12 DE OCTUBRE:
DÍA DE TODAS LAS SANGRES
Por Jorge Rendón Vásquez
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esde el primer resplandor del alba, aquel 12 de octubre de 1492, el marinero Rodrigo de Triana, encaramado en la cola del mástil mayor de la carabela Pinta, oteaba, ansioso, la oscura e interminable superficie del océano Atlántico, sobre la que sólo distinguía las siluetas en sombras de las carabelas Santa María y Niña. El día anterior la tripulación había visto varias aves desplazándose raudas hacia algún destino desconocido, y eso quería decir que la tierra estaba cerca. Pero, ¿dónde?
Juan Rodríguez Bermejo, más conocido como Rodrigo de Triana |
De pronto, Rodrigo de
Triana creyó ver una línea oscura confundida con el horizonte. Se restregó los
ojos. Cuando la línea se hizo más nítida, no le cupo ya ninguna duda y gritó:
¡Tieeerraaa, tieeerraaa! Rodrigo de Triana, un judío a quien, como otros Colón
había embarcado para salvarlo de la persecución, nunca llegó a saber que su
grito resonaría en la historia con más fuerza que el cañonazo que Colón hizo
disparar.
Las carabelas habían
arribado a una pequeña isla, situada al norte de Cuba y al sudeste de Miami,
que Colón llamó San Salvador, por haberle salvado la vida.
Luego, el Almirante Mayor, título que los reyes católicos le habían conferido en contraprestación por los territorios que descubriese para ellos, inspeccionó otras islas del Caribe y realizó dos viajes más, en los que tocó la costa del nuevo continente. En su tercer viaje, el gobernador de las Indias, nombrado en su reemplazo, Francisco de Bobadilla, obedeciendo a los reyes católicos, lo apresó y, cargado de cadenas, lo devolvió a España.
Pese a ser Cristóbal Colón el descubridor de un inmenso continente, éste no recibió, sin embargo, su nombre, ni la corona española, principal beneficiaria de su hazaña, se preocupó nunca de rendirle este homenaje y, al contrario, le fue normal vejarlo y tratar de destruirlo. La fruta tierna, sana e impoluta de la gratitud tenía para los reyes el sabor del veneno, y el monje Torquemada les había dicho que crecía en el huerto del demonio. El único valor tangible que ellos apreciaban hasta el delirio era el oro de esas tierras.
Fue el cartógrafo italiano Américo Vespucio, avecindado en Sevilla, quien advirtió que Colón le había entregado al mundo un nuevo continente, al que designó con el título de su obra publicada en 1504, Mundus Novos, de la que se hicieron innumerables ediciones y traducciones en Europa. Al año siguiente, insistió en esta afirmación en su libro Carta, y, en 1507, el cartógrafo alemán Martin Waldseemüller denominó al nuevo continente América en honor a Américo Vespucio a quien atribuyó, erróneamente, su descubrimiento. Y así quedaron las cosas, para siempre.
Luego del primer viaje
de Colón, se inició la conquista del Nuevo Mundo por empresarios españoles con
el compromiso de entregar el quinto de las riquezas y cualquier otro beneficio
material que obtuvieran a sus majestades los reyes, faena en la que fueron tan
eficientes como mortíferos. Cada episodio de la conquista fue un safari y un
saqueo que dejaba como subproductos el reparto de las tierras cultivadas, la
explotación de las minas y la esclavitud de las poblaciones nativas.
La matanza de seres
humanos por los conquistadores fue tan espantosa que el monje sevillano
Bartolomé de las Casas, horrorizado, pese a haber recibido él mismo un
repartimiento en Santo Domingo y otro en Cuba, consagró en adelante su vida a
denunciarla. Reunió sus testimonios en su obra Brevísima relación de la destruición de las Indias, terminada en
1542. Pero le salió al frente, irritado, otro clérigo, llamado Ginés de
Sepúlveda, con quien sostuvo en 1550 un célebre debate en lo que se denominó la
Junta de Valladolid. Sepúlveda justificaba la matanza alegando que los pobladores
indios de América carecían de alma y eran, por lo tanto, seres inferiores que
debían ser esclavizados. Bartolomé de las Casas lo refutó aduciendo que esos
habitantes tenían conciencia y eran seres humanos iguales a los españoles. Para
los burócratas y la sociedad española de entonces no hubo en este debate
vencedor ni vencido. Pero, el Consejo de Indias, la superior autoridad para los
asuntos de las colonias, dictó algunas disposiciones protectoras de los indios,
mas no por compasión, sino para evitar su aniquilamiento total y preservarlos
como fuerza de trabajo bajo servidumbre. Estas leyes nunca se cumplieron en
América. El mismo Bartolomé de las Casas y otros clérigos que lo apoyaban
proponían como alternativa al maltrato de los indios, la importación masiva de
esclavos, cazados por miles en el África.
En 1935, el 12 de
octubre fue designado como Día de la Hispanidad por el Ayuntamiento de Madrid [1].
Se amplió esta denominación a toda España por un decreto del 9 de enero de 1958
expedido por el caudillo Francisco Franco —responsable definitivo de la matanza
de más de un millón de republicanos desde su triunfo en 1939—, y se consagró
además a esa fecha como la fiesta nacional
de España.
Curiosa contradicción: los días nacionales en los países de América
Latina son homenajes a su independencia de España y Portugal.
El 12 de octubre evoca la audaz y trascendental gesta de Cristóbal
Colón, aunque muchos cubramos con un manto de generosa comprensión la finalidad
de enriquecerse y dotarse de poder que bullía en su mente al hacerse a la mar
hacia lo desconocido el 3 de agosto de 1492.
En la Argentina, en esta fecha, las colectividades de origen
extranjero, que son muchas, se reúnen en las plazas, instalan quioscos para la
venta de comidas, se alegran con sus danzas y canciones y, como argentinos, se
estrechan la mano fraternalmente. Desde 2010, es para ellos el Día de la
Diversidad Cultural.
Extendiendo la expresión de José María
Arguedas, América es, desde aquel lejano día, el continente de todas las
sangres y del mestizaje racial y cultural.
(10/10/2011)
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[[1]] Fue en mucho por la influencia de Ramiro de Maetzu, quien en su libro Defensa de la Hispanidad (1934) proponía el cambio de la denominación del 12 de octubre como Día de la Raza por la de Día de la Hispanidad.
[2 ] En una entrevista al escritor español
Javier Cercas (Soldado de Salamina,
su novela más conocida), nacido en Trujillo de Extremadura, una periodista
peruana le preguntó: “Tú eres de Trujillo, tierra del conquistador de Perú.
¿Sabes que tenemos una ciudad con ese nombre?” Y él respondió: “Claro, aunque
no he estado nunca allí. De hecho, para mi vergüenza, nunca he estado en el
Perú.