se extiende en todo el Perú, pero es bastante arraigada en Ayacucho, Huancavelica, Junín, Arequipa, Apurimac, Cuzco y Cerro de Pasco. La creatividad popular deja ver en cada zona  tantas formas, texturas y sabores elaborados con mucho primor y detalle en su ornamentación. Son verdaderas obras de arte para la vista y el sabor.

¿Quién no tiene un familiar querido ya fallecido? ¿Quién no recuerda los momentos más bellos que pasamos juntos? ¿Quién no tiene miedo a la muerte? El ser humano siempre ha convivido con la muerte y nunca dejó de honrar a sus muertos de muy distintas maneras. Pues, al hacerlo no es mas que la manifestación del respeto que se tiene a la muerte que tarde o temprano nos arrebata lo más valioso que tenemos: la vida. Para ello, tenemos reservado el mes de noviembre. Mes de los muertos, mes para honrarlos. Pero, al mismo tiempo mes para celebrar la vida, nuestra vida. Es cuando agradecemos a Dios, a la Naturaleza por este gran privilegio. Pues, con ella aún podemos soñar, trabajar, crecer, amar y disfrutar de todo lo que existe en el mundo. Sentirnos plenos y felices, no importándonos nuestra condición económica, social o política. Lo importante es que tenemos vida y una oportunidad para ser felices superando cualquier obstáculo para sentirnos plenos y satisfechos de una vida donde uno se siente útil.

En otros lugares, al no poder ir al cementerio, las familias se reunen en sus casas el primero de noviembre para hacer sus respectivas ofrendas. Es una ceremonia tan solemne y nostálgica que trasciende los tiempos y sentimientos.

Al respecto, una anécdota.  “Yo vivía, entonces, en Marcapomacocha, recuerda Rosa, era aún una niña… mi madre había llegado de Casapalca trayendo varias canastas, dijo que era para poner su mesa, no entendí a que se refería, -llegarán a las doce- decía, mientras de una canasta sacaba chirimoyas, plátanos, naranjas y las colocaba sobre la mesa; cada vez que ponía una, decía para mi papá, para mi hijita, para mi suegra y los mismo pasó cuando trajo  platos servidos con sopa de mote, pachamanca a la olla, sopa verde y otros deliciosos platillos, siguió llenando la mesa con gaseosa, agua, y hasta una botella de cerveza puso diciendo –para mi tío Like; yo pensaba que vendría a visitarnos; llegó el momento de poner el «api», el olor a leche era lo mejor, puso mazamorra de harina, de sémola, de chancaca ¡que delicia!; yo probaba con el dedo; algo indescriptible sucedió cuando sacó de la canasta los panes con figuras de llamas, de perros, de guaguas (niños),  las acariciaba a todas, pero cuando sacó una hermosa muñeca con pelo y todo, vi a mi hermana, la quise tener en brazos, pero mamá dijo, para «mi gringa», lloraba mientras colocaba la muñeca de pan al centro de la mesa, me abracé a ella para consolarla, un dulce beso fue la respuesta, ordenó que saliera, desde afuera vi como esparcía ceniza en el piso desde la mesa hasta la puerta, salió y cerró con candado. Al día siguiente, a las doce del mediodía, abrió la puerta, en presencia de varias personas, mi papá también se hallaba presente, -todos han llegado, dijo- habían huellas, sobre la ceniza, unas  entraban, otras salían y sobre la muñeca bonita, una mariposa que sobrevoló la mesa y después de posarse en el hombro de mamá, salió rauda…recuerdo que todos se persignaron, mi madre dijo,-mi hijita ha venido-ese día comprendí que los muertos llegaban en “Todos los santos”, once meses atrás, mi hermanita había fallecido…” 

Tantaguaguas en Bolivia




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