LECTURAS
INTERESANTES Nº 747
LIMA PERU
17 MARZO 2017
PIES
DE BARRO
César
Hildebrandt
Tomado
de : HILDEBANDT EN SUS TRECE, N° 339, 17MAR17 p
12
Vienen las aguas, la rabia de los ríos, las lluvias
que el calor impuso y, de nuevo, las aguas y los lodos, y resulta que, de
pronto, regresamos al Tercer Mundo de donde nunca habíamos salido.
Como se sabe, algunas culturas peruanas
desaparecieron hundidas en el fango: el fenómeno del Niño es un viejo conocido
nuestro. El gran historiador Hugh Thomas nos recordó que fueron monarquías
hidráulicas aquellas sociedades que, como la egipcia o la peruana precolombina,
tuvieron que administrar rígidamente el agua y combatir previsoramente sus
excesos. Los incas podrían darnos ahora lecciones al respecto.
Pero aquí no nos interesan las viejas
enseñanzas. Aquí vivimos en esta república anarcoide donde el Estado tiene
vocación de no existir y donde la gente vive en quebradas suicidas y en el
borde de las riberas indefensas.
No es la inundación, entonces. No es el
huaico. No es el Niño Costero. Es el fracaso de un modelo de crecimiento que
privatizó hasta los ríos y que creyó que las regulaciones eran incompatibles
con la libertad individual.
Es el Estado el que colapsa. Se desmorona
este Estado que renuncia a sus funciones básicas y cree que planificar es malo
porque eso puede tener algún rezago socialista. Es el Estado ultra-liberal el
que permite que el caos nos gobierne y el que fomenta esta incapacidad para
gastar en prevención y para prever los recurrentes desmanes de la naturaleza.
No es que los ríos nos inunden. Es que
vivimos en promiscua proximidad con ellos. No es que las quebradas nos traicionen.
Es que nos empeñamos en provocarlas instalándonos en aquellos lugares donde
nadie en su sano juicio debería estar. No es que las aguas se desborden. Es que
jamás creamos los sistemas de drenaje y vías auxiliares de desahogo que en
otras ciudades del mundo son frecuentes. Es que no limpiamos los cauces ni
creamos las defensas que cualquier ciudad atravesada por ríos levanta como
signo de sentido común civilizador.
No hacemos, en suma, nuestra tarea. El Estado
fantasmal cree que los gobiernos regionales, sucursales de su inexistencia,
tienen la mayor responsabilidad en las obras de prevención. Y los gobiernos
regionales culpan a los municipios, que sólo atinan a hablar cuando tienen el
agua en el cuello.
Somos el país que permite y alienta que la
gente siga viviendo en la ruta de la desdicha. No es la naturaleza la que nos
golpea. Es nuestra naturaleza, nuestra propensión al desorden, nuestro
desprecio por la previsión, nuestro salvaje presentismo.
¿No es que de resultas del Niño que no vino
se hicieron obras, el año pasado, para enfrentar la emergencia? Con excepción
de Piura, nadie sabe qué se hizo ni cuánta plata se invirtió ni a dónde fueron
los fondos que no se gastaron. No son las aguas las que nos castigan. Es el
lodo de la corrupción. ¿Se imaginan lo que pasaría con un terremoto de grado 8
en una ciudad donde las mayores regulaciones antisísmicas se abolieron para
contento de las empresas constructoras?
Vomitan las quebradas, la gravedad hace lo
suyo, las aguas otra vez se precipitan, y el Perú queda al desnudo: un país
informal con pies de barro. ▒
***
DÓNDE
ESTÁ EL DESASTRE
Escribe: Sinesio
López
LA
REPUBLICA 14MAR27
El desastre natural no es el problema. El
problema somos nosotros como sociedad y como Estado, ha dicho Jorge Nieto,
ministro de Defensa, tratando de explicar y enfrentar la grave situación que
vive el norte del Perú. El problema no radica tanto en que los ríos y las
quebradas invaden las ciudades sino más bien en que las ciudades invaden los
ríos y las quebradas, y el Estado, en todos sus niveles, no tiene la capacidad
institucional, organizativa y material para prevenirlo y para resolverlo cuando
se produce.
Jorge Nieto tiene razón. Desastres naturales
(lluvias torrenciales, terremotos, sequías, etc.) vamos a tener siempre como
todos los países del mundo. Lo que nos diferencia son los diversos grados de
responsabilidad de las sociedades y de los ciudadanos y las desiguales
capacidades de los Estados para prevenirlos y resolverlos.
¿Por qué el terremoto de Chile fue menos
grave en términos de muertos y daños materiales que el de Haití? se pregunta
Markus J. Kurtz en un reciente libro sobre la construcción de los estados en
América Latina (Latin American States Building in comparative perspective.
Social Foundations of Institutional Order, Cambridge, 2013). Porque el gobierno
chileno ha institucionalizado la construcción de la infraestructura preparada
para sismos desde 1920, se responde.
¿Por qué el brote de cólera fue más fuerte en
Perú que en Chile?, se repregunta Kurtz. Primero, dice, por el calamitoso
sistema de saneamiento de Perú y, segundo, por medidas ineficientemente
implementadas que incluyen a Fujimori alentando a que la población peruana coma
más ceviche; mientras que en Chile, se pusieron en marcha medidas drásticas, se
prohibió la venta de comida cruda y de vegetales en restaurantes y se inició
una campaña masiva de salud pública.
La diferencia entre Chile, Perú y Haití
frente a los desastres naturales, no es la riqueza, sino “la capacidad o
incapacidad de los Estados para crear una infraestructura básica, imponer la
regulación necesaria en la construcción, en la producción de comida y en su
sistema de distribución, o responder efectiva y expeditivamente a las emergencias
de salud pública que han sido bien comprendidas” (Kurtz, op. cit. Pág. 2).
Kurtz quiere entender qué hace a un Estado
fuerte y qué lo hace débil en términos de sus capacidades para manejar sus
funciones básicas, imponer políticas públicas centrales y regular el
comportamiento privado. En contra de lo que se piensa, sostiene, no es la
riqueza el factor determinante de la fuerza estatal. El desarrollo de las
capacidades del Estado y de las instituciones estatales de penetrar en la
sociedad, moldear o configurar el comportamiento individual no es siempre
costoso.
La fortaleza de un Estado tiene que ver con
la “capacidad de las instituciones políticas de penetrar profundamente en la
sociedad y regular efectivamente el comportamiento social, económico o político
de sus ciudadanos”. Desde el siglo XIX las élites han fracasado en la
construcción de un Estado fuerte con capacidades. Hay algunos avances, pero
ella sigue siendo, en lo fundamental, una tarea pendiente. ▒
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