HACE CINCO AÑOS
César Hildebrandt
En
HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nª 682, 19ABR24
H |
ace cinco años,
acorralado por las evidencias, Alan García se pegó un tiro en la sien.
Yo, que suelo admirar a
los suicidas, no sentí aquella vez que García había sido un valiente, un
fugitivo de la vida, un hombre que decide no seguir siendo porque está harto de
que el sentimiento de lo absurdo lo persiga como una sombra.
Hay gente que se borra de este mundo porque no quiere hacerse más preguntas sin respuesta, porque no admite la depredación de la vejez, porque siente que el tiempo es esa noria que le chirría en la cabeza, porque está harta del goteo plagiario de los días, porque el placer se le fue de las manos.
Koestler, como Zweig,
hizo un pacto con su mujer para irse al infierno después de envenenarse. Esos
fueron dúos de amor triste cantados en alabanza al atajo.
Están también los que,
como José María Arguedas, no resisten el rechazo porque en la niñez fueron
heridos para siempre. Alfonsina Storni dio el paso después de que le
diagnosticaran un cáncer, pero Virginia Woolf entró a las aguas que la devoraron
en pleno goce de su cuerpo. Sylvia Plath abrió la llave del gas no porque el
notorio marido la abandonara sino porque la vida era para ella un desfile de
pequeños agravios. Marilyn Monroe se embutió de barbitúricos cuando, después de
la fama, sus lechos y sus bisuterías, volvió a ser Norma Jeane Mortenson, la
pobre chica que nunca conoció a su padre.
Hay gente que se mata
por aburrimiento y hay otros que desisten porque lo vivieron todo y se dieron
cuenta de que el viaje, por más variado que fuera, los había traído de vuelta
al mismo andén de la partida.
Pero hay quienes se
matan para escapar de sus actos.
Fue el caso de Hitler,
Goering o Goebbels. Fue el caso del presidente chileno José Manuel Balmaceda,
que se pegó un tiro en el pecho estando asilado en la embajada argentina. Había
provocado una guerra civil que la derecha congresal y militar ganó
ensangrentando el país con más muertes que las sufridas en la guerra contra el
Perú.
También están los que
asaltan los dineros públicos y se matan para no ser humillados en una cárcel.
Ese fue el caso
architelegénico de Robert Dwyer, el tesorero del estado de Pensilvania que se
mató un día antes de que fuera sentenciado por aceptar un soborno de la empresa
californiana Computer Technology Asociates. Dwyer alcanzó a decir estas últimas
palabras: “las personas que me han llamado o escrito están molestas y se
sienten impotentes. Ellos saben que soy inocente y desean ayudar. Pero en esta
nación, la más grande democracia del mundo, no hay nada que puedan hacer para
prevenir que me castiguen por un crimen que no he cometido”.
En el caso de García, la
documentación abunda. Y tiene que ver con sus dos gobiernos. Hay testimonios
claves de quienes confesaron haber sido sus testaferros, signos exteriores
inequívocos, informes fiscales de los 80 y de este siglo. Y siempre hay un tren
que cruza la biografía del personaje: ayer el de Sergio Siragusa, hace poco el
de Jorge Barata. Es el tren de carga de una vida que pudo ser extraordinaria.
Las voluntarias admisiones de Nava y Atala, amigos de su entorno, confirman la
corrupción del personaje.
García se hizo
millonario en el poder.
Y es una vergüenza que
el Apra, el partido que fundara un hombre honrado y genial como Haya de la
Torre, trate de presentar como víctima a quien se enlodó y contribuyó al
desprestigio de los partidos y la política. ¿Cree el Apra que cambiará la
historia presentando a compinches de García en Willax?
¡Si Haya viviera! <>
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