CUATRO APUNTES SOBRE
LA PRESIDENTA
Por: Isaac
Bigio
UNO
En 2021
el principal motivo por el cual la derecha se unió tras Keiko Fujimori fue
porque esta llamaba a evitar que en el Perú llegase a la presidencia “un
comunista”. Sin embargo, la única persona de la plancha presidencial de Perú
Libre (PL) que había llegado a su puesto reclamándose como tal y como “marxista-leninista-mariateguista’
fue Dina Boluarte.
A
diferencia de Pedro Castillo, quien se había educado una década y media en Perú
Posible, desde que este partido hizo un gobierno de centro-derecha en
2001-2006, hasta que este se disolvió en 2017, Boluarte había sido colocada
como la número 2 por el mismísimo secretario general del partido Perú Libre,
Vladimir Cerrón. El la consideraba como su persona de confianza, la misma que
iba a defender su ideario y su devoción a los autoproclamados gobiernos
“revolucionarios antiimperialistas” de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia.
Mientras
Castillo era un invitado de PL (tal y cual lo habían sido sus cabezas
electorales Ricardo Belmont, para la alcaldía de Lima en 2018, e Isaac Humala,
para el Congreso por Lima en 2020), Boluarte era una militante orgánica de un
partido que requería que todos sus miembros se identifiquen con el
“marxismo-leninismo-mariateguismo”. Ella fue su candidata en tres elecciones
consecutivas (municipales del 2018, legislativas del 2020 y generales del
2021). En las dos primeras tuvo una muy baja votación y en la tercera no
dirigió ningún mitin de masas y apareció casi desapercibida a la sombra de
Pedro Castillo, cuyo arrastre popular fue el único responsable en llevarla a la
vicepresidencia.
Paradójicamente,
Boluarte ha decidido liderar al país con y para el fujimorismo, cuyas
políticas sigue y de cuyas canteras recolecta a varios de sus ministros. Ahora
el nuevo alcalde capitalino es su hincha. Si antes López Aliaga prometió una
guerra entre los dos palacios que dan a la plaza mayor, ahora ha decidido
convertirse en un castillo que protege a Dina.
Montoya, cuya estrategia era primero sacar a Boluarte, luego a Castillo y después ir a elecciones generales, ahora quiere quedarse como congresista y le pide a Dina que militarice los aeropuertos y ordene que las fuerzas del orden disparen a los manifestantes. Quien dirigió la comitiva que fue a la OEA y luego la comisión para investigar el supuesto fraude electoral del 6 de junio del 2021, ahora quiere que Boluarte, a quien antes acusaba de haber llegado a palacio con un “anforazo”, siga en el poder la mayor cantidad de tiempo posible.
En la
historia continental hemos visto varias figuras que se iniciaron en la
izquierda y acabaron en la derecha. En Bolivia, Víctor Paz Estenssoro fue en
abril de 1952 el líder de la revolución más radical de Sudamérica, pero en
agosto de 1985 decretó el mayor shock thatcherista continental previo al de
Fujimori en 1990. En Ecuador, Lenín Moreno fue vicepresidente de Rafael Correa
en 2007-2009 y 2009-13, luego fue su delfín y después el candidato de su
movimiento para remplazarlo en el cargo en 2017 pero, cuando fue electo
mandatario en 2017, Moreno rompe con el “socialismo del siglo XXI” y se alinea
con la derecha y EE.UU. encarcelando a los correístas y pidiendo la invasión de
Venezuela.
Sin
embargo, todos ellos demoraron mucho en alterar radicalmente sus posiciones
(el primero un tercio de siglo y el segundo más de una década). El giro de
Boluarte ha sido brusco y radical, lo que evidencia que es una persona carente
de cualquier ética.
Boluarte
se ha convertido en el mejor instrumento que tiene el fujimorismo para poder
implementar sus planes de contrarreformas electorales, tributarias, sociales y
económicas. Si ella fuese remplazada por el presidente del Congreso, el
general (r) Williams, él no tendría esa misma legitimidad para implementar los
cambios propuestos y la represión. Ahora los fraudistas se acuerdan que
Boluarte sí fue electa en las urnas y que debe gobernar.
Boluarte
pretende tener más legitimidad que cualquier posible relevo congresal por esa
misma condición, además de que se jacta de ser mujer, provinciana y
quechuahablante. Ella es el guante de seda que cubre el puño de hierro. Si ella
cae se derrumba todo el tinglado.
