SOMOS CAVIARES
César Hildebrandt
En
HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 723, 7MAR25
E |
l miedo es una construcción complicada.
Para infundirlo hay que tener cierta autoridad.
No puede infundir miedo un pobre diablo. O, en tiempos
de inclusión imperativa, una pobre diabla. Pero, claro, hay excepciones. Donald
Trump es, personalmente, un pobre diablo. Pero está montado en un PBI de
gigante, un arsenal nuclear de pavores, cien bases militares alrededor del
mundo, un servicio de inteligencia con licencia irrestricta y cementerio
propio. En su caso, es el cargo el que lo hace temible.
El problema es cuando quieres asustar a la prensa
que te incomoda, arrinconar a la fiscalía, anunciar la guerra del fin del
mundo a los caviares, pero todo el mundo sabe que tú no mandas, todos saben que
eres una servidora del congreso, nadie duda de que confías en torcer la ley
para que no te alcance.
La señora que va a Palacio a fingir que nos gobierna
estaba convencida de que iba a producir un terremoto. Lo que vino fue una risotada.
Era la versión a color de “Ahí está el detalle”, cuando Cantinflas solicita el
fusilamiento de su propio abogado.
Daba risa y vergüenza ajena verla con el ceño
fruncido y con voz de supuesta indignación dirigirse a la opinión pública con
el fin de convencerla de que hay una conspiración en su contra.
Y todo porque se atrevieron a allanar el domicilio
del sujeto que ejerce un cargo ministerial porque sabe demasiado y tiene
acreencias todavía no pagadas.
Por supuesto que nadie conspira contra la señora.
No es necesario reunirse en rebeldía para socavar la
estabilidad de un gobierno repulsivo que apenas se sostiene.
Quienes conspiran son, en todo caso, los ministros
como el de educación y el de cultura. Ellos, disfrazados de alfombras, aumentan
el descrédito y acrecientan el rechazo.
El congreso del hampa ha recreado una derecha
mediática que está a la altura de sus propósitos. Esa derecha pretende que se
condene socialmente a quienes no compartan sus metas: convertir el statu
quo en un programa político, normalizar la extrema desigualdad, endiosar
hasta el crimen el mercado corrompido por la concentración y las coimas,
mineralizar los privilegios de ciertas castas.
Caviarizar es el sinónimo actualizado de terruquear.
Pasó de moda el terruqueo porque las ruinas de
Sendero en el Vraem ya no intimidan. Lo que se ha impuesto como ley marcial es
caviarizar. Caviarizan los que se siguen sintiendo dueños del país.
Somos caviares, por ejemplo, los que decimos que el
Congreso -dominado por Fuerza Popular, Alianza para el Progreso, Renovación
Popular, los pájaros fruteros de Acción Popular, el zombismo de Somos Perú y
los primos de la China Tudela de Avanza País- es una organización criminal
dedicada a cambiar las leyes que nos protegen de los delincuentes.
Somos caviares los que no nos sumamos al festín caníbal
de hervir en vida a quienes tuvieron el acierto de cerrar el Congreso en el que
73 fujimoristas, teleguiados por la heredera de la mafia paterna, gobernaban el
Perú sin haber ganado las elecciones.
Somos caviares los que no les creemos a los abogados
del diablo convocados por la peor televisión para decimos, en nombre de los
forajidos que representan, que la Fiscalía está politizada, que Vela y Pérez
son cómplices de Odebrecht y que la detención preliminar o la ley de extinción
de dominio ofenden el debido proceso y los derechos constitucionales.
Somos caviares, en suma, los que no somos parte del
juego de la derecha bruta y achorada que hoy aspira a llenar la agenda
política y tiende a la censura y la cancelación del adversario.
Esa es la derecha de la podredumbre fujimorista,
del reinado de Odebrecht entre gobiernos y constructores, del alanismo de Pepe
Graña.
Es la derecha de los techos que se caen matando y de
la presidenta que mata para no caer. Es la vieja derecha que hoy luce tatuajes
y peinado recio.
Esa derecha quiere que la arropemos, que le demos
las gracias por los servicios prestados y por el futuro que habrá de
construimos en los próximos siglos. Es la derecha colgada de la bandera del
Perú.
La derecha bruta y achorada confía en la
indulgencia de la mala memoria y en la prostitución de buena parte de la
prensa. Confía en las elecciones del caos, en los mensajes obsesivos de sus
bandas troleras y en que la extrema necesidad produce muchas veces las peores
decisiones.
La derecha dice que cree en el país. Mentira. La
mayor parte de la derecha peruana no tuvo ni tendrá identidad nacional. Para
ella, el Perú es mina, garbanzal, exoneraciones y lobismo. <+>
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