IGLESIAS RENACENTISTAS EN LAS RIBERAS DEL LAGO TITICACA (I)
Marco Dorta*
A |
más de tres
mil metros de altura sobre el nivel del Pacífico, las tierras desoladas que
bañan el Lago Titicaca, constituyen una de las regiones del Perú más
favorecidas per el arte de la época virreinal. A orillas del lago histórico,
que las viejas leyendas del Incario, vincularon al poético origen de los hijos
del Sol, hay unos cuantos pueblos, que como recuerdo de un esplendor
pretérito, guardan un conjunto de monumentos, que forman uno de los grupos o
escuelas más interesantes de cuantos constituyen el conjunto del barroco andino, tan distinto del que floreció en los valles de la
costa. Pero, la importancia artística de estos monumentos, parece haber acaparado,
casi por completo, la atención de los investigadores de arte. Deslumbrados por
las maravillas barrocas del siglo XVIII, apenas han sentido interés hacia otras iglesias más modestas
que, en los pueblos, recuerdan los primeros tiempos de la conquista espiritual
de la comarca. Me refiero a las que construyeron Dominicos y después Jesuitas, durante las últimas décadas
del siglo XVI y primeros lustros
del siguiente, que constituyen ejemplares muy estimables para el estudio del
Renacimiento en el Perú. Su importancia artística no se ha destacado todavía.
Algunos datos y algunos fotograbados que publicó Cuentas Zabala en 1919 (1) no lograron despertar la atención de
los eruditos, y, esos viejos templos
permanecieron injustamente olvidados hasta que, en 1941, el arquitecto Hart-terré, después de
un minucioso recorrido por la comarca se ocupó de ellos, con la brevedad que la
ocasión le exigía, en una interesantísima conferencia que le escuché en Lima.
Bien merecen estas iglesias renacentistas un intento de valoración artística, y
ese es el fin que me propongo al dedicarles las páginas que siguen.
San Juan, Juli |
Apenas conquistado el territorio, fue iniciada la conquista
espiritual de las tierras del Collao, por la Orden de Predicadores. El famoso
provincial Fray Tomás de San Martín,
cuando cruzó la meseta, camino de Charcas, allá por los años de 1534, dejó a sus compañeros de
religión Fr. Andrés de Santo Domingo
y Fr. Domingo de Santa Cruz, en
Chucuito: pueblo situado a orillas del lago, que años más tarde fué erigido en
capital de la provincia de su nombre. Fué tal la actividad desplegada por los Dominicos, desde el convento
que fundaron en Chucuito, que en 1553 tenían
en la provincia dieciocho casas, si bien —al decir el cronista de la Orden— no
reunían “aquellos requisitos y cualidades que requieren nuestras leyes para
llamarse conventos" (2).
Las primeras iglesias, erigidas en los pueblos
ribereños, debieron ser de escasa importancia arquitectónica. Cuando recorrió
la provincia el beneficiado y vicario de La Paz, Pedro Márquez de Prado, en 1560, había en la ciudad de Chucuito un
convento de Santo Domingo y una iglesia vieja que los frailes habían hecho
derribar pocos años antes. Los pueblos de Acora, llave, Juli, Pomata, y Zepita,
tenían cada uno su iglesia y todas estaban bien provistas de retablos, imágenes
y ornamentos, según consta en los prolijos inventarios hechos por el
visitador, que, a pesar de ser muy minuciosos, para nada aluden a la parte
material de los templos (3). En esa fecha desempeñaba la doctrina de Pomata el
famoso Fr. Agustín de Formisedo,
que, según Meléndez, ‘‘edificó con su celo las más antiguas de las
iglesias de la provincia, hasta hacerse peón de la obra de la iglesia de
Chucuytu, cargando los materiales sobre sus mismos hombros" (4). Sin
embargo, Fr. Juan Martínez Altamirano
escribía al rey, desde el convento de Chucuito, en 1580, alegando “que hacía treinta años que trabajaba en la
conversión de los indígenas, aprendiendo sus lenguas y edificando mucha
cantidad de iglesias", que no existían, cuando llegó a aquellas tierras
(5).
