APLAUSOS QUE NO VALEN NADA
César Hildebrandt
Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE, Nº 647, 4AGO23
N |
os trajinan. Nos quieren reducir a la categoría de
víctimas aterrorizadas. Nos insultan.
Cómo no va a ser ofensivo que un congreso plagado
de delincuentes de ambos géneros aplauda a rabiar a una presidenta sin remedio
y que la prensa tome eso como si fuera un plebiscito, una consagración, la
ratificación de la legitimidad del gobierno. La embajadora de los Estados
Unidos en Lima, que ha sido agente de la CIA y que quizá siga siéndolo, le
susurra a la casa blanca que congratule a Boluarte y el decrépito de Biden
cumple el rito. El derechismo chavetero festeja el hecho como la aprobación de
Washington al gobierno peruano, pero guarda silencio respecto de la carta que
quince parlamentarios demócratas le enviaron al secretario de Estado denunciando
la brutalidad del régimen de Otárola y Willax.
Todo da asco. Producen asco los militares que se
prestaron a la parodia de disfrazar de asháninkas a unos pobres venezolanos
desempleados en ese desfile que era pura apariencia. Porque la verdad es que el
estado de la operatividad de nuestras fuerzas armadas pocas veces ha sido tan
ruinoso.
Doble asco suscita la repartija de las comisiones
en el congreso y a náusea sartreana induce la coartada que Perú Libre inventó
para asociarse con el fujimorismo.
Escuchando los aplausos congresales al mortal
discurso de Boluarte supe, de modo fulminante, que habíamos viajado otra vez
por la máquina del tiempo y que el Perú era un país previo, que Odría estaba al
mando, que Marianito Prado mataba a una bañista en Ancón, que los rojos
amenazaban el orden y la civilización, que en el Club Nacional no entraban
marrones y que ninguna marea cambiaría la quietud de la orilla en este paraíso
detenido. Hemos vuelto a la república que Gonzales Prada retrató. Pero esta es
una versión barriobajera y abyecta de aquel país de encomenderos inmortales. El
Perú actual no viene de la falsa aristocracia heredada, de las bibliotecas más
o menos leídas, de la doctrina agustiniana y ni siquiera del ingenio azucarero
o de los algodonales del sur chico. Viene del sicariato derechista. Viene del
hampa. Viene de Los Niños y las fachadas de cartón.
Esta gente controla el congreso, el gobierno, el Ministerio Público, el Tribunal Constitucional, la Defensoría del Pueblo, los medios de comunicación. Y ahora quiere apoderarse -y lo va a lograr si el pueblo la calle no lo impiden- del Jurado Nacional de Elecciones, la ONPE, el Reniec y la Junta Nacional de Justicia. Es el fujimorismo sin Fujimori. Es la Yakuza con otros nombres. Y qué nombres: César Acuña, Vladimir Cerrón, la macrobiótica de Somos Perú, las hilachas de De Soto. El Perú ha recaído en esa enfermedad de transmisión oral que es el fujimorismo, pero actúa como si nada pasara.
Dina Boluarte no gobierna. Administra apenas una
imagen formal -con banda, ruido de talones castrenses y todo lo demás- detrás
de la cual está la derecha más agresiva de los últimos tiempos.
Para este sector estos años han sido una maravilla:
perdieron las elecciones con Keiko Fujimori pero las ganaron con Dina Boluarte;
están pensando en la sucesión del 2026 y para eso están limpiando impunemente
el terreno; han impuesto el terruqueo como detención preventiva para todo el
que asome la cabeza; tienen el control de la prensa concentrada, la radio y la
televisión. Sí: es el Perú de los 50. Lo que falta es que Boluarte se disfrace
de María Delgado de Odría y empiece a repartir cosas.
Sin embargo, recordemos: el Perú de los 50 parecía
una llanura congelada, un atasco del tiempo, la eternidad en pantuflas y con
caspa. Pero tras ese presunto inmovilismo estaban los campesinos, los apristas
todavía rebeldes, los jóvenes envalentonados, los socialistas exiliados. Y ese
palacio de cristal se deshizo: la ira de los poetas se convirtió en movimiento
de tierras, adoptó la cara de Hugo Blanco, la sombra de Lucho de la Puente.
Después llegaron los militares revoltosos, la reforma agraria, la restauración
de Morales Bermúdez y el fracaso de Belaunde y Alan García. Al lado de estos
dos últimos, estuvo Sendero Luminoso recordándonos que el infierno del
totalitarismo puede tentar a muchos de los que viven en el limbo de la
injusticia permanente.
La atmósfera de estos meses, el aire de estos días
de autocomplacencia derechista, me devuelve, repito, a los años de las
dictaduras primordiales del siglo pasado. Por eso retorno a Manuel Scorza, el
de “Las imprecaciones”, y recito:
“¡Hagan lo que quieran!
Enfanguen al puro,
enjoyen al ladrón,
coronen al asesino,
enmierden al héroe,
cáiganse de risa.
¡Está bien, pero no me compliquen!”
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