Los que
perdieron en tres balotajes consecutivos han logrado llegar al Gobierno con
una tránsfuga.
DOS
En
enero, las encuestadoras IEP e l IPSOS han coincidido en que el nivel de
desaprobación de Dina Boluarte es del 71%. Estas cifras de rechazo a solo un
mes de debutar en la presidencia no tienen precedentes desde que se dieron los
primeros sondeos de opinión pública en la historia peruana.
Los que
aprueban la nueva gestión se reducen al 19% en el caso de IEP y apenas 1 punto
más en el de IPSOS, lo que implica que solo un quinto de la población avala el
inicio de este nuevo mandato.
Este
nivel de altísima impopularidad no lo ha padecido ninguno de los mandatarios
electos desde, al menos, seis décadas atrás. En los dos periodos de Femando
Belaúnde (1963-68 y 1980- 85), Alan García (1985-90 y 2006-11) o Alberto
Fujimori (1990-95 y 1995- 2000) los niveles de aprobación de los primeros días
bordeaban o superaban al 50%. Algo similar ha ocurrido con las primeras
encuestas durante los mandatos de Ollanta Humala (2011-16), Pedro Pablo
Kuczynski (2016-18) o Pedro Castillo (2021-22). Valentín Paniagua (2000-2001),
Martín Vizcarra (2018-20) o Francisco Sagasti (2020-21), quienes llegaron a la
presidencia tras un proceso de renuncia o vacancia del anterior mandatario,
tampoco debutaron con una opinión pública tan adversa.
Un caso
especial es el del tercer periodo de Fujimori, el cual solo duró menos de
cuatro meses (julio a noviembre del 2000), fue inconstitucional y fraudulento
y generó fuertes protestas sociales. Entonces muchas encuestadoras estaban
compradas, por lo que los datos reflejados no son confiables. Sin embargo,
debido a que el autócrata mantenía una amplia base de apoyo clientelista, es
probable que él realmente no haya tenido en el primer mes de su tercer mandato
a más de 7 de cada 10 peruanos que lo rechacen. No tomamos en cuenta a Manuel
Merino (noviembre 2020) pues solo duró cinco días, menos tiempo que lo que dura
organizar un muestreo. Y ni siquiera Alejandro Toledo, que llegó al dígito de
aprobación, tuvo un debut tan desastroso.
Según IEP, en el Perú urbano solo el 18% apoya a Boluarte y en las zonas rurales este porcentaje baja a la mitad (9%), mientras que en todas las macrozonas cuenta con un rechazo generalizado (solo la aprueban el 6% en el centro, el 13% en su natal sur, el 16% en el oriente, el 19% en el norte y el 28% en Lima metropolitana).
IPSOS evidencia que los que muestran mayores simpatías con Boluarte son quienes poseen mayores ingresos. El único sector social donde ella tiene amplio apoyo es el de los más ricos (nivel A), donde es aprobada por el 49% y desaprobada por el 40%. A medida que se desciende en el nivel de poder adquisitivo, más se invierten esas cifras. Dentro de los más pobres (segmento E) Boluarte es aprobada por solo el 10%, mientras que es desaprobada por el 83%.
Ambos sondeos demuestran que Boluarte es hoy rechazada en los que fueron sus anteriores baluartes. La gran mayoría de los 8,8 millones de peruanos que votaron por la plancha presidencial donde ella figuraba casi anónimamente fueron los estratos con menos ingresos y, sobre todo, del campo, del interior y de las macrozonas centro y sur. Quienes hoy tienden a apuntalarla son fundamentalmente aquellos quienes antes apoyaron a Keiko Fujimori.
A pesar
de que Boluarte se ufana de ser una mujer, según IPSOS, es desaprobada por el
71% del sexo femenino.
TRES
Antiguos
guerrilleros están hoy en la presidencia de Colombia y Nicaragua, como hace
poco lo han estado en las de Brasil, Uruguay y El Salvador (en donde, además,
su actual mandatario proviene del Frente de Liberación Farabundo Martí). Quien
más tiempo ha estado en una vicepresidencia en Occidente es García Linera
(Bolivia, 2005-19), quien lideró la guerrilla altiplánica katarista.
Sinn
Fein, el antiguo brazo legal del IRA, la mayor organización armada y terrorista
dentro de la OTAN, acaba de lograr el primer puesto en las elecciones generales
de las dos Irlandas.