A pesar del alto concepto que Fr. Agustín de Formisedo
mereció al cronista de su Orden —en cuyas páginas aparece como uno de esos
frailes constructores que tanto abundaron en América—, los documentos le
sorprenden velando más por sus iglesias de las doctrinas; fue él, quien mandó
derribar la iglesia vieja de Chucuito para aprovechar sus materiales, en la del
monasterio dominico (6). Una carta de la Audiencia de Lima, dirigida al
Consejo de las Indias en 1569,
aclara la actitud de los religiosos que, no queriendo perder los beneficios que
les reportaría su permanencia, se preparaban por si algún día eran
reemplazados por clérigos seculares. “An
hecho los yndios las iglesias y casas para los religiosos -escribía el
Presidente— y sospechando los frailes que
algún tiempo an de venir a provecho de curas y que ellos en de quedar sin la
doctrina, an traídos los yndios a que les hagan donación destas yglesias y de
los bornamentos”. Así trataban de Orden, para asegurar su establecimiento
definitivo en la comarca; pero esto implicaba, que cuando se encargase de aquellas
a clérigos seculares, sería preciso construir nuevas iglesias en los curatos,
con la consecuencia de que los indios tendrían que costear la tercera parte de
las fábricas y el real erario el resto, ya que se trataba de un repartimiento
vinculado a la Corona.
Con el fin de evitar nuevos gravámenes a los indígenas
y gastos a la real Hacienda, la Audiencia ordenó al corregidor de Chucuito “que todo esto se haga a los indios que lo
den por ninguno, porque deben quedar con siete monasterios en este
repartimiento“ (7). Como se ve, el número de iglesias o doctrinas coincide
con las que había visitado el vicario de La Paz, nueve años antes. Más tarde, en 1579, el virrey D. Francisco de Toledo,
desposeyó de las doctrinas a los Dominicos y encargó las de Juli, Acora y
Pomata a los jesuitas, encomendó a los clérigos seculares, las restantes, pero
en 1660 fué restituida ésta última a
la Orden de Predicadores.
Santiago de Pomata |
La Corona, que tanto cuidado dedicó siempre a la
evangelización de los indígenas, no dejó de dictar órdenes a fin de que la provincia
de Chucuito tuviese los templos necesarios. Una real cédula fué dirigida en
este sentido a D, Francisco de Toledo y otra al Conde de Villar (8), En ejecución de esta última, dispuso el citado
Virrey, la construcción de tres iglesias en la ciudad de Chucuito; otras tantas
en Juli y otras dos en cada uno de los pueblos de Acora, Ylave, Pomata,
Yunguyo, y Zepita.
Nombrado veedor y director de las obras, el
gobernador de la provincia, D. Gabriel
Montalvo y Peralta, celebró escritura de concierto en Moquegua, el 13 de octubre de 1590, con el
maestro de albañilería Juan Jiménez, con los de carpintería Juan Gómez y Juan
López, comprometiéndose éstos a fabricar las diecisiete iglesias en el término
de tres años (9).
A juzgar por los datos posteriores, el plan de obras
dispuesto por el Conde de Villar no se llevó a efecto, al menos en su
totalidad. La real cédula de 30 de
setiembre 1595 recordó las órdenes cursadas a los virreyes anteriores y, en
cumplimiento de la misma fué ((el virrey)) D. Luis Velazco —el
infatigable alentador de construcciones religiosas en el virreynato— quien dió
el impulso decisivo. En 1601 dando
cuenta a la corte de sus gestiones, dispuso que el Conde de la Gomera, gobernador de la provincia, ((de Chucuito)) asesorado
por maestros y peritos, así como por el rector del Colegio de la Compañía de
Jesús de Juli y los doctrineros de los pueblos, viese en cuáles hacían falta
iglesias y lo que costaría hacerlas, “moderando
el edificio y gasto cuanto fuese posible".
Según la relación enviada por el Conde de la Gomera—
transmitida por el Virrey, en aquella fecha—era necesario hacer de nuevo un plan
de ocho iglesias; tres en la ciudad de Chucuito, dos en Acora, otras tantas en
Zepita y una en Ylave; y terminar las que estaban comenzadas; una en cada uno
de los pueblos de Acora, Ylave, y Juli, dos en los de Yunguyo y Zepita y la
iglesia mayor de Chucuito (10).
