César Hildebrandt
En HILDEBRANDDT EN SUS TRECE Nº 651 1SEP23
A |
veces,
paseando por el parque, me encuentro con esa mirada. Son los ojos de la furia,
la expectativa de la venganza, el sueño de verme muerto, la esperanza de
tullirme a golpes. Es el odio de las señoronas y los señorones. Es el odio que
amo, que me hace vivir, que me place. Es el odio que me he ganado a pulso y
pluma, a voz y reincidencia.
¿Qué me haría sin él? ¿Dónde estaría?
¿En qué infierno tendría que haber entrado para
ganarme la consideración de quienes creen que este país es su hacienda, su
pocilga, su galpón de esclavos?
¡No saben lo bien que me hacen!
Hace muchos años decidí que jamás sería parte del
país inventado por la derecha. Ese país oficial de engrudo y marchas, de
mentira y plástico, no era el mío. Mi país, el verdadero, venía de las sombras:
la corrupción ancestral, el control estéril de una clase dominante saqueadora,
el maltrato y el desprecio.
A la excesiva edad a la que he llegado, tengo que
decir, modestamente, que no he claudicado.
No me he pasado a las filas de la resignación. No me
he integrado. No aspiré a entrar al club de los supuestos bienpensantes. No me
he creído el cuento de que los pobres son pobres porque así lo decidieron y que
la desigualdad no es el problema. No atraco en el muelle de los que cortan el
jamón. No me como sus mitos.
Y siempre recuerdo que el caudillismo militar de nuestros orígenes republicanos fue de derecha. Y que el civilismo, que nos condujo desarmados a la guerra con Chile, fue de derecha. Y que la historia de este país fallido ha sido un largo dominio de la derecha. Billinghurst quiso ser una excepción, pero la derecha y “El Comercio” lo tumbaron precozmente. Velasco cambió algunas cosas y por eso es el maldito que los descendientes del esclavismo dibujan con sus peores tintas.
No olvido nada. No olvido que la derecha recuerda entre
reverencias a Miguel Grau, hijo ilegítimo de un militar colombiano, pero
pretende que olvidemos que el gran almirante advirtió, un año antes de su
muerte, que el estado de la escuadra era desastroso. Tampoco quiere esa derecha
que recordemos que el jefe de Miguel Grau, el señor presidente Mariano Ignacio
Prado, fue el traidor que abandonó el Perú en plena guerra y de cuya fortuna
malhabida nació el imperio industrial y financiero más importante del siglo XX
peruano. Nicolás de Piérola, que sucedió a Prado por la fuerza, hizo lo que
todos: terminó aliado con la riquería en la llamada “república aristocrática”.
El término lo inventó Jorge Basadre, autor también de la frase que define las
bonanzas de espejismo de esta república: ‘la prosperidad falaz”.
Los lodos de la derecha son antiguos. Nacieron con ella. Son irrenunciables. Vienen del fracaso y van hacia él. Porque la derecha no se rectifica jamás. No reconoce otro escenario que el suyo ni otro modo de entender el país que el de su linaje. Y hay que admitirlo: ha logrado que millones de pobres diablos crean que esa fórmula es inmejorable, que el autoempleo es la salida, que la informalidad es el ascenso social, que el emprendedurismo sin ley es el camino a seguir. Ese es el mayor triunfo del fujimorismo, que es el Grupo Wagner de la derecha que va al CADE creyendo que es el Foro de Davos.
Sigo siendo, en muchos sentidos, un salvaje y eso me permite seguir diciendo lo que pienso. No sé si será un abuso de confianza, pero muchas veces he pensado que soy uno de los mustangs que no lograron atrapar.
Que me sienta distante sideral de la derecha no
significa que milite en la izquierda. No me tentó nunca la dictadura gris del
estalinismo y mucho menos sus crímenes horrendos.
La izquierda no ha hecho sino decepcionarme pero aun
así sigo creyendo, en este mundo de calentamiento global, violencia y carencia
de valores, que sólo un socialismo benévolo nos podrá salvar. No hay partido
en el mundo que encame ese ideal, de modo que en ese sentido soy también un
huérfano. Un huérfano salvaje.
Lo que no haré jamás es renunciar a mi identidad y
pedir votar por la derecha de Nano Guerra y Vladimiro Montesinos. Si eso es el
realismo pragmático, me proclamo surrealista sin remedio.
No sé cuánto más dure la aventura de este semanario-
Lo que sí sé es que hemos luchado con todas nuestras fuerzas por ser
independientes y no temerle al poder del dinero y de los gobiernos. Eso nos
hace dormir bien. <>
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