Las
democracias occidentales buscan que los antiguos subversivos truequen las armas
por las urnas. Permitiéndoles incursionar en la política legal a través de la
competencia electoral es que se ha logrado en todas estas naciones reducir la
violencia letal.
En
Perú, Abimael Guzmán ha muerto y hace tres décadas ordenó a sus huestes
abandonar la “guerra popular”. Su declive es tal que la única vez que lograron
presentar un candidato afín en una elección nacional (Walter Humala para el
Parlamento Andino) no logró ni el 0.1% de los votos.
Mientras
el APRA llegó a cogobemar con Bustamante y Rivero en 1945-48, una década
después de que el partido había impulsado atentados terroristas como los
asesinatos de Antonio Miró Quesada, director de “El Comercio”, y antes del
presidente Sánchez Cerro, hoy la ultraderecha limeña necesita azuzar el peligro
del “terrorismo” como su principal carta para justificar sus constantes
maniobras golpistas, autoritarias y antipopulares.
Todo
ello es una farsa. Según varios analistas, no es casual que se haya producido
masacres en el VRAEM en las vísperas de cada uno de los tres balotajes en los
que ha competido Keiko, con los cuales ella quiso proyectarse como la mejor
posicionada para aplicar la “mano dura”. El “Militarizado PCP”, a quien se le
atribuyen estos atentados, luego ha brillado por su ausencia (incluso ahora,
donde no saca ni un solo comunicado frente a la crisis o las matanzas).
Abimael
Guzmán fue quien más pregonó la consigna de amnistiar a Fujimori y a sus
asociados, como vía para lograr ser excarcelado. Montesinos escribió con su
propia mano una carta a Guzmán implorándoles a los senderistas a aportar los
pocos votos que faltaban para que Keiko ganase las presidenciales.
Boluarte
hoy se alía con la misma derecha que antes la terruqueaba. Un movimiento de
masas que recurre al derecho constitucional a la protesta es lo opuesto a
sectas que perpetran atentados o asesinan individuos.
Con
esas imputaciones se justifica el terrorismo de Estado y que las fuerzas del
orden hayan tenido la orden de disparar a la cara y al pecho para matar. El
terruqueo deshumaniza a sus contrincantes y justifica que se les mate como
cucarachas.
CUATRO
El
actual Gobierno empieza a adquirir ciertos rasgos de paria internacional. Se ha
enemistado con las tres repúblicas hispanohablantes más pobladas (México,
Colombia y Argentina), las cuales no reconocen a Boluarte como presidenta.
En su
mensaje presidencial ha acusado a extranjeros del sur en armar a los
manifestantes y echó la culpa de los asesinatos a armas provenientes de allí.
Así deja entrever que Argentina, Chile y, sobre todo, Bolivia, son responsables
de esas muertes.
No hay
evidencia de ello y hay numerosos testimonios de testigos, videos, fotos,
periodistas y organismos de derechos humanos que prueban lo contrario. Ya se
sabe que las fuerzas del orden fueron instruidas para tirar a matar. Solamente
en casos extremos las recomendaciones oficiales admiten poder disparar a los
pies. En cambio, en Ayacucho y Juliaca se lo ha hecho ante multitudes y
teniendo como blanco rostros o pechos, con la clara intención de matar.
El Perú
y el Alto Perú siempre han guardado un alto nivel de amistad, pero hoy Boluarte
impulsa la fobia contra Bolivia. Paradójicamente, Evo Morales fue la figura
internacional más aplaudida cuando llegaron a palacio Castillo y Boluarte.
Ahora Dina le ha prohibido entrar al país.
Cuando
Boluarte entró a la plancha presidencial de su partido Perú Libre, se
identificaba con las “revoluciones antiimperialistas” de Bolivia, Venezuela,
Nicaragua y Cuba, y postulaba reconstituir la Comunidad de Estados de Latino
América y el Caribe (CELAC) y la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR).
Sus
ataques injustificados a Bolivia han hecho que las relaciones con esta pasen
por su peor momento. Se ha expulsado al embajador de México (el artífice de la
CELAC) y Lima ya no prioriza volver a la UNASUR.
La
política represiva de Lima es abiertamente cuestionada por las seis repúblicas
hispanoamericanas más extensas (México, Argentina, Colombia, Venezuela, Chile
y Bolivia), además de otras más en la región. El Brasil de Lula se encuentra
absorbido en sus intentos de contrarrestar al golpismo bolsonarista, por lo que
busca evitar chocar aún con Boluarte.