Este plan de obras se puso inmediatamente en
ejecución. “Aviendo visto el Virrey D. Luis de Velasco la necesidad que avía de
iglesia en la provincia de Chucuito y quan apretada es la obligación que V. M.
tiene de acudir a esto, assi por el universal señorío como la particular
obligación de estar en su real corona aquel repartimiento, expuso el asunto a
la Audiencia en 1602. Se acordó entonces que las dos tercias partes que había
de pagar el real erario fuesen deducidas de otra cantidad mucho mayor que
debían los indios de la provincia, por tributos atrasados, y además la Hacienda
les dió en préstamo veintidós mil quinientos pesos "para que pudiesen
comprar clavasson y otros materiales". Diez años después, en 1612, el
Virrey escribía que "de estas iglesias están las más ya fabricadas y otras
se van continuando" (11).
Los datos hasta aquí reseñados permiten fijar con
relativa precisión la cronología de las iglesias renacientes del Collao.
Parece indudable que todas estaban acabadas, o a punto de terminarse, en 1612.
Por otra parte, las Cartas Annuas de
1620 dan cuenta de haberse terminado en dicho año la iglesia de la Asunción
de Juli, una de las más importantes del grupo, que sería probablemente la que
estaba a medio hacer en 1601.
Santiago de Pupuja |
La antigüedad de las iglesias de la Asunción de
Chucuito, San Juan de Juli y Santa
Bárbara de Ylave que se han creído dominicas (12), no aparece tampoco muy
segura, como veremos más adelante. Aún, esta última (Santa Bárbara), que por
ciertos detalles de estilo parece más antigua, es imposible asegurar, que sea
dominica. Mueve a duda el hecho de que en 1590 se proyectaban dos en ese pueblo
(Ylave) y una de ellas estaba a medio hacer en 1601, que podría identificarse
con la de San Miguel. Si bien en ésta, se encuentran arcos conopiales en la
portada de la sacristía y en los huecos de acceso a las capillas del crucero;
en este último caso se combinan de tal manera con formas del bajo Renacimiento,
que inducen a pensar en un arcaísmo estilístico más que en una positiva
antigüedad del edificio. Recordemos también que los edificios más propiamente
góticos del Perú, como los templos de Zafia y Guadalupe, son muy tardíos; pues
el convento de aquella villa fué fundado en 1584 y la iglesia Guadalupe es
posible que sea de los primeros años del siglo XVII (12).
________________
_
(1)Cuentas Zabala: Chucuito. Album Gráfico e Histórico. Lima, 1919
—(2) Apud Cuentas Zabala, ob. citada.
— (3) Archivo de Indias;
Lima, 305. Pieza de 300 folios “Sobre limitación del Obispado del Cuzco".
—(4) Meléndez, Tesoros Verdaderos de las Indias, en
la Historia de la gran Provincia de San Juan Bautista del Perú: I
(Roma, 1681) pág. 620).
—(5) Archivo de Indias; Charcas, 142: carta de
24—I—1580.
—(6) Archivo de Indias: Lima, 305; pieza, cit. fol,
58 vuelta.
—(7) Archivo de Indias; Lima, 270: carta de
27-IV-1569.
—(8) Aludidas en carta de este Virrey, de
28-XII-1601, Archivo de Indias; Lima, 34.
—(9) Mendiburu: Diccionario Biográfico del Perú,
VII. 415.
—(10) Archivo de Indias Carta de 28-XII-I601. Lima,
34
—(11) Carta de 5-IV-1612. Archivo de Indias; Lima,
275, fol. 536.
—(12) Hart-terré: art. citado.
—(13) Me ocupo de estas iglesias en la obra de
Angulo, Historia del Arte Hispano Americano (Barcelona), Salvat, 1945 pág.
626.
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* El autor da estos
artículos es un distinguido profesor de Arte, en la Universidad de Sevilla y
notable investigador del pasado de su patria—España y de América. Hace
algunos años vino en peregrinaje artístico por tierras de América y entonces
tuvo oportunidad de apreciar directamente las riquezas de nuestra Arquitectura
Colonial. El estudio que publicamos ha sido editado en un primoroso folleto
ilustrado. El señor Marco Dorta, es además autor de muchos opúsculos y trabajos
de índole histórica, entre los que sobresale «La Historia de Arte Americano»,
obra que trabajó en colaboración con otro notable maestro universitario, el
Profesor Angulo.
(Artículos insertos en el
libro “PUEBLOS Y PARROQUIAS DEL PERU” del R.P Jesús Jordán Rodríguez.
Tomo II, Lima, 1954 pp, 384 y ss.)
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